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Nombres y situación de la ciudad. Su importancia

La Ciudad de Vera” es la actual Corrientes(1). Está situada donde la delineó el fundador(2), a los 27° 28’ 16" S. de latitud austral, y 58° 50’ 25" O. de longitud (Greenwich). La primera adición al nombre propio fue hecha en el período de 1625 a 1630, anteponiéndole las palabras San Juan; pero el documento más antiguo que la contiene, es el Acta Capitular del 30 de Mayo de 1633.

(1) Extractos de trabajos de los doctores Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Fundación de la Ciudad de Corrientes a la Revolución de Mayo)” (1928), Corrientes. Edición del Estado; y Manuel Florencio Mantilla. “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1928), tomo I, Notas biográficas por Angel Acuña, Buenos Aires. Ed. Juan Ramón y Rafael Mantilla.
(2) En un folleto que el doctor Ramón Contreras publicó en el año 1883, con el título “Recuerdos Históricos”, se afirma que la ciudad tuvo dos asientos: el primero, en Pucará, donde está hoy la estación del Ferrocarril Nordeste Argentino (es el lugar donde está situado actualmente la bajada a la Ciudad de Corrientes del puente interprovincial “Manuel Belgrano”); el segundo, el actual. “Es un caprichoso error”, dice el doctor Mantilla. Ver: “La Ciudad de Vera”, del doctor Manuel Florencio Mantilla.

Posteriormente, sin resolución oficial, el uso agregó también la designación primitiva del paraje -Las Siete Corrientes- de lo que resultó el conocido (“falso nombre”, para Mantilla) “San Juan de Vera de las Siete Corrientes”.

El  tiempo  y el buen gusto modificaron tan largo título; más, en vez de mantener el verdadero, “quedó definitivamente adoptada la última palabra del falso” -Corrientes(3)- y de ella tomó denominación la provincia, de que es capital la ciudad.

(3) A poco de fundada la Ciudad de Vera, comenzó a ser denominada por los indios comarcanos con el nombre de “Taragüí”. Con el transcurrir del tiempo el nombre se extendió a todo el territorio de la provincia y también a sus habitantes. Al respecto, el historiador Manuel Florencio Mantilla dice: “Los aborígenes de las cercanías denominaban la ciudad Taragüí, que significa pueblo cercano. La palabra se compone de: tabá, pueblo; y de agui, cerca, próximo. La b de taba, se muda en r, por singularidad de la lengua guaraní y, por la misma causa, desaparece una a. En guaraní moderno, se escribe: táva, pueblo; aguĩ, cerca.
En cambio, en el “Compendio y Descripción de las Indias Occidentales”, de Antonio Vázquez de Espinoza, encontramos en un conjunto de relaciones y documentos oficiales de 1620, el siguiente parágrafo: “... está fundada la ciudad de San Joan de Vera de hasta 40 vecinos españoles, en unas barrancas sobre el Río de la Plata (nombre con que designaban al Paraná); llámase este lugar, en lengua de indio, Taraguĩró, que quiere decir “lagartija”; también le llaman, de ordinario, “de las Siete Corrientes”, por estar fundada la ciudad sobre una alta barranca que tiene siete puntas ...”.
Hacia fines del siglo XVIII, en un Informe del oficial Gonzalo de Doblas (Memorias Históricas ..., en la Colección Pedro de Angelis), al referirse sobre las actividades de los guaraníes de la reducción de La Cruz dice que frecuentemente llegaban hasta el río Corriente a vaquear en las estancias de “los taraguĩ” (españoles-correntinos).
Finalmente, el escultor correntino Amado Puyau, bautizó con el nombre de “Taragüy” a su escultura, primer premio en el 26to. Salón Nacional de 1936, cuyo original, en yeso patinado, se guarda en el Museo Histórico de Corrientes y un vaciado de bronce, de 1938, se encuentra emplazado en la Costanera “General José de San Martín” de la Ciudad de Corrientes.

No puede hacerse al fundador de Corrientes el mismo reproche que a muchos de sus compañeros -dice un escritor afamado-. La fundación de esta ciudad -prosigue- es bien escogida y cuando desaparezcan los estorbos que entorpecen los canales naturales del comercio en estas regiones, este punto central será un foco de actividad y de negocios para el Paraguay, el Alto Perú, el territorio de Misiones y una gran parte de las provincias argentinas. Con todas comunica por medio de los ríos Paraná, Paraguay y Bermejo, cuya navegación dominará algún día, como Constantinopla y Copenhague presiden a la del Mar Negro y del Báltico.

Este concepto escrito por Mantilla hace cien años, es el mismo que se pretende para Corrientes, ubicada en el corazón de la Cuenca del Plata y en el centro de ese gran mercado constituido por los países de Sudamérica.

A pesar de una aparente ausencia de propósitos superiores de gobierno, que alguien observara en la conquista y colonización hispana, ésta persiguió siempre la mejor conveniencia, mediata o inmediata, dando origen a situaciones determinadas, que hoy nos explican la mayoría de los hechos históricos argentinos.

Es así que en las varias corrientes colonizadoras que trajeron a la extremidad austral del continente la civilización de Castilla -la del Norte, la de Cuyo y la de la Mesopotamia- radica como la piedra inicial del federalismo que nos rige y en la especial ordenación de la última, la razón de cuatro provincias (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) y una República: el Paraguay.

Concretándonos a la Mesopotamia, se observa a primera vista la situación equidistante de cuatro pueblos: Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Asunción, que durante años presidieron la vida civilizada en la amplitud de sus jurisdicciones respectivas.

Buenos Aires, en continua lucha con los naturales, y más luego preocupada por las cuestiones con Portugal, en la Colonia del Sacramento, desenvolvió una vida difícil, de acción eminentemente personal, que apenas llega al Interior del continente y limitándose a la zona Litoral, como puede observarse analizando las crónicas de los Gobiernos de sus intendentes y virreyes. Su calidad de puerto obligado fortificó el vínculo económico, y el centralismo del régimen colonial le dio una supremacía política, pero es lo cierto que en sus dos primeras centenas concretó sus actividades a sus límites de “ciudad”.

Santa Fe, siempre amenazada por las tribus guerreras que la circundaban, y hasta destruida parcialmente algunas veces, regularizó al fin su existencia, concluyendo por fundar la ciudad del Paraná y ejercer una hegemonía notoria en el Oeste de la actual Provincia de Entre Ríos, que se pueda decir una prolongación de su pueblo.

Asunción, la vieja capital de la colonia, después de prohijar a las demás ciudades, se recluye en su lejanía del mar, se estanca en su progreso y concluye por eternizar sus caracteres -hasta el vinculo con España-, en la modorra de su cielo trópico.

La Ciudad de Vera de las Corrientes, enclavada en la confluencia de dos ríos, el Paraná y el Paraguay, rodeada de tribus para las que el yugo de la “encomienda” y la “servidumbre” tenía un origen divino en el Milagro de la Cruz de la leyenda, apenas si pudo concretar sus energías para llegar al progreso material.

Pero si las cuatro grandes ciudades coloniales del Litoral no juegan en el drama histórico sino en forma relativa, fuera de duda su establecimiento obedece a un plan claro de gobierno.

Cuando Asunción llegó a tener, hacia 1565, algo así como 3.500 habitantes, abrióse el período conocido con el del “éxodo de sus varones”, y se concibe y fija el cuadrilátero que hacia los cuatro vientos debía avanzar sobre el desierto. Santa Fe, Buenos Aires y Corrientes lo completan preparando la expansión, dolorosa y difícil.

En lo que respecta a esta última, el primer elemento de juicio ofrécele el hecho de la calidad de su fundador. Establecida por un solemne Adelantado, la más alta magistratura que España instituía en tierras de América; asiento del Capitán General y Justicia Mayor Alonso de Vera y Aragón, con imperio en todas las provincias del Oriente del Paraná, no podía ser fundada con la estrecha y exclusiva misión de vigilar y garantizar la navegación del río.

La situación geográfica de la nueva ciudad, en el codo que el río forma al penetrar al Oriente, en las propias entrañas de la Provincia de Vera, la colocaba en condiciones excepcionales para ejercer sobre toda esa zona un control efectivo. Y si recordamos que, no obstante la época, toda la obra de la conquista presenta siempre un aspecto armónico y complementario, es fácil inducir que, además de las razones de utilidad inmediata, Corrientes nacía al conjuro de ideas fundamentales de mejor Gobierno administrativo.

Se cumplía, en el rigorismo histórico, un proceso muy conocido por todos, perfectamente anotado en la historia del antiguo Egipto, donde, arrancando de Menes, que cierra el ciclo de las dinastías divinas, encontramos como característica a través del Gobierno de sus veintitantos dinastías de reyes, un desplazamiento sucesivo de la capital hacia el mar, y a lo largo del curso del Nilo.

En el Río da la Plata se preparaba algo análogo. La hegemonía inicial de Asunción del Paraguay no podía históricamente sostenerse, encerrada, como quedaba, en la extremidad Norte del río navegable, y lejos de la zona maravillosamente fecunda donde se fundara la Provincia de Vera o Nueva Andalucía.

Hacía falta otro centro de resistencia y de conquista, que además de estar sobre las arterias fluviales abiertas al tránsito con las fundaciones de las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires, fuera próxima y de fácil comunicación con los territorios que la ruta de Cabeza de Vaca, las expediciones de Irala y el más amplio y mejor gobierno de Ruy Díaz de Guzmán, habían actualizado.

Corrientes, situada en las puertas del Alto Paraná, que se introduce como una cuña en el seno de la referida Provincia de Vera, estaba llamada a sustituir a Asunción, y así el Adelantado fundador asignóle la más amplia de las jurisdicciones, y adornó a su primer gobernante con el título de Capitán General de las provincias del Uruguay, Paraná y Mbiazá sobre el mar.

Precisamente entiendo como el primero de los deberes, llamar la atención sobre la jurisdicción que se asignaba a Corrientes en el Acta de su establecimiento, y la más amplia contenida en los títulos del Capitán General y Justicia Mayor Alonso de Vera. Se trata de dos jurisdicciones; la una, de la ciudad, inmutable a través del tiempo; la otra, la de su gobernador, a quien además del Gobierno de la ciudad se entrega el de las amplias provincias de Paraná, Uruguay y Tapé, hasta el Mar del Norte, San Francisco, Mbiazá y Guairá, que caracteriza la tesis de que Corrientes nacía para ser el corazón de la conquista en la zona Oriental hasta el Atlántico.

Haciendo a un lado los títulos de su primer gobernante y concretándonos a la jurisdicción de la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, tenemos que sus términos eran los comprendidos entre las jurisdicciones de las ciudades de Asunción, Concepción de Buena Esperanza, Santa Fe de la Vera Cruz, Salvador, Ciudad Real, Villa Rica del Espíritu Santo, San Francisco y Mbiazá.

La determinación de estos términos, que nacían donde finalizaban los de las ciudades citadas, que el Acta de fundación expresa, hace necesaria la ubicación de tales poblaciones. Y bien: Concepción de Buena Esperanza era una ciudad situada en el actual Chaco argentino; Santa Fe de la Vera Cruz, es la capital de la actual Provincia de Santa Fe; San Salvador era una ciudad de la provincia de Xeres, cerca del Paraná; Ciudad Real y Villa Rica del Espíritu Santo, pertenecían a la provincia del Guairá; y San Francisco y Mbiazá eran ciudades de la provincia de Del Campo y estaban sobre el litoral del Atlántico.

Esta determinación genérica de la jurisdicción originaria de Corrientes, es la única forma en que podemos realizar nuestro propósito, porque para trazar en el mapa, matemáticamente, sus límites, tendríamos que conocer los de las ciudades entre cuyos términos se erige a Corrientes, asunto difícil y casi imposible.

Sobre todo esto último. Algunas de las ciudades que se citan, como Asunción, San Salvador y Concepción, no tienen límites bien establecidos, tal que la última, al decir de su Acta de fundación, “confina con todos los confines que son su comarca ... y por confines y términos por la una parte los términos de la ciudad de Asunción ... y de todos los demás términos que están y estuvieren en su comarca y redondez”.

Con tales elementos nos vemos reducidos a la determinación genérica que hemos realizado, encontrando en cierto modo razón al historiador Domínguez, cuando expresa que en los orígenes de la conquista “no existen límites fijos sino los desiertos que mediaban entre los diferentes distritos”.

Agréguese además que muchas de las ciudades mencionadas desaparecieron, y se tiene la jurisdicción ampliada de hecho, desde que no es imaginable en el rigorismo administrativo la existencia de zonas sin Gobierno.

Véase el caso, por ejemplo, de la opulenta ciudad de Concepción del Bermejo, tomada y destruida por los indios abipones en 1631, y que incorpora a la jurisdicción correntina la región del Nordeste de la después provincia del Río de la Plata, es decir, todo el Chaco hasta el Bermejo por el Norte y la línea de Cruz Alta, a 50 leguas de Córdoba por el Oeste, que servía de límite con la provincia de Tucumán.

- Las campañas en el Guairá y la sustitución de la espada por el misionero, restan importancia a Corrientes

¿Por qué Corrientes no heredó a Asunción en la hegemonía política de la época y por qué en vez de hacerse centro del Gobierno de la vieja Provincia de Vera o Nueva Andalucía, va perdiendo su importancia y reduciendo su jurisdicción?

Tenemos varias razones, inmediatas unas, lejanas las otras. Entre las causas inmediatas está el viaje a España y la renuncia de su dignidad por el Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, que restó al propósito el cerebro que concibiera este plan de Gobierno.

También se encuentra la breve gestión de su primer gobernante, el sobrino del Adelantado, que es sustituido entre el pesar del pueblo y cuyos sucesores no estuvieron a la altura de sus deberes, o no se les arbitró la amplia jurisdicción personal y los recursos que a Alonso de Vera.

Todo esto, sin embargo, no hubiese impedido la culminación correntina en el período de la conquista (que después heredó Buenos Aires directamente de Asunción), si la propia España no lo hubiese hecho imposible, cambiando el orden económico-administrativo de la zona Oriental, con el establecimiento en ella de las Misiones jesuíticas, extensas reducciones que, volcándose desde la provincia del Guairá, ocuparon la jurisdicción correntina hasta la tranquera de Loreto, el Iberá, el Miriñay, y corriéndose al Oriente del Uruguay estrechan su territorio como un cinturón de acero.

A este respecto se ha escrito con elocuencia y documentación(4). Establecimientos portugueses, del litoral atlántico, en el Brasil, enviaron a los territorios del Guairá poderosas expediciones que destruyeron las ciudades fundadas por España. Como ellas estaban erigidas sobre la opresión del nativo y el invasor lusitano buscaba adueñarse de él, reduciéndolo a la esclavitud, las ciudades destruidas no pudieron reedificarse.

(4) Artículos del doctor F. R. Moreno, en “La Prensa”. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Fundación de la Ciudad de Corrientes hasta la Revolución de Mayo)” (1928). Edición del Estado.

Hernandarias de Saavedra, en carta al rey, demostró la insuficiencia de la fuerza y la preeminencia de la conquista evangélica, conceptos que la cédula real del 5 de Julio de 1608 hizo suyos, suspendiéndose la conquista guerrera.

Corrientes, organizada para completarla, perdió importancia. Apenas si Alonso de Vera y Aragón pudo, en el mismo año de su establecimiento(5), encomendar a los indios del territorio actual de Misiones.

(5) Se distribuyeron las encomiendas aludidas el 2 de Noviembre de 1588. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Fundación de la Ciudad de Corrientes hasta la Revolución de Mayo)” (1928). Edición del Estado.

La acción del soldado fue sustituida por la del evangelizador, y con las regalías instituidas en su beneficio, reducida la jurisdicción territorial.

Cumplíase, por otra parte, algo como un augurio. A continuación de los términos que se fijaban para la nueva ciudad, el Acta de fundación de Corrientes expresa: entretanto que Su Majestad o por mi, otra cosa no sea mandado en su real nombre.

Y estas palabras, que más semejan una fórmula a algo premeditado, legitimaron la secesión continua del amplísimo territorio originario.

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