La situación internacional a fines del siglo XV
- Details
- Category: La situación internacional a fines del siglo XV
Hacia fines del siglo XV la situación internacional era fluida y tensa. El mundo marchaba hacia nuevas formas de organización política y se articulaban las grandes hegemonías del porvenir inmediato(1).
(1) Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), tomo I, capítulo 1. Ed. Kapelusz S. A., Buenos Aires.
Quedaba atrás uno de los siglos más complicados y enigmáticos de la historia europea, como alguna vez se lo calificara. Un siglo dual, pues persistía o sobrevivía la vida medieval y se avizoraba, al mismo tiempo, la vida nueva del hombre moderno.
![]() |
Otoño de la Edad Media, al decir del holandés Huizinga y del español Ortega y Gasset, el hombre dejaba atrás convicciones que habían sido firmes, sin haber anclado en otras.
Con el fin del siglo XV declinaban o se agrietaban estructuras y sistemas políticos, iba hacia el recuerdo la formidable experiencia imperial de Roma -otrora nervio de una organización de cuarenta y cuatro provincias y casi cien millones de seres- e, incluso, el “sacerdotalismo medieval” de que nos habla Marcel Prélot, poliarquía fecunda, pero al cabo centrífuga, era por entonces una experiencia secular cumplida.
En cambio, cobran relieve las avanzadas de la modernidad intelectual y sentimental -Italia-; de la religiosidad -los Países Bajos-; y de la política -España-, donde curiosamente asume dimensión precisa el Estado.
El año 1492 está situado en el momento histórico de la declinación del feudalismo y del comienzo de la afirmación del poder monárquico.
La Edad Media -con nombre tan poco feliz-, había significado, sin embargo, mucho más que un mero tránsito entre lo antiguo y lo moderno. Edad notable, de ella nace Europa, una y diversa. Ideas nuevas o renovadas presiden las relaciones entre los hombres y las que vinculan a gobernantes y gobernados. El arte, incluso, expresa una técnica y un mensaje.
Pero los confines de la época se advierten con las modificaciones de la realidad internacional. En Europa Occidental, Inglaterra es sacudida por problemas sociales y padece la rebelión popular de 1381. Viven aún las querellas dinásticas que habían provocado la sangrienta Guerra de las Dos Rosas y, de todo ello, surge la aspiración popular y burguesa por la paz, cuya imagen se creerá ver a través de un Tudor fuerte y dominador: Enrique VIII.
Alemania disfruta de un período de prosperidad económica en el que la Liga de Hansa domina el comercio y su capital, Lübeck, se erige en competidora de Roma, Venecia y Florencia.
Al Sur, mientras los señores tratan de liberarse de la tutela imperial, una dinastía nueva comienza a edificar su fortuna y su poder político: los Habsburgos. Italia tiene a lombardos, florentinos y venecianos, “educadores económicos” de Occidente, para quienes la búsqueda del provecho es el motor de la vida y el ideal cristiano secundario.
Los clérigos ya no tienen el monopolio educativo; los condottieri expresan una nueva manera de hacer la guerra y los mecenas un género distinto de vida cultural. Las revueltas sociales estimulan el deseo de un poder fuerte; abundan los tiranos locales, los hombres enérgicos y con sentido de lo desmesurado; Italia es un conjunto de unidades poderosas y rivales: Nápoles, los Estados Pontificios, Venecia, Milán, Florencia ... la inestabilidad y la anarquía liquidan los principios. Se clama, en cambio, por el “príncipe”. Pronto surgirá el teórico del poder para la Italia desmembrada.
En Europa Oriental el proceso tiene también sus actores y sus episodios premonitorios del fortalecimiento del poder: En Moscú, el zar; en Estambul, el sultán.
España no será ajena a dicho proceso de consolidación del poder. La Península Ibérica, entonces dividida en cinco Estados -Navarra, Portugal, Castilla, Aragón y Granada-, será escenario del litigio que terminará con la desordenada rebeldía de los señores en favor de un poder más firme y centralizado: el de los reyes.