Ubicación de la concepción religiosa del siglo XVI
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El perfil del mundo que circunda a España, apenas esbozado, necesita de otros trazos fundamentales. Casi nada de lo que acontece en este siglo puede ser entendido si no se tiene en cuenta el factor religioso. La historia de la Iglesia Católica es, en ese sentido, paralela e insoslayable(1).
(1) Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), tomo I, capítulo 1. Ed. Kapelusz S. A., Buenos Aires.
Pedro Luis Entralgo, médico, ensayista y filósogo español
Pedro Laín Entralgo distinguió alguna vez cuatro etapas que permiten visualizar mejor lo que entonces acontecía y el proceso posterior. La primera etapa es la del cristianismo “insular”, en que la Iglesia se presenta como “isla-en-expansión”.
Desde Pentecostés hasta Constantino los cristianos fueron, en cuanto grupo social, una minoría más o menos compacta, rodeada por gentes indiferentes, curiosas u hostiles.
De hecho, las comunidades cristianas eran islas, rodeadas por la infidelidad helénica y romana.
La segunda es la etapa de la “Iglesia-continente”. La conversión religiosa de los que mandan -desde Constantino hasta la época de la Reforma-, la acción apostólica de los misioneros unificará cristianamente al orbe europeo y trocará la isla en continente. Rodeado o invadido por árabes, mongoles o turcos, el mundo cristiano medieval constituye una unidad religiosa.
La tercera es la etapa de la Iglesia como “isla a la defensiva”. Es la época en que la Iglesia y la secularización expulsan esa desmesurada ilusión medieval. Aunque la fidelidad a Roma prevalezca, el cuerpo visible de la Iglesia es de nuevo “isla”, rodeada por un número creciente de incrédulos, disidentes e infieles. La Iglesia vive a la defensiva. En parte porque formalmente se la despedaza o se trata de hacerlo. En parte porque muchos cristianos siguen viviendo la etapa de la Iglesia-continente, y caen en la tentación de pactar con el poder con tal de conseguir la dominación. Esto culmina en la fórmula del trono y el altar. Y muchos cristianos tienden a convertir en mal encarnado y absoluto a los hombres contra quienes ellos, en cuanto tales cristianos, se ven obligados a combatir.
La cuarta etapa es la de nuestro tiempo. Es la Iglesia “isla envolvente”. A partir de León XIII se abre el diálogo directo con los hombres y con el mundo. La Iglesia sale de la actitud defensiva y se hace verdaderamente ecuménica. El Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII es el signo relevante de esta etapa.
A fines del siglo XV y en el XVI, la Iglesia Católica aparece situada, a la vez, sobre dos de las imágenes anteriores: Va dejando de ser “Iglesia-continente” y se va definiendo como “Iglesia-isla-a-la-defensiva”.
De la primera es signo tanto la labor misionera como la relación de la Iglesia con los príncipes cristianos, para cuya gestión política la Fe era una bandera y una suerte de programa de lucha.
De la segunda es, sobre todo, el Concilio de Trento, el más largo de todos los concilios, pues se extendió entre 1545 y 1563, logró definir los dogmas católicos negados por los protestantes, y corregir abusos denunciados por estos y por muchos católicos.
Pero tanto la época como la Reforma condicionaron la mentalidad conciliar. Si la obra dogmática fue fundamental, la actitud general fue de condena, de reprobación de errores y de defensa de la Iglesia respecto de un mundo exterior y hostil.