CRISIS NACIONAL DE 1827
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- Nuevas gestiones diplomáticas. Tratado de García. Rechazo del Tratado y renuncia de Rivadavia. Cambio de Gobierno. Dorrego ante las gestiones de paz
Las victorias navales y las del Ejército republicano eran insuficientes para ganar la guerra y, al tiempo de obtenerlas, el Gobierno argentino se convenció de la imposibilidad de que los demás países hispanoamericanos hicieran frente común con él, no ya en el campo militar, sino en el diplomático.
El emperador parecía empecinado en no negociar mientras no se restableciera la situación militar, y sólo Gran Bretaña se esforzaba en lograr la paz ante los perjuicios que sufría su comercio.
En las esferas oficiales de Buenos Aires se percibía la progresiva declinación económica del país y la creciente resistencia de las provincias al Gobierno Nacional, todos factores que señalaban la conveniencia de poner fin a la guerra lo antes posible.
Lord Ponsomby aprovechó esta ocasión para lograr que se enviara a García a Río de Janeiro a entablar negociaciones. Aunque nada se puso por escrito, se sobreentendía que el punto de transacción sería la independencia de la Banda Oriental.
Cuando en Mayo de 1827 García comenzó sus entrevistas, se encontró con que el emperador no estaba dispuesto a ceder la “Provincia Cisplatina”. Tras ciertas dudas, y convencido de que la Banda Oriental nunca se sujetaría a la soberanía argentina, y que a la larga también se alzaría contra la brasileña, García aceptó la propuesta imperial y firmó un Tratado -27 de Mayo- donde se reconocía a la Banda Oriental como parte del Imperio y se establecía la libre navegación de los ríos, con la garantía británica.
El Tratado era un verdadero triunfo para Brasil; no era lo que Gran Bretaña más deseaba pero, para ella, la paz lo valía y se alcanzaba uno de sus objetivos: la libre navegación.
Cuando García regresó con este convenio firmado, el Gobierno presidencial se tambaleaba: las provincias habían desconocido a Rivadavia y a la Constitución. Rivadavia percibió en su agonía que el Tratado era su partida de defunción como gobernante y como político.
Por ello, o por patriotismo, o por ambas cosas a la vez, se dirigió al Congreso denunciando vehementemente la injusticia del Tratado y solicitando su rechazo. A la vez -considerando que sus servicios ya no eran de utilidad al país- presentó la renuncia (28 de Junio).
Muchos historiadores han considerado esto como la última maniobra política del presidente, destinada a resucitarlo como el paladín del honor nacional mancillado. Si así fue, no pudo cometer error más grande.
Puede ser también que Rivadavia, ante el cúmulo de dificultades interiores recibiera, con el fracaso de la negociación, el último golpe, y se convenciera de su irremisible impopularidad.
Se puede optar entre el gesto del político desesperado y el gesto del hombre vencido. De lo que no cabe duda es de que su renuncia puso en evidencia su descrédito: fue aceptada por 48 votos contra 2, en un Congreso que dominaban sus partidarios.
Rivadavia, callada y silenciosamente, se retiró a su casa, y luego del país, al que sólo volvió una vez -en 1834- para ver impedido su desembarco. Sólo Quiroga, su adversario de 1827, le ofrecería entonces su apoyo.
El partido federal porteño capitalizó la derrota unitaria. Vicente López y Planes fue nombrado Presidente provisional, Anchorena y Balcarce, ministros. Alvear, a quien Rivadavia había relevado del mando a raíz de las rencillas con sus subordinados, fue reemplazado por el general Lavalleja, designación que pareció ignorar las tendencias independentistas del jefe oriental, que se compaginaban perfectamente con las sugestiones de Ponsomby.
López y Planes reconstituyó la provincia de Buenos Aires y llamó a elecciones de gobernador, que consagraron al jefe del partido federal, Manuel Dorrego.
El Congreso se disolvió el 18 de Agosto, cesando el Presidente provisional, y las Relaciones Exteriores quedaron nuevamente a cargo del gobernador de Buenos Aires.
Ahora cabía a los federales poner fin a la guerra. La posición de Dorrego era particularmente difícil frente al problema. Había atacado duramente la política presidencial y el Tratado de García, pero comprendía que la guerra no podía proseguir indefinidamente.
Lavalleja también mantenía el Ejército inactivo y el bloqueo continuaba. Era necesario aceptar la política del “algodón entre dos cristales” propuesta por Ponsomby. La independencia de la Banda Oriental parecía constituir la única salida, frente a la cual era indudable que el partido unitario le execraría como traidor.
En Febrero de 1828 Ponsomby se puso otra vez en movimiento y logró -finalmente- que Dorrego aceptara su postura. Guido y Balcarce, enviados argentinos, convinieron la paz sobre la base de la independencia absoluta de la Banda Oriental y la libre navegación de los ríos.
La paz se firmó el 27 de Agosto y fue ratificada a fines de Septiembre. Brasil y Argentina habían perdido. Los vencedores eran la Banda Oriental y Gran Bretaña.
- Fracaso y crisis
El fracaso de la Constitución Nacional de 1826 y la crisis que le siguiera traen la renuncia del presidente Bernardino Rivadavia -a principios de Julio de 1827- y el Congreso, que busca demorar su caída, elige como sucesor al doctor Vicente López y Planes, cuyas cualidades personales, de bonhomía y alejamiento de los sucesos, lo hacían el hombre aparente para un período de transición.
El coronel Manuel Dorrego, alma del partido federal en los debates del Congreso, pudo ejercer ampliamente su preeminencia política, colocar sus amigos al frente de las funciones públicas y estrechar vínculos con los gobernadores de provincia, especialmente con los de Santa Fe, Santiago del Estero, Entre Ríos, Salta y Córdoba.
El doctor López y Planes, conociendo lo violento de su situación, hace presente su voluntad de resignar el mando y el Congreso dá la Ley del 3 de Julio de 1827 que sometía al Ejecutivo la invitación a las provincias para la reunión de una Convención Constituyente, disponiendo la elección de Representantes de la ciudad y territorio de Buenos Aires.
Efectuados los comicios, el Congreso Nacional se disolvió y la Junta de Representantes designa gobernador de la provincia a Dorrego. Las demás provincias lo invisten con las facultades necesarias para el ejercicio de las Relaciones Exteriores, y la de Córdoba hace público su pensamiento de concentrar la soberanía de las provincias en un Congreso para dar organización constitucional a la Nación.
Aceptado el propósito, empiezan las provincias a designar diputados que debían reunirse en Santa Fe o en el lugar que la Convención resolviese.
En el teatro de la guerra con el Brasil las novedades también se precipitan. El general Carlos María de Alvear, el victorioso de Ituzaingó, presenta la renuncia de su cargo; es reemplazado en el comando del Ejército de Operaciones por el general Juan Antonio Lavalleja, y se busca producir acontecimientos que llevasen a una paz digna para la República, en reemplazo de aquélla convenida por García y repudiada por toda la opinión argentina.