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Peleas y desórdenes definen este tiempo

El 1ro. de enero de 1757, al salir del Acuerdo del Cabildo, Sebastián de Casajús echó mano de su espada, con ánimo de acometer a los hermanos Solís -del bando “peninsular”- librándose estos de su ira gracias a la intervención de los restantes capitulares, episodio que le indispuso con estos, quienes se reunieron y decidieron excluirle de sus deliberaciones.

En un Escrito, presentado ante el Cabildo, por el regidor Sebastián de Casajús, que era de carácter altanero, dijo éste que, era tal su unión con el párraco de Saladas, su hermano, que “el fraterno particular amor y unión con que vivimos lo permite, y así trabajamos juntos, gastamos de una bolsa y vestimos de una tela” y recordó -con extremada violencia- la guerra guaranítica y el asesinato de su otro hermano, Bernardo de Casajús.

- El Obispado investiga a los Casajús

Por otra parte, dióse la circunstancia de estar, entonces, en Corrientes, el Visitador, doctor Matías de Ziburu, averiguando los procederes del maestro Casajús, por encargo de la Curia eclesiástica del Obispado de Buenos Aires, el que ordenó, a éste, se examinase en las materias morales, siendo desobedecido de manera pública e inconveniente.

El Visitador puso preso al párroco de Saladas, en la contrasacristía de la Iglesia Matriz, el 5 de febrero de 1757, pero, acaeció que, indignado el regidor Casajús, atacó la prisión el 18 de febrero, con un grupo de paisanos armados, liberando a su hermano, que huyó de la ciudad y se fue a Chuquisaca.

Pedro de Cevallos había dispuesto, el 14 de mayo de 1757, que, a Sebastián de Casajús, se le reintegrase en su empleo y que se le remitiesen las causas que se tramitaban contra él, para avocarse a su conocimiento. El Cabildo, compuesto de peninsulares -era Alcalde de primer voto y Justicia Mayor, Ziprián de Lagraña- decidió, en su Acuerdo del 26 de marzo, no recibir a Casajús, desobedeciendo la Orden superior; la reacción del gobernador fue rápida y violenta: designó comisionado a Francisco Solano Cabral(1) para hacerse cargo del Gobierno de la ciudad, con instrucciones precisas y severas.

(1) Francisco Solano Cabral era hijo natural de Jerónimo Cabral de Alpoin, hijo éste del primer matrimonio de Manuel Cabral de Alpoin con Inés Arias de Mansilla. Debo este dato a la gentileza del inteligente historiador correntino Federico Palma, Académico Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia en su Provincia. Solano Cabral era culto y tuvo destacada actuación a mediados del siglo XVIII. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

Cabral puso en prisión a Lagraña, al Alguacil Mayor Amaro Gómez Valdivia y al Regidor Juan de Solís, que habían sido los participantes del Acuerdo del 26 de marzo, y no los dejó en libertadm hasta siete meses después(2).

(2) Archivo General de la Provincia, Corrientes, Actas Capitulares del Año 1757. Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Gobierno, Criminales, Legajo 4, Expediente Núm. 14. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

El maestro José Francisco de Casajús, hizo el viaje a Chuquisaca solo, acompañado únicamente de un criado, a través de la selva, corriendo peligros, “sin camisas, muchas veces a pié”. En junio, de ese año, se presentó ante el doctor José de Mugueztegui y Torres, Juez Metropolitano de Apelaciones de los Obispos Sufragáneos y de Testamentos, Capellanías y Obras Pías de la Ciudad de La Plata, logrando

* ser eximido de la jurisdicción del obispo de Buenos Aires;
* que se dispusiese le fuera entregada la mitad de los beneficios de Saladas; y
* que se ordenase, al Vicario de Corrientes y a cuántos fueran parte en la demolición y traslado de la iglesia de aquel pueblo, comparecieran en Chuquisaca, antes de cuatro meses y medio, para justificar su actuación.

Solicitó, el doctor Mugueztegui del obispo de Buenos Aires, Cayetano de Marcellero y Agramont -por exhorto-, hiciese cumplir su decreto y le remitiese los Autos obrados sobre Saladas, y nombró Juez Comisionado metropolitano, en Corrientes, al presbítero, doctor Pascual Núñez, con amplias facultades para el cumplimiento de su misión.

El maestro Casajús dióse tal maña, que consiguió, del Santo Oficio de Lima, nombramientos de Comisarios para él; de Alguacil Mayor, para Alonso Hidalgo; y de Familiares, para Sebastián de Casajús y José de Silva y Osores, con jurisdicción en Corrientes, de suerte que, el tan temido Tribunal, vino a quedar integrado por los principales de su bando.

- Los Casajús pasan a la ofensiva

El 9 de noviembre de 1757, llegó a Corrientes el maestro Casajús, con el sobresalto consiguiente de la población, al enterarse de los Poderes que traía, para sí y su parentela. El mismo día, al Teniente de Gobernador envió exhorto, comunicándoselo y pidiéndole, en su carácter de Comisario del Santo Oficio, el auxilio necesario, para proceder contra varios vecinos de la ciudad. Nombró, para notario de la Inquisición, a su primo, Ignacio de Soto, quien pasó a casa de Patrón y Centellas y leyó el exhorto, respondiendo éste que estaba pronto a facilitar el auxilio, pero que, entendía, que Casajús -por Cura de Saladas- fue preso por el Visitador Ziburu, habiendo huido de su cárcel, y que sospechaba se le hacía el pedido para ejecutarse venganzas, supuesto en el cual negaba la colaboración de su autoridad.

Dos días después, se dirigía, Patrón y Centellas, al obispo, dándole cuenta de lo sucedido y rogándole le aconsejara, pues no sabía qué hacer, porque el maestro Casajús pretendía excomulgar a los que le prendieran y mandar presos a Lima a algunos vecinos calificados. Terminaba su carta, diciendo que no se atrevía contra los Casajús, porque eran capaces de todo.

Hacer Comisario al Maestro Casajús, es lo mismo qe entregarle, a un loco, una encendida mecha y encerrarlo en un almacén de pólvora”, escribía, desolado, el Teniente de Gobernador(3).

(3) Archivo de la Curia eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, Legajo 30, Expedientes números 18 y 19. Ya citado en: “La Historia de los Comuneros” (1953), p. 151, en nota. Buenos Aires. Ed. Coni. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

La energía que puso el comisionado, doctor Núñez, en el cumplimiento de su difícil misión, y la imparcialidad que demostró, aquietaron los ánimos de los correntinos. Con fecha 22 de agosto de 1759, no encontrando mérito para condenar a ninguno de los implicados en los sucesos acaecidos, como consecuencia del pleito de Saladas, resolvió enviar los Autos originales a Buenos Aires.

La sentencia del obispo Basurro y Herrera, en el juicio principal, terminó con estos incidentes que habían alterado la ciudad y causado sucesos como el acto de indisciplina que hizo fracasar la Entrada al Chaco de López de Luján.

"Los seudohistoriadores liberales, en su afán de atacar a la Compañía de Jesús y, por tanto, a la Iglesia Católica, han minimizado atribuyéndolo a odio a aquélla", dice el historiador Raúl de Labougle, y agrega: "El verdadero propósito, que guiaba al bando patricio, y que fue expresado claramente en frase dicha públicamente, al capitán Esteban Sánchez, por el regidor Sebastián de Casajús, según carta de Patrón y Centellas a Pedro de Cevallos, de fecha 16 de febrero de 1758: 'Es una vergüenza que gobiernen forasteros, habiendo criollos'(4).

(4) Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Sección Gobierno, Legajo Corrientes I, Años 1732-1761. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

- Desertores y morosos

Una de las causas que más influyó en las perturbaciones que sufría Corrientes, por esos años, era la de la rivalidad -cada vez más agudizada- entre los peninsulares y sus allegados, y los patricios, que seguían las inspiraciones localistas y antieuropeas de los Casajús. Ambos bandos, por medio de pasquines o “papelones” -como se les llamaba entonces- se insultaban a porfía, buscando menoscabar la reputación de sus contrarios.

A este problema, instalado en la sociedad correntina, se sumaba la presencia de desertores del Ejército Real -acampado en la frontera con los dominios de Portugal- que se refugiaban en Corrientes y allí se casaban, para alcanzar protección. Por otra parte, los soldados del tercio, cuando regresaban, luego de cumplir su servicio en el río Pardo, dejaban impagas innúmeras cuentas a los mercaderes, tanto lusitanos como españoles, que, aprovechando la presencia de tropas de las dos naciones, llevaban a la frontera para negociar toda clase de mercaderías y de víveres; los mercaderes seguían a sus deudores hasta Corrientes y, una vez llegados allí, los demandaban, con su secuela de peleas y desórdenes.

Así fue como, un portugués, llamado Francisco González de Macedo, que se introdujo desde la frontera, sin el debido pasaporte del gobernador, necesario para el caso, se vio no sólo privado de hacer efectivos sus créditos, sino también de su libertad, pues se le puso preso y se le embargaron las mercaderías que aún quedaban en su poder.

Forzado a quedar en Corrientes, por esa circunstancia, se casó allí con María Blasia de Quevedo, mujer principal de la nobleza local, hija del antiguo regidor, Melchor Valdés de Miranda y Quevedo, que fuera, en 1732 -con el capitán Jorge Martínez de Ibarra-, uno de los dos capitulares, delegados por el Cabildo, para concurrir a la fundación del pueblo de San José de Saladas.

Había, González de Macedo, tenido tienda abierta en el pueblo de San Juan, sobre el Uruguay, y se comprobó después, al sustanciarse su causa, que viajó a Corrientes con autorización del Teniente de Gobernador Nicolás Patrón y Centellas, no obstante lo cual, si bien recuperó su libertad, no así sus mercaderías, de suerte que los Oficiales Reales declararon su decomiso, siendo tasadas por estos en la suma de ciento cincuenta y ocho pesos con tres reales de plata sellada, o sea, cuatrocientos setenta y cinco pesos con un real, de moneda municipal.

Vendidas en pública subasta, las adquirió Ziprián de Lagraña, en ciento setenta y ocho pesos de plata sellada, con plazo de ocho meses, contados desde el día del remate, que había sido el 11 de julio de 1758. El caso de González de Macedo era común entonces, y determinó, a Pedro de Cevallos, a ordenar, a López de Luján, que dejase comerciar en su jurisdicción a los portugueses. En su comunicación, del 9 de marzo de 1760, expresaba, el gobernador, que la Justicia era para todos por igual, fueran naturales del país o extranjeros, y que la exclusión de estos últimos, que se hacía en Corrientes, le parecía un abuso incalificable, atentatorio contra el Derecho de Gentes(5).

(5) Esta Disposición de Pedro de Cevallos, desmiente la leyenda negra de “las cadenas”, de nuestra época hispánica, inventada por el liberalismo. Revela, además, las condiciones de eximio estadista que poseía el gran militar español. Ver: Enrique Mariano Barba, “Don Pedro de Cevallos, Gobernador de Buenos Aires y Virrey del Río de la Plata” (1937), capítulo I, primera edición, La Plata. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

López de Luján, pese a tantas y tan variadas dificultades, estaba empeñado en mejorar las condiciones de vida y las costumbres de sus gobernados. Realizó, con ese propósito, y de acuerdo a la regla general, una Visita a todos los pueblos de su jurisdicción, expulsando de ellos a los foráneos que estaban casados en otras partes, “que han estado viviendo escandalosamente en deservicio de Dios Nuestro Señor”.

Empezó su tarea por la ciudad, de la que logró se fuesen casi todos, en menos de dos meses. Con este motivo, ocurrió un episodio curioso, en que fue protagonista un tal Vicente Ferrer, catalán, mercader tratante e “inteligente en el Arte de la Medicina”, que era vecino de Buenos Aires. Ferrer, conminado a regresar a la Capital, se presentó a la Justicia invocando una ley de Indias, que disponía que, los casados, podrán residir tres años en las ciudades, plazo que, en su caso, no estaba cumplido y, además, exhibió un decreto del gobernador, en el que se ordenaba, a los Justicias de Corrientes, le permitieran quedar allí todo el tiempo que fuese menester para finiquitar sus negocios.

En esta situación, López de Luján, ante la Orden superior, se abstuvo de expulsar al forastero, pero no sin escribir, al respecto, a Pedro de Cevallos, que se creía en la obligación de comunicarle que el mercader de marras era un mal sujeto.

Las operaciones de dicho don Vicente -decíale- son notorias y escandalosas en deservicio de Dios Nuestro Señor, que parece el principal fin de su estada en ésta, hacer mundanas a muchas personas, que quizás no lo serían, lo que digo en descargo de mi conciencia”, agregando que los negocios, del referido, eran cortos, y consistían, únicamente, en la venta de caballos al Cuartel General de los españoles, en la frontera con Portugal.

Cevallos contestó a Patrón y Centellas autorizándole a comprender, dentro de los expulsados, a Ferrer, quien prolongaba su estada con exceso, dado que el invocado decreto suyo tenía fecha de septiembre de 1758. Y, efectivamente, era sujeto indeseable el catalán. Ya el 11 de julio de 1758, el entonces Alcalde de primer voto, Juan de Almirón, había decretado su expulsión de la ciudad, acordándole plazo de ocho días para irse, pena de cien pesos de multa, en razón de que “vive escandalosamente”, medida contra la cual recurrió violentamente aquél, intentando una Información contra el Alcalde, quien planteó el asunto, en el Acuerdo Capitular del 24 de julio. Iban mal por ese camino las cosas para Ferrer, por lo que éste optó por acogerse a Sagrado, y luego huir de la ciudad. Se le acusaba que

vivía escandalosamente, con una vida licenciosa, solicitando perder niñas, hijas de las primeras familias de esta ciudad, una de ellas, nieta del general don Ventura de Carvallo e hija de don José Antonio Mieres; tuvo desahogo, porque no se la dejaban usar con la libertad de tratar, a su madre, doña María Ignacia de Carvallo, de puta y alcahueta”.

Esta señora -escribía Almirón al gobernador- “es prima carnal de la mujer del actual Teniente. Asimismo, hizo muchas diligencias de introducirse a perder la casa del Sargento Mayor don Juan de Pessoa, en alguna de sus tres niñas solteras, honestas, cuñadas del regidor don Sebastián de Casajús, primas hermanas de dicho Señor Teniente, don Nicolás Patrón, y sobrinas carnales del doctor don León de Pessoa y Figueroa, canónigo de la Iglesia metropolitana de Lima”.

Todo esto se había mantenido secreto, para evitar chismografía, pero era suficiente para calificar al personaje.

Procesan a los milicianos amotinados en el Chaco

A los amotinados del Chaco, se les formó proceso, siendo defendidos, en el mismo, por Juan Benítez de Arriola, Pedro de Casajús, Sebastián de Casajús y Carlos José de Añasco, es decir, por los principales dirigentes del bando de los patricios. Terminado el sumario, López de Luján remitió los presos -junto con los Autos obrados- al Cuartel General del gobernador.

Cinco de los ocho inculpados se habían escapado de la cárcel. Ya López de Luján había demostrado su simpatía por el bando de los peninsulares, y tenía, por principal consejero, en todo, a Ziprián de Lagraña y a Juan Bonifacio de Barrenechea(6).

(6) Recogiendo la invención de algún escritor liberal del siglo XIX, se ha acusado de “cruel” a Pedro de Cevallos, sin prueba alguna que lo justifique. Su clemencia se mostró, en reiteradas oportunidades. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

- El Vicario denuncia al bando insurgente

Según carta a Pedro de Cevallos, del Vicario, doctor Martínez de Ibarra, del 25 de junio de 1759, el fracaso de la Entrada al Chaco fue “pr causa de tal qual individuo deste pueblo, y es mi grande sentimiento”. Le dice que sepa “para su govierno”, que esas gentes no aprueban tales expediciones, considerando “pr tirana la resolución de V. Sa. en este particular, que todo ello se ha comprobado con el motín, pues entratándose de avanzar contra los indios, se sublevan, y cuando el Maestre de Campo López quiso castigar a los reacios, hubo nuevo motín". Y agrega:

Los principales Padrotes, y q. por tales están Constituidos en esta República para el abrigo, y asilo de los soldados, y los q. tienen corrompida esta Milicia, creo son dos, y fiados en otros, ejercitan estos desaciertos”, en perjuicio del buen nombre de quienes gobiernan, en el caso, el Maestre de Campo, por no haber retrocedido a la primera insinuación de los principales motores de la sublevación, amenazando que, Pedro Cevallos, le llevaría preso, y desprestigiando su persona, para que los soldados no le respeten y no le quieran por jefe, y piden lo sea uno de ellos dos; no puntualizando más -escribe el Vicario- por ser opuesto a su estado.

Le cuenta que, en 1746, se escaparon dos cautivos cristianos, de entre los infieles del Chaco y, pasando el Paraná, dieron con la Armada que corría la costa “de esta parte”, e informaron que la toldería estaba pegada a la costa del río de la otra banda; luego, determinó el jefe, que lo era Felipe de Zevallos, pasar al castigo del enemigo, y, como los soldados alegaron varios inconvenientes, mandó aquél que pena de la vida a quien contradijese su Orden cumplieran ésta y, en efecto, cruzaron el río, “avansaron la toldería, y mataron a muchos indios, logrando buena presa de cautivos, de muladas, caballada y plata” y, en término de pocos meses, escapó otro cautivo cristiano, en derechura de Corrientes, dando razón que la toldería estaba a tres leguas del Paraná, repitiéndose la orden de Zevallos, las dificultades y su amenaza.

Hubo que poner preso a uno de los alborotadores; se tomó la toldería, pero, al querer seguir adelante contra otra toldería, que se encontraba a cinco leguas de la primera, se rebeló la gente, comentando, el doctor Martínez de Ibarra: Achaque habitual de esta milicia por no tener exemplar castigo”, y agrega: “Vivo enterado del ferboroso celo, y honor de V. Sa y que no ha de permitir qe. prevalesca la malicie y se desbanesca el serbisio de Dios y del Rey, bien universal en lo Espiritual y temporal”.

Le augura que pronto tendrá conquistado el Chaco, pues, el hecho, solo de haber pisado sus tierras las dos Armadas, ha puesto a los indios en apuro, que el cacique Gubazcayquín, cuando pretendió internarse, los indios no se lo permitieron, acusándole de ser el causante de las Entradas de los españoles.

A este cacique, le llama “principal corsario de Misiones y el Paraguay”, y dice que fue quien atacó a la tropa de Santa Fe. Además, le dice que llegarán, de San Fernando, como cuarenta indios con sus familias, de la gente del Gran Petiso, cacique que, hacía tiempo, mataron los indios de San Jerónimo, los cuales cuarenta indios querían convertirse a la Fe Católica, estableciéndose en San Fernando.

También le informa que los hijos del anciano Cabachín, “uno de los mejores indios q. tiene el pueblo de San Fernando y que guió la Armada”, se había casado tierra adentro, pero expresaron su deseo, al Maestre de Campo, que querían regresar, ser cristianos, y traer otras familias consigo.

En cuanto a Gubazcayquín, por medio del cacique de San Fernando, también había pedido se le admitiese en el pueblo, donde López experimentaría que está enmendado de sus delitos, pero éste le respondió que había hecho demasiado daño a los españoles y que, por eso lo persiguió; que, cuando se rehiciera, volvería para matarlo a él y a toda su gente, de conformidad con la Orden que tenía de Cevallos, no obstante lo cual, daría cuenta al gobernador de todo.

Dice Martínez de Ibarra que, sólo con el amago de la guerra, ha mejorado la situación del Chaco. Cree que Corrientes, con ochocientos hombres y doscientos indios amigos auxiliares, puede hacer tres Entradas, una en pos de otra, y que Santa Fe puede hacer lo mismo, pero que, previo, es arreglar la milicia de Corrientes, sujetándola a la obediencia y subordinación a los superiores.

Acababa su larga carta el vicario: “V. Sa aqn la Divina Providencia dotó de un conpendio de escogidos talentos sabrá mirar las cosas y yo como ínfimo de sus mas apassionados Capellanes le encomiendo a Dios N. S.”.

Esta carta del Vicario, doctor Martínez de Ibarra, es elocuente; muestra el estado casi caótico en que estaba la Ciudad de Corrientes, roída por las enconadas rencillas de los dos bandos de patricios y peninsulares(7).

(7) Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Sección Gobierno, Legajo Corrientes I, Años 1732-1761. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

- Defensa del bando patricio

Uno de los caudillos del primero, el regidor Sebastián de Casajús, había escrito a Cevallos, con ánimo de desacreditar a López de Luján:

Excmo. Señor: Como le tengo insinuado es un hombre bueno, de recta intención, sincero, y de arregladas costumbres, según hasta aquí le tenemos conosido, y demás deesto es también de distinguido nasimto, cuia prenda suela ser la mas poderosa rienda para proseder bien en lo temporal y si esta pende del temor de Dios que es el freno con que se doman las pasiones de la naturaleza todo es asierto”.

Por tanto, el Regidor se promete, de López de Luján, un pacífico y arreglado Gobierno, a “esepcion de que incauto se deje dirigir de algún maligno influco que le corronpe”, los que no faltan en “las repúblicas para infiltrarse en el gobierno, como Ministros de Lucifer”. Agregaba que, manteniendo, desde antiguo, amistad con López de Luján, éste le ha prometido atender a su Casa y los suyos, en cuánto dependa de él, pero que, como sus “émulos son los más poderosos de esta ciud, y se hallan vinculados con López, andan publicando que tomaran venganza del castigo que por su desobediencia se le impuso a don Ziprián de Lagraña, de suerte que barrunto le han de perseguir hasta conseguir perjudicarle”.

Pide a Cevallos ser recomendado al Teniente de Gobernador para que, a él, ni a ninguno de los suyos, se les “ultraje y vilipendie”. La letra, de Sebastián de Casajús, es hermosa y clara, y su estilo impecable.

- Rebeldía en los cuadros militares

Fomentada por los dirigentes patricios, la indisciplina era cada vez mayor en las Compañías de soldados. El 27 de noviembre de 1759, López de Luján escribía, a Pedro de Cevallos, que era muy difícil lograr que los soldados correntinos obedeciesen las órdenes que les daban y que, en lo referente a la custodia de los presos, arguyendo que “todos son hermanos”, favorecían su fuga, como ocurrió en el caso de los ocho reos responsables de la retirada del Chaco, de los cuales cinco fugaron.

Los prófugos se refugiaban en el paraje de Ensenada, a ocho leguas de la ciudad, protegidos por las gentes de ese lugar. Para López y Luján, la verdadera causa de esa indisciplina y “avilantez” de los soldados, radicaba en que nunca se les había castigado “por sus motines y sediciones”. Agrega que, puso preso al capitán José Sotelo, que era quien mandaba el piquete de Guardia, cuando aconteció la fuga, y trabó embargo sobre los bienes de todos.

Con motivo del envío de caballos cimarrones al Cuartel General, Cevallos opinaba que estos no eran aptos para “el servicio del Rey, para el cual sólo lo son los mansos, sanos y de bastante cuerpo, por el mucho peso que debe cargar el soldado con sus Armas y Gurrupa(8).

(8) “Gurupa” se llamaba, a veces, a la montura. Corrupción de la palabra “gurupera”, derivada de “grupa”, que, en toscano, vale anca de caballo. Ver: Don Sebastián de Cobarrubias Orozco, “Tesoro de la Lengua Castellana o Española”, Ed. Madrid, Año MDCXI, folio 458 vto. // El “Diccionario de la Lengua Española”, de la Real Academia Española, da “gurupa” por “grupa”, que vale tanto como anca, en su acepción actual. Ed. Madrid, Año de la Victoria, pp. 82; 656; y 665. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

Cabe señalar que, el tercio correntino, era siempre de caballería, cuando iba al río Pardo, donde prestaba servicio permanente.

- Conflicto por el nombramiento de un cabildante patricio

Otro incidente, que tuvo que considerar el Teniente de Gobernador, fue el suscitado por la renuncia del oficio de Alférez Real que hizo su titular -propietario del mismo, Miguel Rodríguez- a favor de Alonso Hidalgo, del bando de los patricios. Creía, López de Luján, que esa renuncia era ficticia, porque el titular le había manifestado, a principios de noviembre de 1759, que dejar el cargo, a un miembro de la familia Casajús (Hidalgo estaba casado con Lorenza de Casajús), era “encargar gravemte su conciencia respecto a la continuada inquietud de aquella familia por su naturaleza”.

En carta a Pedro de Cevallos, le decía que, Hidalgo, está cargado de deudas, y no debía expedírsele el despacho correspondiente. Suspendida esta entrega, hasta que Hidalgo justificase la autenticidad de la renuncia, éste escribió a Cevallos, a la sazón en San Borja, que no tenía ningún interés en ocupar el tal oficio, siempre que se le devolviesen, por las Reales Cajas, los Gastos que hizo, como ser, por ejemplo, ocupar a Martín de Sarratea como apoderado suyo en Buenos Aires.

Produjéronse alborotos callejeros, en que también intervinieron los frailes de los Conventos. El 14 de diciembre de 1759, Hidalgo remitió, a Cevallos, una Certificación del presidente del hospicio de Santo Domingo, de Corrientes, fray Ignacio de Borda, de cómo éste, el 26 de octubre, a las 09:00, después del entierro de Miguel Rodríguez, sacó por sus manos, de la papelera del dicho difunto, la renuncia que hizo del Alferazgo Real y se la entregó a la persona que envió el Juez para “protocolarlo” en su Registro, constándole, también, que ella fue hecha en tiempo y forma, todo lo cual sabe de cierto, por haberla leído.

Así las cosas, el 10 de abril de 1760, el mismo fray Ignacio -con cuya hermana estaba casado Rodríguez y que era primo carnal de los Casajús- certificó que, al día siguiente de la muerte de su cuñado, llegó, a la casa de éste, Pedro Bautista de Casajús, acompañado de su hijo, el sacerdote, y le pidió la entrega de unos papeles que paraban en una escribanía del dicho difunto, los que se referían a tierras, a lo que accedió, y entre ellos un papel, de cuyo contenido y particular lo ignoré hasta después, q oy decir alos referidos q era la renuncia hecha por dicho difunto del Alferazgo Real en la persona de Dn Alonso Idalgo vecino desta ciudad”, y que, como era notorio que Rodríguez fue atendido durante su enfermedad por él y sus religiosos, en la preparación de su buena muerte”, hallándose presente el Alcalde de primer voto, Ignacio de Soto, que estaba ocupado en hacerle su testamento,

le preguntó dho Alcalde a dho Difunto a los últimos de esos días q que dispocisión daba del oficio de Alférez Rl, respondió tomando en las manos el título y arrojándolos de la cama y diciendo: q su vida q era más apreciable la perdía quanti mas el oficio, lo q passo estando Yo presente”, dada la Certificación, a pedimento del Justicia Mayor y Capitán a Guerra, Bernardo López de Luján, y juraba “in verbo sacerdotis pacto pectoris”. Agregó que, habiéndole preguntado, a su hermana, por la tal renuncia, ésta le contestó no sabía en qué tiempo la había hecho su marido.

Alonso Hidalgo se presentó al Cabildo con anterioridad, el 18 de diciembre de 1759, pidiendo diese razón, al pie, de su solicitud de la práctica que habíase observado en las renunciaciones de oficios públicos vendibles y renunciables, y de las circunstancias y requisitos exigidos para ello, así como de las disposiciones legales establecidas para tales casos en el Reino.

Asimismo, que declarase, el Cabildo, si tenía noticia de la renuncia, hecha en su favor, del oficio de Alférez Real por Miguel Rodríguez y si, para tenerlo y usarlo, concurrían en él todas las circunstancias que se requieren de ciencia y suficiencia, como “ésta dispuesto en Derecho, diciéndose tener presente para todo ello el Tratado de Gazofilacio Rl y leyes q en él se resitan(9), y la buena conducta con que ha desempeñado cargos públicos.

(9) Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Sección Gobierno, Legajo Corrientes I, Años 1732-1761. Aquí, en la cita del “Gazofilacio”, se ve la mano de su suegro, Pedro Bautista de Casajús, que poseía esa obra. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

Era Hidalgo, al presentarse ante el Cabildo, Alguacil Mayor de la Santa Inquisición. El mismo día referido, 18 de diciembre, se pronunció el Cabildo, certificando que las renunciaciones se han hecho siempre ante escribano, cuando lo ha habido y, en su defecto, ante cualquiera de los Jueces ordinarios, por ante sí y testigos, con los cuales, y la fe de haber sobrevivido, el renunciante, los veinte días que prescribe la ley real, se han presentado los beneficiarios ante el Juez oficial real, haciendo oblación de la mitad del precio que tenía el oficio, cuando es primera renuncia, y cuando es segunda, el tercio, con cuyos instrumentos y certificación de dicho pago, han ocurrido los renunciatarios al gobernador de la Provincia, y se les ha librado el Título, con inserción de los dichos instrumentos, con lo que han entrado a ejercer los oficios.

Agregó el Cabildo que, habían sus integrantes oído decir, comúnmente, en la ciudad, que Rodríguez había renunciado en Hidalgo y, especialmente, que el Alcalde de segundo voto fue llamado, por dicho difunto, a los principios de su enfermedad, y le comunicó quería hacer la renuncia en Alonso Hidalgo, recomendándole que sólo supiesen de ella, “su Merced y dos testigos”, porque había varias personas que pretendían dicho empleo y no quería quedase quejoso alguno, y hecha que fuese la renuncia, se la entregase, para romperla, en caso de sobrevivir, y si muriese, se hallase en su poder, como con efecto el día que murió la mandó pedir y la sacó de su escritorio el Reverendo Padre, fray Ignacio de Borda “Prezidente de su ospedería deesta ciudad, cuñado de dho Difunto, y la entregó, y puso dho Sor en su Registro”.

Además, el Cabildo certificó que “el dho Dn Alonso Idalgo es Persona que ha servido en esta República los empleos tres veces de Alcalde hordinario, y una vez de Justicia Maior in ínterin, con satisfacción de este República, y aún el de Alférez Real en quese portó con todo Lustre, y gasto de su hacienda”, que se han guiado por los usos, por no haber “letrado de profesión”, al extender el certificado. Firmaron: Ignacio de Soto, Juan Benítez de Arriola, Amaro Gómez Sardina y Pedro Bautista de Casajús, o sea, tres del bando de los patricios.

En abril de 1760, López de Luján remitió, a Cevallos, el sumario practicado sobre el asunto del Alférez Real. En su oficio, transcribe un decreto del gobernador José de Herrera y Sotomayor, de fecha 3 de junio de 1690, sobre venta de oficios, en el que se hace referencia a la Real Cédula del 7 de noviembre de 1675, que dispone que todos los oficios vendibles y renunciables, que estuviesen vacos, se arrendasen y beneficiasen en el mejor postor, poniéndose -mientras no tuviesen propietario- en depósito en “personas beneméritas, hábiles, y de buenas costumbres”.

En ese entonces -1690- no había, en Corrientes, nada más que un Alcalde Ordinario; por haber muerto el otro, nombra Regidor Decano por todo el tiempo que no hubiese propietario, con asiento, voz y voto en Cabildo, al capitán Ambrosio de Acosta, vecino encomendero. El testimonio del decreto fue firmado por el Teniente, y, José Bonifacio de Barrenechea y Ziprián de Lagraña, como testigos.

La renuncia de Rodríguez, según se desprendió de todo lo obrado, había sido hecha ante el Alcalde de segundo voto, Sargento Mayor Juan Benítez de Arriola, y los testigos Juan de Almirón y Juan de Amarilla, el 1 de octubre de 1759. A Hidalgo se le califica allí de “vecino y Padre antiguo de esta Repca”.

Este episodio, en el que venció el bando de los Casajús, demuestra la importancia del oficio de Alférez Real y la de su desempeño por un parcial, pues, el que lo poseía, tenía asiento, voz y voto en los Acuerdos.

- López de Luján intenta cambiar el sitio del Fortín saladeño

López de Luján, siempre en el afán peninsular de anular la influencia de los Casajús, proyectó, sin éxito, cambiar el Fortín de Saladas, que estaba contiguo a la capilla, a otro paraje. El pretexto era evitar el espectáculo que ofrecían los soldados y el mujerío pobre que allí vivía, “en grande desorden y deservicio de Dios Nro. Señor”, y de llevarlo, a aquél, más cerca de la “puerta” por donde entraban los indios merodeadores y ladrones. Intentó repetir la maniobra de Patrón y Centellas, en 1748, y que fracasó.

Cevallos, continuamente, solicitaba, del Teniente de Gobernador, le enviase toda noticia que tuviese sobre los ríos y calidad de la tierra, en el Chaco, estando él en su Cuartel General, lo que demuestra su preocupación de gobernante. Una medida de Cevallos, perjudicó al comercio de Corrientes con el Paraguay, pero ella fue necesaria para el equipamiento de su ejército en la frontera con Brasil, y fue la prohibición de vender caballos fuera de la jurisdicción. Para obtener permiso, que se concedía excepcionalmente, era menester pedírselo al gobernador.

A mediados de 1760, se tuvo noticia de la muerte de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza. Pedro de Cevallos ordenó, al Teniente de Gobernador, que los funerales y Misas que se celebrasen, lo fueran, no únicamente en la ciudad, como era la costumbre en esos casos, sino también en los pueblos de la jurisdicción(10).

(10) Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Sección Gobierno, Legajo Corrientes I, Años 1732-1761. // Citado por Raúl de Labougle. “Historia de San Juan de Vera de las Siete Corrientes. (1588-1814)” (1978), Buenos Aires.

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