Conmoción en los pueblos y fracaso del traslado
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Conocidos los alcances del Tratado, en el ámbito de las misiones, el Padre Superior recomendó, a los Curas de los pueblos, no difundir su contenido entre los indios, “pues sabían todos que hablarles de mudanza a otras tierras, aun en las divisiones de pueblos necesarias, siempre había sido la noticia más odiada entre ellos”(1).
(1) Biblioteca Nacional de Río de Janeiro // Manuscritos da Coleçao de Angelis, 1951, 1969, en 7 volúmenes, VII, pp. 39-140. // // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)”. Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto, 2013.
Lo que estaba en juego era el artículo 16 del Tratado, que decía:
“De los pueblos o aldeas que cede su Majestad Católica en la margen oriental del río Uruguay, saldrán los misioneros con los muebles y efectos, llevando consigo a los indios, para poblarlos en otras tierras de España. Y los referidos indios podrán llevar también todos sus bienes, muebles y semovientes y las armas, pólvora y municiones que tengan. En cuya forma, se entregarán los pueblos a la Corona de Portugal con todas sus casas, iglesias y edificios y la propiedad y posesión del terreno”(2).
(2) Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina // CB, II, 12. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)”. Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto, 2013.
Como se desprende de su lectura, se avecinaba, para las misiones, un arduo problema. En ese traslado, estaban directamente involucrados los Curas jesuitas y los 29.052 guaraníes que vivían en esos siete pueblos, y, supervisando la acción, desde distintos niveles, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, ambos comisarios regios -con su séquito de oficiales para la demarcación de los límites- y, además, el Padre Comisario, investido de plenos poderes, sobre los jesuitas de la Provincia.
Una primera etapa, de este traslado, puede ser establecida desde la llegada de los comisarios a Buenos Aires y el incidente de Santa Tecla, un año después, el 26 de febrero de 1753. Todo comenzó cuando, en abril de 1752, el Padre Altamirano intimó al Padre Provincial el inicio de los traslados. Esas órdenes se transmitieron al Padre Superior, Bernardo Nusdorffer.
Este visitó, personalmente, los pueblos afectados, y dispuso las primeras medidas, pidiendo a los curas que, con acuerdo de los Cabildos, se buscaran nuevos sitios para reedificar, en ellos, los pueblos, así como las medidas para ejecutarlo. Según el "Resumen" del Padre Domingo Muriel, se acordó que, los pueblos de San Lorenzo, San Juan y San Nicolás, se reubicaran en territorio paraguayo, en la Isla de Yacyretá, en las Lomas de Pedro González y en un sitio intermedio entre Itapuá y Trinidad, respectivamente.
Otros, como San Miguel y San Borja, irían sobre la costa del río Uruguay: el primero, al sur del río Ibicuy, que era el nuevo límite de Portugal, mientras que, el segundo, lo haría entre el Queguay y el río Negro. A su vez, San Luis buscaría su sitio entre la laguna Iberá y el río Miriñay, en la actual Corrientes. Por su parte, Santo Angel se trasladaría al norte de Corpus, sobre el río Paraná.
Esta gestión demandó exploraciones y consultas, pero, no todos se conformaron con los lugares elegidos; hubo rechazos y algunos cambios aunque, de todos modos, la medida permitió iniciar las mudanzas. Al mismo tiempo, se acordaron cuestiones de orden práctico, como el tiempo oportuno para reunir alimentos, edificar los ranchos, para los primeros alojamientos de los emigrantes, medios de transporte y, sobre todo, preparar el ánimo de los guaraníes, reacios a moverse de sus casas y pueblos.
En aquellas primeras conversaciones, habidas en Buenos Aires, se había debatido el plazo requerido para esos traslados. Incluso, se llegó a estimar que se necesitarían hasta tres años para ello. Pero la intervención del comisario portugués, urgiendo el traslado, conforme a la prórroga de 1751, y que se evitara la demora que supondría esperar la siembra y la cosecha en los siete pueblos, hizo que, de la parte española, se cediera a este argumento y se ordenara el traslado en el plazo de un año.
El comisario Altamirano se hizo responsable y, desde Yapeyú y Santo Tomé, adonde se trasladó entre el 15 de agosto de 1752 y el 12 de marzo de 1753, urgió, al Padre Superior y a los curas, el cumplimiento de esa medida, con órdenes terminantes. Este apresuramiento, además de impedir acopiar alimentos, provocó un malestar entre los indios y el comienzo de los alborotos e insubordinaciones. Ello se inició en San Nicolás y San Miguel, donde se insolentaron con sus curas e, incluso, con el Padre Superior.
De todos modos, en octubre de 1752, se logró calmar la agitación y algunos pueblos se dispusieron al traslado, como San Borja, San Lorenzo y San Luis. Pero, poco después, los de San Luis desistieron, al chocar con los charrúas, que los hostilizaron en su peregrinaje.
En enero de 1753, regresaron los de Santo Angel, mientras que, los de San Juan, pidieron más tiempo para salir. Sólo San Borja se movilizó, mientras que, San Nicolás y San Miguel, se mantuvieron alterados y sin voluntad de trasladarse. Todo ello hizo más difícil la situación e, incluso, comprometió la seguridad de los curas.
Una carta, del Padre Matías Strobel, desde Candelaria, del 2 de marzo de 1753, describe estado de ánimo y los rumores que ya corrían en los pueblos:
“A vista de la obstinada terquedad de los pueblos que deben transmigrar, por no desamparar sus tierras, casas y haciendas, sin que se haya conseguido otro fruto que el irritarlos y hacerles convertir en odio y desprecio suyo la obediencia y amor con que en todos tiempos han mirado a los misioneros, han dado en persuadirse que tienen éstos alianza con los portugueses, a quienes ellos mortalmente aborrecen (...) añaden que el P. Bernardo Nusdorffer ha recibido gruesas sumas de plata para cooperar a la entrega de sus pueblos y que el P. Comisario es un portugués disfrazado con la sotana de la Compañía, que ha venido a manejar la venta”.
Y añade, sobre la agitación reinante entre los guaraníes:
“Estos delirios son creídos de innumerables de ellos como verdades (...) y de tal manera han trocado sus ánimos, que ya ni aman ni respetan ni obedecen a sus curas y demás sujetos que asisten en sus pueblos. Corre peligro también la vida de los Padres; al P. Cura de San Miguel / Diego Palacios / fue preciso sacarle de su pueblo para librarle de su furia y descargaron su cólera contra un indio de los más inmediatos al Padre, a quien quitaron la vida; a otros dos Padres llegaron a ponerle las lanzas a los pechos, acompañando esta insolencia con palabras de sumo desacato. Se habían juntado seiscientos indios armados para ir a matar al P. comisario (...) quien se puso en salvo, retirándose a Yapeyú”(3).
(3) Pablo Pastells y Francisco Mateos, "Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil)", en 8 tomos y 9 volúmenes. Según los documentos del Archivo General de Indias (1912-1949), Sevilla, España, VIII, Primera Parte, p. 71. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.
En medio de estas tensiones, a que se hallaban sometidos los Curas, y de la excitación reinante entre los guaraníes, se produjo la llegada de los comisarios a las nacientes del río Negro, a mediados de enero del 1753, luego de establecer el segundo mojón de la demarcación. Desde allí, siguieron hasta el puesto de Santa Tecla, virtual entrada a tierras de las misiones.
El 26 de febrero de 1753, una avanzada de los indios, impidió la entrada a los Oficiales portugueses que integraban la comisión binacional, provocando un incidente, cuya noticia, aumentada y deformada, complicó aún más la situación existente.
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Después del incidente de Santa Tecla, la situación se hizo cada vez más tensa, tanto en las misiones como en Buenos Aires. Los guaraníes se hallaban alterados, reacios al traslado y dispuestos a la resistencia. Dice Nusdorffer que, “volaban los billetes de un pueblo a otro, convidándose, unos a otros, a hacer causa común, pues eran todos parientes”.
A su vez, sus Curas se sentían sobrepasados, en algunos casos agredidos y vigilados, con la correspondencia confiscada. Alguno de ellos definió su situación diciendo: “Nosotros, ya no gobernamos; ellos gobiernan y nosotros obedecemos”. Por su parte, el Padre Comisario dispuso, en distintos momentos, medidas disuasivas y de compulsión, a ser ejecutadas por los Curas, las que no dieron resultado, al ser rechazadas por los guaraníes.
Personalmente, él no se atrevió a llegar hasta el centro del conflicto, sino que se quedó en la frontera de Santo Tomé o de Yapeyú, sin llegar a comprender, cabalmente, la situación de sus Curas, ni a los indios, obsesionado por el cumplimiento de las reales órdenes, y salvar a la Compañía de la imputación de complicidad con los sublevados.
En Buenos Aires, pese a hallarse distantes del teatro del conflicto, no fueron ajenos a las tensiones y el deslinde de responsabilidades por parte de las autoridades. El Padre Provincial José Barreda hizo, el 2 de junio de 1753, la renuncia formal de los Curatos sublevados y, con ello, transfirió, al gobernador y al obispo, la responsabilidad por el Gobierno y la atención espiritual de los siete pueblos inobedientes.
En carta al rey, le comunicó esa decisión, para, con ello, “desvanecer las calumnias con que los émulos de esta Provincia han querido oscurecerla en materia de obediencia a S. M.”. Con ello, aludía a las intrigas y rumores difundidos, entre otros, por los Oficiales de la demarcación, que habían sugerido una complicidad de los jesuitas con los indios, para obstruir el cumplimiento del Tratado.
El obispo alegó carecer del Clero suficiente para dicho reemplazo. El gobernador, vista la situación, se vio precisado a comunicar, al Padre Superior, Strobel, que, en caso de no obedecer, se declararía, a esos pueblos, como rebeldes y traidores, y se los castigaría con el rigor de las armas. Pidió que, esa orden, se tradujera al guaraní y se leyera en las iglesias.
El efecto logrado fue negativo. Los Cabildos de seis pueblos contestaron, al gobernador, con sendas cartas, fechadas entre el 16 y el 20 de agosto, en las cuales, con una mezcla de ingenuidad y cruda franqueza, descreen que el rey quiera sacarlos de sus pueblos, aduciendo que todo es intriga de sus enemigos. El Cabildo de San Juan escribió:
“¿Hemos de abandonar de balde, por ventura, nuestra grande y hermosa iglesia, que Dios nos dio con el sudor de nuestros cuerpos? ¿Y Dios lo tendrá a bien? Esto no está bien Señor Gobernador. Nuestros Santos Padres nos mandan que nos mudemos, pero, nosotros, haciendo memoria de los que el santo rey nos tiene dicho, no nos queremos mudar. Aun los animales se hallan y aquerencian en la tierra que Dios les dio. Y queriéndolo alguno echar, acometen. ¡Cuánto más nosotros, aunque forzados y contra nuestra voluntad, acometemos”(4).
(4) Francisco Mateos -1949-. "Cartas de Indios Cristianos del Paraguay". Madrid // Missionalia Hispánica, VI, p. 553. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.
Y del pueblo de San Nicolás escriben:
“¿Por qué los portugueses tiene tanta ansia de esta tierra? A Dios Nuestro Señor no la ha puesto en sus manos. A nosotros nos dio este rincón de tierra para nuestra habitación. Esto es lo que hace que no creamos ser esto mandato de nuestro rey. Si el rey supiera el deseo grande que tienen estos portugueses de apartarnos de esta nuestra tierra, el deseo de perdernos, y lo que nos ha afligido y empobrecido, se enojaría mucho y no lo tendría a bien”(5).
(5) Francisco Mateos -1949-, "Cartas de Indios Cristianos del Paraguay". Madrid // Missionalia Hispánica, VI, p. 555. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.
Las cartas, en guaraní, no tuvieron efecto alguno. Sin perjuicio de los preparativos bélicos, se acordó, en Buenos Aires, el envío de una nueva misión a los Padres, para reconocer la situación e intimar medidas. La misma se encomendó al Padre Alonso Fernández, como Visitador, asistido por los Padres, Roque Ballester y Agustín Rodríguez.
Su propósito incluía transmitir la Real Cédula del 16 de febrero de 1753, por la cual se perdonaba, por diez años, el pago del tributo, a los pueblos que se mudaran. Incluía también una carta amenazadora del gobernador y la noticia de la renuncia, a las Doctrinas, hecha por el Padre Provincial. A ello se sumaba una larga serie de órdenes y preceptos del Padre Comisario para los Curas y se advertía que, si al 15 de agosto de 1753, los indios no se mudaban, los Curas debían abandonar los pueblos con lo puesto y sus breviarios.
El Padre Visitador se radicó en Candelaria, desde el 13 de agosto al 13 de diciembre de ese año. Dice Nusdorffer que, con su presencia, se alegraron los misioneros, ya que “juzgando que, con esto, tendrían testigos abonados y a quienes creerían [en Buenos Aires] pues ellos mismos los habían elegido”(6).
(6) Biblioteca Nacional de Río de Janeiro // Manuscritos da Coleçao de Angelis, 1951, 1969, en 7 volúmenes, VII, pp. 208-209. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.
Pero la gestión fracasó, y no sólo por lo impracticable de las medidas, como la de castigar a los insurrectos, sino porque los guaraníes no dejaron pasar los documentos, lo que aumentó la agitación y que, por momentos, pareció contagiar a algunos pueblos del Paraná. Por entonces, a fines de ese año, los rumores que corrían, entre los guaraníes, era que se aprontaban milicias de Corrientes y Santa Fe, para juntarse con las de Buenos Aires, en el Rincón de las Gallinas o Invernada, de Valdés Inclán, al norte de Santo Domingo Soriano, “para hacer la guerra al guaraní y echarlos con armas de los pueblos”.