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Guerra en la vecindad. Conflicto entre España y Portugal en Colonia y Río Grande

- Algunas señales de cambio para las misiones

Resuelta la anulación del Tratado de Límites, la situación en las misiones, Río Grande y el Río de la Plata, volvió a su anterior estado de cosas. Los jesuitas y guaraníes comenzaron el repoblamiento de los siete pueblos orientales, mientras que, los portugueses, retornaron a Río Grande y reforzaron la guarnición de Colonia. Los españoles se mantuvieron alertas, ante una próxima ruptura del statu quo.

Los primeros síntomas, aparecieron en 1761, aunque los motivos del rompimiento fueron ajenos al ámbito rioplatense. España se había mantenido en la neutralidad, con Fernando VI, respecto de los conflictos europeos de entonces pero, luego del advenimiento de Carlos III, a fines de 1759, la situación se fue modificando.

Por una parte, renovó con Francia el Pacto de Familia, el tercero, el 15 de agosto de 1761, gesto que provocó la reacción inglesa y su posterior declaración de guerra, el 4 de enero de 1762. Portugal, unida a Gran Bretaña, abandonó su anterior acercamiento a España y se sumó al conflicto, el 3 de junio de 1762. Como es de imaginar, esta situación de beligerancia se trasladó a otros frentes coloniales y, en particular, al Río de la Plata y Río Grande, en la vecindad de las misiones y sus estancias.

El gobernador Pedro de Cevallos, había advertido la posibilidad de esta ruptura y tomado medidas, como la ocupación de Maldonado y el riguroso control sobre Colonia. Pero, además, tomó en cuenta el restablecimiento de las milicias guaraníes. Ya en marzo de 1761, había dispuesto que, cada uno de los pueblos, reorganizara sus fuerzas y formara Compañías de treinta hombres, con oficiales uniformados y ejercitados. Incluso, dictó un Reglamento, de quince artículos, estableciendo uniforme, bandera, oficiales, instrucción, armamento, lugares de ejercitación, incorporación de indios libres y cuidado de las armas.

En el mes siguiente, recibió la respuesta de los Cabildos de los pueblos del Paraná, diciendo que han formado Compañías de cien hombres y sus oficiales, entre ellos, los del Ejército español, como Antonio Catani, en Candelaria, y Andrés Fernández, en San Ignacio Miní. Los pueblos transmigrados del Uruguay no fueron excluidos, y también respondieron al llamado. Dicen haber organizado sus milicias, pero declaran haber perdido sus armas, o que se las han quitado, durante el conflicto anterior; señalan, además, que aún no han vuelto a sus pagos, porque les falta comida.

También es llamativa la presencia del Padre Tadeo Enis, en Nuestra Señora de Fe, en cuya estancia colocó, a pedido de Cevallos, 400 indios armados, para prevenir ataques de los corsarios del río Paraná. Seguramente, aludía a incursiones periódicas, que realizaban, los indios mocovíes, en esa zona.

Por entonces, el obispo de Asunción realizaba, en 1761, la Visita a los pueblos de su diócesis, entre los que se contaban las trece doctrinas de los jesuitas. La inspección, si bien consideró positivo el trabajo pastoral, puso especial atención en calcular los recursos de los pueblos y, en base a ello, plantear al rey un aumento en la contribución de los diezmos de esas misiones.

En cuanto a la situación internacional, Cevallos pidió, a principios de 1762, el desalojo portugués de las islas de Martín García y Dos Hermanas, y preparó, para ello, una flotilla de río. Alentado, por la aprobación metropolitana, que merecieron sus acciones, y en conocimiento del estado de guerra, embarcó sus fuerzas y las trasladó frente a Colonia, poniendo sitio a la plaza.

El 7 de octubre de 1762, se sumaron, a sus 2.000 hombres, otros 1.200 milicianos guaraníes, que el Padre Segismundo Baur trasladó, desde San Borja, costeando el río Uruguay. Con ese refuerzo, se construyeron las trincheras, se montó la artillería y se logró abrir brecha en las murallas. Los portugueses, aislados, resistieron el bombardeo, esperando refuerzos navales, hasta que, finalmente, debieron capitular. Del Padre Domingo Muriel, se conoce una elogiosa referencia al comportamiento de las milicias guaraníes frente a Colonia:

Los tapés, de las Reducciones, remojaban, con baldes de agua, sus frazadas, y se arrojaban impávidos y gritando, a recoger las bombas para apagarlas, envolviéndolas con las frazadas mojadas. Ellos mismos arreglaron un diario del sitio, escrito en un cuero de vaca y en él, entre otras cosas pueriles y ridículas, dicen que, uno de ellos, que allí se nombra, había apagado un opepón orinando(1).

(1) Domingo Muriel -1918-, “Historia del Paraguay desde 1747 hasta 1767”, Madrid, p. 50. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.

Si bien, no se conoce este diario, consta que, en el sitio de Colonia, de 1703, se redactó, en guaraní, una crónica de esa guerra, texto que tradujo y divulgó el Padre Bartomeu Meliá. La vocación de cronista, parece haberse mantenido viva en estas milicias, así como su valor y resolución frente al enemigo.

Ocupada la plaza y rendidos los portugueses, Cevallos esperó, allí, la llegada de una División naval inglesa, que traía refuerzos, y que, ante la eventualidad, creyó necesario recuperar la Fortaleza. Desde los Fuertes de Colonia, se resistió el bombardeo naval y, el 6 de enero de 1763, los defensores tuvieron la fortuna de incendiar la nave capitana. Este suceso y la muerte de su comandante, John Mac Namara, obligaron, al resto de las naves, a retirarse. Colonia quedó bajo la bandera de España.

Sin perjuicio de estos éxitos en el Río de la Plata, el problema subsistía en la frontera norte. La Capitanía de Río Grande, creada el 13 de agosto de 1760, estaba a cargo del coronel Ignacio Eloy de Madureira, que asumió ese comando en 1761. Sus primeras gestiones se orientaron a la defensa de su territorio, apoyado por refuerzos militares, enviados por el Capitán General de Río de Janeiro, Gómez Freire de Andrada.

Con ellos se fortificaron los Pasos del arroyo Chuy y la Laguna de Merim, con los Fuertes de Santa Teresa y San Miguel. A su vez, en el norte y la costa atlántica, la zona del río Jacuy quedó a cargo del teniente coronel Francisco Barreto Pereira Pinto. Frente a esa fuerza, Cevallos colocó al capitán Antonio Catani, con milicias guaraníes y un contingente de reclutas correntinos, a cargo de su Teniente de Gobernador Bernardo López Luján pero, el 15 de diciembre, los correntinos desertaron, y los portugueses atacaron el campamento, aprovechando la confusión, derrotando a Catani, el 1ro. de enero de 1763.

Ante tal estado de cosas, Cevallos inició una rápida ofensiva. Salió de Colonia, el 19 de marzo de 1763, reunió sus fuerzas en Maldonado y, el 10 de abril, acampó ante los Fuertes portugueses, que cayeron ocho días después. Más tarde, ocupó San Pedro de Río Grande, cabecera de la Capitanía, en la desembocadura de la Laguna de los Patos. Fuerte en esa posición, planeaba seguir su campaña, cuando le llegó la noticia de haberse acordado el cese de hostilidades.

El Tratado de Paz se firmó en París, el 10 de febrero de 1763. Como resultado del mismo y de los descalabros que España había sufrido de los ingleses en La Habana y Filipinas, debió resignar la única victoria alcanzada por sus fuerzas y restituir Colonia, a los portugueses. Este acto se cumplió el 27 de diciembre de ese mismo año.

En cuanto a la frontera de Río Grande, se mantuvieron los límites anteriores a la guerra. El anterior statu quo volvió a prevalecer en la región y no hallará solución hasta muchos años después, en 1777, con el Tratado de San Ildefonso y la nueva intervención de Cevallos, nombrado Virrey del Río de la Plata. Para ese entonces, ya no estaban allí los jesuitas, y las misiones de guaraníes habían sido secularizadas hacía una década.

Poco después, Cevallos concluyó su gestión y, entre otras cosas, informó cómo quedaba la cuestión de límites. Además, el 30 de noviembre de 1765, no vaciló en recomendar, al ministro Arriaga, la labor cumplida por los guaraníes y los jesuitas, suplicando, a V. E., se digne favorecer este expediente, por ser tan piadoso el asunto de mirar por el crédito de los religiosos de la Compañía de Jesús, injustamente vulnerado (...) sólo se pretende un decreto honroso; la Justicia clama y el servicio del rey interesa en que no sean hundidos unos hombres, de cuyo amor y fidelidad, puede el rey estar satisfecho(2).

(2) Pablo Pastells y Francisco Mateos, “Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil)”, en 8 tomos y 9 volúmenes. Según los documentos del Archivo General de Indias (1912-1949), Sevilla, España, VIII, Segunda Parte, p. 1.125. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.

Con el alejamiento de Cevallos, a mediados de 1766, concluyó una etapa de tranquilidad y cierta reivindicación para los jesuitas de la Provincia. Más aún, estos confiaban en que Cevallos, dado su prestigio, alcanzaría algún Ministerio y que, desde allí, podría contribuir a morigerar eventuales medidas contra la Compañía.

Pese a ello, las pocas noticias que llegaban, generalmente atrasadas, evidenciaban que, ni las circunstancias, ni el elenco de los ministros, se mostraba favorable. A los ya conocidos, como Ricardo Wall, se había sumado Manuel de Roda, en Gracia y Justicia, desde 1765, y, al año siguiente, Manuel de Abarca y Bolea, Conde de Aranda, se hizo cargo de la Presidencia del Consejo de Castilla.

Esa impresión desfavorable, se correspondía con los nuevos gobernadores de Buenos Aires y Tucumán, Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa y Juan Manuel Campero, respectivamente; ambos eran tenidos por desafectos a los jesuitas. Otro tanto ocurría con el obispo Manuel Antonio de la Torre, que había sido transferido, desde Asunción a Buenos Aires, y que, hasta entonces, había disimulado su animadversión hacia los jesuitas, mientras Cevallos se mantuvo en el Gobierno.

Pero no eran sólo las personas, sino las medidas tomadas por la monarquía, las que marcaban un desplazamiento del favor real contra las misiones. Desde 1766, se venía gestionando una nueva remesa de jesuitas para la Provincia, a fin de renovar el plantel de misioneros, y cubrir las necesidades crecientes de personal.

Los Padres Procuradores, Juan de Robles y Domingo Muriel, tramitaban la autorización real para un grupo de ochenta sujetos. Si bien la autorización se obtuvo, el envío se vio cuestionado por el Fiscal y el Consejo, que negó la inclusión de parte de los estudiantes y de otros, de modo que la remesa se vio disminuida. Así fue cómo salieron unos veinte, el 11 de enero de 1767, en el navío "San Fernando", mientras que, otro grupo, se postergó. En definitiva, sólo se autorizó la partida de un grupo, con lo cual la remesa se vio disminuida a 26.

Al margen de este regateo, que mostraba una evidente mala voluntad de los asesores del rey, importa considerar el rumbo que, la comunicación de la Real Cédula, del 6 de septiembre de 1766 imponía para las misiones. En los considerandos, se declaraba la necesidad de transferirlas, al Clero secular, y apartar de ellas, a los jesuitas, pues

estos obtienen Curatos con el pretexto de ser neófitos los indios que hay en ellos, no siéndolo en realidad, ni debiendo, estos religiosos, por su instituto, tener Curatos / En consecuencia / he resuelto se vayan poniendo, desde luego, los referidos Curatos, en clérigos seculares, y que esto se ejecute, no de una vez, sino sucesivamente, fijando edictos en esa diócesis, lo que le participo, a fin de que, poniéndose de acuerdo con el gobernador de la Provincia, delibere, como se lo ruego y encargo, el orden con que los religiosos jesuitas han de ser separados de los Curatos que administran en el Obispado(3).

(3) Pablo Pastells y Francisco Mateos, “Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil)”, en 8 tomos y 9 volúmenes. Según los documentos del Archivo General de Indias (1912-1949), Sevilla, España, VIII, Segunda Parte, pp. 1.179-1.180. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.

El despacho, estaba dirigido al obispo de Asunción y, paralelamente, girado a las diócesis de Buenos Aires, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, así como a cada uno de los respectivos gobernadores. Lo que, ya se había propuesto a Cevallos, en 1756, ahora se transformaba en una orden ineludible. Marcaba el fin de la presencia de los jesuitas, entre los guaraníes de las misiones.

Por si faltaba algún dato más, una Real Cédula del 4 de diciembre de 1766, disponía el pago del diezmo por las casas y haciendas de la Provincia, y declaraba, de ningún valor, la anterior transacción de 1750. Todo coincidía, y así lo hacía notar el Padre Procurador, desde Madrid, al Provincial Manuel Vergara, en carta del 7 de diciembre de 1766:

Parece que se intenta, por todos caminos, hallar algún resquicio para dar en tierra con la Compañía, y se sabe, por cosa cierta, que algunos príncipes solicitan, a nuestro rey, haga en sus dominios lo que otros han hecho con los jesuitas en los suyos. Por las cartas de Roma, habrá penetrado V. R. el temor con que allí se vive, de alguna fatalidad, y cómo nuestra Provincia ha sido, y es, el blanco de nuestros émulos, puede hallar en algún descuido su malignidad, apariencias a sus intentos(4).

(4) Bruno Cayetano -1986-, “Historia de la Iglesia en la Argentina”, VI, p. 54, Buenos Aires. // Citado por Ernesto J. A. Maeder. “Misiones del Paraguay (construcción jesuítica de una sociedad cristiano-guaraní. 1610-1768)” (2013), Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, Resistencia. Ed. ConTexto.

No le faltaba razón, al Padre Procurador. Pocos meses después, todo el Reino sería conmovido por la expulsión de la Compañía de Jesús, de España y de sus dominios, en América y Filipinas.

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