Localismos. Oposición de intereses
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Los sentimientos localistas estaban muy arraigados, en esta parte de América. La vida rudimentaria y aislada del siglo XVII, sirvió de caldo de cultivo a una actitud de repliegue, de cada ciudad, sobre sus propias necesidades y sus propios intereses. La situación se repite en el siglo XVIII. En 1739, se reunió una Junta de Delegados de los Cabildos del Tucumán, en Salta, a la que no asistió representación de Córdoba. Se acordaron allí gravámenes, a toda la Provincia, para proveer fondos para combatir a los indios.
Cuando, al año siguiente, se puso en práctica lo resuelto, Córdoba se alzó airada contra la resolución, tomada sin su intervención. La misma lucha contra los indios dio origen, años después, a los levantamientos de las milicias catamarqueñas y riojanas, que se negaban a abandonar sus lares, en lo que juzgaban que era ir a defender intereses ajenos.
No hay que olvidar la actitud correntina, hacia la guerra chaqueña. Cuando se da el caso de combatir a los portugueses, en 1762, y las milicias de Corrientes son divididas en partidas con los indios, los milicianos, disgustados, pidieron ser licenciados y regresar a su región y, ante la negativa, desertaron, lo que derivó, en el curso de los dos años siguientes, en un movimiento comunero que alzó, el lema de, “Viva el rey y muera el mal gobierno”.
Es de notar que, salvo este último episodio, que constituyó un acto de desobediencia al Gobierno de la Provincia, residente en Buenos Aires, todos los otros son ajenos a la participación o influencia de la futura Capital argentina, es decir que, los gérmenes del sentimiento localista no nacen de un enfrentamiento con Buenos Aires, aunque, la posterior situación de ésta, en lo político y económico, contribuya a darles inesperado vuelo.
Pero, el terreno estaba preparado, desde el principio, para este tipo de reacciones. Hay una suerte de trasplante, del espíritu regionalista español, a nuestro mundo colonial, favorecido por las circunstancias geográficas, sociales y económicas. El argentino de entonces, es un hombre independiente, acostumbrado a arreglárselas solo y que mira -ante todo- al ámbito local, donde encuentra satisfechas, la gran mayoría de sus necesidades.
La integración de esas ciudades, y sus habitantes, en unidades mayores, es imperfecta y reciente. Una integración económica básica, se produce sólo a principios del siglo; políticamente, Paraguay, el Río de la Plata, Tucumán y Cuyo, no reconocían vínculo común, más que el lejano y poco tangible de Lima; las Provincias del Alto Perú, no tenían, con las de abajo, más relación que las comerciales, y las que derivaban de la emigración de ciertas familias y, estos lazos de sangre, eran insuficientes, para crear una verdadera conciencia de comunidad.
- Oposición de intereses
En este panorama, se inserta -en el último cuarto del siglo-, la oposición a la creación del Virreinato y la constitución de Buenos Aires, como cabeza de aquél. Superior en población y el centro más activo del comercio marítimo sudatlántico, su elevación, a Capital, debió ser vista, por muchos, como una ruptura de la igualdad, de rango preexistente.
Pero, lo más significativo, no fue éso, sino que, desde la flamante Capital, las autoridades virreinales ejercitaron una política centralizadora, conforme a los intereses reales, y fomentaron una economía basada en el intercambio ultramarino que, a la vez que favoreció los intereses españoles y los de Buenos Aires, perjudicó la incipiente industria de las ciudades del Interior.
Surgió, así, patente, una oposición de intereses, entre Buenos Aires y las ciudades Interiores que, en definitiva, era la oposición de quienes eran importadores, comerciantes y exportadores de materias primas, contra aquellos otros que eran productores de bienes de consumo interno.
Esa oposición, que fue adquiriendo relieve durante el Virreinato, se prolongó a lo largo de toda la historia económica argentina y aún subsiste hoy en el enfrentamiento entre productores e importadores.
A la par de estas oposiciones, se generaban otras, en el plano social e ideológico. Buenos Aires, ciudad-puerto, punto de recepción y paso, dominio de los comerciantes, era una ciudad abierta a las innovaciones, a los cambios, apta para recibir al desconocido, que llegaba de allende el mar, y asimilarlo, en pocos años; su textura social era variada y móvil, el prestigio derivaba del potencial económico, en una medida desconocida en otras partes de la América española.
Los extranjeros abundaban y se incorporaban a los núcleos que poseían y concedían el prestigio social. Los propios comerciantes, eran poseedores de una parte del Poder político, a través del Gobierno Municipal. Así, Buenos Aires presentaba, ante las ciudades del Interior, la fisonomía de una ciudad cosmopolita, menos sensible a los prestigios de la tradición, pueblo de advenedizos, donde, las onzas contaban más que los méritos del linaje de primer poblador; ciudad, en fin, amiga de novedades.
A su vez, estas ciudades mediterráneas, con menor aporte de nuevas oleadas de españoles europeos, donde la condición de Encomendero y, luego, de terrateniente, constituían el primer título de la escala social, donde el relativo aislamiento, en que se desarrollaban, hacían más valiosas las tradiciones, más reservada la gente, más celosos de sus posiciones a los poseedores del prestigio social -aunque conviene no exagerar en este aspecto- eran vistas, desde Buenos Aires, como núcleos cerrados, vanidosos de sus anteriores glorias, tradicionalistas, desconfiado de las novedades y los cambios, y recelosos del extranjero. Estos dos modos, iban a chocar, en las décadas venideras, pues, los grandes cambios del siglo iban a repercutir, de manera distinta, en ellos.
Una excepcional situación era la de Chuquisaca. Ciudad enclavada en una de las regiones del Virreinato donde, la estratificación social, era más marcada, la Universidad iba a constituir, en ella, un centro de irradiación de ideas nuevas, en especial del nuevo espíritu ilustrado. En este sentido, superó a la misma Buenos Aires, muchos de cuyos hijos bebieron, allí, las nuevas ideas, para las cuales, el ambiente social y la actitud mental de su ciudad natal, constituirían el caldo ideal para el desarrollo del cultivo iluminista, primero, liberal luego, importado en parte de Chuquisaca y, en parte, venido de Europa directamente, España incluida.
Córdoba, aunque ciudad universitaria, que recogió las enseñanzas de la escuela jesuítica del siglo XVI, se mostró, notoriamente, menos receptiva a las innovaciones. Eminentemente conservadora, careció de las condiciones para actuar como nexo entre Buenos Aires y el Interior. Por el contrario, en alguna medida, fue el centro aglutinante de la mentalidad contraria a la porteña.
- Mirada del Interior hacia el incipiente "porteñismo"
Más allá de las explicaciones que, los historiadores, pretendan dar a este fenómeno, identificado como "porteñismo", es necesario investigar -hasta dónde sea posible- la causa íntima de ese “porteñismo”, tan contrario, en apariencia, a la lógica y al sentimiento de igualdad y de modestia aldeana, que debía ser, más bien, la característica de una ciudad como Buenos Aires que, aunque virreinal, no tenía ni la organización social, altamente jerarquizada, ni la suntuosidad de las otras de su categoría política, en los dominios del rey de Castilla, y, además, era de origen tan humilde.
Buenos Aires, ciudad-capital del Virreinato, no era como Lima o México, la ciudad madre, de donde salieran corrientes fundadoras, de las otras de su jurisdicción. En esta función, la habían antecedido Asunción -que la precedió en rango político- y Santa Fe, sin contar las de origen chileno y peruano.
Tampoco fue poblada por gente de calidad; nunca tuvo aristocracia auténtica, madre de los orgullos indomables y tercos, como la tuvieron Lima y México; la poca que hubo, y fue sin influencia en los acontecimientos políticos, era la descendiente de algunos segundones, venidos como funcionarios, o la proveniente de los Oficiales de las tropas peninsulares.
La clase superior, en que se reclutaba el Cabildo, era formada por comerciantes enriquecidos, de muy humilde origen, y, muchos de los orgullosos apellidos de ortografía exótica, provenían de desertores de los barcos -mitad contrabandistas, mitad piratas- que ayudaban a la exportación clandestina de los frutos del país, marineros del inframundo de los puertos del Atlántico o del Mediterráneo.
Tampoco era una ciudad cultural; la aventajaban, no sólo Chuquisaca, sino también Córdoba. Todo lo que, sus historiadores dicen, de sus Colegios más o menos carolinos, no bastan a desmentir los hechos. No hablamos de los estudios universitarios, sino de los menores; el virrey Santiago de Liniers, mandó sus hijos a las escuelas cordobesas.
Pero, Buenos Aires, Capital del Virreinato, ciudad de Audiencia, tendrá formada -a la fecha de 1810- una clase funcionaril numerosa y gente de toga, en cantidad, y, tenía -sobre todo- una burguesía muy rica. Era dueña del único puerto de ultramar y, todos los frutos del país, iban a morir a manos de sus “acopiadores”.
Estos tres factores -verdaderos poderes de dominación- injertados en una franca incultura, tenían que producir un gran sentimiento, de vanidoso orgullo, al compararse con los habitantes de los otros “pueblos”, tan ígnaros como ellos, pero mucho más pobres y, por tal, modestos.
Casi no se encuentran historiadores preguntarse por qué no existió, en otros países, de fatalidad geográfica regional como el nuestro -los Estados Unidos de Norteamérica por ejemplo- la ciudad de orgullo perturbador, como fue Buenos Aires, que, durante medio siglo impidió la organización constitucional del país argentino. Valía, sin embargo, la pena de hacerlo.
Allí, los Estados, que eran iguales en derechos, al proclamarse independientes, se “sentían” iguales, también en otros aspectos de la vida colectiva. Por eso, ninguno pretendió una primacía especial, ninguna primogenitura; por eso, pudieron hacer, en paz y con toda sensatez, primero, su confederación, y, después, su federación.
Virginia, Maryland, Georgia, Pennsilvania, etc., tenían salida para sus productos por varios puertos independientes. Comerciaban por Boston, Nueva York, Filadelfia, Baltimore, etc., sin contar los puertos menores. En todas partes, se formaron burguesías ricas, que no dependían, sino muy correlativamente, unas de otras.
La igualdad, sobre todo en el aspecto económico, es propicia a la fraternidad; aquí, Buenos Aires, puerto único, no podía ser fraternal, porque era la sola rica y, porque era rica, era vanidosa y poseída de un sentimiento despectivo para con sus parientes pobres: los otros pueblos del Virreinato. De eso nacerá el porteñismo.