Inglaterra: la transformación del régimen
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¿Qué sucede en Inglaterra? Los revolucionarios franceses la miran con simpatía. ¿Acaso no había inspirado a predecesores como Montesquieu? Creían que sus ideas revolucionarias serían fácilmente compartidas por quienes, a su modo y con su especial talante, habían hecho su gran revolución un siglo antes. ¿Error de perspectiva?
Inglaterra vivía, en verdad, un movimiento reformador. La atmósfera de Londres estaba cargada de doctrinas radicales. El voto de todos los electores, su elegibilidad universal, la frecuencia con que debían ser convocados, la apertura de los registros, eran principios consagrados en Westminster hacia la Primavera de 1780.
Las clases medias tenían sus reformadores y activistas, protegidos por algunos miembros de la aristocracia. Pero así como los revolucionarios norteamericanos fueron estimulados en su rebeldía por obstáculos metropolitanos, para los reformadores ingleses había una barrera impasable: el Parlamento.
Se alegraban por la caída de la monarquía fuerte de Europa, la francesa. Se emocionaban con la Declaración de 1789. Fueron fascinados por los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los hombres y los partidos de oposición recibieron un impulso nuevo.
Un vasto movimiento de sociedades amigas de la revolución se desarrolla en muchas villas y ciudades de Inglaterra. Se preparan para festejar como una fiesta de la libertad política la revolución inglesa de 1688 que pronto cumpliría un siglo. Sociedades de “amigos del pueblo” se fundan por doquier, especialmente en los distritos industriales del Norte se difunde la idea de reclamar para el pueblo más representación en el Parlamento.
- Burke y la contrarrevolución
Empero, lo que la mayoría de los ingleses está dispuesta a sentir y creer termina por ser expresado en una crítica exitosa y hábil en la teoría contrarrevolucionaria de Edmund Burke a través de sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”.
Porque para Burke, como para muchos ingleses, la política no debe traducirse en dogmas ni en creencias. Vale la tradición, que apuntala las instituciones inglesas, sólidas y necesarias. Si la revolución francesa proclama una ruptura total con el pasado, ¿cómo apoyarla sin crítica? Aplaude y rezonga. Y termina por redactar la filosofía del orden.
Señala que detrás de la voluntad popular hay una voluntad soberana. Apologista de la religión de Estado, defensor de la tradición, de la propiedad y sobre todo del pragmatismo político, teórico de la contrarrevolución, como el teócrata Maistre o el sistemático Bonald, su pensamiento tendrá el éxito que prometía la opinión pública inglesa, reservada y prevenida(1).
(1) Félix Ponteil. “La pensée politíque depuis Montesquieu” (1960), París. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos”.
- De los reaccionarios al nacionalismo
En Alemania, la repercusión de las tesis del liberalismo revolucionario también advierte sobre las generalizaciones excesivas. Cierto es que en los medios intelectuales los principios franceses de la revolución entusiasman, pero ocurre que en Alemania no hay por entonces unidad nacional, ni espíritu revolucionario, ni centros políticos, donde las nuevas corrientes arraiguen.
La Alemania de entonces es la de Kant, quien aceptará la revolución sin sus desbordes -buen ejercicio intelectual, si se quiere- y en sus escritos de 1790 a 1795 testimoniará su adhesión a los principios de la igualdad, la fraternidad, la libertad mientras Fichte representará, años más tarde, el paso del individualismo a la liberación nacional como condición para la fraternidad universal.
Paladín del nacionalismo desde sus “Discursos a la Nación Alemana”, Fichte revela, como todos, las resonancias diversas de las tesis del liberalismo revolucionario y las imágenes públicas y no siempre convergentes, de la revolución encarnada en Francia.