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La acción virreinal hasta Sobremonte

No es una casualidad que, con excepción de Nicolás del Campo, el Marqués de Loreto, y del interino, Antonio Olaguer y Feliú, todos los Virreyes que sucedieron a Pedro de Cevallos, tenían experiencia política en América: Juan José de Vértiz y Salcedo, en Buenos Aires; Pedro Melo de Portugal y Villena, en Paraguay; Gabriel de Aviles y del Fierro y Joaquín del Pino, en Chile; Nicolás de Arredondo, en Charcas; Rafael de Sobremonte, en Córdoba(1).

(1) Material extraido de la obra de Carlos Floria y César A. García Belsunce, “Historia de los Argentinos”. Ediciones Larousse Argentina, Buenos Aires, 1993.

Tampoco es casual que, todos ellos, fuesen militares. La combinación de estos dos caracteres, subraya las necesidades del nuevo Virreinato, en el orden interno e internacional, y representa la unificación, en una persona, del Poder civil y del militar. Es, precisamente, con Sobremonte, que se va a romper esta unidad, cuando las circunstancias políticas de su Gobierno, lo lleven a perder el “imperio” (Poder militar) quedando limitado al Poder civil o potestas y, éste, aún, con limitaciones.

En conjunto, los Virreyes fueron gobernantes eficaces, que hicieron mucho por el progreso del Virreinato y de su ciudad Capital, méritos oscurecidos, en parte, por el brillo de la gestión de uno de ellos (Vértiz y Salcedo) y, en gran medida, por el colapso de la Institución y de todo el régimen colonial, que se produce a partir de Sobremonte.

Entre las preocupaciones constantes de los Virreyes, tiene, un lugar primordial, el problema de la frontera interior. Vértiz y Salcedo trazó, en el sur, una línea fronteriza, que perduró hasta la Independencia y, en el norte, procuró asegurar la frontera chaqueña. También emprendió una labor colonizadora de la costa patagónica, que fracasaría, dadas las enormes dificultades para abastecer a los pobladores.

Al Marqués de Loreto corresponde, el mérito, de haber iniciado una política pacificadora con los indios, basada en la coexistencia y en el intercambio comercial, política continuada por Arredondo, y que significa, en su trasfondo, un cambio profundo en el enfoque del problema indígena y evangelizador.

Tanto Arredondo, como sus sucesores, procuraron mantener los establecimientos patagónicos, no por razones de expansión colonizadora, sino en función de las necesidades de la política internacional.

- Acción económica

Los problemas económicos, de una sociedad en franca expansión, constituyeron una base sobre la cual se desarrolló buena parte de la tarea de Gobierno. Por esos años, se creó el Consulado y, los Virreyes, procuraron la agremiación de comerciantes y artesanos, pero sin lograr demasiado éxito en esto, pues -ya por entonces- comenzaban a abrirse paso las teorías contrarias a la agremiación, en la que se veía un peligro, para la libertad de trabajo.

La producción agrícola-ganadera, fue fomentada, alejando, Vértiz y Salcedo, los establecimientos ganaderos de los alrededores de Buenos Aires, con excepción de los tambos; Loreto, exigió la marcación de la hacienda y los cueros y fomentó la exportación de trigo. Durante estos dos Gobiernos, se estableció, definitivamente, la industria de la salazón de cueros. Arredondo protegió a los ganaderos, contra los comerciantes, que se oponían a la exportación de cueros; Melo y Portugal, dispuso que se formara un depósito de trigo, para remediar las dificultades del abasto, en épocas de escasez de granos; Del Pino, prestó mucha atención a la minería. En suma, fue un período de progreso económico.

- Acción administrativa

En el orden administrativo, se empeñaron en la moralización de la Administración, especialmente, Del Campo, Avilés y del Fierro y Del Pino. También, desde la época de Vértiz y Salcedo, se persiguió a los vagos, pordioseros, bandidos y tahúres. Una labor especial, realizaron los Virreyes en Buenos Aires, a la que procuraron dar el nivel de Capital, que le correspondía. Vértiz y Salcedo creó la Casa de Corrección de Mujeres y la Casa de Expósitos, alumbró las calles, las hizo rellenar, creó el Teatro y dictó múltiples reglamentos sobre la higiene urbana.

El Marqués de Loreto continuó su obra, nivelando las calles y empedrando la barranca de acceso al río, primera calle pavimentada de la ciudad. Arredondo, comenzó el empedrado de la Plaza Mayor y de la actual calle Rivadavia, y trazó el camino largo de Barracas, tareas que continuó Melo y Portugal, pero, el gran impulsor del empedrado porteño, fue el Marqués de Avilés.

- Acción cultural

En materia cultural, correspondió, a Vértiz y Salcedo, además del Teatro, reorganizar los estudios superiores en Buenos Aires, con la apertura del Real Convictorio Carolino, procurar en vano la creación de una Universidad y establecer la primera imprenta de Buenos Aires, con la que había quedado en Córdoba, y pertenecido a los jesuitas expulsos.

En la época de Melo y Portugal, se mejora la residencia del Virrey, introduciéndose el culto del buen moblaje y fomentándose -desde la casa virreinal- las reuniones sociales. Durante el Gobierno del Marqués de Avilés, aparece el primer periódico: “El Telégrafo Mercantil...”, se inaugura la Escuela de Náutica y se instala el Tribunal del Protomedicato, encargado de custodiar el correcto ejercicio de la medicina.

Los impulsos ilustrados, continúan con el virrey Del Pino, señalándose -durante este período- la actividad de varios científicos, llegados de Europa.

- Túpac Amaru

También hubo de afrontarse, en este período -además de la amenaza portuguesa e inglesa que absorbió, prácticamente, todas las preocupaciones de Olaguer y Feliú- el temor a las perturbaciones interiores. La sublevación de Túpac Amaru, iniciada en noviembre de 1780, llenó de inquietud a Vértiz y Salcedo y a su colega del Perú. Movimiento de reivindicación indigenista, ante todo, triunfó, en el primer momento, entre torrentes de sangre, pero, la falta de medios adecuados, así como la indisciplina de los sublevados, permitieron, a los españoles, reunir las fuerzas del Perú y del Río de la Plata, derrotar a los indios, capturar y ejecutar al jefe indígena.

La ejecución, no puso fin al movimiento, aunque le restó su mayor vigor, y la represión duró todo el año 1781. Aún, años después, hubo secuelas, de menor envergadura, que mantuvieron inquietas a las autoridades. No se puede dar, a este movimiento, un carácter precursor, respecto del movimiento emancipador, por sus características, esencialmente indígenas. El Virreinato, desconoció, en sus primeros años, movimientos políticos criollos, del tipo de los ocurridos a principios del siglo, como la revolución de los comuneros de Antequera, en el Paraguay -el año 1728- y la posterior, menos importante y menos doctrinaria, de los comuneros de Corrientes, durante las guerras guaraníticas.

Los comuneros paraguayos, comandados por José de Antequera, formularon, por primera vez, en América, una teoría -que pretendió ser práctica- del Gobierno propio y democrático, según la vieja tradición castellana. Pero, este movimiento, pese a su valor de antecedente, pertenece a otro clima de opinión, que los que se produjeron casi tres generaciones después, al comenzar el siglo XIX.

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