ANTES DE LA HISTORIA
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¿Cuándo comienza la Historia? Es tentador responder: “En el principio”; pero, como muchas respuestas obvias, ésta pronto resulta inútil. La historia quizás sea la única materia en la que no se puede comenzar por el principio.
Podemos seguir, la cadena del origen del género humano, hasta la aparición de los vertebrados o, incluso, hasta las células fotosintéticas y otras estructuras elementales que se hallan en el comienzo de la vida. Podemos remontarnos más atrás aún, hasta las convulsiones, casi inimaginables, que formaron este planeta e, incluso, a los orígenes del universo. Pero eso no es “historia”.
El sentido común acude en nuestra ayuda: la historia es la historia de la Humanidad, de lo que ha hecho, sufrido o disfrutado. Todos sabemos que los perros y los gatos no tienen historia, mientras que el ser humano sí la tiene. Incluso, cuando los historiadores escriben acerca de un proceso natural, que escapa al control humano -como las oscilaciones del clima o la propagación de una enfermedad- lo hacen, únicamente, porque nos ayuda a entender por qué la gente ha vivido (y muerto) de una determinada manera y no de otra.
Esto sugiere que, lo único que hemos de hacer, es identificar el momento en que los primeros seres humanos salieron de las sombras del pasado remoto. Pero no es tan sencillo. En primer lugar, debemos saber qué buscamos, aunque la mayoría de los intentos de definir la Humanidad sobre la base de las características observables, acaban por resultar arbitrarios y constreñidores, como han demostrado las largas polémicas acerca de los “hombres monos” y los “eslabones perdidos”.
Las pruebas fisiológicas nos ayudan a clasificar los datos, pero no determinan qué es o qué no es humano. Se trata de una cuestión de definición, sobre la cual, el desacuerdo, es posible. Algunos han señalado que, la excepcionalidad humana, reside en el lenguaje, pero otros primates poseen órganos vocales semejantes a los nuestros; cuando con ellos se emiten ruidos que son señales, ¿en qué momento se convierten en lenguaje?
Otra definición famosa es la que dice que el hombre es un fabricante de útiles, pero la observación ha suscitado dudas acerca de nuestra excepcionalidad, también en este aspecto. Lo que es excepcional -de modo cierto y palpable- en la especie humana, no es la posesión de ciertas facultades o características físicas, sino lo que ha hecho con ellas. Eso, por supuesto, conforma su historia. La singularidad del género humano proviene de su nivel extraordinariamente intenso de actividad y creatividad, su capacidad acumulativa para generar el cambio.
Todos los animales tienen formas de vida, algunas lo bastante complejas como para llamarlas “culturas”. Sólo la cultura humana es progresiva; ha sido construida, de modo cada vez más notorio, mediante la elección y la selección conscientes dentro de ella -además de mediante los accidentes y la presión natural- por la acumulación de un capital de experiencia y conocimientos que el ser humano ha aprovechado.
Sin embargo, no podemos quedarnos aquí. ¿Y la interioridad del hombre? Si nos detenemos en la explicación que antecede, quedará en nuestras mentes la comprensión de un origen inmerso en una concepción materialista de la historia, que viene de cosmogonías que fueron avanzando, a paso firme, desde la denominada Europa Ilustrada, de la mano de filósofos y naturalistas de Francia, Alemania e Inglaterra, que retomaron y desarrollaron ideas transformistas de los antiguos griegos.
El hombre es la medida de todas las cosas en la antigua Grecia (con aporte filosófico propio y proveniente de la India) y lo es actualmente, en el mundo moderno, concepción a la que se contrapone otra gran fuerza del pensamiento humano: la judeo-cristiana, para la cual Dios es el centro de la creación.
Por eso, la primera ignora la interioridad del hombre, mientras que la segunda señala que la historia nace cuando el hombre descubre que no es otra cosa que la evolución que llega a ser, consciente de sí misma.
El judeo-cristianismo integra algunos postulados del evolucionismo, pero lo extiende a la realidad espiritual; refuta, no obstante, la interpretación materialista y mecanicista del universo creado. El universo es una evolución, evolución que va hacia el Espíritu y, el Espíritu, se realiza en algo personal, siendo lo personal supremo, lo que los profetas israelitas denominaron Mesías, el Cristo universal. De esta manera, la materia originaria contiene, ya en sí, la “conciencia” como elemento organizativo, por el que la evolución se configura como un proceso, no puramente mecanicista, sino teológico.
La historia humana comenzó cuando la herencia de la genética y del comportamiento -que hasta entonces había proporcionado la única manera de dominar el entorno- fue rota, por primera vez, por la elección consciente. Obviamente, el ser humano sólo ha sido capaz de construir su historia dentro de unos límites. Estos límites son hoy ciertamente amplios, pero hubo un tiempo en el que eran tan exiguos, que resulta imposible identificar el primer paso que sustrajo, la evolución humana, de la determinación de la naturaleza, en un estado de autoconciencia.
Para describir un largo período de tiempo, únicamente contamos con un relato borroso, confuso, por el carácter fragmentario de las pruebas, y porque no podemos saber, a ciencia cierta, qué buscamos exactamente. Y decimos carácter fragmentario, porque las herramientas, con que cuenta actualmente el hombre para su estudio, son muy limitadas. Justamente, lo que diferenció, estos últimos 300 años de investigación, fue que el estudioso imitó al griego, en cuanto al juego de ideas, agregándole algo que aquéllos no practicaban: la experimentación.
Esta herramienta, observación-experimentación, fue muy útil para la ciencia en general, pero imposible aplicarla en la Geología o la Antropología, por el objeto de estudio. Nunca, por ejemplo, se ha observado la evolución de una especie. Puedo aceptar variaciones dentro de un mismo género, pero no puedo probar saltos de un género a otro. ¿Cómo explico que una cebra se transforma en jirafa? Es por eso que, parte de la explicación actual de la ciencia en este terreno, parece más una estructura mental que realidad objetiva, vallado al que debemos agregar las condiciones de datación.
Está claro que la larga duración de la historia, su arraigo en la prehistoria, la desigual importancia -cualitativa y cuantitativa- de la documentación, escrita en el correr de tres milenios de su existencia, no pueden otorgar -a cada momento- la misma precisión. Incluso, en la Antigüedad, la preocupación por la medición del tiempo no se desarrolló, sino progresivamente; la diversidad de situaciones, así como las dificultades que encuentra el historiador, aparecen con la evolución de la forma de fechar, sin dejar de lado las probadas inexactitudes de lecturas de datación por radiocarbono que llevó a grandes equívocos.
Teniendo en cuenta el contexto filosófico actual y los problemas de datación y, dejando alertado al lector sobre estos conceptos, pasaremos a relatar lo que fue la vivencia del hombre desde la Prehistoria a la Edad Antigua.