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Exilio en Río de Janeiro y Montevideo

 Al desembarcar en Río de Janeiro -tras su derrocamiento como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata- Carlos María de Alvear se enteró de la próxima llegada a esa ciudad del general Gaspar de Vigodet, el antiguo jefe español de Montevideo(1).

(1) Vigodet había sido encargado de escoltar a las infantas de la Casa de Braganza a Madrid para su matrimonio con Fernando VII y su hermano Carlos.

Este seguía resentido por la manera en que Alvear lo había obligado a rendir la plaza de Montevideo. Durante su estadía de casi un año en Río de Janeiro intentó apoderarse de su antiguo subordinado(2).

(2) Según relataría Alvear años más tarde, también atentaron contra su vida algunos de los españoles emigrados “cuya rabia pudieron contener mis precauciones, el respeto del Gobierno y la opinión de mi valor personal”.

Alvear encontró un aliado inesperado en el encargado de negocios español en la Corte portuguesa, Andrés Villalba, quien prometió protegerlo contra estas agresiones si pedía clemencia al monarca español(3).

(3) Villalba se disputaba con la princesa Carlota Joaquina la conducción de cualquier negociación con los insurgentes de Buenos Aires y las gestiones para reinstaurar el dominio español en el Río de la Plata. Carlota era partidaria de una política dura e inflexible. Inmediatamente le informó a su hermano de la llegada del líder depuesto y de la actitud tomada por su representante en Río: “Llegó aquí fugitivo de sus rivales el insurgente de Buenos Aires Alvear ... y tiene el encargado de la legación española la audacia de admitirlo en su casa no sólo por visita de política sino a varias sesiones reservadas a puertas cerradas. Este hecho, para todos escandaloso, bien digno es de tu atención...”.

La situación de Alvear era delicada; lo sabía perfectamente y así se lo manifestó a San Martín meses después:

“Mucho he tenido que sufrir con Vigodet que se halla aquí. Ha hecho las más fuertes instancias para que mi persona le fuese entregada y mandarme a España a concluir mis días en un cadalso”.

Por recomendación de García, Alvear entregó a Villalba un detalle de las fuerzas militares, su armamento y grado de instrucción, confirmando la información que Villalba poseía. También incitaba al Gobierno español a contactar a los realistas de Córdoba y Buenos Aires.

Semanas más tarde, para obtener la protección de Villalba contra Vigodet, le presentó también una larga Representación en la cual explicaba su conducta desde su llegada a Buenos Aires en 1812, afirmando haber actuado siempre a favor de los intereses de la Corona española, aclarando que en muchas ocasiones había tenido que obrar “en sentido contrario a este objeto”, y solicitaba el perdón del rey.

Le decía que se había elevado al Gobierno para volver al país a la dominación española y

“poner término a esta maldita revolución ... Porque mi decidido conato ha sido volver estos países a la dominación de un Soberano que solamente puede hacerlos felices...”.

También sobre este documento existen distintas opiniones, aunque es habitualmente interpretado como una nueva traición a la patria. En este caso, los defensores de Alvear se han dividido entre quienes consideraron el documento apócrifo y quienes sostuvieron que se trataba de un manifiesto fingido(4).

(4) En su defensa, publicada en 1819, Alvear ponía como pruebas del supuesto carácter apócrifo del documento las imprecisiones y errores del manifiesto sobre su vida y sobre la situación política de Buenos Aires. Pero si se aceptara esta tesis -de que no podría haber incluido inexactitudes en sus cartas- habría que considerar completamente sinceras sus manifestaciones a Strangford y Castlereagh. Por eso sus defensores declaran que éstas eran deliberadas y estaban orientadas a confundir al enemigo. La ingenuidad de Villalba habría llevado a éste a aceptarlo y producir el efecto esperado, mientras cualquier otro funcionario la hubiera rechazado como una tomada de pelo. Lo más probable es que, si Alvear quiso quedar bien con el rey y sus funcionarios, es natural que falseara algunos hechos y alterara el orden en que se produjeron para esconder las razones que lo habían llevado de regreso a Buenos Aires.

La “representación” provocó la furia de Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, esposa del príncipe regente de Portugal y defensora acérrima de los derechos de su hermano en el Río de la Plata.

En una carta que le escribió meses más tarde, se quejó nuevamente de la conducta de su representante en Río de Janeiro, a quien consideraba demasiado crédulo y falto de experiencia:

“Quiero prevenirte ahora que tu encargado Villalba ha remitido al Ministerio de Estado representaciones de Carlos Alvear, de Nicolás Herrera, de Manuel García y otros. Todos ellos son tus enemigos, todos conspiran contra tus dominios en estas regiones y todos son criminales”.

Al año siguiente Villalba fue reemplazado por el conde de Casa Flórez quien intentó convencer a Alvear de unirse a la causa de Fernando VII. Al no conseguir este objetivo, le hizo llegar el fingido Memorial de Alvear a Juan Martín de Pueyrredón, quien lo hizo publicar en 1818 en “La Gazeta de Buenos Ayres”.

En 1817 se produjo la invasión luso-brasileña a la Provincia Oriental que tomó la Ciudad de Montevideo. El pueblo oriental -dirigido por Artigas- logró mantener a los invasores limitados al control de la ciudad.

Alvear se instaló en la ciudad ocupada de Montevideo en Mayo de 1818, luego de casi tres años de exilio en Río de Janeiro. Pobre y cargado de familia, Alvear, de Río de Janeiro se dirigió a Montevideo cuando creyó que la situación personal suya había mejorado algo. El 1 de Agosto de 1819 escribió unas “Observaciones sobre la defensa de la provincia de Buenos Aires, amenazada por una invasión española al mando de Morillo”.

Desgraciadamente para él, en Montevideo Alvear se encontró con José Miguel Carrera y con el general Miguel Brayer. Con el primero se alió para incorporarse a Estanislao López y Francisco Ramírez, cuando éstos se lanzaron sobre la provincia de Buenos Aires.

A fines de 1819, Alvear se alió al general chileno José Miguel Carrera -enemigo jurado de José de San Martín y Bernardo O’Higgins- y otros opositores a los grupos que gobernaban en Buenos Aires y Santiago.

Ambos hombres -Alvear y Carrera- se unieron a las fuerzas milicianas dirigidas por el santafesino Estanislao López y el entrerriano Francisco Ramírez, a pesar de que ambos eran seguidores de José Artigas.

A Alvear seguíanlo una cantidad de jefes y oficiales de su partido con los cuales tomó parte en la batalla de Cepeda -el 1 de Febrero de 1820- junto a Ramírez y López, en la que fue vencido el Director Supremo José Rondeau -que había reemplazado a Pueyrredón en el cargo-. Esta batalla significó la caída del Directorio y la disolución del Congreso, cesando todas las autoridades de Buenos Aires.

López y Ramírez se aproximaron a Buenos Aires acompañados por Alvear y Carrera. En la noche del 25 de Marzo de 1820, Alvear se dio cita en la Plaza del Retiro con los 43 jefes y oficiales que le eran adictos y a las 22:00 se presentaba en el Cuartel de los Aguerridos, allí situado, estando ausente en aquellos momentos el jefe, que era el coronel Rolón.

El segundo de éste, comandante Anacleto Martínez, sorprendido, se puso a las órdenes de Alvear con su tropa. Alvear permaneció en esa situación todo el día 26 pero, en la mañana del 27, considerándose perdido, emprendió la retirada, pretendiendo llevarse los Aguerridos, los cuales no quisieron seguirle.

Apoyó su escapada -en aquella emergencia- la división chilena de Carrera, que coronó las barrancas del Retiro y se opuso entre Alvear y sus perseguidores.

La idea de Carrera y Alvear era unirse para ocupar cada uno el mando supremo en sus respectivos países pero, Manuel de Sarratea, que también era protegido de López y Ramírez, se les adelantó y se hizo nombrar gobernador de la provincia Buenos Aires.

Sarratea había regresado al Río de la Plata a mediados de 1816 y fue ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del Directorio, a cargo de Juan Martín de Pueyrredón. Renunció por motivos de salud y, enseguida, entró en contacto con la oposición federal porteña, terminando desterrado en Montevideo por orden del mismo Director.

Después de la batalla de Cepeda se unió al ejército dirigido por Estanislao López y Francisco Ramírez y éstos lo enviaron como representante de ambos ante el Cabildo de Buenos Aires, al que convenció de nombrarlo gobernador.

Sarratea asumió el 16 de Febrero de 1820. Enseguida firmó con López y Ramírez el Tratado del Pilar, por el que la provincia de Buenos Aires se reconocía como igual a las demás Provincias Unidas.

Entre las cláusulas secretas del Tratado, el flamante gobernador se comprometió a entregar un importante armamento a los caudillos vencedores. Cuando los militares se enteraron de que se las estaba entregando, se levantaron en su contra y lo depusieron el 6 de Marzo de 1820, nombrando en su lugar al general Juan Ramón Balcarce(5) quien lideró la revuelta junto con Miguel Estanislao Soler. Este movimiento demostró que a pesar de la derrota sufrida en Cepeda, el partido “directorial” no estaba totalmente desarticulado. En tanto, Sarratea, quien se refugió en el campamento federal.

(5) Balcarce había comandado la infantería y la artillería en la batalla de Cepeda y, tras la derrota, había logrado retirarse con sus fuerzas prácticamente intactas hasta Buenos Aires.

Balcarce se sostuvo en el poder menos de una semana, porque Ramírez amenazó con atacar la ciudad si no se cumplía con toda la entrega de armamento acordada. En medio de la confusión y el desorden, el catalizador fue Alvear cuando algunos de sus partidarios lo convencieron de desembarcar en Buenos Aires para sacar partido de la situación, pero su intervención debilitó al Gobierno de Balcarce sin beneficiarlo a él: Sarratea -sostenido nuevamente por Ramírez y Carrera- volvió a ocupar el sillón de gobernador.

Para deshacerse de la amenaza que presentaba Soler al frente del ejército, Sarratea llamó a Alvear, quien se encontraba en la goleta “Brac”. Creyendo que finalmente había llegado su hora, en la noche del 25 de Marzo de 1820, éste desembarcó subrepticiamente para liderar un complot contra Soler, quien fue puesto en prisión.

Esta asonada de Alvear tampoco tuvo éxito, esta vez por la falta de apoyo del Cabildo porteño dominado por los mismos personajes que habían contribuido a su derrocamiento en Abril de 1815.

Ante esta resistencia, Sarratea decidió no sólo abandonarlo a su propia suerte, sino exigirle que se marchara inmediatamente de la capital, además de liberar a Soler de prisión.

Alvear desistió de sus planes y, al frente de un grupo de oficiales y soldados adictos marchó hacia las afueras de la ciudad en donde se reunió con Carrera y sus tropas(6).

(6) Sarratea, ahora aliado con el Cabildo, lo acusó de ser el “miserable Catilina de nuestros tiempos” y lo declaró “fuera de las leyes” y “reo de alta traición”. Según el coronel Iriarte, el gobernador había decididamente vuelto la espalda a sus amigos; esto es, a los que lo elevaron en la silla del poder.

Con su cabeza bajo precio, Alvear se refugió en el campamento de Francisco Ramírez, perseguido por su pariente, el general Domingo French, quien exigió a Ramírez la entrega “del traidor, don Carlos de Alvear”; pero el entrerriano se negó a entregarlo, aduciendo que estaba bajo su protección.

Sarratea había asumido su Gobierno nuevamente el 11 de Marzo de 1820 y le cedió también a Ramírez algunas unidades militares, al mando del coronel Lucio Norberto Mansilla, pero no logrará contener el permanente estado de anarquía en que se debatía la provincia ni volver a la obediencia a los militares.

Después de que Ramírez se retiró hacia Entre Ríos -a fines de Abril de 1820, a combatir contra Artigas- López decidió reemplazarlo por Alvear y marchó con sus fuerzas a San Antonio de Areco, en donde se le unió Carrera con su “Ejército Restaurador” y Alvear al mando de un grupo de cincuenta oficiales leales a su causa conocidos como los proscriptos(7).

(7) Este grupo incluía a Juan Zufriátegui, Antonio F. Díaz, Manuel Oribe, Tomás de Iriarte, Martiniano Chilavert, Carlos Forest, Gregorio Perdriel y otros. Más tarde, Alvear los incluiría a todos ellos en el ejército que llevó a la guerra con Brasil.

Sarratea no pudo mantenerse en el poder por mucho tiempo. Como temía, a las pocas semanas -renunciará en Mayo- lo derrocó Soler, quien se instaló como gobernador de Buenos Aires. Sarratea se unirá al ejército de Ramírez en su campaña contra Artigas, y la derrota de éste fue -tal vez- su mayor éxito personal.

Soler organizó rápidamente la defensa de Buenos Aires acantonando en las cercanías de Morón unos 1.250 hombres, al que se enfrentaban las llamadas fuerzas federales de López: unos 500 milicianos santafesinos, los 500 soldados chilenos de Carrera y la brigada de Alvear, formada por los 50 oficiales adictos.

La batalla fue en Cañada de la Cruz -el 28 de Junio de 1820- y terminó en una amplia victoria para López y sus aliados (entre ellos Alvear). El gobernador de Buenos Aires, Estanislao Soler, renunció

Como consecuencia de esta victoria, López convocó una Junta de Representantes en la Villa de Luján, y éste y Carrera hicieron que el Cabildo de Luján -el 1 de Julio de 1820- eligiese a Alvear como gobernador.

CuandoAlvear se presentó con los pliegos de gobernador y Capitán General de la provincia, el Cabildo de Buenos Aires desconoció su autoridad, y cuatro días más tarde eligió a Manuel Dorrego como gobernador, quien tomó las riendas del poder. La actitud de Dorrego impuso a López desistir de la campaña contra Buenos Aires; pero ni Alvear ni Carrera desistieron.

Dorrego salió a campaña y decidió vengar el revés sufrido por el ejército porteño y lanzó una ofensiva contra las fuerzas de López, quien se había retirado detrás del Arroyo del Medio, dejando a las fuerzas de Carrera y Alvear aisladas en la Villa de San Nicolás de los Arroyos.

El 28 de Julio de 1820, Alvear y Carrera se unían en San Nicolás, mientras que Estanislao López repasaba el Arroyo del Medio y regresaba a su provincia. El 2 de Agosto, Dorrego caía sigilosamente sobre el campamento de los dos caudillos en San Nicolás y les ocasionaba un tremendo desastre. Luego de un encarnizado combate, Carrera y Alvear fueron completamente derrotados(8).

(8) Según Iriarte, López estaba prevenido de un posible ataque de Dorrego y por intermedio de un mensajero planeaba alertar a las tropas que se encontraban acantonadas en San Nicolás. Aparentemente Alvear, quien se encontraba casualmente en su campamento junto con Carrera, se ofreció a hacerlo personalmente pero, en el camino de regreso, se habría quedado dormido en una posada. Como consecuencia de este irresponsable descuido, su división y la de Carrera fueron sorprendidas en la mañana del 2 de Agosto por las fuerzas de Buenos Aires. Al enterarse de la derrota sufrida en San Nicolás, López habría querido fusilar a Alvear, pero Carrera salió en su defensa y le facilitó un bote para que se escapara. Sin embargo, esta versión se contradice con la que el caudillo santafesino incluyó en un Oficio que elevó meses más tarde al Cabildo de Buenos Aires. En este documento no menciona en ninguna parte al “dormilón” Alvear, sino que acusa directamente a Dorrego de haberlo engañado con falsas proposiciones de paz. Es posible que en este documento López no se ajustara completamente a la verdad. Quizás en ese momento le convenía más desacreditar a Dorrego que a Alvear. Sin embargo, la versión del historiador Adolfo Saldías también contradice la versión de Iriarte. En su opinión, el caudillo López fue el responsable directo del desastre de San Nicolás. Una de las cláusulas de un Tratado de Paz secreto enviado por el Cabildo de Buenos Aires a López el 13 de Julio, días después del combate de Cañada de la Cruz, refuerza la opinión de Saldías. En su tercer artículo, le exigía al caudillo santafesino el compromiso “de separar su causa de la de Alvear”. Lo más probable es que López haya traicionado a sus antiguos aliados, que ya para entonces no le prestaban ninguna utilidad. De esta manera lograba dos objetivos importantes: allanaba el camino a cualquier acuerdo con Buenos Aires y neutralizaba un aliado importante de Ramírez, que se erigía como un peligroso rival. Además, es improbable que Alvear fuera tan torpe como para quedarse dormido cuando su futuro político y quizás su propia vida pendían de su pronto arribo al campamento en donde se encontraban sus tropas.

Dorrego informó al Cabildo de Buenos Aires de su victoria, destacando que “ha sido igualmente fruto de nuestra empresa la prisión del cuadro de oficiales que formaban la escolta de Alvear, que han sido los más obstinados en rendirse”.

Carrera y Alvear se refugiaron en Santa Fe pero al último -con el pretexto de ser responsable del desastre de San Nicolás- López lo obligó a embarcarse con destino a la Banda Oriental.

Luego de este fracaso, Alvear tuvo que regresar a Montevideo.

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