Los náufragos de Solís
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A fines de Septiembre de 1526, las embarcaciones al mando de Sebastián Caboto se hicieron nuevamente a la vela, y a mediados de Octubre anclaron en el Puerto de los Patos, frente a la isla de Santa Catalina(1).
(1) Caboto llamó a la isla “Santa Catalina”, en recuerdo del cumpleaños de su esposa, Catalina Medrano. // Citado por José Cosmelli Ibáñez. “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
El 20 de Octubre estaban frente a Santa Catalina. Y dos días después aparece una canoa indígena al costado de la capitana, trayendo a bordo a Enrique Montes, uno de los náufragos de la expedición de Juan Díaz de Solís.
Pocas horas más tarde, el mismo día, subía también Melchor Ramírez, su compañero. Ambos aluden al viaje de Alejo García y suministran nuevos informes sobre la existencia de riquezas en la legendaria Sierra de la Plata.
Hay que imaginar que más allá del enorme alborozo de los náufragos, será menor el de Caboto, ante la narración que hacían.
“Nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de esta armada -decía llorando Montes-, que hay tanta plata y oro en el río de Solís, que todos serían ricos”.
Porque bastaba subir por un río Paraná arriba y otros que a él vienen a dar, y que iban a confinar con una sierra, para “cargar las naves con oro y plata”.
Sin embargo, surge nuevamente la oposición de Miguel de Rodas, Francisco Rojas y Martín Méndez, la que se resuelve con el desembarco de los tres y su abandono en las solitarias costas, no sin que antes debieran soportar la pérdida de una de sus naves y una grave epidemia que retuvo a la armada, detenida en el lugar otros cuatro meses.
Soplan, por fin, vientos tan favorables, que al cabo de seis días de partir de Santa Catalina se enfrentan con la desembocadura del Río de Solís.
El 21 de Febrero de 1527, la flota penetró en el Río de la Plata y, en la margen oriental, Caboto fundó el puerto de San Lázaro. Allí fondea, en un nuevo compás de premonitoria espera.
Hasta que se presenta en el lugar el tercer náufrago de Juan Díaz de Solís, Francisco del Puerto quien, no solamente ya hablaba con fluidez los idiomas aborígenes, sino que confirma ampliamente a Caboto hacia dónde debían dirigirse para llegar a las sierras “donde comenzaban las minas de plata y oro”.
Luego de dejar un destacamento en San Lázaro. Caboto dispone que dos de las naves queden sobre el río Uruguay, en la desembocadura del arroyo San Salvador, a cargo de Antón Grajeda, maestre de la nave capitana, con treinta hombres, y él parte con otras dos en busca del lugar que habría de llevarlo al encuentro de las soñadas riquezas.
Con el resto de la expedición, Caboto asciende por el Paraná, penetra por el Paraná de las Palmas y llega a la desembocadura del río Carcarañá.
“Este es el río que desciende de las sierras”, es el dato exacto que da Francisco del Puerto, de acuerdo a los informes recogidos entre los indígenas. Era el 27 de Mayo de 1527. Y allí desembarca Caboto y su gente.