LA OCUPACION DE LA TIERRA
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Apenas se conquistó la tierra del nuevo continente descubierto, se fundaron las primeras ciudades. España, imbuida de la tradición grecorromana, confiaba en el rol de las urbanizaciones como ordenador de la campaña circundante y convirtió a su Imperio colonial en una red de ciudades principales y subordinadas.
Ellas cumplían funciones esenciales para la estabilidad del Imperio.
“Vigorosos centros de concentración de poder, las ciudades aseguraron la presencia de la cultura europea, dirigieron el proceso económico y, sobre todo, trazaron el perfil de las regiones sobre las que ejercían su influencia y, en conjunto, sobre toda el área latinoamericana”(1).
(1) José Luis Romero, “Latinoamérica. Las Ciudades y las Ideas” (1976), Buenos Aires. Ed. Siglo Veintiuno.
Estos centros urbanos, que imitaban a los de la Península, surgieron en el comienzo de la necesidad de detenerse, de
“encontrar un punto de apoyo, un eslabón en ese incesante avance hacia la quimera del oro y del señorío”, afirma otro especialista en este tema(2).
(2) Francisco Domínguez Compañy. “La vida en las pequeñas ciudades hispanoamericanas de la Conquista” (1978), Madrid. Ediciones Cultura Hispánica.
Estas primitivas ciudades eran la fuente de suministros para nuevas empresas conquistadoras y permitían nuevos saltos hacia el Interior.
Muy pronto, los precarios centros -fundados con un ceremonial riguroso, en parajes generalmente poblados por indios que suministraban la mano de obra indispensable para la subsistencia de los europeos-, se fueron organizando.
Sus habitantes, principalmente la gente más importante que, con el título de vecinos, ocupaban las manzanas céntricas, se sentían vinculados con la nueva población que los albergaba e iban tomando conciencia que eran parte de una comunidad con derechos y obligaciones directas.
No fue necesario esperara las Ordenanzas de Población de Felipe II para que los conquistadores determinaran las necesidades más apremiantes de la fundación: hallar los materiales para construir los ranchos, paja y adobe, palmas, piedras o madera, según las posibilidades de la región; encontrar alimentos y agua suficientes además de indígenas en condiciones de proveerlos; evitar los lugares malsanos expuestos a generar enfermedades endémicas -las tan temidas pestes-; buscar preferentemente los pastos naturales, los bosques y las tierras fértiles y seguras, fáciles de defender en caso de invasiones de piratas o de aborígenes.
Los españoles, “hombres de campo al fin -escribe Domínguez Compañy-, conocen las necesidades y simplemente trasladan a América aquellos conocimientos prácticos que la vida de sus pueblos les enseñó; el que más o el que menos había hecho acequias y levantado casas, preparado bloques de adobe o cocido ladrillos, aserrado maderas y cultivado sus campos”.
Construir la ciudad, cultivar sus campos, defenderla y fortificarla, explotar los recursos económicos, vincularla con el resto de las ciudades, del puerto o de las minas, hacer prosperar los ganados o los cultivos, fueron tareas cotidianas de los habitantes iniciales de las flamantes ciudades latinoamericanas.
En repetidas oportunidades se hizo imprescindible cambiar el primitivo emplazamiento elegido. Estas mudanzas, que no alteraban la condición legal de la ciudad -siempre que se mantuviera su régimen municipal-, afectaron especialmente a las primeras ciudades del territorio argentino.
Condiciones insalubres de los asentamientos, peligro de derrumbes, inundaciones o falta de resguardos apropiados para resistir las hostilidades, obligaban a ello.
Algunas ciudades, como Santa Fe, encontraron después de la muda su ubicación definitiva. Otras, como la desdichada Esteco, fueron totalmente aniquiladas por temblores y pestes, y pasaron a formar parte de la leyenda aborigen.
Pero, primordialmente, las ciudades que formarían más tarde la Argentina respondieron desde sus orígenes a necesidades prácticas de las colonias: vincularlas con la metrópoli, abriendo “puertas a la tierra”, según la conocida expresión de los documentos de la época.
El ciclo de las fundaciones se va describiendo en cada mapa que se dibujaba del Nuevo Mundo, un mundo urbano e intercomunicado como no lo había sido hasta entonces.
Es también el de la primera ideología creada por ese mundo urbano que negaba al mundo indígena preexistente y proponía la creación de un orden sociocultural diferente, según el modelo español.
¿Cuáles fueron los rasgos propios de las primeras ciudades argentinas?
Quizá el más saliente de ellos sea la pobreza, la ausencia casi absoluta de riquezas que afloraban en otras regiones del Imperio. El Plata era un territorio marginal de la América española, sus ciudades nacieron por impulso.
No fue sede de la autoridad virreinal -como México o Lima-, ni punto de llegada y de partida de las flotas rnetropolitanas, como Veracruz y Cartagena, ni emporio minero como Zacatecas y Potosí.
La mayoría de las ciudades argentinas surgían como punto de etapa, como centro de reagrupamiento de personas, para asegurar la prosecución de las marchas hacia regiones lejanas o peligrosas.
Así surgieron Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, La Rioja, Corrientes. En ellas se registraron los conflictos de jurisdicción característicos de los primeros tiempos de la colonización. Hubo historias de sangre y problemas tan graves como el del contrabando.
Ver: España y Portugal