¿RECIPROCIDAD Y PARENTESCO HISPANO-GUARANI?
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Domingo de Irala, durante su primer período de Gobierno, empezó por controlar las comunidades indígenas para valerse de ellas a modo de servicio personal y, con ello, se inició el proceso de aculturación guaraní que no tardaría en presentar su reacción negativa.
Efectivamente, la mujer guaraní fue la primera en integrarse al orden colonial. Esta se canalizó mediante tres vías: por entrega voluntaria de los carios y, en cuanto se impuso el dominio del conquistador, por rancheadas o capturas.
En este sentido parece que Domingo de Irala no había impuesto pautas de conducta determinadas; en términos generales, cada conquistador se conducía por sí mismo, y es así cómo, en los primeros hogares hispano-guaraníes, estos convivieron con un número de indias que osciló entre 10 y 50, hecho que inspiraría a tantos autores el apelativo tan poco afortunado de “Paraíso de Mahoma” para la recién fundada sociedad asunceña.
“Una manera de mantenernos tenemos en esta tierra, la cual me parece muy perjudicial a nuestras conciencias y aún a la población de la tierra, y ésta ni Dios ni Vuestra Majestad no la puede excusar, la cual es para hacer sementeras.
“Tenemos en nuestras casas muchas indias, y algunas muy parientas (...) y por tenerlas nosotros, los indios dejan de multiplicar (...) paréceme que bastarían tener dos o tres indias, según los cristianos tuviesen, para guisar de comer, y no la suma tan grande que de ellas tenemos (...) y lo peor es que se venden entre nosotros como si fuesen esclavas”(1).
(1) Carta del factor Pedro de Orantes al rey, Asunción, 5 de Marzo de 1545. En: Roberto Levillier. “Correspondencia de los Oficiales Reales de Hacienda del Río de la Plata con con los Reyes de España”, volumen I, p. 80. // Citado en “Relaciones Interétnicas y Proceso de Formación Social en la Cuenca del Alto Paraná (Corrientes en los siglos XVI y XVII)” (1985), tesis doctoral que presenta la licenciada Teresa Cañedo Argüelles Fábrega, bajo la dirección del profesor, doctor Alfredo Jiménez Núñez. Departamento de Antropología y Etnología de América, Universidad de Sevilla.
Había surgido ya la primera unidad social hispano-guaraní, el “tejupa” o casa-hacienda, que albergaba al español con sus mujeres en calidad de sirvientas y concubinas y, enseguida, los hijos mestizos habidos de estas uniones(2).
(2) Branislava Susnik. “Los Aborígenes del Paraguay”, volumen II, p. 57. // Citado en “Relaciones Interétnicas y Proceso de Formación Social en la Cuenca del Alto Paraná (Corrientes en los siglos XVI y XVII)” (1985), tesis doctoral que presenta la licenciada Teresa Cañedo Argüelles Fábrega, bajo la dirección del profesor, doctor Alfredo Jiménez Núñez. Departamento de Antropología y Etnología de América, Universidad de Sevilla.
Allí mismo acudían sus parientes indios, que se incorporaban al servicio del blanco bajo un régimen de dependencia todavía imprecisa, que aceptaban, porque en aquellos “tejupa” vivían sus hermanas y sus hijas; en realidad, pues, trabajaban para sus parientes, aunque ellos seguían ligados a sus antiguas comunidades, cada día más débiles, a causa de la falta en su seno de mujeres en edad de procrear, y de que sus mejores tierras, poco a poco, iban siendo acaparadas por los españoles:
“La costumbre tan vieja que tenemos en servirnos de los indios, por tener sus indias y parientas que, dejando aparte las fuerzas que a los dichos indios se les ha hecho tomándoles sus mujeres, hijas y parientas, así por algunos cristianos como por otros indios, para dar a los cristianos para, por esa vía, tener el dicho servicio, y otros malos tratamientos que sobre ello se han hecho, sino dándoles ellos con su voluntad y con su paga, es muy gran perjuicio al bien de esta tierra porque por tener los cristianos gran número de indias como tenemos, a los indios les faltan, y dejan de multiplicar, y la tierra se pierde como se ve por experiencia, que solía estar muy poblada y ahora está por muchas partes despoblada”(3).
(3) Carta del factor Pedro de Orantes al rey, La Plata, 28 de Septiembre de 1556. En: Roberto Levillier. “Correspondencia de los Oficiales Reales de Hacienda del Río de la Plata con con los Reyes de España”, volumen I, p 208. // Citado en “Relaciones Interétnicas y Proceso de Formación Social en la Cuenca del Alto Paraná (Corrientes en los siglos XVI y XVII)” (1985), tesis doctoral que presenta la licenciada Teresa Cañedo Argüelles Fábrega, bajo la dirección del profesor, doctor Alfredo Jiménez Núñez. Departamento de Antropología y Etnología de América, Universidad de Sevilla.
Otra parte de los varones adultos carios se incorporó a las expediciones de exploración en busca de la sierra de la plata, pues en ellas veían la oportunidad, además, de capturar mujeres de tribus chaqueñas, en sustitución de las propias:
“Preguntando a los indios agaces que por qué daban sus mujeres a los indios carios, respondieron que porque decían los indios carios que ellos eran los recios, y que las diesen a ellos sus mujeres porque a nosotros pronto nos matarían, lo cual a suy merced en persona se lo dijeron estando en la frontera”, con todo lo cual, las pequeñas rozas de las que se sustentaban los carios fueron progresivamente abandonadas(4).
(4) Probanza de Méritos y Servicios del factor Pedro de Orantes, Asunción, 4 de Julio de 1545. En: Roberto Levillier. “Correspondencia de los Oficiales Reales de Hacienda del Río de la Plata con con los Reyes de España”, volumen I, p. 114. // Citado en “Relaciones Interétnicas y Proceso de Formación Social en la Cuenca del Alto Paraná (Corrientes en los siglos XVI y XVII)” (1985), tesis doctoral que presenta la licenciada Teresa Cañedo Argüelles Fábrega, bajo la dirección del profesor, doctor Alfredo Jiménez Núñez. Departamento de Antropología y Etnología de América, Universidad de Sevilla.
- ¿Reciprocidad y parentesco hispano-guaraní?
En el comienzo de la conquista los españoles trataron a los indios con estratégico respeto y se esforzaron por obtener su colaboración de forma amigable(5).
(5) Citado por Margarita Durán Estragó. “Historia del Paraguay” (Julio de 2010), capítulo IV: “Conquista y Colonización (1537-1680)”, pp. 63-64, Asunción. Ed. Taurus.
El sistema de reciprocidad familiar -aceptado por los españoles al tomar mujeres indígenas- les permitió conseguir no sólo amantes, sino tovaja -o parientes políticos- que les servían en las tareas domésticas y en el trabajo de la tierra.
La contraprestación consistió en proveer a los naturales de utensilios de hierro (hachas, anzuelos, cuñas, etc.) además de reforzar con sus armas la defensa contra los enemigos, otros grupos indígenas.
Las movilizaciones y campañas de conquista llevadas a cabo por los españoles -con indios guaraníes a su servicio- se hicieron cada vez más frecuentes y prolongadas, hasta tal punto que los indígenas comenzaron a sentir el desgaste físico y una gran mortandad.
Si al principio acudieron voluntariamente como acompañantes de los españoles, con el tiempo terminaron haciéndolo por la fuerza, lo que motivó la rebelión y el deseo de “echar de la tierra a los cristianos”, según relató Ulrico Schmidl (soldado alemán que integró la expedición de Pedro de Mendoza).
Son muchos los cronistas que hablan del enfrentamiento habido entre españoles y guaraníes al inicio de la conquista. Por ejemplo, Ulrico Schmidl cuenta en sus relatos que mientras Juan de Salazar mandaba construir el Fuerte de Asunción, el cacique Lambaré y su gente levantaban una defensa para proteger a sus hijas y mujeres.
Los españoles sitiaron a Lambaré hasta que los carios se rindieron después de tres días de resistencia ante los arcabuces enemigos y, en señal de sometimiento, entregaron a los españoles alimentos y mujeres. Para evitar posibles levantamientos, como el que ocurrió en 1539, los españoles impusieron a los indígenas la carga del trabajo forzado unido al sometimiento sexual de las mujeres por medio de la “alianza” con los caciques guaraníes.
De esta manera, se desmonta lo que hasta ahora muchos consideran el encuentro romántico del español con la mujer guaraní y de lo que se llamó “Paraíso de Mahoma”. Más allá de los hechos anecdóticos, analizamos las causas de dicha unión y nos encontramos con una realidad diferente, ya que aquellas relaciones se mantenían por la fuerza de las armas y se hallaban asociadas a la reciprocidad guaraní.
Este primer período de conquista española fue sangriento y pleno de violencia. Las conjuras indígenas se sucedieron, como la que tuvo lugar el Jueves Santo de 1539 cuando ocho mil guaraníes se reunieron en Asunción para acabar con los blancos al término de la celebración litúrgica de ese día; pero una delación permitió a los españoles adelantarse y colgar a los cabecillas.
Otro alzamiento se produjo en la región del Jejuí hacia 1543, cuando los guaraníes, al mando del cacique Taberé, se negaron a entregar víveres a los españoles en represalia por la muerte de otro cacique, Aracaré. Según los cronistas de la época, esta reacción indígena fue aplacada con sangre por Domingo Martínez de Irala, lo que provocó que el descontento de los nativos se extendiera por casi todas las regiones boscosas del norte, los valles del sur y entre los carios de Asunción.
- La encomienda
La ausencia de oro y plata en la Provincia del Paraguay obligó a los españoles a buscar en el cultivo de la tierra la fuerza económica necesaria para su supervivencia. En muchas ocasiones se apoderaron por la fuerza de tierras o chacras que ocupaban los guaraníes. En otras, los españoles se valieron de las rancheadas para reclutar indios. A los que se resistían, se les mataba o eran vendidos o se les cambiaba por caballos y ropas.
El sistema más frecuente para trabajar la tierra fue la encomienda. Este sistema consistía en el reparto de tierras e indios para el servicio de los españoles como recompensa por los servicios prestados a la Corona.
En Paraguay no se aplicó hasta 1556, ya al final del mandato de Domingo Martínez de Irala y fue el fruto de la presión ejercida por los conquistadores quienes, incluso, llegaron a complotarse contra Irala por no atender sus pedidos. Hubo muy pocos encomenderos importantes en Paraguay, ya que al hacerse el reparto de indígenas entre los centenares de conquistadores, a casi nadie le tocó un número considerable de aquéllos.
Con la implantación de la encomienda, los españoles dejaron de considerar a los guaraníes como tovaja o parientes políticos y los empezaron a tratar como simples siervos. A partir de ese momento, se intensificó el levantamiento de los indígenas que tantas muertes y pérdidas económicas trajo a la Provincia del Paraguay.
Las encomiendas fueron de servicio personal y, hacia 1570, se otorgaban por tres vidas, es decir, la del beneficiario y dos sucesores. Los españoles que contaban con indígenas a su servicio debían impartirles la enseñanza de la doctrina cristiana, para lo cual los encomenderos estaban obligados a sostener al cura doctrinero y debían proporcionar a los naturales alimento, vestido y el cuidado de la salud. Sin embargo, casi siempre se negaban a cumplir estas contraprestaciones.
Las encomiendas del siglo XVII llegaron a ser la columna vertebral de la economía paraguaya. Los indígenas reducidos a pueblos se hallaban sometidos al sistema de encomiendas y, según las leyes vigentes, debían pagar a sus encomenderos un tributo en dinero o en especies, pero este procedimiento fue distorsionado en la práctica pues los indígenas, en vez de pagar en dinero, cumplían dos meses de trabajo anual gratuito para el encomendero.
Además, existía el servicio personal remunerado y obligatorio (conocido como mita) que se imponía por turnos a todos los varones capaces de dichos pueblos. También hubo indígenas que fueron repartidos, a título de encomiendas, a los vecinos. Se los llamaba yanacona (voz quechua que significa siervo) y se los tenía como “originarios” de las ciudades o villas de donde provenían sus encomenderos. Igualmente las niñas y los niños indígenas también fueron obligados a dejar a sus familiares para el servicio doméstico de los españoles.
El sistema de la encomienda se convirtió en una carga tan pesada que los indígenas lucharon por destruirlo y así recuperar la libertad. Cabe destacar que todos los pueblos indígenas levantados en armas contra los españoles estaban sujetos al régimen de encomiendas.
Eran tantas las vejaciones y muertes de los naturales que las voces de protesta de clérigos y religiosos llegaron a oídos del rey. Así, una cédula real de 1582 responsabilizaba a los encomenderos de tantos crímenes y malos tratos:
“Somos informados (escribía el rey al obispo del Río de la Plata) que en esa provincia se van acabando los indios naturales de ella por los malos tratamientos que sus encomenderos les hacen, y que habiéndose disminuido tanto los dichos indios que en algunas partes faltan más de la tercia parte (...) y los tratan peor que esclavos y como tales se hallan muchos vendidos y comprados de unos encomenderos a otros y algunos muertos en azote, y mujeres que mueren y revientan con las pesadas cargas, y a otras y a sus hijos les hacen servir en sus granjerias, y duermen en los campos y allí paren y crían mordidos de sabandijas ponzoñosas, y muchos se ahorcan y otros se dejan morir sin comer, y otros toman yerbas venenosas, y que hay madres que matan a sus hijos, en pariéndoles, diciendo que lo hacen para librarlos de los trabajos que ellos padecen, y que han concebido los indios muy grande odio al nombre cristiano y tienen a los españoles por engañadores y no creen en cosas que les enseñan”.
Los levantamientos indígenas se sucedieron tanto en los alrededores de Asunción como en otras partes de la región, por ejemplo en el Guairá. En 1561 y parte de 1562 la lucha fue violenta en Ciudad Real donde miles de indígenas sitiaron dicha ciudad. Pero con la ayuda de Alonso Riquelme de Guzmán y los indios “amigos” al servicio de los españoles, el levantamiento terminó en una dura represión.
Sería interminable hablar de todas las rebeliones indígenas del Paraguay. Según Branislava Susnik, en esas revueltas se manifestó “la importancia de las agitaciones shamánicas con sus proclamas de vuelta a las antiguas costumbres y a los montes”. En general, gran parte de las rebeliones y agitaciones indígenas siguieron hasta fines del siglo XVI, aunque también se registraron otras en la segunda mitad del siglo XVII, como el levantamiento de los indios de Yuty (1657) y la rebelión de los naturales de Arecayá, tres años mas tarde.
Nuestra Señora de la Concepción de Arecayá era un pueblo de indios situado sobre el río Jejuí. Fundado en 1630 con indios reducidos al sistema de encomiendas, Arecayá tenía “malísima reputación” ante gobernadores, encomenderos y curas doctrineros, pues muchos eran los cargos contra los indios de Arecayá y muchos más los “abusos y extralimitaciones que los movían a tan sostenida inquietud”, como expresó el gobernador eclesiástico de la época, Adrián Cornejo.
En 1660 llegó a Arecayá el gobernador del Paraguay, Alonso Sarmiento de Figueroa. Por medio de un intérprete, el gobernador instó a los indígenas a que cumplieran con las prestaciones de servicio de vidas hacia sus encomenderos. Pero esa noche, mientras los españoles discutían entre ellos sobre la propiedad o tenencia de los indios de Arecayá, sus habitantes crearon un gran alboroto y, según se relata en el Informe enviado a España, “repentinamente embistieron los indios y sus macanas, flechas y chuzos, y otros pegaron fuego a las casas donde estaban alojados”.
Los españoles resistieron cinco días el ataque de los indios hasta que llegaron los curas doctrineros con los indios reducidos de Atyrá, Ypané, Guarambaré y Caaguazú y lograron liberar a los españoles y poner en fuga a los habitantes de Arecayá. Cuatro muertos y veintidós heridos fue el saldo que dejó a los españoles “la codicia del servicio del personal”, señaló el gobernador eclesiástico.
La represión cayó con toda su fuerza sobre Arecayá, al ser capturados noventa y cinco indios con sus mujeres e hijos, a quienes obligaron a confesar en forma colectiva. El gobernador trajo presos y acollarados a ciento sesenta y ocho indios con sus familias y, por el camino, ordenó que fuesen ahorcados trece indios principales, además del Corregidor y dos caciques de Arecayá.
Con Arecayá terminaron los levantamientos y la resistencia activa de los guaraníes. Sin embargo, ellos y las demás naciones indígenas del Paraguay, aunque pacificados y reducidos a pueblos, jamás dejaron de resistir a la dominación europea.
La no violencia activa o resistencia pasiva fue una constante de la vida del indio conquistado. La torpeza, la embriaguez, la pereza, la estupidez y tantos otros atributos con que la mayoría de los europeos identificaron a los indígenas no fueron más que manifestaciones de rechazo de estos a todo lo que les alejaba de su teko yma o antiguo proceder.