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Jefes y caudillos

El Tucumán y el Plata, diferentes en tantos aspectos, también lo fueron en su vida política(1).

(1) Carlos Alberto Floria/César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos”, tomo 1, capítulo 4.

Los gobernadores tucumanos, designados desde Charcas o Chile, condujeron u organizaron las entradas destinadas a nuevas fundaciones y fueron a la vez que jefes de la hueste indiana, jefes políticos subordinados a las autoridades que los habían designado.

Estas trataron de sujetar las nuevas tierras a su respectiva jurisdicción, lo que trajo como consecuencia deposiciones de mandatarios, arrasamiento de fundaciones, anulación de las encomiendas otorgadas, etc., con el objeto de subrayar la propia autoridad y falta de atribuciones del mandatario precedente.

Cuando en 1563 el Tucumán quedó definitivamente dependiente de la Audiencia de Charcas, las rivalidades entre los detentadores del poder en esta ciudad y sus rozamientos con el Virrey del Perú tuvieron sus ecos en la nueva Gobernación.

Por lo tanto, los gobernadores del Tucumán actuaron inmersos en un problema político que los excedía y que tenía sus cabezas principales fuera del Tucumán. En consecuencia nunca tuvieron la autonomía de decisión, la fuerza de cohesión ni el don personal del auténtico caudillo que aparecerá en el Río de la Plata.

Fueron simplemente jefes prestigiosos con el coraje que exigía aquel tiempo, algunos de recia personalidad, como Francisco de Aguirre, y que a fines del siglo, con el eficiente organizador que fue Ramírez de Velazco, anunciaron al futuro gobernador-funcionario.

La vida política tucumana, no obstante, careció de calma durante todo este tiempo; de sus gobernadores, Aguirre fue primero depuesto por un motín y luego preso por la Audiencia; Cabrera y Abreu fueron asesinados por sus sucesores y Lerma fue apresado por la Audiencia a causa de sus desmanes.

En el Paraguay, la vida política no careció tampoco de agitación, pero presentó una característica peculiar. Aislado en el interior de América, sin comunicación permanente con el Perú o con España, las decisiones políticas debieron tomarse ante las exigencias de las circunstancias, sin esperar las soluciones de las lejanas autoridades, soluciones que por tardías no resultaban tales sino por excepción.

Se creó así un hábito político de autonomía que comprometió a quienes ejercían el poder en forma total, personal, acrecentando su autoridad y prestigio o destruyendo ambos.

En el primer caso, cuando la personalidad del gobernador fue vigorosa y dotada de ese carisma propio de los conductores de excepción, se configuró el caudillo.

Este caudillo sudamericano era distinto al caudillo español de la época, jefe exclusivamente militar cuidadosamente controlado por el poder real, como Gonzalo de Córdoba.

En Sudamérica era a la vez que jefe militar el jefe político de su jurisdicción. Sometido jurídicamente a la autoridad del Consejo de Indias y del rey, en la práctica actuó con gran independencia, aunque en función de servicio a la Corona y de obediencia a sus intereses.

El primero y más acabado caudillo del siglo fue don Domingo Martínez de Irala.

Teniente Gobernador en 1538 y titular en 1539; a él cupo la tarea de asentar la civilización occidental en el Paraguay, levantando la ciudad, organizando su primaria economía, fabricando las herramientas necesarias para la subsistencia, creando una industria naval que permitió mantener abierta la navegación del Paraná y hacia la isla de Santa Catalina, y dando a luz una nueva raza a través del mestizaje, en lo que él también se comprometió personalmente.

Gobernaba con general beneplácito cuando en 1542 su poder fue puesto a prueba por la llegada de otro hombre excepcional, el Adelantado y gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Había éste expedicionado en América del Norte, y convivido con sus indios, de los que era gran defensor, y llegaba tras una heroica marcha por tierra desde la costa atlántica.

La vida asunceña era bien distinta del mundo antillano conocido por el Adelantado y ajena a los supuestos éticos de los justos títulos que había vivido en España.

Preocupado de defender a los indios de todo abuso, de moralizar la vida de los blancos y poco prudente en sus decisiones, planteó el primer conflicto de poder que registra la historia de estas tierras.

Pese a que Irala lo reconoció como gobernador, se enfrentaron al poco tiempo el caudillo reconocido y asentado, representante de los primeros pobladores, y el gobernador legal, apoyado por gente nueva no exenta de calidad.

Al primer fracaso del Adelantado, los viejos pobladores se sublevaron, lo apresaron y lo despacharon a España, restableciendo en el poder a Irala, a quien los revolucionarios eligieron Gobernador.

Irala siguió como caudillo indiscutido rigiendo la vida del Paraguay hasta su muerte, en 1556, preocupándose además de ocupar el Guairá para contener los avances de los portugueses.

Años después, en 1568, llegó a Asunción, desde el Alto Perú, Juan de Garay, quien encarnaría el segundo caudillo del Plata. Hombre de iniciativa y mando residía en América desde hacía 15 años. Acababa de fundar Santa Fe cuando la llegada de su pariente, el Adelantado Ortiz de Zárate lo transformó en teniente gobernador y capitán general.

Muerto el Adelantado surgió el caudillo. Reprimió los desmanes de los jóvenes criollos con severidad rayana en la violencia, pacificó a los indios y utilizando a aquellos mismos criollos levantiscos fundó la ciudad de Buenos Aires.

Seguro de su poder no temió alejarse de la sede de su Gobierno y pese a su severidad fue más admirado que temido. Hubiera realizado tal vez una obra de gobierno notable de no haber sido muerto por los indios en 1583 a consecuencia de una imprudencia suya.

Todos estos hechos nos acercan, hacia el filo del siglo XVII, a un cambio fundamental en la actitud del poblador español.

Los colonos dejarán de lado las atracciones de la leyenda de la sierra de la plata y de la tierra de los césares y se aplicarán a la tarea más efectiva y concreta de criar, labrar la tierra y evangelizar a los indios.

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