El sitio de Uruguayana
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Antonio Estigarribia estaba solo. Había ignorado los ruegos de ayuda de Duarte y ahora la destrucción de las fuerzas de este último en Yatay lo había golpeado como con un rayo y le había hecho ver claramente cuán insostenible era su posición(1).
(1) En sus subsecuentes denuncias a Estigarribia, tanto Bergés como el mariscal mencionaron su abandono de Duarte, “cuando únicamente un pequeño e insignificante vapor impedía su paso”, como prueba de una ineptitud criminal. Ver Solano López a Resquín, Humaitá, 10 de Septiembre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Histórica 343, Nro. 15; y Bergés a Cándido Bareiro, Asunción, 13 de Noviembre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Colección Rio Branco I-22, 12, 2, Nro. 71. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Tenía unos siete mil hombres bajo su comando en Uruguayana y, dada la disposición del enemigo, parecía seguro que estas tropas enfrentarían ahora un desesperante sitio. La lógica exigía que los paraguayos hicieran todo lo posible para evitar este destino tratando de escapar antes de que los Aliados pudieran rodearlos. Con esto en mente, el 19 de Agosto de 1865 el coronel cargó sus carretas y salió a las disparadas hacia el Norte en dirección al Paraguay.
Estigarribia pretendía iniciar una retirada general, pero no pudo ni siquiera pasar las primeras líneas aliadas. Horas después de haber comenzado, sus Fuerzas se encontraron con el regimiento 17 de caballería brasileño, una unidad riograndense determinada a detener la huida de los paraguayos. Los gaúchos no se amilanaron y dispararon enérgicamente al enemigo que, en vez de lanzarse a la carga, tambaleó.
Cuando Estigarribia retrocedió para reagruparse, otras unidades de la primera división del general David Canabarro aparecieron desde el Este y se pusieron en posición de ataque. Esto impedía cualquier escape paraguayo. Pelear en estas circunstancias habría implicado un enfrentamiento a gran escala, precisamente el tipo de lucha para la cual Estigarribia no tenía estómago.
Ordenó a sus hombres regresar a Uruguayana donde, al menos, podrían rumiar sus problemas detrás de una serie de trincheras. Los paraguayos trabajaron varios días en la construcción de balsas para un posible escape a través del río Uruguay antes de abandonar la idea por impracticable. Los Aliados ahora tenían la división Uruguay donde querían -aislada, hambrienta y sin esperanzas de rescate-. La única chance para los paraguayos era atacar sin dilaciones, romper las líneas enemigas y escapar al Norte hacia Encarnación o de alguna manera reagruparse con la fuerza de Francisco Resquín.
Después del 19 de Agosto, sin embargo, Estigarribia no hizo movimientos en ese sentido. La irracional obstinación y la tendencia a la inacción del coronel, vistas previamente en Pindapoi y más recientemente cuando Duarte le rogó por ayuda, traerían ahora nuevos sufrimientos para sus hombres. Cuando los paraguayos por primera vez entraron a Uruguayana el 5 de Agosto, llegaban con una fuerza robusta, cansada tal vez, pero aún así formidable. Algunos soldados, quizás entusiasmados por los hermanos Salvañach, imaginaban que su presencia acicatearía una rebelión blanca a lo largo de la frontera en Uruguay.
Estigarribia había traído a sus hombres hasta aquí, debía haber alguna razón. Con seguridad los blancos se levantarían para unírseles y juntos los dos Ejércitos barrerían a los brasileños de la Banda Oriental, como el mariscal López lo había previsto. Era una esperanza vana. Los leales de Venancio Flores y el Ejército de ocupación brasileño habían destruido efectivamente las guerrillas blancas, particularmente en aquellas áreas colindantes con la frontera riograndense.
E incluso aquellos uruguayos que podrían haber estado a favor de una nueva rebelión se daban perfecta cuenta del número de las tropas aliadas contra Estigarribia. No querían formar parte de un fiasco militar cuando su propia fortuna política estaba tan debilitada. Su rebelión podía esperar otro momento.
En Concordia, Bartolomé Mitre ya estaba sopesando los beneficios políticos y los posibles riesgos de un futuro triunfo en Uruguayana. Una resonante victoria sobre los paraguayos -especialmente si no implicaba demasiado derramamiento de sangre- le acarrearía mucho prestigio como Comandante en Jefe. Esto, a su vez, le daría a la Argentina -su Argentina, no la de los caudillos- la autoridad para destruir a Solano López sin ceder nada de relevancia al Imperio.
Los funcionarios brasileños, por su parte, tenían su propia idea de cómo sacar provecho de una victoria sobre Estigarribia. En esta instancia, sus ambiciones tenían que coincidir con las del emperador, quien era parte sumamente interesada. Don Pedro ya había mostrado ser un hombre orgulloso que veía la invasión de su país como una afrenta personal. Cuando los paraguayos saquearon São Borja, él anunció su intención de marchar al Sur para unirse a la lucha, sugerencia que horrorizó a sus ministros.
Los liberales radicales, que habían dominado el Parlamento desde 1864, habían sido desplazados por una facción más moderada, liderada por el marqués de Olinda, en Mayo de 1865, pero el nuevo gabinete tenía poca chance de sobrevivir sin un activo apoyo del emperador. Esto requería que él permaneciera en Río de Janeiro y ejercitara su poder moderador(2).
(2) Joaquim Nabuco. “Um Estadista do Imperio: Nabuco de Araujo (sua Vida, suas opinhões, sua época)” (1897), tomo 2, pp. 293-297, Rio de Janeiro y París, (dos volúmenes). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Pedro, sin embargo, estaba decidido: si sus ministros vetaban su partida al frente, entonces él abdicaría, se enlistaría como voluntario e iría a la guerra como ciudadano común(3).
(3) Periódico “Jornal do Commercio”, 9 de Abril de 1871. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Ante esto, sus ministros tuvieron que ceder y, a cambio, el emperador accedió a postergar las Sesiones legislativas por ocho meses. La medida permitió a los ministros concentrarse en la guerra sin preocuparse de la oposición parlamentaria. Don Pedro arribó a Rio Grande do Sul a finales de Julio. Luego de una fastuosa recepción por parte de varios líderes políticos en Pôrto Alegre, la delegación imperial se trasladó tierra adentro, hasta la pequeña aldea de Caçapava, el 11 de Agosto de 1865. Allí Don Pedro descansó en un entorno rústico, ansioso de sumarse a la lucha, pero contenido de ir más adelante por nerviosos consejeros(4).
(4) Pedro II a Dona Teresa Cristina, Caçapava, 25 de Agosto de 1865 (tal como fue extraído por Roderick J. Barman), Arquivo Grão Pará, Petrópolis. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Molesto por el frío y la aislación de su villa, rezongaba todo el tiempo y sólo se vio parcialmente reconfortado con la llegada de su yerno, el conde D’Eu, quien vino con noticias de Europa y la familia. Más que nada, Pedro deseaba trasladarse al frente de batalla en Uruguayana.
Para el emperador, la guerra con el Paraguay tenía todas las características de una cruzada. Aunque pudiera sentirse bien dispuesto hacia los soldados individualmente -incluyendo algunos prisioneros paraguayos que estaban de paso- no tenía dudas de que el conflicto se había convertido en un duelo personal con López.
Su honor estaba en juego. Para un monarca, especialmente uno de un país cuyas instituciones políticas eran reconocidamente frágiles, este hecho sobrepasaba todos los demás. Don Pedro no podía darse el lujo de tomar medidas vacilantes en la lucha contra el Paraguay, porque ello debilitaría a su propia investidura. Pero, al mismo tiempo, el emperador era temperamentalmente discorde con el rol de guerrero.
Como demostró en décadas subsecuentes, miraba la milicia con un desprecio mal disimulado. Se quejaba de que el Ejército devoraba el Erario y mostraba poco a cambio, a no ser aparatosos uniformes e inflamadas barrigas. Pensaba que muchos de sus oficiales eran unos estúpidos llenos de poses. Y, en última instancia, creía que los hombres civilizados podrían siempre encontrar maneras de promover el bienestar de sus países sin apelar al espíritu marcial.
Podría haber sido crucial para el Imperio aparecer inflexible en Uruguayana, pero íntimamente en su corazón él estaba dispuesto a dejar la decisión en manos de otros. Tales cavilaciones, claro está, significaban nada para las tropas aliadas en el campo de batalla. Su tarea era aplastar a Estigarribia y luego avanzar a Corrientes, Humaitá y Asunción.
La batalla de Yatay los había dejado con un sentimiento de invencibilidad y el creciente número de refuerzos les aseguraba todas las ventajas prácticas. Sólo el Ejército de Vanguardia, que estaba listo para cruzar el Uruguay, tenía ocho mil infantes, cuatro mil jinetes y cuarenta cañones, y más tropas aliadas continuaban agregándose.
Flores ansiaba la gloria de otra victoria cerca de las colinas de su triunfo en Yatay. El 19 de Agosto le envió a Estigarribia un oficial paraguayo capturado con una exigencia de rendición. Los Aliados -insistía Flores- dirigían su guerra contra el “tirano” López, no contra el sufrido pueblo paraguayo. Prometía a los hombres rendidos en Uruguayana un trato justo como prisioneros y acentuaba que en el nuevo orden de cosas su Comandante podría asumir el rol que le correspondía como “uno de los primeros hombres de la República paraguaya”(5).
(5) Efraím Cardozo. “Hace cien años (crónicas de la guerra de 1864-1870” (1968-1982), tomo 2, p. 176, publicadas en el periódico “La Tribuna” (trece volúmenes), Asunción. Ediciones EMASA. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El coronel se rehusó a capitular. Recibió una demanda similar de Canabarro el mismo día y, aunque fatigado como estaba por la abortada fuga, se tomó su tiempo para componer elegantes Notas de rechazo a ambos comandantes enemigos. Estigarribia tenía intenciones de continuar la lucha hasta que el mariscal ordenara lo contrario(6).
(6) Ver Estigarribia a Flores, Uruguayana, 20 de Agosto de 1865; y Estigarribia a Canabarro, Uruguayana, 20 de Agosto de 1865, en Juan Crisóstomo Centurión. “Memorias o reminiscencias históricas sobre la guerra del Paraguay” (1987), tomo 1, pp. 312-313, Asunción (cuatro volúmenes). Ed. El Lector; ver también: “Cartas de Estigarribia”, en el Museo Histórico Militar, Asunción-Colección Gil Aguinaga, carpeta 117, Nro. 2; y en el Museo Histórico Militar, Asunción-Colección Zeballos, carpeta 150, Nro. 17. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Para entonces, los paraguayos habían agotado las existencias de Uruguayana de alimentos enlatados (que ya no los había en la época), yerba, harina, porotos, charque, mandioca y licor. Los pocos animales vacunos del pueblo habían desaparecido, seguidos por los pollos, perros y, finalmente, ratas(7).
(7) Patterson observa que un novillo proporcionaba las raciones de un día para cuarenta hombres, veinte oficiales no comisionados o diez oficiales. Loren Scott Patterson. “The War of the Triple Alliance (Paraguayan Offensive Phase. A Military History” (1975), disertación doctoral, Georgetown University. Washington, D.C. Cuando el ganado se acabó, los paraguayos comían cualquier cosa que podían encontrar, incluyendo insectos; incluso bebían kerosene. Ver: Francisco Seeber. “Cartas sobre la Guerra del Paraguay” (1907), p. 55, Buenos Aires. Talleres Gráficos de L. J. Rosso. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Solamente quedaba un suministro de azúcar en terrones y esto se convirtió en la única ración para muchos de los soldados sitiados. A medida que se deterioraba la moral paraguaya, los Aliados comprimían el anillo alrededor del pueblo.
Para peor, fuertes lluvias trajeron las aguas altas al río Uruguay y el almirante Tamandaré pudo pasar dos buques de guerra por encima de los rápidos de Salto. Estas embarcaciones se unieron al “Uruguai”, todavía comandado por el teniente Floriano, en el transporte de infantería y artillería de Flores desde el lado argentino del río, mientras las unidades montadas siguieron en Corrientes para apoyar a Juan Madariaga ante cualquier problema que Resquín pudiera ocasionar en el noroeste. Para el 4 de Septiembre de 1865, la totalidad del Ejército de Vanguardia, salvo la caballería, estaba en suelo brasileño(8).
(8) El transporte de hombres y suministros a través del río y la subsecuente operación de sitio a Uruguayana son descriptos por un testigo ocular en servicio de las Fuerzas uruguayas en: “Servicios del teniente coronel Abdón Giménez y Suárez”, en el Archivo de los Guerreros del Paraguay” (1914-1915), en el Museo Histórico Nacional de Montevideo, tomo 94. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Flores se movió rápidamente para juntarse con Pôrto Alegre, quien había asumido el Comando de todas las Fuerzas imperiales que enfrentaban a los paraguayos. Cuando los dos comandantes se reunieron, Pôrto Alegre insistió -gentil pero resueltamente- en que el uruguayo le concediera el control sobre todas las tropas aliadas. Bajo los términos del Tratado de la Alianza, así como Mitre tenía el Comando General en la Argentina, un oficial brasileño debía tener el Comando General dentro de las fronteras del Imperio.
Flores no quería saber nada de eso. Alegó que como nuevo presidente “electo” del Uruguay no podía aceptar un rol subordinado bajo un general extranjero. Más aún, ya que ni Mitre ni Pedro II estaban presentes, él tenía el derecho y la obligación de asumir el Comando, no Pôrto Alegre.
Justo en ese momento también arribó Tamandaré a las afueras de Uruguayana con varios otros buques de guerra. El almirante, que nunca fue alguien que evadiera una discusión, pensó agregar su propia estridente opinión a la cuestión del comando, lo cual no hizo sino añadir más encono al sentimiento general de irritación en el campamento aliado(9).
(9) Respecto de la cuestión del comando, ver: Augusto Fausto de Souza. “A Redempção da Uruguaiana (Historia e considerações acerca do succeso de 18 de Setembro de 1865 na provincia do Rio-Grande do Sul” (1887), en la “Revista do Instituto Histórico e Geográphico Brasileiro”, Nro. 50, pp 8-10. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La cuestión del Comando no era lo único que separaba a Flores de los brasileños. El caudillo uruguayo estaba a favor de un asalto inmediato sobre la posición paraguaya. Pôrto Alegre, más realista, quería extender el sitio y forzar a los paraguayos a someterse por hambre. Entre las dos posiciones había poco espacio para el compromiso, por lo que Flores y los brasileños optaron por esperar a Mitre y al emperador, quienes podían tomar juntos la decisión final.
Aunque los Aliados se fortalecían día a día, serios problemas todavía complicaban la vida de sus soldados en el campo. Había escasez de alimentos, ropa, leña y forraje para miles de caballos que habían traído los brasileños. Las lluvias continuaban dificultando el aprovisionamiento y mantenían a los hombres mojados, incómodos y de mal humor.
El Ejército había hecho preparaciones inadecuadas para el tratamiento de los enfermos, con el resultado de que simples resfriados derivaban en dolencias mayores. Hubo un momento en que cientos de hombres en las tropas Aliadas quedaron fuera de servicio al mismo tiempo(10).
(10) En su relato personal, el coronel Palleja escribió acerca de muertes diarias y enfermedades derivadas del frío y la comida contaminada. León Palleja. “Diario de la campaña de las Fuerzas Aliadas contra el Paraguay”, tomo 1, pp. 98-103, Montevideo (dos volúmenes). Biblioteca Artigas. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El 30 de Agosto de 1865 salió el sol en Uruguayana después de bastante tiempo. Los dos Ejércitos contendientes, que previamente sólo se habían espiado uno a otro en medio de la espesa bruma, ahora se veían plenamente. Los Aliados notaron que los paraguayos habían destripado muchas casas y usado los muebles y los postes de las cercas como leña. También habían expandido la línea de trincheras comenzada por los brasileños hacía más de un mes. Lucían andrajosos, pero todavía en condiciones de ofrecer resistencia.
Los paraguayos, por su parte, podían ahora observar la magnitud de las tropas que formaban contra ellos: al menos diecisiete mil hombres y cuarenta y dos piezas de artillería, sin mencionar los cañones a bordo de los barcos de Tamandaré.
Estigarribia, que veía lo mismo que sus hombres, no dejó que los meros números decidieran la contienda. El 4 y 5 de Septiembre recibió otra serie de Notas de los comandantes enemigos y de nuevo declinó sus demandas de rendición, ridiculizando marcadamente la afirmación de que los Aliados sólo deseaban liberar al oprimido pueblo del Paraguay:
“Dado que Su Excelencia muestra tanto celo en otorgar a la Nación paraguaya su libertad (...) ¿por qué no comienza liberando a los infelices negros del Brasil, quienes forman la mayor parte de su población y quienes sufren bajo la más dura y terrible esclavitud, para enriquecer y mantener en la ociosidad a unos cuantos cientos de nobles del Imperio?
“¿Desde cuándo una Nación que por su propia y espontánea voluntad elige el Gobierno que preside sus destinos tiene que ser llamada una Nación de esclavos? Sin duda, el Brasil se ha inmiscuido en los asuntos del Río de la Plata, con el decidido deseo de subyugar y esclavizar a las Repúblicas hermanas y tal vez incluso al Paraguay mismo”(11).
(11) El coronel Thompson se inclinaba a pensar que esta carta no era obra de Estigarribia, sino de su capellán, Santiago Esteban Duarte. Ver: “Estigarribia al Comandante en Jefe de la División en Operación en el Río Uruguay, a los Representantes de la Vanguardia de los Ejércitos Aliados”, Uruguayana, 5 de Septiembre de 1865, en George Thompson. “The War in Paraguay with a Historical Sketch of the Country and Its People and Notes upon the Military Engineering of the War” (1869), p. 91, Londres. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Estigarribia termina su misiva comparando su situación con la de Leónidas en las Termópilas, pero mientras los espartanos efectivamente retrasaron a los persas mediante su sacrificio y salvaron a los griegos como resultado, los paraguayos no tenían nada que ganar con un gesto similar en Uruguayana. Los Aliados gozaban de completa superioridad en artillería, con lo cual podían bombardear a Estigarribia sin serias bajas de su lado. El coronel lo sabía, pero aún así exhortó al enemigo a disparar: “Mucho mejor -escribió- el humo de (sus) cañones nos dará sombra”(12).
(12) George Thompson. “The War in Paraguay with a Historical Sketch of the Country and Its People and Notes upon the Military Engineering of the War” (1869), p. 92, Londres. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus. Alguna duda existe en cuanto a si uno de los hermanos Salvañach, el Padre Duarte o Estigarribia mismo de hecho compuso esta Nota, aunque llevó solamente la firma del último. Ver: “Diário do Rio de Janeiro”, del 17 de Septiembre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Pero palabras desafiantes no ganan batallas, como tampoco lo hace una expresada disposición de inmolarse. La verdad era que Estigarribia se estremecía ante la noción de pelear con sus tropas desmoralizadas e incapacitadas por el hambre.
Para peor, no tenía órdenes de Solano López. Como todo oficial en el servicio paraguayo, vacilaba en contradecir abiertamente al mariscal en cuestiones militares y aunque anteriormente hubiera pasado eso por alto al cruzar el río en São Borja y no en Garruchos, la situación en Uruguayana era muy distinta. Por lo tanto, esperaba nerviosamente en su puesto de comando, inseguro de qué hacer.
Mitre arribó a Uruguayana el 10 de Septiembre. Otros tres buques de guerra brasileños subieron al río al mismo tiempo y estuvieron a mano al día siguiente, cuando el emperador llegó desde São Gabriel. Las tropas Aliadas no tuvieron forma de ofrecerle un recibimiento real debido a que su arribo coincidió con un fuerte chaparrón.
Cuando los guardias de honor se alinearon para reverenciar a su soberano, apenas podían mantener sus rostros erguidos y sus ojos abiertos por toda la intensidad de la lluvia. Pedro II, envuelto en un poncho azul con vivos dorados y largas botas campestres, saludó a sus hombres con toda la gracia que pudo reunir(13).
(13) Revista “Anglo-Brazilian Times”, (Río de Janeiro), del 9 de Octubre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Escurriéndose el agua de su blanco cabello, luego se apuró a entrar en los Cuarteles preparados para él y su personal. Quiso que Mitre y Flores se reunieran con él de inmediato, pero estos le rogaron su indulgencia hasta que la lluvia amainara. Pedro y los otros líderes aliados todavía tenían que solucionar la cuestión del Comando.
El emperador no tenía experiencia militar, pero sí poseía un considerable aplomo. Bajo los términos del Acuerdo de Mayo, podía reclamar el Comando de todas las Fuerzas Aliadas en Brasil y personalmente estaba predispuesto a hacer exactamente eso, al menos por un tiempo. Pero una interpretación ampliamente aceptada de la Constitución de 1824 le impedía asumir cualquier rol militar que pudiera poner su vida en peligro. Después de todo, era un monarca, no un soldado profesional.
El ministro de Guerra, conde D’Eu, Augusto de Saxe-Coburgo-Gota (su otro yerno) y todos sus principales consejeros, de hecho le rogaban reconocer este hecho obvio y no hacer algo que pudiera poner la dinastía en peligro. El clima frío y húmedo y el constante fastidio de sus subalternos quebraron la resistencia de Pedro II aún antes de llegar al campamento y ahora se mostraba dispuesto a ceder(14).
(14) Cuarenta años más tarde una controversia menor surgió cuando un diario argentino citó a un anciano veterano diciendo que las reuniones entre Mitre y el emperador estuvieron cargadas de rencor, con Don Pedro gritando al presidente argentino: “¡Yo doy órdenes; usted obedece!” Ver: diario “La Nación” (Buenos Aires), 2-3 de Diciembre de 1903. Comentaristas brasileños ásperamente negaron que tal intercambio hubiera tenido lugar. R. J. Barman, en una comunicación privada con Thomas L. Whigham (8 de Junio de 1998), sugirió que el veterano se confundió y que tal disputa no ocurrió entre el emperador y Mitre, sino entre el marqués de Caxias y el ministro brasileño de Guerra, Angelo Moniz da Silva Ferraz, que se profesaban uno al otro una bien conocida antipatía. Silva Ferraz era físicamente parecido al emperador, lo que quizás explique la confusión del veterano, cuya historia fue repetida en muchas ocasiones por aquéllos que buscaron retratar a los brasileños de la peor forma. Ver, por ejemplo, Juan E. O’Leary. “Historia de la Guerra de la Triple Alianza” (1992), p. 114, Asunción. La verdad del asunto es que, en público, las relaciones entre los Jefes de Estado argentino y brasileño fueron siempre apropiadas y amistosas. Ver: periódico “Jornal do Commercio”, 22 de Diciembre de 1903. A juzgar por la recepción que le dio el emperador a Mitre en la ocasión en que el último visitó Río de Janeiro en 1872, ambos hombres ciertamente apreciaban su mutua compañía y dedicaban horas a discutir los méritos de Dante Alighieri. Ver; Ricardo Sáenz Hayes. “Los compañeros de Uruguayana (Mitre y Don Pedro II” (1942), en el diario “La Prensa” (Buenos Aires) del 4 de Enero de 1942; y Pedro Calmon. “Mitre y Brasil”, en Mitre: “Homenaje de la Academia Nacional de Historia en el Cincuentenario de su muerte. (1906-1956)” (1957), Buenos Aires, pp. 65-66. Ed. por Academia Nacional de la Historia. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
En vez de resignar el comando a un subordinado brasileño, se inclinó por su contraparte nominal, el presidente Mitre de la Argentina, quien continuó como General en Jefe de los Ejércitos Aliados, incluyendo aquéllos que quedaron atrás en Concordia bajo el general Gelly y Obes. Paunero, Pôrto Alegre y Flores retuvieron el comando de sus respectivas unidades. Aunque el emperador estaba decepcionado, se consoló asistiendo a varias reuniones de comando donde libremente ofreció sus opiniones. De allí en adelante, sin embargo, su influencia en cuestiones militares fue indirecta en el mejor de los casos(15).
(15) Joaquim Nabuco. “Um Estadista do Imperio: Nabuco de Araujo (sua Vida, suas opinhões, sua época)” (1897), tomo 2, pp. 268-274. Ed. Rio de Janeiro y París (dos volúmenes). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Cuando tuvo lugar el primer encuentro de los líderes aliados la tarde del 11 de Septiembre, el monarca evaluó a cada uno de sus camaradas de armas: “He visto a Mitre, Flores y Paunero”, escribió en una carta a su esposa. “El primero es el de más cultura; el segundo un viejo y muy feo caboclo (mulato); el tercero un amigable soldado de pelo y barba blanca”(16).
(16) Pedro II a Dona Teresa Cristina, Uruguayana, 12 de Septiembre de 1865 (extracto de Roderick J. Barman), Arquivo Grão Pará, Petrópolis. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
André Rebouças, un joven ingeniero militar de Bahía que estuvo presente en este primer encuentro, escribió que Don Pedro claramente dominó la reunión:
“El emperador, con gran altura, habló a sus súbditos, a Mitre, a Flores, a Paunero (...) de hecho, a todos los que lo rodeaban, pareciendo decir: tomen nota de que soy en verdad el primer ciudadano de Sudamérica”(17).
(17) André Rebouças. “Diário e Notas Autobiográficas (11 de Setembro de 1865)” (1938), pp. 92-93, Río de Janeiro. Ed. Ana Flora e Ignacio José Verissimo. Rebouças, quizás el más influyente mulato en Brasil, más tarde se convirtió en el jefe de los instigadores del movimiento abolicionista de su país. Ver: Inácio José Verissimo, ed., “André Rebouças através de sua autobiografia” (1939), Río de Janeiro. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La efusividad de Rebouças era bastante natural. Después de todo, de los diecisiete mil soldados aliados que entonces rodeaban Uruguayana, más de doce mil eran brasileños y proporcionaban un telón de fondo de lo más extravagante a la visita del emperador. En un sentido, más que como político él actuaba como un huésped de honor en una cuidadosa coreografía, llena de color, pompa y música marcial.
Mitre, en su arrugado uniforme y con su sombrero de ala ancha parecía, en contraste, un oficial de bajo rango. No obstante, aunque Don Pedro se habría cuidado mucho de admitirlo, la verdad era que Mitre acaparaba bastante más que una participación marginal de poder en Uruguayana. Su único rival entre los argentinos -Urquiza- estaba lejos en Entre Ríos, enfurruñándose. Flores apenas contaba; de hecho, en Uruguayana dedicó más tiempo jugando con su perro Coquimbo que consultando con sus aliados.
En cuanto a los brasileños, aunque poderosos en términos de números globales, estaban divididos en la cuestión del comando: ¿Quién debería dar las órdenes en el teatro: Pôrto Alegre, Tamandaré, Caxias, el ministro de Guerra o el mismo emperador? Antes que resolver este espinoso problema, Don Pedro optó por darle a Mitre la continuidad del comando sobre los Ejércitos Aliados y así endosó la dirección de la guerra en favor del presidente argentino.
Como resultado, Mitre se sintió confiado en poder llevar adelante su proyecto de largo plazo, que incluía llevar la campaña al mismo Paraguay y asegurarse de que cualquier acción militar sirviera a sus intereses y los de Buenos Aires(18).
(18) Ricardo Piccirilli. “El general Mitre y la toma de Uruguayana”, en el diario “La Nación” (Buenos Aires), 24 de Enero de 1943. Varios parlamentarios brasileños consideraron la disposición de su Gobierno a permitir que Mitre continuase en comando como una entrega. Ver: “Protesto do Senador Visconde de Jequitinhonha contra a Intervenção dos Alliados no Sitio e Rendição da Cidade de Uruguayana” (1865), Río de Janeiro; y “Breve Analyse dos Protestos e Contraprotestos relativamente a Intervenção dos Alliados no sitio e rendição da Villa de Uruguayana” (1865), Río de Janeiro. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Solamente un capítulo restaba ser escrito en Uruguayana: los Aliados intentaron varias veces más convencer de rendirse a los paraguayos, incluso enviando a Fernando Iturburu y otros oficiales de la Legión Paraguaya a conferenciar con Estigarribia en guaraní(19).
(19) Ver José Segundo Decoud. “Diario de Guerra” (1865), en el Museo Histórico Militar, Asunción-Colección Gil Aguinaga, carpeta 117, Nro. 3. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Cuando estos esfuerzos fracasaron, Mitre, Flores y los otros comandantes bocetaron un plan para un asalto final. Idearon un fuerte bombardeo de hasta dos días de duración, asistido con cañones navales, para ser seguido de un masivo ataque de infantería(20).
(20) Ver “Capitulação da Uruguayana”, en el Arquivo Histórico do Itamaraty, lata 281, maço 1, p. 16, Río de Janeiro; “Plan de ataque de Uruguayana”, en el periódico “Jornal do Commercio”, 14 de Octubre de 1865; y Bartolomé Mitre. “Archivo del General Mitre” (1911), tomo 4, pp. 51-58, Buenos Aires (veintiocho volúmenes). Ed. Archivo del diario “La Nación”. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El asalto nunca se llevó a cabo. El 18 de Septiembre de 1865, Estigarribia observó que las unidades aliadas se movilizaban a posiciones de ataque apenas después del amanecer. Era una mañana gris, triste, con una película de neblina esparcida en el horizonte. Ninguna bruma, sin embargo, podía esconder lo que estaba a punto de pasar. Marchas de guerra sonaron en bronces patrióticos y docenas de banderas se desplegaron amenazantes hacia las líneas paraguayas.
Como táctica para socavar lo que quedaba de la compostura del coronel, funcionó muy bien. Imaginó la totalidad de su comando masacrada, el pueblo en llamas y al enemigo riéndose a carcajadas sobre su cadáver. Estos pensamientos finalmente quebraron a Estigarribia. Sus malnutridos y harapientos soldados podrían haber intentado todavía una defensa, pero su comandante ya había aceptado la derrota en su corazón.
No había recibido instrucciones de Humaitá. Ahora, bajo la bandera de tregua, los aliados le enviaron un ultimátum final, una exigencia de rendición firmada por Pôrto Alegre (aunque preparada por todos los comandantes). Pese a sus previas fanfarroneadas, a Estigarribia le quedaba poco para negociar y nada de tiempo.
Resquín no estaba viniendo, tampoco era probable que aparecieran uruguayos o entrerrianos amigos en el horizonte. En cambio, una abrumadora fuerza aliada estaba claramente a la vista, lista para abrir fuego. Estigarribia, exhausto y con los ojos hundidos, se sentó a una mesa y garabateó una respuesta al ultimátum. Propuso términos específicos:
1.- que todos los hombres enrolados en la división Uruguay, incluyendo sargentos, se rendirían y serían tratados como prisioneros de acuerdo con las leyes de la guerra;
2.- que los oficiales y civiles notables pudieran partir con sus armas y equipamiento e ir a donde quisieran; si elegían no retornar al Paraguay, entonces los aliados les proporcionarían sustento mientras durase el conflicto; y
3.- que los oficiales uruguayos en servicio de las fuerzas paraguayas se convertirían en prisioneros del Imperio y no de Flores, quien podría de otra forma hacer que algún “Goyo” Suárez los ejecutara como se había hecho con Leandro Gómez en Paysandú(21).
(21) Citado en José Ignacio Garmendia. “Campaña de Corrientes y de Rio Grande” (1904), p. 386, Buenos Aires. Ed. Peuser. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El coronel no tenía razones para esperar que los aliados accediesen a estas concesiones y aguardaba un tratamiento igual al que recibieron los hombres de Duarte. Los aliados, sin embargo, aceptaron el primero de los tres términos, rechazando solamente la demanda de que los oficiales paraguayos sean puestos en libertad(22).
(22) “Despatch of war minister Silva Ferraz”, Uruguayana, 18 de Septiembre de 1865, en el periódico “The Times” (Londres), 6 de Noviembre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Don Pedro tuvo algo que ver en esta generosa respuesta; se consideraba un hombre sin resentimiento hacia el pueblo paraguayo y quería mostrarlo de la forma más magnánima posible. Además, como emperador del Brasil, no quería formar parte de la devastación del pueblo de Uruguayana que los generales aliados estaban tentados a llevar adelante.
Estigarribia se rindió sin más demoras, ordenando a sus hombres reunirse y deponer sus mosquetes. No consultó a sus oficiales subordinados, sino simplemente les informó que no había alivio posible y que estaba siguiendo el único curso de acción que le quedaba. Luego se dio vuelta y presentó su espada al ministro brasileño de Guerra quien, con elaborada ostentación, se la pasó a Don Pedro.
Las tropas aliadas colmaron las calles de Uruguayana para ver a los paraguayos alinearse por unidades y apilar sus armas en la plaza central. Los soldados derrotados, muchos de ellos casi desnudos, pasaron silenciosamente, mirando con ojos feroces a los brasileños y argentinos de quienes esperaban una rápida muerte.
Los aliados capturaron trescientos caballos, veinte carretas, seis cañones, una cantidad de pólvora y más de trescientos mil cartuchos. También confiscaron siete banderas de batalla, que habrían sido ocho si el mayor José López (con fama en Mbutuí) no hubiera quemado la de su unidad antes que verla caer en manos del enemigo(23).
(23) Efraím Cardozo. “Hace cien años (crónicas de la guerra de 1864-1870” (1968-1982), tomo 2, pp. 226-227, publicadas en el periódico “La Tribuna” (trece volúmenes), Asunción. Ediciones EMASA. El mayor López, a propósito, fue uno de los pocos oficiales paraguayos que se las arregló para escapar del cautiverio aliado después del sitio y llegar a Encarnación para de nuevo ponerse al servicio del mariscal. En relación con las angustiosas aventuras de López y otros fugados, ver Fancisco Cárdenas al ministro de Guerra, Encarnación, 22 de Noviembre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 657. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El coronel uruguayo Palleja, quien había comandado la primera ola de atacantes en Yatay, presenció la escena y reportó un total de 5.545 prisioneros paraguayos. Otros 1.500 habían muerto de hambre y enfermedades o habían desertado(24).
(24) León Palleja. “Diario de la campaña de las Fuerzas Aliadas contra el Paraguay” (1960), tomo 1, pp. 146-147, Montevideo (dos volúmenes). Biblioteca Artigas; ver también Paranhos, “A convenção de 20 de Fevereiro”, pp. 248-250; y Venancio Flores a Francisco A. Vidal, Uruguayana, 19 de Septiembre de 1865, en el Archivo del Centro de Guerreros del Paraguay, Museo Histórico Nacional de Montevideo, tomo 77. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La mayoría de los testigos no había visto nunca semejante colección de miserables seres humanos. El emperador, en un escrito a la condesa de Barral, los declaró un “enemigo indigno de ser vencido, ¡esa chusma!”(25).
(25) Pedro II a la condesa de Barral, Uruguayana, 19 de Septiembre de 1865, en Alcindo Sodré. “Abrindo um Cofre” (1956), p. 95, Río de Janeiro. Editora Livros de Portugual S.A. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Otro testigo señaló con sarcástico desdén que incluso el más escuálido de los paraguayos llevaba un bien elegido botín expoliado al pueblo. Las tropas Aliadas pronto requisaron el fruto del saqueo, que incluía una incongruente acumulación de cuencos de azúcar, cuchillos para untar, candelabros y “miles de otras bagatelas que ellos creían que eran de oro o plata”(26).
(26) Ver: “Notas de Cándido López” (¿1887?), en Franco María Ricci. “Cándido López: imágenes de la Guerra del Paraguay” (1984), p. 120, Milán. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Muchos entre los prisioneros fueron reclutados directamente para servir en la Legión Paraguaya o como regulares de los Ejércitos Aliados. Los demás fueron enviados a Buenos Aires o Río de Janeiro “para ser vigilados”, igual que los capturados en Yatay. “Hubo pocos oficiales -en alguno de los tres Ejércitos- que no terminó con un “paraguayito” (como sirviente personal)”(27). Al mismo tiempo, fotógrafos en el campamento Aliado hicieron un gran negocio retratando a oficiales con espadas desenfundadas o lanzas sobre supuestamente abatidos cautivos paraguayos(28).
(27) León Palleja. “Diario de la campaña de las Fuerzas Aliadas contra el Paraguay” (1960), tomo 1, p. 154, Montevideo (dos volúmenes). Biblioteca Artigas; Helper a Seward, Buenos Aires, 26 de Septiembre de 1865, en el National Archives and Records Administration, Washington, D.C., M70, Nro. 12.
(28) Muchas de tales fotografías terminaron en la “Seção Iconográfica” de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Algunas fueron reimpresas -aunque pobremente- en Mario Barreto. “A Campanha Lopezguaya” (1928), Río de Janeiro. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El coronel Estigarribia, el Padre Duarte, como también los hermanos Salvañach y los otros uruguayos pro López se convirtieron en celebridades en el campamento, donde eran objeto de gran curiosidad. Durante varios días estos prisioneros gozaron los beneficios de la fraternización, especialmente con oficiales jóvenes y corresponsales de guerra, quienes escuchaban con mucha atención sus opiniones sobre Solano López y el sitio ahora concluido. Comieron y bebieron bien y disfrutaron los elogios de sus contrapartes quienes, con toda sinceridad, hablaban de ellos como “gallardos enemigos”.
Al final, a todos los prisioneros de alto rango se les dio a elegir su rumbo. Ninguno entre ellos quiso volver al Paraguay; conocían el destino que el mariscal tenía guardado para los oficiales derrotados. El Padre Duarte parece haberse perdido de vista por un tiempo, aunque sólo después de un agrio altercado con Pedro Gay, vicario de São Borja, quien trató de estrangular al cura paraguayo por el saqueo de la parroquia de Gay en Junio. Los atónitos testigos tuvieron que separar a la fuerza a los dos clérigos para que pusieran fin a sus puñetazos(29).
(29) Conde d’Eu. “Viagem Militar ao Rio Grande do Sul” (1936), p. 154, São Paulo. Ed. Brasiliana. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Posteriormente, algunos vagos indicios ubicaron a Duarte en Buenos Aires por el resto de la guerra, para luego regresar al Paraguay en 1870 y retomar sus obligaciones sacerdotales en la Iglesia de San Roque en Asunción(30). Los hermanos Salvañach, sin embargo, se retiraron sin fanfarria, primero al Brasil y luego al campo uruguayo, sólo para reaparecer con alguna notoriedad cuando los blancos lanzaron su sangrienta “Revolución de las Lanzas” a principios de los 1870(31).
(30) En 1874, Duarte retornó al rol de Capellán Militar y volvió a caer prisionero cuando tropas insurrectas ocuparon la capital paraguaya. Ver Silvio Gaona. “El Clero en la Guerra del ‘70” (1961), p. 103, Asunción. Ed. El Arte S. A.
(31) Abdón Arozteguy. “La Revolución Oriental de 1870” (1889), tomo 1, pp. 10-11, 47, 63-44, Buenos Aires. Félix Lajouane Editor. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus. La “Revolución de las Lanzas” fue un movimiento armado conducido por Timoteo Aparicio -caudillo del Partido Nacional y ex oficial del Ejército- que se desarrolló en Uruguay entre 1870 y 1872 y terminó con el primer Acuerdo de coparticipación en el poder de los partidos tradicionales. Su nombre se debe a que fue el último conflicto militar acaecido en Uruguay en el cual se utilizó esta arma -la lanza de tacuara- como arma fundamental para librar las batallas.
Estigarribia eligió ir a Río de Janeiro. Allí, aún más que en Uruguayana, encontró audiencias ávidas de sus cuentos de combate. Por varias semanas la policía tuvo que dispersar los gentíos que se acercaban para mirarlo boquiabiertos a través de la ventana de la modesta casa que le proporcionó el Gobierno Imperial(32).
(32) El periódico “The Times”, de Londres, reportó el 6 de Noviembre de 1865 que Estigarribia había “sido objeto de una intensa curiosidad por parte de los fluminenses, para quienes sus grandilocuentes relatos lo hacían doblemente interesante”. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Pero pronto el interés se disipó, lo que terminó dándole a Estigarribia una apariencia trágica, vivo tal vez, pero sin familia ni patria. Resurgió en Marzo de 1869 cuando, sin éxito, peticionó al emperador que le permitiera servir como guía de las Fuerzas imperiales que entonces invadían las cordilleras del centro del Paraguay(33). El coronel nunca recobró la estima de sus compatriotas quienes, de allí en adelante, asociaron su nombre con la traición. Murió de fiebre en Diciembre de 1870, sólo días después de retornar de la Asunción ocupada por los brasileños(34).
(33) Ver: “Petición de Antonio de la Cruz Estigarribia”, (¿Santa Catarina?), 8 de Marzo de 1869, en el Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro, lata 483, documento 5, Río de Janeiro.
(34) “Certificado de Defunción de Estigarribia”, Diciembre de 1870, en el Archivo Nacional de Asunción, Colección Rio Branco, I 30, 30, 24, Nro. 1. Toda una generación pasaría antes de que un pariente distante, José Félix Estigarribia, recuperara el honor para el nombre de la familia a través de su exitoso liderazgo del Ejército paraguayo durante la Guerra del Chaco (1932-1935). // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La significación de la rendición del coronel en Uruguayana no resultó ajena a los líderes de la Alianza. A un costo relativamente pequeño en términos de vidas y material, habían eliminado una considerable fuerza enemiga y quebrado toda posibilidad de una renovada ofensiva paraguaya.
Solano López ahora tenía que olvidarse de su plan de rescatar al Uruguay de manos de Mitre, Flores y los brasileños. Dado que conectarse con los blancos había siempre sido su meta principal en el Sur, esto significaba que el Paraguay de allí en adelante podía sólo adoptar una estrategia defensiva. Los aliados esperaban que el mariscal se diera cuenta de que la victoria -como fuera que la definiera- ya no era posible. Tendría que repensar sus objetivos de guerra o enfrentar la aniquilación.
Dado que sólo los lunáticos se disponen a autodestruirse deliberadamente, Mitre y sus generales tenían todas las razones para suponer que la paz estaba cerca. El humor era festivo en Uruguayana. El emperador recorrió la comunidad liberada, visitó a sus habitantes que retornaban y distribuyó limosnas entre los pobres. Tanto él como Mitre bromearon con sus respectivos soldados, quienes respondieron con la misma jovialidad. Todos estaban ansiosos por eliminar a Resquín y tomar Humaitá.
Entre los más conspicuos testigos de esta feliz escena estaba Edward Thornton, quien llegó al campamento brasileño el 22 de Septiembre. El ministro británico había venido desde Buenos Aires con instrucciones de su Gobierno de reunirse con Pedro II y presentarle una carta de la Reina Victoria, cuyo alentador contenido ayudaba a suavizar los malos sentimientos asociados con el “Christie Affair”. El emperador se mostró cortés y agradecido.
Con las relaciones entre Gran Bretaña y Brasil ahora restablecidas, sus funcionarios podían alardear de una apariencia de apoyo de la mayor potencia europea. Este “apoyo” fue más aparente que real. Thornton, quien siempre estuvo interesado principalmente en promover el comercio, mostró poca preocupación por los objetivos de guerra del Brasil y aún menos porque su presencia en Uruguayana pudiera ser distorsionada por los brasileños y sus enemigos.
En Sudamérica, sin embargo, tales detalles nunca pasaban desapercibidos. Si algo provocó la visita de Thornton fue hacer mucho más agradable el logro del emperador(35).
(35) En relación con la visita del ministro británico a Uruguayana, ver Thornton a Earl Russell, río Uruguay, 26 de Septiembre de 1865, en Kenneth Bourne y D. Cameron Watts, eds.. “British Documents on Foreign Affairs (Reports and Papers from the Foreign Office Confidential Print)”, pt. 1, v. 3, Brazil, 1845-1894 (Nueva York, 1991), pp. 82-83; periódicos “La Nación Argentina”, 28 de Septiembre de 1865; y “Diário do Rio de Janeiro”, 6 de Octubre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Rápidamente se esparcieron las noticias de los acontecimientos en Uruguayana. Cartas de felicitaciones pulularon desde todas partes de Argentina y Brasil(36).
(36) Ver Manuel Lagraña a Marcos Paz, Curuzú Cuatiá, 21 de Septiembre de 1865, en Levene. “Archivo del coronel Dr. Marcos Paz” (1959-1966), tomo 4, p. 182, La Plata (siete volúmenes). Ed. Universidad Nacional. Versos heroicos escritos para celebrar el fin del sitio aparecieron en muchos periódicos brasileños, por ejemplo: “Himno da Uruguayana”, en el periódico “Jornal do Commercio”, 4 de Octubre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Toda esta expresión de buenos sentimientos acarreaba un irónico peligro para la causa Aliada. Si la prensa -o los propios líderes aliados- promocionaban demasiado la victoria, ello daba razón a los posibles reclutas en el Interior de la Argentina (o el Nordeste brasileño) de resistir la conscripción. ¿Por qué debería alguien pelear a semejante distancia del hogar por una cuestión que ya no estaba en duda?
Pero donde las noticias de la capitulación de Estigarribia tuvieron su impacto más profundo fue en Paraguay. Solano López había estado fuera de contacto con su división Uruguay desde antes de Yatay, si bien había enviado regulares correos a la zona(37) ninguno de las cuales llegó a destino(38).
(37) Ver Francisco Bareiro a Estigarribia, Asunción, 12 de Agosto de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 1.702; y Bareiro a Estigarribia, Asunción, 22 de Agosto de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 755. En cuanto a correspondencia personal, la esposa de Estigarribia, Ramona Ramírez, le escribió una carta de amor desde Asunción el 5 de Agosto (en la cual ella menciona una carta de él del 20 de Mayo); ver en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 1.702.
(38) A finales de Octubre de 1865, el Comandante de Encarnación informó el retorno de tres soldados paraguayos que habían sido enviados al Sur el 20 de Septiembre con despachos para Estigarribia. Los soldados llegaron hasta Yapeyú, donde se enteraron de la rendición, y volvieron sobre sus pasos lo más rápido que pudieron. Ver Bareiro a Barrios, Asunción, 30 de Octubre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 768. Al final, al menos un grupo de paraguayos pudo escapar de sus captores aliados en Uruguayana y abrirse camino hasta Humaitá con información detallada acerca del sitio. Un capitán de San Miguel -que había servido a Estigarribia- le contó a López que, con pocas excepciones, todos los correntinos en el campamento aliado estaban contra su voluntad. Igual que los entrerrianos, ellos todavía simpatizaban con la causa del mariscal. Ver: “Deposición de Cándido Franco”, Paso de la Patria, 18 de Enero de 1866, en el Archivo Nacional de Asunción-Sección Jurídica Criminal 1.797, Nro. 1. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El mariscal debió haber comprendido la insalvable situación de Estigarribia una vez que los Ejércitos Aliados comenzaron su sitio. Pero su creencia en la tenacidad paraguaya, como la ejemplificaba el sacrificio de Duarte en Yatay, le nubló la vista sobre lo que realmente estaba pasando en Uruguayana y sobre los límites que un hombre puede soportar.
Para Solano López, tan acostumbrado a la intriga política y personal, solamente la conspiración podía explicar la reprensible conducta de Estigarribia. Con poca evidencia para sustentar esa hipótesis, aceptó como un hecho el rumor de que el coronel había vendido su guarnición por tres mil pesos(39).
(39) George Thompson. “The War in Paraguay with a Historical Sketch of the Country and Its People and Notes upon the Military Engineering of the War” (1869), p. 95, Londres. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Ninguna otra interpretación fue de allí en más permitida. Y para aquéllos que todavía pudieran vacilar, el mariscal no dejó dudas de que las consecuencias serían nefastas:
“Reuniendo a todos sus principales oficiales, (López) estalló en insultos y maldiciones hacia Estigarribia como un traidor, un truhán vendido, cuyo nombre y memoria merecían execración universal. Luego se dirigió a los presentes y en términos de las más insidiosas invectivas les dijo que todos ellos eran traidores en gran medida; (...) y que podían estar seguros de que a la más mínima defección, el más mínimo signo de desobediencia (...) sentirían su pesada mano sobre ellos”(40).
(40) Charles Ames Washburn. “History of Paraguay with Notes of Personal Observations and Reminiscences of Diplomacy under Difficulties” (1871), tomo 2, p. 87. Ed. en Nueva York y Boston. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La furia del mariscal contra Estigarribia tomó la forma de un ritual público en Paraguay. La prensa oficial rugió contra el coronel, para quien “el Todopoderoso y Su terrible juicio (garantizará) el castigo que se merece”.
Manifestaciones populares de indignación ocurrieron no solamente en Asunción, sino también en los más aislados pueblos de la República. Las tropas paraguayas que ocupaban los confines sureños de Mato Grosso se hicieron también eco de la condena(41).
(41) Martín Urbieta al ministro de Guerra, Nioac (sobre el Mbotety), 27 de Octubre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación 664. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Incluso la dócil esposa de Estigarribia lo calificó como un cobarde y pidió permiso al Gobierno para cambiar su nombre(42).
(42) Charles Ames Washburn. “History of Paraguay with Notes of Personal Observations and Reminiscences of Diplomacy under Difficulties” (1871), tomo 2, p. 88. Ed. en Nueva York y Boston. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Toda esta condena orquestada tuvo un efecto de catarsis. El que estuviera invariablemente ligada a expansivos elogios al genio militar del mariscal ayudó a López a recuperar su compostura (aunque estuvo varios días tan irritado que incluso su joven hijo, a quien adoraba, tenía miedo de acercársele). Ahora, con el sabor amargo en la boca, López hizo lo único que le quedaba por hacer: ordenó la retirada de Corrientes.
Aún antes de que la tinta de la orden estuviera seca, el mariscal redactó una elaborada misiva a Mitre, una de varias que escribió durante el curso de la guerra. Es fascinante leer estas cartas, ya que sirven como puntos de referencia del pensamiento paraguayo en momentos clave.
En esta ocasión, López estaba preocupado por el destino de sus hombres que habían caído en manos aliadas en Yatay y Uruguayana. Acusó a los Aliados de groseros maltratos a los prisioneros, de “actos bárbaros y atroces” contra sus personas y de presionarlos ilegalmente para integrar los Ejércitos enemigos y así rebajarlos a traidores para privarlos de sus derechos de ciudadanos y despojarlos de su más remota esperanza de alguna vez retornar a su país y sus familias, ya sea mediante el intercambio de prisioneros o cualquier otra transacción(43).
(43) Solano López a Mitre, Humaitá, 20 de Noviembre de 1865, en el periódico “El Semanario”, (Asunción), 25 de Noviembre de 1865. Los soldados paraguayos que escaparon insistieron en que los enlistados con los Ejércitos Aliados lo hicieron por coacción y que no se habrían jamás unido voluntariamente a los Ejércitos de los enemigos de su país, aun si les dieran “los altos salarios que les ofrecían”. Ver: “Deposición de Pablo Guzmán”, Paso de la Patria, 11 de Marzo de 1866, en el Archivo Nacional de Asunción-Sección Jurídica Criminal 1.797, Nro. 1. La “deserción” de paraguayos reclutados en las Fuerzas Aliadas continuó siendo un serio problema para Paunero, Palleja, Flores y otros comandantes. Ver: periódico “The Standard” (Buenos Aires), 6 de Enero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Tras defender su propio récord de correcto tratamiento de prisioneros y no combatientes, resumió sus quejas reclamando que los Aliados habían desatado una guerra de “exterminio y horrores”, la cual solamente podía ser contestada de la misma manera:
“Invito a Su Excelencia, en el nombre de la humanidad, y en honor de los Aliados, a dejar de lado esas barbaridades y a reconocer a los prisioneros de guerra paraguayos el adecuado goce de sus derechos como prisioneros (...) (De lo contrario), ya no me consideraré atado a ninguna consideración y haré con repugnancia a los ciudadanos argentinos, brasileños y orientales (dentro de la República del Paraguay) pasibles de las más vigorosas represalias”(44).
(44) Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 6 de Enero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La respuesta de Mitre llegó pocos días después. El presidente argentino categóricamente rechazó los cargos del mariscal. Negó el maltrato a los prisioneros paraguayos y sostuvo que aquéllos que se habían unido a las armas Aliadas lo habían hecho por su propia y libre voluntad (hecho manifiestamente falso).
Luego, con palabras cuidadosamente elegidas, devolvió las acusaciones de Solano López argumentando que fueron los paraguayos, antes que los soldados aliados, los que habían cometido bárbaros actos en Corrientes y Río Grande, acciones por las cuales el Gobierno de Asunción tendría algún día que asumir responsabilidad.
Tomando nota de la amenaza de represalias del mariscal, Mitre concluyó, a su vez, con una amenaza: “Si V.E. empleara medios contrarios a los reconocidos en la guerra convencional, (usted) se pondrá deliberadamente por encima de la Ley de las Naciones y autorizará a los Aliados a proceder como V. E. insinúa”(45).
(45) Mitre a Solano López, Bella Vista, 25 de Noviembre de 1865, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Histórica 262, Nro. 1. Alrededor de un mes más tarde, el ministro brasileño de Guerra emitió una declaración en la que suscribió los comentarios previos de Mitre y negó que algún prisionero hubiera sido esclavizado. Ver: “Nota de Antonio Moniz da Silva Ferraz”, Rio de Janeiro, 22 de Diciembre de 1865, en el periódico “Diário do Rio de Janeiro”, 25 de Diciembre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Este intercambio fue significativo en el sentido de que definía cuál sería el futuro comportamiento que ambos bandos posiblemente asumirían. Aunque Mitre y Solano López (sin mencionar a los brasileños) continuaron aludiendo la cultivación de la “humanidad” y la “civilización” como principios guías, de hecho ambos hombres ahora se adhirieron a una guerra sin misericordia.
La incursión paraguaya en el río Uruguay fue sólo el capítulo inicial y mal concebido de una lucha terrible. Si el mariscal alguna vez tuvo un plan de campaña -lo cual es dudoso- dependía en un grado irracional de supuestos aliados en Uruguay y Entre Ríos, hecho nunca concretado.
Para ser justos, tales errores son comunes en la historia de la guerra; campaña tras campaña, invasión tras invasión han colapsado debido a aquellos supuestos sufrientes bajo el yugo de una tiranía que se niegan a levantarse y hacer causa común con sus libertadores.
Dadas las muy escasas probabilidades de éxito, Solano López les debía a sus comandantes el suministro de instrucciones entendibles. Las operaciones militares deben ser dirigidas hacia la obtención de objetivos claramente definidos, decisivos y posibles, precisamente lo que estaba ausente en la campaña de López a lo largo del río Uruguay. Aun si Estigarribia y Duarte hubieran sido mejores comandantes, sin objetivos claramente definidos no habrían podido nunca conseguir resultados perdurables.
Tal como se planteó la situación, sus errores operacionales y tácticos fueron numerosos, desde la indisposición de Estigarribia de apoyar a Duarte en una coyuntura crítica hasta el despliegue, no una vez, sino dos, de grandes Fuerzas en posiciones defensivas, con obstáculos insalvables en la retaguardia.
La decisión de defender Uruguayana cuando la retirada era todavía posible fue tal vez la peor de todas las equivocaciones y ocurrió así porque al coronel le faltó resolución para proceder sin órdenes(46).
(46) Un oficial señaló que los “generales paraguayos no tenían autoridad independiente y no podían hacer nada sin recibir órdenes de López, quien dirigía la guerra desde Humaitá; estas órdenes, enviadas o por vapores o por mensajeros a caballo (inevitablemente) tomaban muchos días en llegar”. Ver: “Datos tomados en Buenos Aires el 6 de Enero de 1888 (...) del coronel paraguayo (Juan Crisóstomo) Centurión”, en el Museo Histórico Militar, Asunción-Colección Zeballos, carpeta 118, Nros. 1 y 2. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Los brasileños, por su parte, tampoco hicieron las cosas correctamente al principio. Su conocimiento del terreno les debería haber dado muchas oportunidades de ejecutar asaltos breves y rápidos contra Estigarribia como habían hecho Payba y Reguera contra Duarte. La acción del teniente Floriano para cortar la comunicación por el río Uruguay fue brillante, pero podría haberse llevado a cabo mucho antes. Y el general Canabarro tuvo muchas posibilidades de atacar a los paraguayos con una correlación de fuerzas relativamente pareja después de São Borja, pero no lo hizo(47).
(47) El ministro de Guerra imperial hizo responsable al viejo gaúcho por la penetración inicial paraguaya en Rio Grande do Sul, pero la propuesta investigación de sus acciones fue cancelada por insistencia del marqués de Caxias; a Canabarro lo afectaron grandemente las acusaciones y murió apenado en Abril de 1867. Ver: “Ordem do Dia”, Nro. 21” (3 de Octubre de 1865), en “Ordens do Dia do Segundo Corpo” (1877), pp. 83-97, Río de Janeiro; periódico “Jornal do Commercio”, 13 de Diciembre de 1865; y Joaquim Nabuco. “Um Estadista do Imperio: Nabuco de Araujo (sua Vida, suas opinhões, sua época)” (1897), tomo 2, pp. 216-225. Ed. en Rio de Janeiro y París (dos volúmenes). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Después de que Estigarribia alcanzó Uruguayana, sin embargo, la historia fue muy diferente. Con una Fuerza limitada, los brasileños se las arreglaron para contener a todas las unidades paraguayas y, en la ocasión en que el coronel trató de escapar, fue detenido con mínimo esfuerzo.
De allí en adelante, la habilidad organizativa de Mitre se combinó con el número en constante crecimiento de las tropas aliadas y un generalmente buen liderazgo para asegurar un sitio exitoso. Enfermedades, hambre y baja moral en las líneas paraguayas hicieron el resto.
La campaña paraguaya a lo largo del río Uruguay fue mal concebida y mal ejecutada. El mariscal despachó a Estigarribia a Rio Grande do Sul sin darle una obvia vía de escape. Quizás Solano López supuso que la devoción de sus soldados sería sustituto suficiente de un bien elaborado plan de campaña.
Aunque llenó de improperios a Estigarribia por haberse negado a pelear, el mariscal, en última instancia, debía culparse a sí mismo. Creó y mantuvo un sistema militar absolutamente dependiente de los dictados de la más alta autoridad. Luego, sin proporcionar una misión clara ni un apoyo significativo, mandó una considerable porción de su Ejército a un destino desconocido.