EL CONGRESO EN SANTA FE DE 1852/53
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- Los hombres del fraque
A mediados de 1852 llegaron a Santa Fe -antigua ciudad de caudillos- unos señores estirados y despreciativos que pusieron, con sus fraques europeos y labios rasurados al estilo unitario, la nota exótica en la tranquila y somnolente calma de la vida provinciana.
Con ademanes ampulosos hablaban de la voluntad de los pueblos mirando a los imperturbables vecinos que tomaban mate en la puerta de sus casas; o con difícil prosa disertaban sobre los goces de la libertad, oprimidos y sudorosos por las camisas de plancha y los ceñidos corbatones de rigor. No eran esas prendas las más apropiadas para el clima y la proximidad del verano, pero ellos venían precisamente a demostrar que la civilización es sólo una y no conoce latitudes ni termómetro.
Eran los constituyentes que, al llamado del Acuerdo de San Nicolás, llegaban de toda la Confederación a cumplir su cometido trascendental. Los obrajeros criollos, que calafateaban en el Campito las goletas santafesinas, los vieron pasar orgullosos y convencidos de que “el bienestar general para nosotros y nuestra posteridad” llegaría con el capital y las mercaderías extranjeras.
Sus habilidosas mujeres, que tejían en la puerta de sus casas las famosísimas telas del Litoral -“toscas tal vez, pero que duraban toda la vida”(1)- comentaban risueñas los casimires europeos, de confección débil y colores desteñibles, usados por quienes venían a vestir a la patria de ropaje constitucional.
(1) Lina Beck Bernard. “Cinco años en la Confederación Argentina” (1935), traducción J. L. Busaniche, Buenos Aires, dice: “En Santa Fe se construyen las mejores embarcaciones y goletas de la Confederación”, p. 269. Idem en Martín de Moussy. “Description de la Confédération Argentine” (1935), tomo II. Dictada la Constitución e introducido el régimen económico de libre cambio, toda esa población quedó en la pobreza. La referencia a los telares santafesinos es del mismo libro de Beck Bernard, p. 264. También desaparecieron esos telares a poco de dictada la Constitución. // Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Los blandengues de Estanislao López y los artilleros del Quebracho, que distraían en las calles sus ocios veteranos, trataban de comprender alguna frase difícil, como “proveer a la defensa común” oída al paso de una enfática pareja de forasteros.
Y bajo las arcadas del Cabildo el viejo “Bandurria” miraba calmoso a “los fraques que nos darían patria”, mientras acariciaba con sus manos -quemadas por cuarenta años de guerras- el tambor que Belgrano le diera en Tucumán, compañero inseparable de su pobreza orgu-llosa(2).
(2) Pedro Bustamante (llamado “Bandurria”) había sido tambor de Belgrano. Ramón Lassaga lo llama el “Tambor de Tucumán”, en “Tradiciones y Recuerdos Históricos” (1895), Santa Fe; algunos han visto en “Bandurria” al Tambor de Tacuarí. Sobrevivió muchos años a la Guerra de la Independencia. Ya muy viejo conseguiría una pensión de $ 5 mensuales, que gravitaba sobre el Presupuesto provincial sus modestos vicios de veterano auténtico de la Independencia. En horas de euforia, el viejo tocaba incesantemente su tambor (del cual no se desprendía jamás) ante el coro admirado de grandes y chicos que lo respetaban como a un héroe de tiempos heroicos. Una calle de Santa Fe lleva su apellido. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
- “Reunidos en Congreso General Constituyente”
A fines de Agosto llegó al Hueco de las Carretas, extremo norte de la ciudad donde concluía el Camino del Alto(3), el doctor Facundo Zuviría, presidente de la Junta Provincial salteña y diputado por su provincia, muy feliz de que el destino le dispusiera como compañeros de viaje a los silenciosos y resignados diputados por Jujuy, Manuel Padilla y José de la Quintana, víctimas fáciles para su locuacidad desbordante y temible.
(3) Hoy Plaza España. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
En el mismo punto se detuvo un anochecer el carruaje del Gobierno de Córdoba que portaba al suave doctor cordobés Juan del Campillo -diputado por la provincia- y al joven párroco de Tulumba, Benjamín Lavaisse, diputado de Santiago del Estero, su tierra natal; no debió de ser feliz el viaje, a estar a los adjetivos del párroco en sus cartas “muy reservadas” al gobernador de Santiago(4).
(4) “Dentro de poco debo partir acompañado del diputado don Juan del Campillo que va por esta provincia. ¿Qué le parece amigo, este nombrato? Avísele esta anomalía a mi hermano Juan para que reniegue un poquito. Y si quiere verlo como una fiera, dígale que don Adeodato de Gondra y Calixto María González vienen por La Punta. Efectivamente, amigo, son nombramientos éstos que a un hombre honrado ruborizan al tener que suscribir su nombre puro y honrado con el de estos avechuchos tan desacreditados”. Lavaisse a Manuel Taboada, Córdoba, agosto 21 de 1852. Gaspar Taboada. “Recuerdos Históricos: los Taboada” (1929-1947), (cinco volúmenes), Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Por el puerto tomarían pie el discreto médico Luciano Torrent, dueño de un codiciado Losada más exacto que el reloj de sol de San Francisco; y el viejo Pedro Díaz Colodrero, estanciero en San Roque y antiguo ministro de Berón de Astrada, que llegaban de Corrientes para ser sus representantes en el Congreso.
La noche del 12 de Septiembre (de 1852) arribó la escuadrilla con Urquiza y su séquito. El capitán inglés del “Countess of Londsdale” encontraba practicable el río que debió abrir a cañonazos siete años atrás cuando el combate de Obligado. Urquiza y sus acompañantes habían embarcado el 9 (de Septiembre) en Buenos Aires, despedidos por la prensa con los habituales vítores al Libertador y a los esclarecidos representantes, sin perjuicio -como anota Groussac-(5), de trocar en tirano al Libertador y en alquilones a los esclarecidos representantes, a las primeras dianas triunfales de la revolución del 11 (de Septiembre de 1852).
(5) Paul Groussac. “Las Bases de Alberdi y el Desarrollo Constitucional”, en “Estudios de Historia Argentina”, p. 298. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Con Urquiza llegaban sus tres secretarios: Angel Elías, Juan Francisco Seguí y José Ruperto Pérez; sus dos chambelanes, Delfín Huergo y Diego de Alvear; sus ministros en el Gobierno de Buenos Aires, Juan María Gutiérrez y José Benjamín Gorostiaga; sus contertulios de Palermo, José Barros Pazos -próximo a ser rector de la Universidad-; Adeodato de Gondra, antiguo ministro federal en Santiago y Tucumán; Eduardo Lahitte, diputado hasta el 3 de Febrero en la Legislatura de Rosas; Salvador María del Carril, ex ministro de Bernardino Rivadavia; y Agustín Delgado, el solo representante urquicista en la Sala porteña disuelta en Junio (de 1852).
Todos traían diplomas de constituyentes que Urquiza les distribuyera, graciosa y generosamente, en la residencia de Palermo(6).
(6) “A principios de Septiembre (de 1852) el general Urquiza salió de Buenos Aires acompañado de dieciséis diputados al Congreso. De ellos, Seguí, Elías, Huergo, Alvear, eran su secretario, su escribiente y dos edecanes. Lahitte y Del Carril eran los diputados impuestos a Buenos Aires; Gutiérrez y Gorostiaga, sus ministros, fueron donados a alguna provincia. Don Adeodato de Gondra, agente de Tucumán cerca de Juan Manuel de Rosas, fue obsequiado a San Luis. De dieciséis diputados, nueve habían salido como Eva de las costillas de Urquiza”. Domingo Faustino Sarmiento, en “La Crónica”, de Chile, del 14 de Diciembre de 1853. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
En Buenos Aires los llamaron alquilones porque ni Huergo ni Gondra conocían a San Luis que representaban, ni Elias y Alvear ubicaban a conciencia a La Rioja, ni Gutiérrez pisado jamás Entre Ríos, ni Lahitte o Del Carril eran oriundos de Buenos Aires, ni Barros Pazos de Córdoba; y Seguí o Gorostiaga faltaban de sus provincias natales desde la niñez, y nadie los reconocería por allí no obstante haberlos votado en inobjetables comicios.
El anciano clérigo Pedro Alejandrino Centeno llegó a principios de Noviembre (de 1852) trayendo el Acta de su Catamarca natal. Al paso de Santo Tomé, punto terminal del camino del bajo, arribaron en la misma fecha el dominico José Manuel Pérez -provincial de su Orden- y el doctor Salustiano Zavalía, ministro en los años de la Coalición del Norte, que bajó de la diligencia tan compuesto y atildado como si no hubiera corrido trabajosamente los arenales de Coronda; ambos representaban a Tucumán, pero el nombramiento les había llegado en Buenos Aires donde residía el primero y el segundo había ido comisionado por su Gobierno.
A mediados del mes la mensajería de Cuyo dejó al joven mendocino Martín Zapata, a quien su suegro -el gobernador (Pedro Pascual) Segura- facilitaba el viaje con una de las bancas de la provincia.
Empezado Diciembre (de 1852) llegó una goleta entrerriana con Pedro Ferré, tantas veces gobernador de Corrientes, pero ahora por razones políticas vecino de La Paz, en Entre Ríos, trayendo bajo su poncho -bordado con las insignias de Brigadier General- un Acta desconcertante por Catamarca.
No fueron los únicos diputados. Pero el general (Rudecindo) Alvarado dilató su viaje por razones de salud y no llegaría entonces, ni nunca, a hacerse cargo de su representación por Salta. Y (Nazario) Benavídez acababa de anular los diplomas sanjuaninos -uno de los cuales era de (Domingo Faustino) Sarmiento- por “haberse realizado la elección sin concurrencia del pueblo” y, desde luego, en ausencia del gobernador(7).
(7) Tadeo Rojo cuenta así esta primera elección: “Los muchachos dependientes de comercio habían realizado la traviesa idea de acercarse a la última Mesa Electoral -abandonada y desierta- y habían elegido diputados al Congreso”, en el “Archivo del general Mitre” (1911-1913), tomo XIV, p. 126, (veintiocho volúmenes), Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
La insurrección porteña del 11 de Septiembre de 1852 modificó el elenco. Lahitte y Del Carril, “individuos que llevan el nombre de diputados por Buenos Aires”, quedaron cesantes por disposición de la Legislatura restablecida “ya que a la elección no concurrió el pueblo de la ciudad y campaña y se hizo bajo el imperio de la fuerza”(8).
(8) Ley del 21 de Septiembre de 1852. El coronel Matías Rivero habría recibido $ 200.000, “en premio de los servicios que prestó para oprimir el pueblo en las elecciones de representantes”, dice José Luis Bustamante en: “Memoria sobre la Revolución del 11 de Septiembre de 1852” (1853), p. 146, Buenos Aires; Eduardo Lahitte era oriental de nacimiento y de ascendencia francesa (marqueses de La Hitte). Su amistad con Urquiza fue posterior a Caseros. En el "Archivo Americano", 2da. Serie, Nro. 28, p. 74 puede leerse su curioso artículo (anterior al 3 de Febrero) sobre la misión regeneradora del loco, traidor, salvaje unitario Urquiza: “Urquiza, el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza (como merecidamente lo ha calificado la opinión), rompiendo el Pacto Nacional, vendiéndose ignominiosamente al extranjero, etc., etc., será repudiado eternamente por todos los argentinos...”. Lahitte moriría en Buenos Aires en 1873. Salvo su actuación en la Legislatura de Juan Manuel de Rosas, en el Consejo de Estado de Urquiza en 1852 y su anulada Acta para el Congreso de Santa Fe, no desempeñó otro cargo político. Era abuelo materno de Roque Sáenz Peña. // Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Solidario con sus hermanos comprometidos en la insurrección (porteña de Septiembre de 1852), el joven Diego de Alvear tomó el camino de regreso y, puesto en la disyuntiva de dictar la Constitución o perder el remunerado cargo de Rector de la Universidad de Buenos Aires, lo acompañaría el doctor Barros Pazos, que prefirió lo seguro en detrimento de lo glorioso(9).
(9) Al año siguiente, el catamarqueño Barros Pazos sería Rector de la Universidad y diputado en el Estado de Buenos Aires. Como tal, votaría la Constitución de 1854 que segregaba al novel Estado de la Confederación y lo investía “con el libre ejercicio de su soberanía exterior e interior”. Barros Pazos dejó la Rectoría al crearse (después de Pavón) la Suprema Corte de Justicia. Moriría en 1877 en la presidencia de la misma. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Urquiza llenó con prontitud los claros. En sustitución de Alvear fue elegido por La Rioja el oficial de su secretaría, Regis Martínez, cordobés de nacimiento pero avecindado en Entre Ríos. Otro cordobés -vecino de Corrientes- el doctor Santiago Derqui, antiguo secretario de (José María) Paz, conseguía el Acta de Barros Pazos para recomenzar una eficiente carrera política culminada más tarde con la presidencia de la República.
Salvador María del Carril, de a pie por la anulación de su Acta por Buenos Aires, venció la repugnancia de tratar a una de las “cabezas de hidra del caudillismo”(10) y escribió a Benavídez ofreciéndose “para todo”: recibiría a vuelta de correo la atención de un Acta de diputado sanjuanino.
(10) Término empleado por Del Carril para calificar a los caudillos federales, en su carta a Lavalle, incitando al fusilamiento de Dorrego. De la carta de Del Carril a Benavídez hago mención más adelante. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Completaría la representación -en suplencia de Antonino Aberastain, que no llegó nunca- el callado y respetable interino Ruperto Godoy. Finalmente, en sustitución de Adeodato de Gondra, obligado a alejarse de Santa Fe, llegaría a fines de Abril del año siguiente (1853) el errabundo doctor puntano Juan Llerena, antiguo redactor de gacetas rosistas en Mendoza.
La discreta gente santafesina recibió a los constituyentes con la hospitalidad propia de su tradición hidalga; los salones de damasco punzó y los patios andaluces de aljibes refrescantes, se abrieron para agasajo de los huéspedes y hacerles llevadera la ausencia del solar nativo.
En su doble carácter de ministro de Gobierno y diputado por la provincia, les daba la bienvenida el doctor Manuel Leiva. Había logrado habilitarles como alojamiento las celdas del doblemente centenario Convento de San Francisco -las habitaciones mejores y más frescas de la ciudad- y algunos cuartos del abandonado Convento de La Merced, antiguo Colegio de los Jesuitas.
Pero fue un problema ubicar a quienes no querían, por modernismo en las ideas o propósitos sobre la libertad de cultos, compartir la cómoda reclusión de los claustros religiosos; acabó por acomodarlos en la casa de las respetables señoritas Foster, que admitían pensionistas, o en los altos de la alfajorería de Merengo, a pocas varas del Congreso, calle del Cabildo esquina a San Gerónimo.
- “Por voluntad y elección de las provincias”
La cláusula 7ma. del Acuerdo de San Nicolás facultaba a los gobernadores para emplear su “legítima influencia” en la acertada designación de los integrantes del Congreso. De la cláusula al nombramiento directo de los diputados -supone Rivarola- debió mediar solamente la distancia entre una orden y su cumplimiento(11).
(11) Roldolfo Rivarola. “Del Régimen Federativo al Unitario” (1908), p. 53, Buenos Aires. Idéntica apreciación en Ramón José Cárcano. “Del Sitio de Buenos Aires al Campo de Cepeda” (1921), pp. 184-185, Buenos Aires. // Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Los gobernadores del Acuerdo o eran caudillos militares de indiscutible prestigio popular -como los generales Benavídez, de San Juan; (Pablo) Lucero, de San Luis; o (Celedonio) Gutiérrez, de Tucumán-(12); o caballeros de la clase culta provinciana elevados al Gobierno por decisión de sus iguales, los otros señores de la Sala Representativa, como don Pedro Segura, de Mendoza; don Manuel Vicente Bustos, de La Rioja; o don Domingo Crespo, de Santa Fe(13).
(12) El general Nazario Benavídez gobernaba San Juan desde 1836. El prestigioso vencedor de Acha era -al tiempo de la caída de Rosas- el puntal de la política rosista en el Interior. Invitado por Urquiza (por medio del joven Bernardo de Irigoyen, amigo personal de Benavídez) a deponer sus recelos y acudir al Acuerdo de San Nicolás, Benavídez aceptó la invitación. Su ausencia fue aprovechada por el partido liberal para despojarlo del Gobierno, pero le sería fácil recuperarlo a su regreso. Gobernó hasta 1854; y en 1857 será reelegido transcurrida la obligada pausa que imponía la nueva Constitución. Fue asesinado el 23 de Octubre de 1858 por una conjuración liberal. Su muerte inició un largo período de atrocidades: los crímenes de Virasoro, Aberastain y tantos otros fueron consecuencia de la anarquía sobrevenida por la eliminación del caudillo.
* Urquiza gobernaba Entre Ríos desde 1841. Siguió gobernando la provincia, no obstante desempeñar el cargo de Director de la Confederación y, más tarde, Presidente de la misma, por la precaución de federalizar todo el territorio provincial. Poco antes de dejar la presidencia desfederalizó Entre Ríos: por supuesto, resultó elegido gobernador por unanimidad. El 1 de Mayo de 1860 asumió el poder que retendría hasta su muerte, en 1870, salvo la pausa 1864-68 (por el principio de no reelección inmediata) en que figuró un señor José Domínguez.
* El general Celedonio Gutiérrez era gobernador de Tucumán desde 1841, liquidada la Coalición del Norte. Su Gobierno fue progresista y Tucumán le debe el desenvolvimiento del cultivo y la industrialización de la caña de azúcar. Al tiempo de Caseros, Gutiérrez vencía al “Ejército Grande del Norte”, mandado por Crisóstomo Alvarez, en Manantial (Febrero 15, 1852); el 17 (de Febrero), ignorante de la derrota de Rosas, ordenaba el fusilamiento de Alvarez por “traidor a la Patria y aliado del loco Urquiza”. Ese traspié no le impidió acudir a la reunión de San Nicolás. Su delegado, Manuel Alejandro Espinosa, aprovechó la ocasión para deponerlo (Junio 14, 1852), apoyado por los Taboada de Santiago; fue durante el interinato de Espinosa que se eligieron los diputados por Tucumán al Congreso. Gutiérrez -respaldado por Catamarca- consiguió retomar el Gobierno en Enero de 1853; Espinosa pagó con la vida su efímero Gobierno. Derrotado Gutiérrez por los santiagueños en Los Laureles, perdería el cargo por segunda vez. Brevemente lo volverá a ocupar en vísperas de Pavón.
* El general Pablo Lucero mandaba en San Luis igualmente desde 1841. Se mantuvo sin que nadie lo molestara hasta 1854, fecha en que se retiró a su estancia cargado de años y méritos.
* Felipe Ibarra, gobernador de Santiago desde 1821, era -a la fecha de su muerte (1851)- el decano de los caudillos con treinta años azarosos de Administración y guerras civiles. Disputada su sucesión entre Mauro Carranza y su sobrino Manuel Taboada, este último acabó por imponerse: la dinastía de los Taboada (Manuel, el general Antonino y sus parientes Ibarra y Gorostiaga) prolongó su influencia por muchos años con la precaución de apostar simultáneamente a todas las cartas del naipe: a Rosas y Urquiza en 1851; a Urquiza y Buenos Aires más tarde; a Mitre y Sarmiento luego.
(13) El fraile Aldao (general don José Félix) había sido dueño y señor de Mendoza hasta su muerte en 1845. Lo reemplazó -por decisión de la Sala- don Pedro Pascual Segura, honorable vecino acusado de debilidad por los unitarios (era suegro de Martín Zapata, integrante de la Comisión Argentina en Chile). En 1847 fue sustituido por Alejo Mallea. Al mes exacto de Caseros, Segura volvía al Gobierno.
* Don Manuel Vicente Bustos gobernaba La Rioja desde 1849 y continuaría hasta 1854 apoyado en el fuerte prestigio de general Angel Vicente “Chacho” Peñaloza), dueño de Los Llanos.
* Don Manuel José Navarro administraba honradamente Catamarca desde 1846, asistido por su Ministro General, el presbítero (luego constituyente) Pedro Alejandrino Centeno. Navarro murió repentinamente el 4 de Mayo de 1852, en apariencia por el temor de enfrentarse con Urquiza (ref. Manuel Soria. “Fechas Catamarqueñas” (1920), p. 11, Catamarca. La Legislatura dio poder a Urquiza para que representara a Catamarca en San Nicolás; en el Gobierno fue reemplazado por Pedro José Segura.
// Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Jefes populares o primus inter pares de aristocracias lugareñas, los gobernadores de 1852 “representaban” en mayor o menor grado la realidad política de cada una de sus provincias. Palabras aparte, todo sistema de gobierno se reduce -en última instancia- a un jefe de masas o a un grupo dominante; a una dictadura más o menos popular o a una minoría que gobierna por su calidad de clase dirigente.
Los gobernadores que habían acudido a San Nicolás eran auténticos “representantes” de cada una de sus provincias. Aquéllos que debían su poder a la influencia de Rosas no pudieron resistir el cimbronazo del 3 de Febrero, como Manuel “Quebracho” López, de Córdoba; (José Manuel) Saravia, de Salta; o (José Mariano) Iturbe, de Jujuy; y fueron despojados por respectivas jornadas libertadoras de campanario(14).
(14) El general Manuel López (conocido por “Quebracho”) gobernaba Córdoba desde 1835, poco después de la deposición de los Reinafé. Era caudillo rural de Pampayasta y no se dejó aconsejar por los doctores unitarios causantes del fracaso de sus antecesores. Fue depuesto el 27 de Abril de 1852 y sufrió la confiscación de sus bienes. Moría muy pobre en el exilio en 1860.
* El general José Manuel Saravia administraba Salta desde Octubre de 1850. Fue el único gobernador cuya deposición ordenó Urquiza: se cumplió el 3 de Marzo de 1852 al mes justo de Caseros. La Sala, presidida por Facundo Zuviría, eligió gobernador al primo de éste, Tomás Arias. A su vez, constituyente fue Zuviría.
* El coronel José Mariano Iturbe gobernaba Jujuy desde 1838 con intermitencias. Fue depuesto el 4 de Marzo (de 1852) y fusilado sin más trámite. Lo sustituyó el doctor José Benito de la Barcena.
// Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Pascual Echagüe, de Santa Fe, prefirió jugar con nobleza la carta del Restaurador en Caseros y lo había acompañado al exilio en el “Conflict”(15).
(15) El general y doctor Pascual Echagüe, uno de los altos valores militares, políticos y morales de la Confederación, gobernó Santa Fe desde 1842 hasta dejar la provincia en Diciembre de 1851 para incorporarse al Ejército de Rosas en Santos Lugares. Anteriormente había sido gobernador de Entre Ríos. Junto a Rosas marchó al exilio después de Caseros, pero volvió a la Confederación a pedido de Urquiza en 1855; alcanzaría a ser Senador Nacional por Entre Ríos en la época constitucional e integrar -como constituyente de Entre Ríos- la Convención Nacional de 1860. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Manuel José Navarro, de Catamarca, acababa de morir, quizá por la impresión de tener que afrontar a Urquiza en San Nicolás, después de sus gerundiosas declaraciones contra el vil traidor vendido al oro brasileño(16).
(16) Ver Nota Nro. 13. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
No todos los firmantes del Acuerdo pudieron usar su “legítima influencia” en la elección de los constituyentes. El viaje a San Nicolás fue aprovechado por los unitarios locales (llamados ahora liberales) para inducir a los “delegados” de los caudillos a quedarse con el Gobierno.
Celedonio Gutiérrez supo en Córdoba -al volver de San Nicolás- que su delegado Manuel Antonio Espinosa acababa de inaugurar en Tucumán la “aurora de la libertad”, por supuesto asumiendo el papel de Libertador de circunstancias; debió apoyarse en Catamarca para retomar el poder y el desdichado Espinosa perdió la vida en la patriada. Durante la breve y dramática Administración de Espinosa fueron elegidos los diputados al Congreso de Santa Fe: fray Manuel Pérez y el doctor Salustiano Zavalía.
Más afortunado, Nazario Benavídez, a quien idéntica trastada quisieron jugarle los liberales sanjuaninos con el delegado Yanzi, alcanzó a volver a tiempo para anular las elecciones de éste y hacer a gusto de Urquiza a los constituyentes.
También el correntino (Juan Benjamín) Virasoro, no obstante sus méritos como Jefe de Estado Mayor en Caseros, había pagado su ausencia en Buenos Aires con el alzamiento del delegado (Domingo) Latorre, que le quitó la gobernación y no lo dejó volver más a la provincia. Bajo la dirección del ministro (Juan Gregorio) Pujol se hicieron las elecciones.
- La “legítima influencia”
¿Qué uso hicieron los gobernadores de su “legítima influencia”?
Hubo algunos -los mejor afirmados- que eligieron a paisanos de prestigios lugareños, prefiriéndolos de título universitario o estado eclesiástico. Otros, tal vez para congraciarse con el nuevo orden o porque no tendrían mayor interés en el Congreso, mandaron a Urquiza poco menos que las Actas en blanco.
Los demás -Benavídez, Crespo, Taboada- si complacieron al Libertador designando sus amigos, por lo menos lograron que fueran nativos de la provincia. Todos procedieron, en cosa para ellos de relativa significación, con el tino de no rozar al nuevo Señor de Palermo por un quítame allá ese diputado que tengo candidato al Soberano Congreso.
¿Es objetable? Tal vez un puritano de las formas, apegado a las palabras que no a la realidades, critique el “he dispuesto que sea elegido” de las Notas de Urquiza; o extrañe que Del Carril -nada menos que Salvador María del Carril, el autor de la Carta de Mayo, el ministro de Rivadavia- se ofreciera a un caudillo federal de la índole de Benavídez.
¿Pero acaso Benavídez no era San Juan? ¿Y Urquiza no era Supremo Poder, por decisión de las armas brasileñas en Caseros y voluntad de los gobernadores reunidos en San Nicolás?
El Congreso de 1852 nacía verdaderamente de la voluntad y elección de las provincias, porque nacía de la voluntad y elección de los gobernadores de las provincias, “guardianes de las libertades públicas” como los llamó Urquiza al citarlos a la reunión nicoleña.
Los gobernadores, proponiendo candidatos a Palermo o ratificando la elección hecha en Palermo, hicieron lo único que podía y debía hacerse y sus elegidos fueron auténticos representantes del momento político en que se vivía.