Godoy, Ruperto
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- Valeper
En casa de Manuel Belgrano, sobrino del General, siete jóvenes se reunieron la tarde del 6 de Noviembre de 1821: Juan Crisóstomo Lafinur, Diego Alcorta, Baldomero García, Angel Saravia, Francisco Pico, Ruperto Godoy y el dueño de casa.
Fundaban una sociedad secreta con el doble objeto de “adelantar sus conocimientos en literatura y ayudarse mutuamente en la vida política”; para lo primero se juntarían tres veces por semana a “proponer y discutir temas generales”; para lo otro, se darían entre sí “la mayor importancia posible en cualquier lugar, estado o circunstancia”. Además del bombo mutuo, “votarían o adquirirían votos para aquellos sujetos que resolviese la sociedad”.
Así nació “Valeper”, célula de estudio y logia de ritual y fines masónicos. Conforme a la tradición de las sociedades secretas, cada uno tomó un nombre de fantasía: a Ruperto Godoy, sanjuanino de dieciocho años llegado a Buenos Aires para iniciarse en el comercio, le correspondió el de “Victorio”. Aceptó provisionalmente porque preparaba un viaje a su ciudad natal.
Tres veces por semana Valeper se reunía en casa de Belgrano, en la de Saravia o en lugares indicados en el prolijo Libro de Actas con un dubitativo “con la decencia posible” (que hace sospechar el café de Marcos o de Catalanes), para arreglar el mundo conforme “a las luces de la razón y de la libertad”.
Llevaban un extracto tan fiel de sus tenidas que la intromisión del mozo del café o la señora de la casa era anotada meticulosamente: “Fue interrumpida la sesión por la presencia de un extraño. Luego que salió...” y sigue el Acta de algún profundo debate sobre “el fundamento de la justicia”, o “la influencia del hábito en la vida orgánica y de relación del hombre”.
Más tarde, Valeper incorporaría, previo un concienzudo análisis de sus “condiciones morales” y el ritual correspondiente, a Ireneo Portela, Valentín Alsina, Pedro García y José Lagos.
Durante un año entero -de Noviembre de 1821 a Noviembre de 1822- los juveniles reformadores arremetieron con los temas más variados en sus tertulias y secretísimas tenidas: “La conveniencia de que Buenos Aires ayude a una expedición al Perú” provoca una negativa del porteñista Valentín Alsina pues, “al separarse espontáneamente las provincias de Buenos Aires habían contraido la obligación de defenderse por sí mismas”; como cuyano lo rebate Godoy:
“Buenos Aires está en el deber de socorrer a las provincias, después que las hizo amar y comprender la Revolución”; la mayoría acaba por inclinarse ante el tremendo antimilitarismo de Manuel Belgrano (¡nada menos!) según quien “el Gobierno se desacreditaría al ayudar a la expedición al Perú, pues Buenos Aires aborrece lo militar”.
“Si el lujo es o no conveniente a un Estado republicano”, da una lucida exposición económica y moral: el epicúreo Lafinur se inclina a la afirmativa (“es el lujo el móvil de la agricultura, el comercio, las artes”); el austero Belgrano por la negativa (“el lujo corrompe a los ciudadanos”); el roussoniano Pico también por la negativa (“el lujo es contrario a los derechos de la igualdad, es el término de las repúblicas y el principio de las monarquías”); y, finalmente, el ecléctico Godoy transige en “que es útil cuando no daña la mural, como vestirse, amoblar una casa, etc., pero perjudicial cuando daña la moral como embriagarse en un banquete”.
Si “era preferible la anarquía al despotismo”, propuesto por Alsina, tuvo unánime asentimiento “por amor a la libertad y repudio a las tiranías”. Si Buenos Aires debería formar un Estado solamente con las provincias orientales y occidentales del Río de la Plata -como espera Angel Saravia- “por ser el voto mismo de la naturaleza”, merece una aclaración de Portela “porque el odio hacia Buenos Aires es, precisamente, de las provincias orientales”.
¿Cuál es el influjo que ha ejercido la revolución sobre las fuerzas morales de las habitantes de estas provincias?, que era “mucho” para Portela; “no tan grande” para el disconforme Alsina; y resuelve afirmativamente Alcorta con un paralelo entre la enseñanza antigua, “donde los niños perdían lo más florido de la juventud estudiando las groseras doctrinas del peripato”, y el régimen educativo del señor Rivadavia, “en que se ocupan de más serios y útiles estudios”.
Un año duraron los trascendentales debates. Hasta Noviembre de 1822 en que “los asociados habían perdido interés y no concurrían a las sesiones”, y acabó la vida de Valeper(1).
(1) Gregorio F. Rodríguez. “Contribución Histórica y Documental” (1921), tomo I, p. 271, Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Así, interinamente resolvía su viaje a San Juan, se inició en los arduos problemas políticos, filosóficos, sociales, educativos, morales y económicos el joven Ruperto Godoy, que treinta años después sería mudo diputado interino por San Juan en el Congreso Constituyente de 1852.
- El silencioso
¿Qué hizo Ruperto Godoy durante el largo tiempo corrido entre Valeper y el Congreso de Santa Fe? No figura en la política provinciana ni nacional. A la espera de su hora se fue a trabajar silenciosamente en las minas de Copiapó; allí lo encuentra el general (Tomás de) Iriarte en 1841 dueño de una sólida fortuna(2).
(2) Tomás de Iriarte. “Memorias” (1949), tomo VII, p. 269, Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Alrededor de 1846 liquida sus negocios mineros y vuelve a San Juan. No toma parte en la vida política; tampoco habla ni siquiera en la tertulia verpertina de la rebotica de Rawson, como si el esfuerzo de “Valeper” le hubiera agotado el caudal de palabras.
Su laconismo se hizo tan famoso como la opuesta locuacidad de su comprovinciano Domingo de Oro; los suyos heredaron esa virtud del silencio: “La de Godoy es una familia de mudos -comenta Sarmiento-; cuatro hijos de don Ruperto Godoy carecen del don de la palabra”(3).
(3) Domingo Faustino Sarmiento. “Obras Completas”, tomo XXII, p. 257. (De las “Obras Completas” de Domingo Faustino Sarmiento hay dos versiones: la primera, editada por Augusto Belin Sarmiento y Luis Montt -publicada entre 1884 y 1903- y, la segunda, de la editorial “Luz del Día” de 1948-1956). // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
En 1852 llegó a Santa Fe como diputado interino, a la espera de Antonino Aberastain, que nunca se haría cargo de su banca. Se quedó en el Congreso, mudo e ineficaz, durante las históricas Sesiones. No dejó otro rastro de su presencia que la anotación marginal de su nombre en el Acta; el juvenil “Victorio” se limitaba a asistir puntualmente al recinto y votar con la mayoría.
Sarmiento afirma que “seguía siendo unitario de alma”(4) y omite criticarlo en sus virulentas crónicas del Congreso en homenaje a esa inexpresada idea partidaria. ¿Qué hacía entonces Ruperto Godoy en Santa Fe? ¿Por qué votaba una Constitución federal con el cintillo punzó en la solapa y el sombrero?
(4) Domingo Faustino Sarmiento. “Obras Completas”, tomo XLVI, p. 248. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Tenía una buena posición económica y no precisaba para nada de Urquiza. José María Zuviría -como único elogio de su paso por el Congreso- le reconoce “una sana intención”. ¿Cuál sería?(5).
(5) José María Zuviría. “Los Constituyentes de 1853”, p. 161. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
¿Cómo estaba enterado Sarmiento de las opiniones políticas de Ruperto Godoy en 1852? Tal vez hubo entre ambos sanjuaninos una correspondencia, hasta la fecha ignorada; tal vez Godoy haya sido el minucioso informante que tuvo Sarmiento para escribir sus agudas crónicas del Congreso.
Eso mostraría una faceta desconocida en la personalidad del constituyente; habrá sido callado, pero era muy eficaz. Quizá fue ese misterioso sanjuanino Godoy que Vicente Quesada da como autor de “Los c... del Paraná”, libro satírico sobre los hombres de la Confederación:
“... un librejo escrito por aquel mordaz sanjuanino ¡tan cauteloso como dañino! Me parece que se llamaba Godoy, ¿te acuerdas?
“Era alto como los álamos de Mendoza, tenía el cabello gris como las mañanas nebulosas de San Juan y la lengua brava y punzante como las espinas de los arbustos de las tierras sedientas adonde no alcanza el riego en San Luis, ¿lo recuerdas..?
“Ese librejo es perverso por la intención, es injurioso por maldad y está escrito por una mano pérfida. Se llama ‘Los culones del Paraná’”(6).
(6) V. Gálvez. “Memorias de un Viejo” (1924), p. 193. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
- El mártir del Pocito
Nada se vuelve a oír de Ruperto Godoy hasta 1860. El 16 de Noviembre de ese año es asaltada la casa del gobernador de San Juan, Virasoro, por una partida de emponchados; se oye una descarga y el gobernador muere; mueren también algunas personas de su familia.
Es una revolución del partido liberal que inicia “el reinado de las luces y de la civilización”. Los revolucionarios declaran caducos los “poderes del Estado por su origen espúreo” y solemnemente convocan al pueblo soberano a la libre elección de una Cámara de Diputados que, de acuerdo a la Constitución, elegiría al gobernador.
El pueblo no debió acudir con la premura requerida. Los revolucionarios deben ordenar “a las partidas que patrullaban y recorrían armadas la ciudad, llevasen a la plaza a todo individuo que encontrasen”(7), y de esta manera se consiguió un número “aparente” de votantes.
(7) Antonio Abraham Zinny. “Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas”, tomo IV, p. 188. Ed. Cultura Argentina. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Se eligieron veinticuatro diputados, entre ellos Ruperto Godoy, que pasó a ser presidente provisional de la Cámara. Su amigo, Antonino Aberastain, pese a algunas andanzas no muy liberales en los años de la Coalición del Norte(8), fue elegido por la Cámara, gobernador “constitucional” de la provincia.
(8) Cuando Roque Alvarado huyó de Jujuy ante el desmoronamiento de la Coalición del Norte, dejó a Antonino Aberastain como delegado para entregar la provincia a los federales. Alvarado, en la carta que dejó a Lavalle explicando su fuga, advierte que Aberastain no le inspiraba confianza, “por su próximo parentesco con el mazorquero Bárcena, de Córdoba”, y aconsejaba al General no detenerse en Jujuy y seguir inmediatamente para Bolivia, en Gregorio F. Rodríguez. “Contribución Histórica y Documental” (1921), tomo III, p. 153, Buenos Aires. Lavalle lo desoyó y no salió con vida de la ciudad. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
Desde Buenos Aires, Sarmiento dio alborozado la noticia en “La Crónica”: “empezaban en San Juan tiempos nuevos de libertad, de civilización”.
El Gobierno Federal intervino conforme al artículo 6 de la Constitución votada por Godoy. El coronel Sá es nombrado Interventor y se encamina a San Juan. Inútilmente Godoy y el prudente Santiago Cortínez lo entrevistan en Mendoza para convencerlo de no ir a San Juan, dado el “orden inalterable que desde entonces (la depuración de Virasoro) se guardaba en la provincia”(9).
(9) Antonio Abraham Zinny. “Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas”, tomo IV, p. 188. Ed. Cultura Argentina. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
El Interventor puso condiciones inadmisibles para no dejarlos: que los autores de la eliminación de Virasoro “fueran juzgados por autoridad competente” como si se tratara de simples homicidas y no de libertadores del pueblo; que se “procediera con todas las garantías a elecciones de legítimos representantes” sin reconocer la Cámara presidida por Godoy ni la elección de Aberastain. Naturalmente fueron rechazadas por los comisionados, que notificaron al coronel Saá “que el pueblo de San Juan estaba dispuesto a resistir la intervención”(10).
(10) Antonio Abraham Zinny. “Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas”, tomo IV, p. 190. Ed. Cultura Argentina. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.
El Interventor debió recurrir a una división del Ejército; ignoraba que los revolucionarios tenían algo más sólido que las milicias provinciales, pues mediaban promesas serias de apoyo de Buenos Aires.
Con prepotencia cuartelera, el interventor se puso en marcha al frente de su división. Aberastain y Godoy proclaman a sus conciudadanos para “resistir hasta el sacrificio por la libertad de San Juan”; el primero va a Pocito a reunir los voluntarios (remitidos con maneas por los jefes departamentales), mientras Godoy queda de gobernador interino.
En la Rinconada del Pocito chocan los dos Ejércitos (11 de Enero de 1861). El interventor triunfa y Aberastain es apresado y a poco muerto por un subalterno, Francisco Clavero. Saá, dos días después, entra en la ciudad sin darse por enterado de la existencia del gobernador interino. Ni lo molestó, ni Godoy se cuidó hacerse visible.
La Intervención a San Juan y el mártir del Pocito producen la reacción en Buenos Aires. Estalla la guerra entre ésta y la Confederación; ocurre Pavón y la caída del Gobierno Nacional. Sarmiento, escoltado por una división porteña, se aproxima a San Juan donde el nuevo gobernador federal, Francisco Díaz (surgido de las elecciones convocadas por Saá), se apresura a interponer la cordillera entre su persona y los libertadores. No había Gobierno.
Dieron los liberales en la ocurrencia de que Ruperto Godoy gobernara interinamente, como presidente de la “legítima” Cámara disuelta por la derrota del Pocito. No era el momento de fijarse en minucias legales y Godoy ocupó el Gobierno provisional. La misma Cámara, por explicable unanimidad, nombró gobernador a Sarmiento, que aceptó, porque San Juan había entrado en el “camino de la civilización, la libertad, etc.”
Agradecido a Godoy, lo hace su ministro interino mientras busca en Buenos Aires un titular de campanillas, que no llegaría nunca.
- El eterno interino
Ruperto Godoy quedó de ministro interino durante la gobernación Sarmiento. Debió aficionarse al cargo, porque seguiría después que su genial coterráneo dejara la gobernación y la provincia “por no tener cogote de repuesto”.
Godoy será ministro interino de (Camilo) Rojo en 1864; de Soage en 1867; de Rojo nuevamente cuando sustituyera en 1868 a Soage (¿?), previa la revolución de práctica. Largo interinato finalizado en 1869 al quedar al frente del Gobierno, interinamente, por llegarle el turno al Rojo de la deposición. Fue gobernador interino durante dos meses; nunca pudo conseguir nada definitivo Ruperto Godoy.
Morirá el 15 de Abril de 1873. Nadie habló en su silencioso sepelio en la catedral de San Juan. Sus hijos le pusieron una lápida:
“Aquí yace por la eternidad Ruperto Godoy”. Fue una eternidad interina; el terremoto de 1944 destruyó la lápida y aventó sus restos.