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El particularismo provincial; carácter de la época

Expresar conceptos sobre características sustanciales del período histórico que se inicia en los 1820 no es fácil porque aún cuando este proceso va diferenciando las provincias argentinas en conjuntos de características diversas, no se está todavía ante una real integración regional.

Si se asiste ya a un proceso de cierta división del trabajo, como la señalada por Burgin, entre el Litoral y el Interior, no puede decirse lo mismo dentro de cada conjunto regional, salvo en la reducida escala de ciertos intercambios tradicionales(1).

(1) Miron Burgin. “Aspectos Económicos del Federalismo Argentino” (1960), pp. 67 y sigts. Ed. Solar/Hachette, Buenos Aires. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

En la misma forma en que no se puede hablar de la existencia de un mercado nacional, tampoco parece posible hacerlo de mercados regionales.

Al promediar el siglo, una economía progresivamente orientada al mercado exterior bosqueja -un bosquejo cuya percepción es facilitada en nosotros por el conocimiento de la historia posterior- las regiones que caracterizarán al futuro del país. Sin embargo estamos lejos de poder hablar de una real integración regional. Esas presuntas regiones son más bien conjuntos escindidos por las divisiones provinciales: divisiones administrativas, rentísticas, mercantiles, militares.

De la misma manera que el país en bosquejo, las futuras regiones son aún esbozos en los que parte de la economía fuerza en una dirección y la estructura social en otra. Porque el nudo de la cuestión consiste en que son la estructura social y sus expresiones políticas las que imponen, a través del fuerte particularismo provincial, otra realidad, realidad ceñida a los límites de los Estados Provinciales, aunque la conformación económica que le dio origen estuviese en proceso de transformación.

Aquella vieja estructura económica en la que nuevos procesos de producción mercantil se desarrollan con distintas características según los casos, se corresponde con los rasgos de la vida política argentina de la primera mitad del siglo XIX.

El carácter arcaico del capital comercial es acompañado de pautas de vida social y política no menos arcaicas. La vida provinciana rioplatense, incluida la de la propia Buenos Aires(2), fue modelada en esos cauces, que mostraron prolongado vigor.

(2) La literatura histórica argentina y la de viajeros ha frecuentado el tema. Véase una exposición reciente en Susan Magden Socolow. “The Merchants of Buenos Aires. 1778-1810 (Family and Commerce)” (1978), para el período colonial; y en Tulio Halperín Donghi. (“Revolución y Guerra (Formación de una Elite Dirigente en la Argentina Criolla)” (1972). Ed. Siglo XXI, Buenos Aires) para una etapa posterior. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

La ruralización de la vida social rioplatense modifica algunas de esas pautas con manifestaciones inéditas, como lo fue la presencia armada de masas rurales en las disputas en torno a la cosa pública, pero sin variar los aspectos sustanciales de esa sociedad:

* la preeminencia de los grupos propietarios, no comprometida por la acción de los caudillos;
* la hegemonía sobre los sectores populares que asegura el mismo caudillo;
* el fuerte particularismo provincial, que comparten los nuevos sectores movilizados en el caudillismo;
* la preeminencia de las solidaridades personales o familiares sobre las programáticas: entre otras.

La presencia de la gran propiedad rural no deja de trastornar expresiones políticas tradicionales de las burguesías mercantiles. En este sentido, es útil comparar la formación del Estado correntino con el de las provincias vecinas del Litoral.

Mientras en Corrientes el dominio del grupo mercantil, prolongado a través de las luchas abiertas por la Independencia, se expresa en un relativamente organizado aparato estatal, dentro de las condiciones del período, en Santa Fe y Entre Ríos el debilitamiento del sector de mercaderes y la mayor incidencia de la propiedad rural se corresponde con el clásico poder caudillista, común a otras provincias argentinas.

En Corrientes asistimos a una temprana formulación constitucional, con un régimen representativo funcionante, con una organización rentística, administrativa y militar más efectiva de lo que es común advertir en el período y con gobernadores que se suceden en el poder según las normas constitucionales, al punto de lograr encauzar legalmente las rivalidades políticas agudizadas al comienzo de los años treinta.

Su máxima figura política, Pedro Ferré -ex artesano naval- difiere sustancialmente de las características de los caudillos de la época, no en virtud de su personalidad sino por su inserción en un Estado Provincial mejor controlado por la élite dirigente.

El peso en el Estado correntino de los sectores urbanos, incluso populares, como el batallón de artesanos organizados por Ferré para los combates en los que la provincia rescató su autonomía en 1821, es notoriamente mayor.

Esta distinta conformación socio-económica se tradujo en una distinta política frente al problema de la Organización Nacional, que hizo de Corrientes la piedra fundamental de las políticas antirrosistas durante el período.

Comprimidas las posibilidades de expansión mercantil por los efectos de la política librecambista y de la hegemonía bonaerense sobre la navegación de los ríos y la Aduana, Corrientes enfrentó la política de Rosas en el proceso de constitución de la Liga del Litoral con una irritante demanda de proteccionismo económico y de urgente unificación nacional e intentó organizar tras su liderazgo a las provincias del Litoral y del Interior.

Finalmente derrotada, hubo de resignarse a suscribir el Pacto Federal que dilataba indefinidamente la Organización Nacional, luego de haberse retirado de las negociaciones en señal de protesta(3).

(3) Conviene advertir que, del vigor de las posiciones nacionalistas exhibidas por Corrientes en su enfrentamiento con Buenos Aires, no se sigue que ellas hubieran atravesado indemnes la prueba de la necesaria conciliación de intereses para la real puesta en práctica de la Organización Nacional. Así, en sus aranceles de 1831, Corrientes prohibe productos de otras provincias. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

En cambio, es posible inferir que la resignación de las tentativas de hacer funcionar regímenes representativos realmente válidos por las élites mercantiles de casi todas las provincias -ante el poder personal de los caudillos, apoyados en la movilización de las masas rurales- refleje en el nivel político esa relación nueva y contradictoria entre los grupos mercantiles y el crecimiento de la importancia de la propiedad rural, dado que lo común en la historia del capital comercial, en cuanto atañe a sus avances sobre la producción, es vincularse con productores directos, generalmente la pequeña propiedad artesanal, urbana o rural.

Mientras que en esta etapa del desarrollo de la economía rioplatense, en cuanto economía orientada al mercado pero aún no capitalista, la relación con la gran propiedad rural lo pone en contacto con una situación social más completa: la expresada en la relación social "propietario-peón"(4).

(4) Los criterios relativos a la condición del trabajador en la ganadería de la época varían desde considerarlo sometido a una especie de servidumbre cubierta, a definirlo como asalariado moderno. En cuanto al tema de los caudillos, véase Tulio Halperín Donghi. “El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense postrevolucionaria” (1965), en: “Estudios de Historia Social”, Nro. 1, Buenos Aires. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

Por añadidura, ello ocurre en un momento histórico en que las masas rurales en toda Hispanoamérica habían sido recientemente sustraidas a la disciplina del trabajo en aras de las luchas por la independencia, movilización efectuada por lo general mediante programas de naturaleza igualitarista que calaron hondo en la conciencia popular e hicieron más que difícil la necesaria tarea de reinsertarlos en el mundo productivo.

El fenómeno de la ruralización de las bases del poder y de la emergencia de regímenes de caudillo expresa esa nueva situación social e indica en el plano político, uno de los efectos más difíciles de controlar que en una economía todavía tributaria del capital comercial, emerge de la vinculación, por más débil que sea en esta primera mitad del siglo, al mercado mundial capitalista en desarrollo.

Por otra parte, pese a las innovaciones de importancia que se han ido produciendo en la sociedad argentina, lo que no existe al filo de la caída de Rosas es una clase social dirigente que pueda llamarse nacional, si no en el sentido de corresponder a una nación, aún sin cuajar, al menos en el de poseer una solidaridad y fusión de intereses en el ámbito de lo que se concebía como base de la nación posible.

Han surgido ya nuevas realidades, sea en el terreno de los intereses materiales, sea en el de las experiencias políticas, producto de la historia transcurrida desde la Independencia, que harán recrudecer y aparentemente con mayores posibilidades de éxito, los intentos de organización nacional, aunque todavía faltan algunas décadas de intensas transformaciones y agudas luchas para que esos intentos culminen en el éxito.

Lo que existe son grupos dominantes locales, "burguesías mercantiles" o "mercantil/rurales", si se permite la expresión, que controlan la producción y comercio locales, en las que los lazos de parentesco predominan en la constitución de las empresas y cuyo espíritu particularista predomina en los hechos sobre los posibles conatos nacionalistas(5)

(5) Por ejemplo, sobre el carácter familiar de las variadas empresas de comercio, producción rural y, en ocasiones, industrial, que caracterizaba a la “élite gobernante” de Mendoza todavía en vísperas de la llegada del ferrocarril, véase William James Fleming Jr. - “Regional development and transportation in Argentina (Mendoza and the Gran Oeste Argentino Railroad. 1885-1914)” (1976), Indiana University, Ph. D., Xerox University Microfilms, capítulo II: “Mendoza before the railroad. 1862-1885”. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

Los límites que la naturaleza mercantil precapitalista de las burguesías provinciales imponían a sus relaciones recíprocas explican la dificultad de su fusión en una clase nacional. Las tendencias nacionalistas existentes en todo el ámbito rioplatense, apoyadas -entre otras razones- sobre la necesidad de organizar los vínculos con el exterior, no alcanzaban a superar tampoco aquellos límites.

El proceso de expansión económica bonaerense, por ejemplo, es usufructuado por una clase dirigente mercantil-estanciera cuya tendencia más notoria no es hacia la unificación nacional sino hacia la preservación del statu quo; un mínimo de vinculación con el resto de las provincias que, a la vez que permita el mantenimiento de los lazos económicos ya referidos y una mayor fuerza en las negociaciones con el exterior, haga también posible la exclusividad del aprovechamiento de las ventajas naturales de la provincia, expresadas en el control de la navegación de los ríos y en el del comercio exterior a través de la Aduana.

El particularismo de esa burguesía mercantil, fracasado en años anteriores en los intentos de unificación nacional bajo su hegemonía, al par que exitoso en impedir la unidad a costa de sus privilegios, tenderá tanto bajo el período rosista como posteriormente durante el predominio de la política mitrista, a obstruir toda política de organización nacional que implique el sacrificio de aquellos intereses particularistas.

En este cometido, la alianza con parte de las provincias del Litoral será vital para el predominio de la política de no organización nacional durante el período.

Por eso, la más importante de esas cuestiones, que afectaba al conjunto de las provincias, la llamada “cuestión de Buenos Aires”, se veía magnificada al promediar el siglo por las nuevas perspectivas del mercado mundial.

La existencia de una provincia del Litoral marítimo y fluvial, con el gran puerto del comercio exterior y con las características culturales y políticas de su centro urbano, fue tradicionalmente el gran motivo de escándalo y discordia para el resto de las provincias argentinas, señala Chiaramonte.

Sin embargo, paradójicamente, fue también el gran factor de unión, quizás el más firme elemento en que se apoyaban las tendencias nacionalistas en pleno proceso de disgregación política, y no hay que referirse con esto a los efectos de la política bonaerense, tendiente tanto a impedir la organización nacional como a conservar un mínimo de unidad en cuanto ella era factor fundamental para su propio desarrollo, sino a los efectos de la existencia misma de Buenos Aires dentro del resto de las provincias; al hecho que la satisfacción de múltiples intereses provinciales exigía la anulación de los privilegios que disfrutaba Buenos Aires y que ello sólo fuera posible en el cauce de una organización nacional que la englobara y que arbitrase los intereses encontrados.

Esta composición de lugar sólo pareció atenuarse en las zonas limítrofes del área andina, limítrofes de otras regiones extranjeras con salida al exterior, atenuando aparentemente, el sentimiento nacional en formación -que mucho más se atenuaba en la propia Buenos Aires, parte de cuyo sector dirigente vivió siempre oscilante ante una doble tentación: la de organizar el país bajo su dominio de tal manera que no resignase las ventajas de su privilegiada situación geográfica; o la de separarse de él, afectando los intereses vinculados al tráfico interprovincial, pero asegurando los derivados de su posición.

De tal manera, así como observando el proceso desde el ángulo de su cristalización política, lo más llamativo del período lo constituye la emergencia del Estado Provincial, al mismo tiempo es posible ir advirtiendo los cambios que a largo plazo el proceso económico y social va produciendo en el sentido de promover una configuración regional más amplia.

Se ha visto que, al amparo de la inexistencia de un Poder Central y ante las exigencias de una economía debilitada por las luchas armadas y comprimida en sus posibilidades de desarrollo por el período de dificultades que vive la economía mundial entre el fin de las guerras napoleónicas y la mitad del siglo, las provincias se vuelcan a las posibilidades que su ubicación geográfica les brinda.

Es el caso de las vinculaciones con Chile, de una parte de ellas; con Bolivia, de otras; con el sur brasileño y el Uruguay de las del Litoral. Así se van perfilando, entonces, esbozos de nuevas regiones con el consiguiente riesgo de disgregación que entrañan para el no concretado proyecto de Nación Argentina y que urge la puesta en práctica del llamado Proceso de Organización Nacional subsiguiente a la caída de Rosas.

Tenemos entonces que, al producirse la Independencia, los intentos de conformar nuevas entidades políticas sobre la base de cierta uniformidad regional, según el patrón de las viejas Intendencias, fracasan.

La configuración regional que esos proyectos dibujaban tenía cierto asidero en la realidad, fundado en motivos de orden geográfico y económico, de vínculos históricos debido a la proximidad espacial o a otras razones, como las derivadas del ordenamiento administrativo hispano-colonial.

Pero esta configuración regional era por demás débil si trascendemos al punto de vista geográfico. Y las razones de esto se encuentran, como vimos, en el tipo de estructura económica y social que no generaba más vínculos económicos entre las provincias que los de la circulación mercantil del tipo ya descripto.

Estas configuraciones regionales tuvieron alguna proyección en las luchas sociales y políticas del período. En unos casos -Liga del Interior, liderado por el general Paz- se trataba de una unión transitoria derivada predominantemente de la estrategia militar y tendiente a apoyarse en la más genérica oposición Interior-Buenos Aires; en otro caso -Liga del Litoral- las mismas razones se unieron a la emergencia de reivindicaciones regionales más definidas que, sin embargo, no mostraron el vigor suficiente para asegurar su perduración(6).

(6) Las famosas “repúblicas” -de Entre Ríos, de Tucumán, de Cuyo- en el caso en que pasaron del estado de mero proyecto, fueron completamente efímeras. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.

Por otra parte, al lado de la unidad “provincia” de sólida estructuración económica, social y política, la historia de la primera mitad del siglo apunta a la conformación de regiones económicas más amplias que engloban a conjuntos de provincias argentinas con parte de los países vecinos.

Ante la inexistencia del Estado Nacional, esos vínculos económicos pueden amenazar con desarrollar una solidez mayor que los que unen a esas provincias con lo que sigue siendo el centro visible de la posible nación: Buenos Aires.

No se ha intentado una evaluación precisa del peso de unos y otros nexos, que permita estimar hasta qué punto era real el peligro, pero basta saber que en la conciencia política de la época constituyó una preocupación que estimuló en parte en los protagonistas la tendencia a la unificación nacional.

Si bien es cierto que, pese a los elementos de comunidad de lengua -con excepción del sur de Brasil- cultura, tradiciones y otros, que también podían constituir factores de unificación para cualquiera de esas regiones intranacionales, las provincias de la Confederación Argentina tenían otro acervo común que las diferenciaba de los países limítrofes; también es cierto que las exigencias de las penosas condiciones económicas del período podían convertirse en fuertes razones para las tendencias centrífugas que amenazaban el proyecto de Nación Argentina.

Para una perspectiva -insistimos- en la que la "nación" existente a fines del siglo XIX fue un fruto del proceso histórico y no la tardía formalización de una realidad ya existente al filo de la Independencia, importa saber que estos distintos esbozos de solidaridades fundadas en nexos económicos, nexos políticos y tradiciones de diverso tipo -entrelazados en una compleja superposición cuya coexistencia proviene, justamente, de la debilidad aun de los vínculos que harían posible la nueva nación- constituyeron factores de peso en las tensiones políticas rioplatenses.

Los cambios internos y la percepción de una nueva coyuntura internacional posterior al promediar el siglo renovarán las nunca extinguidas tendencias hacia la unificación nacional.

Sin embargo, la nueva situación política existente en Buenos Aires al caer Rosas no bastará, ni mucho menos, para asegurarla. De todas las provincias era en ésta en la que a la vez que persistía el interés en unificar al país, dada la importancia que ello tenía sobre el desarrollo de la propia provincia, existió siempre la más fuerte tendencia a la segregación, en la medida, además, en que era la única que contaba con elementos materiales y políticos en grado tal de tornar realmente posible su existencia independiente.

La coalición del resto de las provincias no bastaría al logro de la unificación nacional, como se comprobó en la segregación de Buenos Aires en 1852. Serían necesarias transformaciones más profundas, emergentes de los cambios económicos y sociales que se irán dando en la segunda mitad del siglo para producir la fusión de intereses de varios de los principales grupos provinciales con parte de los de la misma Buenos Aires, dejando en el camino, derrotados, los viejos intereses particularistas, tanto bonaerenses como del Interior.

Porque, a diferencia de lo que se suele interpretar, en el proceso de organización definitiva de la Nación, que va desde la Constitución del 53 al ajuste definitivo del 80, el triunfo no es de esa “oligarquía porteña” que, con expresión de escasa realidad histórica definiría un inmenso grupo social desde 1820 en adelante y con la que se quiere designar a una clase que representaría los intereses porteños y que había conseguido derrotar a los provincianos luego de una serie de viscisitudes no siempre favorables.

Por el contrario, los derrotados en el 80 son los sectores políticos, incluido el más tradicional de Buenos Aires, que expresaban aquellos particularismos provinciales gestados a fines del período colonial y fortalecidos durante las primeras etapas de vida independiente.

Es decir, aquellos grupos sociales dirigentes de cada provincia, incluida la de Buenos Aires, que intentaron encajar sus intereses tradicionales en una hipotética y siempre fracasada organización nacional.

Y lo que triunfa y hace realidad la organización nacional es la conjunción de parte de los viejos protagonistas, transformados en el proceso de paulatina integración del país en el mercado mundial, que conciliaron sus intereses en pos del objetivo que les permitía disfrutar de las brillantes perspectivas que al promediar el siglo ya se habían advertido en la posibilidad de tal integración.

Es ese mismo proceso de conjunción que culmina en el 80, favoreciendo ciertos intereses provinciales y dejando en el camino a otros, el que marca también la cristalización de una clase social nacional, distinta de los grupos particularistas que habían caracterizado la historia anárquica argentina de la mayor parte del siglo XIX, con expresiones políticas que, como el partido mitrista de Buenos Aires, vieron desaparecer las razones de su existencia.

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