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Bustos, el Gobernador

La actitud de Bernardino Rivadavia desmoronó los alcances más ricos del Pacto de Benegas: la apertura hacia una participación de todos los pueblos en la organización del país. La maniobra porteña de tirar abajo la futura Asamblea Nacional a llevarse a cabo en Córdoba, se corona con el Tratado del Cuadrilátero, que saca a Estanislao López de la influencia de Bustos y lo ata a la de Buenos Aires, junto con Corrientes y Entre Ríos(1).

(1) Citado por Héctor José Iñigo Carrera. “Cuando Bustos mandaba...” (1988), en “Todo es Historia”, trabajo divulgado en la colección “500 años de Historia Argentina”, fascículo X, dirigida por Félix Luna. Ed. Abril, Buenos Aires.

El frente provinciano queda fisurado y las democracias rústicas del Interior se ven impedidas de constituir la Nación. Pero mientras Bustos manda en Córdoba, es ésta la ciudadela federal que permite conservar intacta la idea de integración nacional y sudamericana. De tal manera que, aunque desaprovechada la coyuntura para realizar el rescate del Alto Perú y la Confederación necesaria para una independencia efectiva, los lazos revolucionarios con el resto del continente se mantienen.

Bernardo O’Hoggins así lo reconoce en su correspondencia oficial y privada con Bustos. Mientras J. García del Río, agente e íntimo de San Martín, escribe a éste desde Chile, diciéndole: “El único amigo que parece tener usted en el otro lado es Bustos, el cual defiende a usted a capa y espada”.

Cuando desaparece el peligro de los grupos anarquizantes opositores, dirigidos por cabecillas vinculados antes a Artigas y luego a Ramírez, Bustos, que ha venido apoyándose en el autonomismo moderado y en los directoriales, a la vez que ganando prestigio entre la población artiguista, encara entonees la tarea de completar y poner en movimiento su arma política definitiva: un frente de todos los partidos políticos nucleados alrededor de su persona y con el apoyo de los cuerpos militares y de la Iglesia cordobesa.

El Gobierno resultante de ese frente no es ningún modelo acabado ni concreta progresos de gran envergadura; pero la obra realizada es quizás la única que pudo llevar a cabo en esa época de desorden general.

Por encargo de Bustos, los doctores José Gregorio Baigorri y José Norberto de Allende presentan, el 10 de Enero de 1821 el “Reglamento Provisorio de la Provincia para el Régimen de sus Autoridades”, primera Constitución cordobesa que regiría la vida pública por más de veinte años.

Esta Constitución, que ha merecido el análisis y juicio elogioso de Ernesto H. Celesia y Emilio Ravignani, arma sobre una base de transacción entre el régimen de unidad y el puro federalismo, un sistema de bases liberales y de justicia, al menos en teoría. En sus primeros artículos, la Constitución sancionada por Bustos señala:

La provincia de Córdoba es la reunión de todos sus habitantes nacidos o avecindados dentro de los linderos que demarcan actualmente su territorio. La provincia de Córdoba es libre e independiente, reside esencialmente en ella la soberanía y le compete el derecho de establecer sus leyes fundamentales por Constituciones fijas y, entretanto, por Reglamento Provisorio en cuanto no perjudiquen los derechos particulares de las demás provincias y los generales de la Confederación.
Derechos acordados al hombre en la sociedad: la vida, la honra, la libertad , la igualdad, la prosperidad y la seguridad”.

Las disposiciones económicas propician el desarrollo armónico con el resto de las provincias. Las de carácter social señalan a los derechos de los otros como límite natural del derecho propio; recoge como principios rectores los de “haz siempre a los otros todo el bien que quisieras recibir de ellos; no hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran”.

Más adelante afirma:

Son deberes del individuo para con la sociedad vivir sometido a las leyes, haciendo el bien que ellas prescriben y huyendo del mal que prohiben”, para declarar en otro articulado: “Siendo instituidos los Gobiernos para bien y felicidad común de los hombres, la sociedad debe proporcionar auxilios a los indigentes y desgraciados y la instrucción a todos los ciudadanos”.

El sufragio universal se extiende a todos los ciudadanos avecindados o residentes y hasta a los negros hijos de ingenuos (libertos). En un artículo del capítulo 23 del Reglamento se establece:

La libertad de publicar las ideas por la prensa es un derecho tan apreciable al hombre y tan esencial para la conservación de la libertad civil, como necesaria al progreso de las luces de un Estado”.

Esta afirmación teórica es confirmada mediante el costeo de lo que para Córdoba es su segunda imprenta, que viene a satisfacer la carencia de ese elemento. Su adquisición es promovida por Bustos por medio de un Manifiesto al pueblo y una suscripción correspondiente y luego donada a la Universidad.

Desde esta imprenta salen a la luz las publicaciones universitarias, las oficiales y también se imprimen en ella diversos periódicos, en los que las distintas tendencias e ideas políticas toman contacto con la opinión pública. De esa manera, la imprenta de la Universidad del Gobierno Provincial sirve para la difusión de las opiniones y el diálogo crítico y constructivo.

Desde cada periódico se expresan los intereses de los distintos grupos sociales cordobeses. Durante 1824, por ejemplo, se imprimen en la imprenta universitaria: “El Filantrópico, o el Amigo de los Hombres”, “El Montonero” y “El Investigador”, los tres en forma de cuadernillo.

El primero de los mencionados, bajo el epígrafe de “El hombre se debe al hombre, en todo rango, en toda edad”, postula un reordenamiento político de Córdoba basado en el refuerzo y elevación del Poder Legislativo o Sala de Representantes y en la institucionalización de las leyes y los poderes.

Elogia la Administración de Bustos por haber asegurado la paz, los bienes, la seguridad y los derechos ciudadanos, pero desea consolidar esas mismas bondades con un sistema de legislación y mando estabilizado. Identifica a la revolución del 25 de Mayo con la rebelión de Arequito, considerándolas cambios hechos sin anarquía y con ordenamiento. Aplaude el decreto de libertad de prensa y la actitud de Bustos de protector de la Universidad.

Defiende las libertades públicas y el sentimiento religioso contra la tiranía y el fanatismo ciego, en una prédica liberal y cristiana. Ante los prolegómenos del Congreso General afirma con respecto a Buenos Aires: “No seremos por segunda vez el juguete de su Administración y su intriga”, mostrándose en una esclarecida posición federalista. En sus páginas reina un estilo humanista propio de los grupos intelectuales que le redactan, vinculados a ciertos sectores de la Sala de Representantes.

En cuanto a “El Montonero”, vocero del viejo “artiguismo” popular y ganadero, aparece como ferviente sostén de Bustos, hecho explicado por la alianza estrecha que se va consolidando entre el círculo del gobernador y las huestes de Juan Pablo Bulnes, el antiguo caudillo artiguista.

En una prosa periodística brillante, “El Montonero” expresa:

Nadie se asuste de verme: admire, sí, la nueva profesión de escritor con que me presento al público y sin negar la antigua, de tanto espanto y horror para los patriotas cluecos.
Algún día se había de desmentir a los que nos han imputado el sistema de exterminar la ilustración y reducir la patria al embrutecimiento de una vida salvaje”.

Agrega más adelante:

Con todo nadie espere de mí y de mis hermanos que dejemos la espada y lazo por el bufete, mientras haya enemigos en el territorio patrio, y un partido contrario al sistema político que hemos jurado establecer perpetuamente en nuestro país”.

Declarándose defensor del auténtico orden social basado en el consenso popular, rechaza toda relación con el “anarquismo” de Ramírez y Carrera, el que sólo con engaños -expresa- había podido en escasas circunstancias complicar a montoneros cordobeses, pero nunca a todo el movimiento.

Con respecto al tercer cuaderno periódico, “El Investigador”, responde más directamente a una simple línea de corte elogioso hacia el gobernador Bustos y de aguda oposición al partido “montonero”, circunstancia reveladora de una interesante lucha interna dentro de las corrientes gobernantes de Córdoba, “si bien todas ellas quieren autonomía para Córdoba”.

Otros periódicos de ese momento son “El Federal”, “El Desengañador”, “La Verdad sin Rodeos”, “El Sol de Córdoba” y “El Cristiano Viejo”.

Todo este intercambio de pareceres políticos y doctrinarios demuestra la existencia -en la época de Bustos- de un importante movimiento de prensa y de opinión al que no le son extraños la crítica y la contradicción, pese a que el “bustismo”, a más de su tolerancia y legalidad, mantuvo siempre elementos de poder de tono dictatorial, es decir de “Gobierno fuerte” con respaldo de la fuerza armada. Tales libertades, conviviendo con una época difícil, dan a la Administración de Bustos el benigno carácter paternalista que muchas opiniones le reconocen.

Por decreto del 26 de Septiembre de 1822, crea Bustos la Junta Protectora de Escuelas, cuyo primordial deber es propender a la difusión de la educación primaria en toda la campaña, levantando por lo menos una escuela pública en cada Departamento y arbitrando los medios de construir los correspondientes edificios.

La Junta se compone del Alcalde de primer voto, el Rector de la Universidad, el Procurador Urbano y el Consejero más antiguo. Los niños deben, además de las materias generales, adquirir conocimientos de agricultura; la adopción del método lancasteriano adaptado a las posibilidades de la provincia; la instalación de una cátedra de Dibujo en la Universidad, para la formación de niños becados de cada Curato de la campaña en materia de matemáticas, agrimensura y nivelación; la organización interna de cada escuela con su director y preceptores, con sus respectivos sueldos; y la promoción de la colaboración de los padres de los alumnos para con la escuela; la fiscalización general por parte del Ministerio Público.

Tal es -en resumen- en sus aspectos básicos, el decreto sobre Instrucción Primaria debido a Bustos y que la investigación del presbítero Pablo Cabrera ha dado a luz en sus resultados efectivos y meritorios.

En cuanto a la Universidad, es reforzada y reacondicionada en su funcionamiento, estableciéndose nuevas cátedras, concursos por oposición y graduaciones en ceremonia pública.

Una ley de Diciembre de 1824 declara extinguidos los Cabildos de Córdoba y de las Villas Carlota y Concepción del Río Cuarto. Bustos obtiene también de la Legislatura disposiciones que reglamentan el comercio en toda la provincia, estableciendo las escalas de derechos de importación: 8 % del valor aforado para las mercaderías extranjeras; 4 % para las de las otras provincias argentinas; derecho doble para los artículos que perjudicasen la industria del país; y ningún derecho para los libros, las medicinas, los instrumentos de labranza, las máquinas de manufacturas y de trabajo.

En Septiembre de 1824, la Legislatura cordobesa acuerda concurrir al Congreso General Constituyente. Desgraciadamente, las expectativas de los pueblos de lograr la tan ansiada unidad federativa son una vez más frustradas por los acontecimientos políticos. Como señala Emilio Ravignani, “Rivadavia tenía sus miras bien pensadas y bien escalonadas las diferentes cuestiones que iba a promover”.

La confabulación del partido unitario de las provincias y de Buenos Aires; la violación de la Ley Fundamental suscripta por todas las provincias; el prematuro tratamiento de las cuestiones, sin aguardar a muchas representaciones federales que no habían podido arribar a la sede porteña del Congreso; la duplicación fraudulenta del número de diputados; y toda la secuela de presiones e “influencias” que el rico medio porteño lleva sobre la modestia de bienes de muchos diputados, fructifica en las conquistas de la élite unitaria que pretende “enseñar a vivir” a todo el país sin dudar en medios.

Las leyes de Presidencia, de Capitalización y de Nacionalización de Tierras y la Constitución unitaria, llevan nuevamente al enfrentamiento interno. La influencia de Rivadavia arrastra a toda la diputación cordobesa a votarlo como presidente. Bustos, indignado, hace cesar o remueve a los diputados que no se han sujetado a la línea de la provincia.

De nada valen los esfuerzos de algunos constituyentes más sensatos, como Juan José Paso y de la misma Legislatura cordobesa, intentando un acuerdo nacional alrededor de un sistema mixto de gobierno federal-unitario, con el que Bustos coincide. Naufraga una nueva oportunidad de organización, en la miope concepción de las Logias unitarias, que hasta el mismo Rivadavia ve exagerada en su “centralismo” político.

Pero todo el andamiaje levantado por los “ideólogos” del círculo de Rivadavia halla en la resistencia nacional de los caudillos y las mayorías populares, la sólida respuesta del país real a la postura más o menos bien vestida de progreso pero, en el fondo, injusta y delirante de la ideología unitaria.

Al centralismo “borbónico”. Al Gobierno de la “aristocracia del dinero”. Al liberalismo sólo para privilegiados. A los “uñas largas” en los negociados con las empresas mineras de Londres, cuya lista de accionistas y beneficiados encabeza el presidente Rivadavia. A toda esa fangolla pelucona va a oponerse la rebelión de la democracia gaucha y federal de las provincias, y hasta del mismo Buenos Aires.

Democracia gaucha de menor follaje académico, de simples líneas filosóficas, pero vivencial y auténtica. Y es la Córdoba de Bustos la provincia que dirige la lucha contra la farsa de Congreso que en la capital porteña se desarrolla. Después de la exoneración de los diputados que habían violado el mandato de la provincia, Córdoba se separa del Pacto General de Asociación, simultáneamente que se compromete a proteger la libertad oprimida en las otras provincias y a todo cuanto sirviera a la cooperación cordobesa en la guerra contra el Brasil y al sostenimiento de la defensa, seguridad e independencia del territorio nacional.

Vinculada al mencionado compromiso de proteger las libertades provinciales, es la decisión de Córdoba de levantar tropas y buscar un acuerdo con Bolívar o Sucre para contrarrestar la agresión unitaria y organizar una estrategia americanista contra el Imperio del Brasil.

El oleaje de protestas desde las provincias y las controversias en todos los planos, entre el Gobierno unitario de Buenos Aires y la oposición federal, crece incesantemente. Se renueva la polémica sobre la reforma religiosa de cuando Rivadavia era ministro; los cambios de tipo “regalista” realizados por don Bernardino hieren los sentimientos religiosos populares, que en esa época son -más que un hábito- la expresión de la vida misma.

El Tratado de Amistad celebrado con Inglaterra, alrededor del cual se combinan la penetración de capitales británicos y el derecho de profesar su culto para las Iglesias protestantes, suscita el repudio y la desconfianza de todos los sectores sociales provincianos y en varios ambientes del mismo Buenos Aires.

Los duelos periodísticos se suman a las controversias partidarias y en todos ellos Córdoba encabeza desde su Gobierno, sus periódicos y su opinión pública, la resistencia contra el peligro extranjero. La misión de La Madrid a Tucumán y la amenaza intervencionista que los caudillos-gobernadores ven planear sobre sus cabezas, completan el cuadro conflictivo. Yerra Rivadavia en los métodos de aplicación de sus reformas progresistas. No alcanza a comprender la forma de pensar y los sentimientos arraigados en la mentalidad de la población.

Mientras tanto, en el ámbito de su provincia, el gobernador Bustos mantiene su ritmo de obra pública. Tratando de mitigar la angustiosa carencia de monetario, proyecta una Casa de Moneda para acuñar piezas de plata de un peso y fracciones. Al mismo tiempo se realizan tratativas y contratos con el grupo financiero de la Compañía de Famatina y otros vinculados, entre los que se mueven corrientes políticas profederales (Quiroga, Braulio Costa, los hermanos Dorrego y Carlos de Alvear), rivales de las compañías inglesas a las que Rivadavia otorga concesiones para la explotación minera de todo el territorio nacional.

En esos años, la renta de Córdoba es de alrededor de 70.000 pesos anuales, frente a unos 2.500.000 pesos de la renta de Buenos Aires. Bustos lucha contra la crisis, metodizando la Administración y buscando la salida por medio de una política económica de desarrollo, que a la caída de Rivadavia propondrá a todo el país en lo que se ha dado en llamar “Bases Federales”.

Al proteccionismo aduanero, del que antes hemos hablado, se agrega el poblamiento del campo para su cultivo, como en la zona de Cruz del Eje, junto al arroyo Soto, donde en 1825 se apoya al vecino Jerónimo de Cabrera y Cabrera en un plan de afincamiento agrícola; y en la fundación de la Villa de San Juan Bautista, en Tercero Abajo (actual Ballesteros Vieja), donde por acción personal directa de Bustos, en terrenos donados por varias familias, se forman 77 manzanas, con 7 plazas y 286 solares, de los que se distribuyen 71 entre colonos.

En el ámbito urbano de Córdoba, Bustos promueve la reorganización general del Municipio, en sus aspectos de abastecimiento, salud pública, obras y cultura. Bajo la dirección de Felipe Gómez se construye el primer puente sobre la cañada de la calle 9 de Julio y se perfecciona la acequia del Paseo de Sobre Monte, orgullo de la ciudad.

Un teatro público y un circo de riñas de gallos, hecho (según Antonio Zinny) “al mejor gusto”, son inaugurados el 25 de Mayo de 1826.

Al fin de su primer período, Bustos es propuesto nuevamente en la Sala de Representantes para una segunda gobernación. Recibe Bustos tres votos; el coronel José Julián Martínez dos; y uno por persona los doctores Manuel Ocampo y José María Fragueiro. No habiendo mayoría necesaria, se trata de resolver el problema sorteando a los candidatos más votados.

La suerte favorece entonces al coronel Martínez, al que rodea un grupo autonomista moderado y filounitario. Los partidarios de Bustos, apoyados en una gran parte del pueblo y en los Comandantes de campaña, se reúnen en Asamblea abierta y disponen la disolución de la Sala de Representantes, declaran sin validez la elección por sorteo de Martínez y encargan de todos los poderes interinamente a Bustos.

Una nueva Sala de Representantes es elegida bajo la presión de los tumultos populares y ésta reelige a Bustos gobernador en propiedad, el 30 de Marzo de 1825. En el seno del Congreso Nacional que sesiona en Buenos Aires, los unitarios atacan violentamente la reelección. La defensa cordobesa es entonces dirigida por el deán Funes y otros diputados que reinvindican el episodio como resultado de la popularidad del gobernador y exclusivo de la esfera interna de la provincia.

El Gobierno de Bustos, durante estos años de intensa problemática nacional, aplica los golpes certeros que dan por tierra con el régimen unitario porteño, minado -ya por otra parte- por sus desaciertos. Después de desconocer las leyes emanadas del Congreso General y de remover a sus diputados rebeldes, Bustos promueve entre los restantes gobernadores similares medidas y el rechazo a la Constitución de 1826.

En una carta a Ibarra, de esos días, le dice Bustos:

También verá usted con más admiración, que lo que Buenos Aires debe a todos los ciudadanos de las provincias y a éstas, queda cancelado hasta el año 20, y la contera que los cinco millones de pesos que ha gastado Buenos Aires y demás deudas que tiene, los reconozca la Nación para que la paguen las provincias.
¡Qué hijos de p... tan pícaros! Es preciso contenerlos y que se acostumbren a dar pasos legales”.

El deterioro del régimen unitario y la indignación de los pueblos auspician los esfuerzos de Bustos en favor de la Organización Nacional. Sus proposiciones o “Bases Federales” -de Mayo de 1827- invitan a la sanción, en un Congreso reunido en Santa Fe, de una Constitución federal; a la designación de un presidente de la Nación; a crear fondos federales declarando de uso común la renta aduanera; a dar fin al sistema de puerto único que sólo favorecía a Buenos Aires y habilitar los de Corrientes, Paraná, Santa Fe, Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China.

Estas bases no alteran las disposiciones de protección de las industrias artesanales y producciones de las provincias mediterráneas que, incluyendo a Córdoba, éstas mantienen. Hay así una alianza interna de exportadores y productores proteccionistas, en la que los cordobeses ofician de puente de enlace al compartir ambas tesituras,

Durante el desarrollo del conflicto con la Administración de Rivadavia, Córdoba mantiene incólume su solidaridad con las restantes provincias de la Unión y con las Repúblicas de América. Todos sus pasos políticos, aún los que la hicieron declararse independiente del Pacto Nacional encabezado por el presidente porteño, son acompañados de compromisos y definiciones ratificando los lazos nacionales y americanistas.

El peligro de guerra con el Brasil mueve a Córdoba en 1825 a reforzar su colaboración en el aporte de reclutas. Se envían a toda prisa cerca de mil hombres y Bustos recibe de Buenos Aires cálidos elogios. Cuando en 1826 estalla la ofensiva unitaria sobre el Interior, comienza la desconfianza a enviar efectivos que, como en el caso de La Madrid, podían ser utilizados contra los Gobiernos federales.

Estas razones mueven a retacear ayuda a un Ejecutivo carente de confianza pública y es lo que lleva a las provincias de Cuyo a firmar el Tratado de Huanacache y al resto del país a suscribir la Liga Provincial en 1827.

Bustos es el promotor de la Liga y recibe a la vez el apoyo de la federación cuyana, en sus propósitos de organización y defensa contra el expansionismo brasileño. A los contingentes contra el Brasil enviados en 1825, desde los cuadros veteranos del Ejército del Norte y a través de reclutamientos en las campañas cordobesas de Tulumba, Santa Rosa, Tercero Arriba y Tercero Abajo (acción de Bustos aplaudida por el mismo unitario Florencio Varela), vienen a sumarse -en 1828, sobre el final de la guerra- más de mil soldados de línea cordobeses que se incorporan a las tropas comandadas por Estanislao López y Fructuoso Rivera.

Bustos, encabezando un bloque de provincias (las de Cuyo, Catamarca, Tucumán y Corrientes), quiere un Congreso que instaure una Constitución federal y un presidente en plazo inmediato, a la vez que mira con no muy buenos ojos la paz con el Brasil, que implica la pérdida de la Provincia Oriental y un posible contralor comercial proteccionista de ambas costas del Plata para las Provincias Unidas y, el reinicio en avalancha de las importaciones ultramarinas perjudiciales para la economía de su bloque, a las que la guerra naval había frenado.

Dorrego, por su parte, aliado a Santa Fe y a la Banda Oriental, juega su prestigio entre las masas federales, buscando un acuerdo nacional alrededor de un presidente provisorio y tratando de imponerle al Brasil, por medios militares, una paz que reintegre a la Banda Oriental al país o que permita su rescate después de un plazo de independencia provisoria.

Pero, presionado por los ganaderos federales que manejan la Legislatura porteña, termina aceptando la paz en base a la independencia oriental. En torno de esta diferente concepción de la convocatoria y de la guerra, giran las aspiraciones personales y partidarias de los dos caudillos que quieren llegar a la presidencia de la República y, simultáneamente, a las dos actitudes frente al conflicto con Brasil, aparecen estas ambiciones presidenciales, provocando tal combinación una serie de obstáculos que debe enfrentar la Convención de Santa Fe para iniciar sus Sesiones.

La guerra que arruinaba a Buenos Aires y no beneficiaba al Litoral, perjudicaba en primer término a Inglaterra, la que oficia de “cocinera” del Convenio de Paz con Brasil y resulta gran beneficiaria. Pese a las diferencias y rivalidades entre los grupos federales y, como lo señala Manuel M. Cervera:

Pudo haber en la Convención de Santa Fe uno que otro interés privado o personal opinión que dificultara la marcha de las Sesiones, pero sí causas extraordinarias y el levantamiento del partido unitario en Buenos Aires, con el asesinato del coronel Dorrego, no hubieran ocurrido, los resultados de esa Convención hubieran sido favorables al país”.

Desde la gira de Manuel Dorrego en 1825, con aparentes fines de especulación en minas y reales objetivos de concretar una alianza con los gobernadores federales, con vistas a un entendimiento con Simón Bolívar, Bustos no es ajeno a tales intenciones.

Para detener el peligro brasileño y la política “porteñista”, se tejen redes de espionaje e intriga internacional alrededor de la figura del doctor Francisco Ignacio Bustos, sobrino del gobernador y comisionado especial ante Dorrego y, más tarde, ante Sucre en Bolivia.

Surge de los antecedentes de los contactos entre Alvear, Dorrego, Sucre y Bolívar la existencia de un plan gestado entre los jefes federales argentinos contra el Brasil, buscando el apoyo de Bolívar. Este plan mantiene vigencia durante bastante tiempo y explica que en 1826, Bustos, frente al Congreso unitario, reciba de la Legislatura cordobesa instrucciones para ponerse en contacto con el Libertador venezolano.

Y también que un año después se realicen nuevas gestiones del sobrino de Bustos y que el deán Funes propicie, como agente de Bolívar en el Plata, la candidatura de Dorrego a la gobernación porteña.

Como hemos visto, en la Córdoba de Bustos se entrecruzan distintos planos de una actividad política que vincula lo urbano y lo provincial con la Nación toda.

En cuanto al ambiente humano cotidiano, que da el tono a esa actividad, dos viajeros ingleses nos han dejado rico testimonio. Samuel Haigh, comerciante que en 1817 había almorzado con Belgrano y Bustos después del combate de Fraile Muerto, queda muy bien impresionado por el cordobés y cuando, siete años después, vuelve a Córdoba, se hace su contertulio y recorre los barrios de la ciudad, a los que elogia por su rústica hermosura.

Casas blanqueadas con puertas verdes; más de 70 tiendas abarrotadas de manufacturas inglesas traídas por los propios comerciantes desde Buenos Aires; el Paseo de Sobre Monte (“el más lindo que he visto en Sudamérica”) con doble hilera de sauces, lago artificial y templete griego para la banda de música, son las imágenes de Haigh, que se completan con sus recuerdos de la campaña cordobesa.

El segundo testimonio corresponde al capitán Andrews, agente de compañías mineras y rival del grupo de especuladores representados en ese mismo momento por Dorrego. Andrews, motivado por su interés en obtener contratos de explotación, se mueve en los círculos altos de Córdoba. Halla en Bustos una meritoria personalidad para la labor pública y en su pueblo esa extraña combinación de rebeldía y tradición que quizás caracteriza a los cordobeses de siempre.

Encuentra en la sociedad, como elementos de fogoso contenido progresista, a los comerciantes y manufactureros locales de gran espíritu empresario, quienes dan una muestra de las posibilidades económicas de la provincia.

No quedaría completo este recuerdo de la gestión del gobernador Bustos si no mencionáramos algunas medidas de distinto carácter, pero todas ellas de importancia institucional. Desde Diciembre de 1820 a Marzo de 1821 enfrenta Bustos -en combinación con la Legislatura cordobesa- el tratamiento de un proyecto emanado de este Cuerpo y con la aprobación de Bustos, sobre modificación de los aranceles eclesiásticos cobrados por la Iglesia a la población. El proyecto se basaba en la dispensa del pago de derechos parroquiales a los pobres.

Después de una polémica entre el Legislativo y el Obispado y un fallo de una Junta de teólogos favorable al proyecto, es éste finalmente aprobado.

En 1821 se reorganiza y perfecciona el sistema de correos en términos de sorprendente modernidad; registro minucioso de piezas, paquetes y rótulos, recibos y contralores permanentes de los viajes y entregas. Según cuenta Ignacio Garzón, en ese servicio cordobés, pero de gran trascendencia nacional, dada la estratégica ubicación de la provincia, no hubo más quejas ni demoras.

En 1822 realiza Bustos un Censo General de población en toda la provincia, censo de gran valor informativo para la reorganización electoral y de la Legislatura, que el mismo Bustos concreta para esa época. Las cifras generales obtenidas dan una población total en la provincia de 76.199 almas.

Por esos mismos años inspecciona Bustos la línea de fronteras sobre el norte santafesino, a la que reorganiza para una mejor defensa contra los malones indígenas.

El Poder Judicial también merece la atención del gobernador, que perfecciona y da autonomía a su función, si bien en alguna oportunidad por vía legislativa interviene Bustos en fallos de tono político.

- Los cañones de Cruz Alta

Hay un episodio de la vida de Bustos que no ha recibido toda la atención que merece: su campaña de 1821 contra José Miguel Carrera y Francisco Ramírez.

En esa ocasión, al frente de soldados de infantería, con sólo el apoyo de alguna milicia irregular a caballo, marcha y contramarcha alrededor de un enemigo que le dobla en número a través del desértico sur de Córdoba, durante más de tres meses, defendiéndose siempre enérgicamente de las poderosas caballerías montoneras.

Ganado López por Bustos para la causa de la paz interna y el apoyo a San Martín, Carrera parte en busca de sus aliados -los indios ranqueles- con quienes luego de arrasar y pasar a degüello a la pacífica población de Salto, se interna en el desierto.

Poco tiempo después, Ramírez reinicia operaciones beligerantes sobre Santa Fe y Buenos Aires, dedicándose -en primer término- a montar el cruce del Paraná. Carrera había ya, desde semanas atrás, reaparecido en la pampa sudoeste cordobesa buscando pasar a Chile por San Luis.

Avisado Bustos de la presencia del chileno, deja el Gobierno en manos del coronel Francisco Bedoya y se dirige al sur por el camino de las Sierras Grandes. Carece de caballería, de la que se ha desprendido para auxiliar a Güemes.

Con alrededor de 400 hombres, mitad veteranos de los cuerpos de Arequito y mitad reclutas, se encuentra con Carrera en Chajá, cerca de “la Punta”. Allí, las acciones que al principio favorecen al cordobés, se vuelcan a favor de Carrera inesperadamente, por falta de preparación de los novatos.

Carrera se interna en San Luis y, después de vencer al coronel Videla y al gobernador Santos Ortiz -cerca de la hoy Ciudad de Mercedes- se adueña de la capital. La infantería puntana es liquidada en los combates, con profusión de degollamientos y el terror permite a los chilenos aumentar sus fuerzas a más de 800 hombres.

Recibe entonces Carrera despachos de Ramírez, invitándolo a reunírsele, por lo que, accediendo, vuelve a internarse en Córdoba, donde es perseguido de inmediato por Bustos. La habilidad montonera de los “carreristas” los ayuda a distanciarse, alcanzando rápidamente los pagos de Melincué, en territorio santafesino. Allí, después de dos semanas, recibe orden de Ramírez de invadir Córdoba.

Por esos días estalla una insurrección dirigida por Felipe Alvarez y otros caudillos federales contrarios a Bustos, que agita toda la campaña entre el río Primero y el río Cuarto.

En una comunicación al gobernador Martín Rodríguez, fechada a fines de Junio, Bustos reseña todas estas dificultades a las que llama: “Campaña contra el perverso Carrera, indios que le acompañaban y demás que podía seducir”. Dice en ella:

Me retiré a la Villa de la Carlota o Sauce, adonde me buscó reunido con el pícaro cacique Payastruz, que venia con 250 indios y el salteador de esta provincia Felipe Alvarez, pero salieron bien escarmentados las dos ocasiones que fueron a atacarme, sin poder concluir con ellos por falta de caballería o armamento para ponerla, del cual pedí auxilio a V. E. y no he merecido contestación”.

Carrera mantiene sitiados al caserío y al viejo Fortín del Sauce durante catorce días, sin lograr que Bustos ceda. Opta entonces por amenazar la capital cordobesa, aumentando notablemente sus efectivos, hasta que una nueva misiva de Ramírez le hace encaminarse al encuentro de éste, sobre el río Tercero.

Una vez juntos, reúnen más de mil jinetes decididos, con los que marchan a atacar a Bustos, el que, pese a hallarse sin caballos, logra llegar a la población de Cruz Alta, cerca de la frontera con Santa Fe, horas antes que los caudillos.

Cruz Alta es una antigua Villa nacida en el siglo XVIII alrededor de una posta; un Fortín contra malones y una capillita situada sobre una loma, cuya cruz dio nombre al paraje. Los fusileros de Bustos -a lo largo de los 90 días de campaña- han recorrido a pie más de 700 kilómetros entre las ondulaciones del desierto cordobés, con su desolado paisaje de médanos, pasto puna y montes. Han sufrido privaciones y fatigas. Se han batido en dos combates y están ahora prestos a levantar en el tiempo de ventaja que llevan sobre sus seguidores, las líneas de defensa.

Cierran las calles con carruajes atados entre si. Colocan puestos de tiradores en ventanas, techos y tras las viejas empalizadas del Fortín. Cavan trincheras en las esquinas y las protegen con bolsas de yerba rellenas de tierra. Cuatro cañones son emplazados para poder hacer fuego cruzado. Todas las defensas cuentan con cercos de tunas, tradicional recurso de la caballería y los vigías ocupan sus puestos en el mangrullo y en la espadaña de la capilla.

Desde el 14 hasta el 16 de Junio, Ramírez y Carrera intentan infructuosamente quebrar la resistencia de ese medio millar de infantes parapetados, a los que superan en proporción de dos a uno.

En vano los bravos entrerrianos atropellan en cargas tremendas. En vano desmontan parte de los montoneros como improvisada infantería. Nada logra abrir brecha en la decisión de los veteranos formados en la escuela de Belgrano, de los milicianos de Calamuchita y de los mismos vecinos de la Villa. Cruz Alta, transformada en fortaleza, no afloja.

Como precio de los sucesivos asaltos, hay cerca de 150 bajas de atacantes, mientras los sitiados registran 7 muertos y 27 heridos. En el final de su Informe, Bustos expresa:

Hágame V. E. el honor de creerme, que tanto contra estos pícaros como contra cualesquiera otros que quieran perturbar el orden, he de estar pronto a mover y marchar con todas las fuerzas disponibles de la provincia de mi mando, a auxiliar y a ayudar a V. S., lo mismo que lo haré con cualesquiera de las demás provincias hermanas”.

Estas consideraciones de Bustos son de Junio de 1821, cuando todavía confía en la buena voluntad porteña para con el Congreso que prepara gran número de diputados, presentes ya en Córdoba.

Bustos, digámoslo ya, no cuenta en su historia militar con episodios impactantes ni con batallas magistrales. En un medio donde la caballería era el arma favorita, su condición de oficial de infantería parece condenarlo a un cierto segundo plano. Pero aún en la modestia de los combates que dirigiera desde su época de “Arribeño”, es dable observar una indudable valentía y una marcada habilidad para la defensa de posiciones en recintos cerrados.

Al final de su vida, al tocarle mandar sobre grandes cuerpos armados frente a Paz, se mostrará incapaz de montar una estrategia operativa de envergadura. Pero en los albores de su Gobierno, cuando se opone a la agresión de Ramírez y Carrera, los cañones de Cruz Alta retumban con respetable compromiso histórico. Impedidos aquellos jefes de hacerse fuertes en el sur de Córdoba, se ven obligados a separarse, lo que permite su derrota rápida y la salvaguardia del Congreso Federativo Nacional.

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