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El sistema de reciprocidad familiar

En el comienzo de la conquista, los españoles trataron a los indios con estratégico respeto y se esforzaron por obtener su colaboración de forma amigable.

El sistema de reciprocidad familiar -aceptado por los españoles al tomar mujeres indígenas-, les permitió conseguir no sólo amantes, sino tovaja, o parientes políticos, que les servían en las tareas domésticas y en el trabajo de la tierra.

La contraprestación consistió en proveer a los naturales de utensilios de hierro (hachas, anzuelos, cuñas, etc.), además de reforzar con sus armas la defensa contra los enemigos, otros grupos indígenas.

El trazado urbanístico de Asunción no respondió a ningún orden preestablecido, como tampoco las pautas de conducta para con los habitantes de la zona, los carios-guaraníes, las cuales se iniciaron fuera de todo cauce institucional.

Las primeras relaciones hispano-guaraníes presentaron un cariz amistoso. Esta alianza, tan tempranamente sellada, respondía a múltiples circunstancias que el ambiente cultural favorecía desde ambos lados.

Los dos grupos, indios y españoles, iban en busca de un objetivo común, con distinto nombre: el “kandire” y “eldorado”. Ambos requerían la mutua colaboración para hacer frente a sus inmediatas necesidades, unos de víveres y, otros, de ayuda frente a los grupos chaqueños hostiles, de la orilla opuesta.

Por último, ninguno de los dos grupos oponía prejuicios insuperables al mestizaje.

Ya se sabe cómo los supuestos tesoros del “rey blanco” impulsaron hacia el Norte, desde el Puerto de Buenos Aires, las expediciones fluviales de exploración, remontando las cuencas del Paraná y Paraguay, salvado aquel dificultoso tramo en el que los españoles encontraron serias dificultades, tanto por la agresividad de grupos chaqueños y guaraníes como por la escasez de víveres; el contacto con los carios, en cambio, ofreció las bases idóneas para emprender con éxito el proceso colonizador.

Por su parte, la búsqueda del “kandire” era un deseo arraigado en la cultura guaraní, y constituyó el objetivo de la expedición que, en 1524, había conducido Alejo García con 4.000 indios de diferentes comarcas o “guaras” hacia el Alto Perú, por lo que su difusión alcanzó una dilatada área de ocupación guaraní.

Otro elemento favorable para el éxito del contacto lo constituyó, sin duda, la suficiencia económica de los carios asunceños, cuyo cultivo intensivo de maíz y mandioca, así como sus abundantes cazaderos y zonas de pesca, ofrecieron a los españoles atractivo suficiente para su asentamiento en aquel territorio, después de los meses de penuria padecidos desde que partieron del desolado Puerto de Buenos Aires.

Los carios les acogieron con hospitalidad, no sin antes ver en el grupo recién llegado los futuros beneficios del pacto, pues sin duda lograrían con ellos la aniquilación de los asientos agaces y payaguáes, cuyos asaltos, desde la otra orilla del río Paraguay, implicaban una seria y constante amenaza a sus cultivos y a sus aldeas.

Por último hay que mencionar la escasez de prejuicios raciales que exhibieron los dos grupos en contacto. Esta actitud merece un estudio minucioso.

Algunos autores han visto en ella, así como en los meses de abstinencia impuestos por el viaje, una explicación fundamental a la rapidez con que se produjo el cruzamiento racial en América y, especialmente en Paraguay, donde se ha hablado de una “conquista de mujeres”. Pero esta es solamente una parte de la realidad.

Es cierto que aquí el proceso de unión se vio doblemente favorecido por la esencia misma de la cultura guaraní, que hacía de la mujer un factor clave a la hora de pactarse las relaciones intertribales.

Hay que tener en cuenta que la solidaridad orgánica de un grupo con otro se reafirmaba a través de la mujer, la cual los vinculaba al ser, para unos, esposa, y para otros, hermana.

Nos referimos al “cuñadazgo”, relación muy generalizada en diversas culturas, pero que en Paraguay revistió una especial relevancia a la llegada de los españoles pues, para los carios, pactar con éstos significaba emparentar con un grupo de técnicas superiores, con su consiguiente aumento de poder frente a grupos enemigos.

Por su parte, los conquistadores, escasos y aislados, supieron aprovechar con tacto esta coyuntura, viendo también en la mezcla la oportunidad de ampliar sus alianzas y de establecer, en última instancia, su dominio efectivo sobre aquel territorio conquistado.

Es así como la mujer, desde su rol de procreadora, se convirtió en el primer nexo de unión entre los guaraníes y los españoles, integrando, a su vez, en el nuevo orden colonial a toda su parentela que, enseguida, reconoció el estatus del tovaja o cuñado, para los españoles.

Bajo estas pautas se comenzó a canalizar la imbricación pacífica de ambas culturas, entendida ésta como una reciprocidad de servicios, es decir, el guaraní, sin renunciar a su cultura, se sometería a la dependencia de los españoles, a cambio de que éstos les ayudaran en la defensa de sus comunidades y en la búsqueda del “kandire”.

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