TROPIEZO ALIADO
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Más allá de verborrágicos y arrogantes comentarios en “El Semanario”, la verdad era que nadie, en ninguno de los bandos, había presagiado una victoria paraguaya de semejante escala en Curupayty. Ahora que estaba consumada, más que regocijarse o lamentarse, culpar o perdonar, había que explicar lo ocurrido.
En su forma más simple, el fracaso aliado reflejaba una subestimación de las fortalezas paraguayas. Aunque los soldados del mariscal apenas habían acabado de completar las trincheras de Curupayty, estas constituían defensas formidables, bien guarnecidas por experimentados cañoneros con suficientes municiones y pólvora. El terreno favorecía a los paraguayos, quienes habían despejado el campo de fuego, excepto en los flancos extremos y, en estos puntos, el follaje y las aguas profundas obstaculizaban el avance aliado.
La Armada imperial podría haber suprimido el fuego paraguayo si el bombardeo preliminar hubiera alcanzado a alguna de las principales baterías. Sin embargo, Tamandaré había dado la señal de que sus buques habían pulverizado las obras enemigas cuando en realidad apenas si las habían tocado. El humo y el ruido habían ocultado lo escaso del daño que habían provocado y el almirante se gratificó con una victoria que los hechos no podían sustentar.
Este error fundamental no fue el único que cometieron los comandantes aliados ese día. Pôrto Alegre debió haber enviado exploradores antes del ataque y debió construir mangrullos en Curuzú para monitorear las líneas más cercanas de trincheras, con el fin de evaluar la fortaleza potencial del enemigo(1). No hizo ni una cosa ni la otra.
(1) Juan E. O’Leary. “El desastre de Curupayty. Apostillas históricas”, pp. 2-4 (manuscrito en la Biblioteca Nacional de Asunción - CJO). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
También Mitre tuvo su parte de culpa. Sus subordinados brasileños se sentían incómodos bajo su dirección, dudaban de su estrategia de confrontación continuada en el Bellaco y se referían con altivez a la reciente victoria en Curuzú para ilustrar lo que pensaban y lo que hubieran hecho si la autoridad final sobre las cuestiones militares descansara en ellos. Tales actitudes rayaban en la insubordinación, pero el presidente argentino no quería forzar a los brasileños a atenerse a la línea previamente establecida.
Es posible que no tuviera otra opción; lo cierto es que consintió sus mal concebidas proposiciones y lanzó el ataque. Mitre pudo haber dudado de sus propias capacidades en esta coyuntura. Se sentía cansado de las casi constantes rencillas con Tamandaré y Pôrto Alegre. O quizás razonó que, habiendo perdido la chance de un acuerdo con López en Yatayty Corá, había llegado el momento de una acción decisiva sobre las líneas, como sugerían los brasileños.
Curupayty le proporcionaba el medio más directo de zanjar la controversia. Los comentarios del coronel Roseti la noche antes de la batalla demuestran que, al menos algunos oficiales aliados en la escena, entendían los riesgos del planeado asalto. Comandantes veteranos debieron también haber visualizado los peligros pero, habiéndose comprometido con el plan general, ya no quisieron desviarse de él y perder credibilidad frente a sus gobiernos y entre sí. Mitre había dado la orden de avanzar; ahora había que vivir con las consecuencias.
Desde finales de Septiembre de 1866 hasta Agosto de 1867, cuando los aliados reasumieron su táctica original de flanquear a los paraguayos, el frente se mantuvo estático(2). Semanas enteras pasaban sin un solo contacto significativo entre los enemigos, aparte de ocasionales insultos o algunos disparos al azar de los francotiradores(3). La flota regularmente lanzaba descargas en dirección a Curupayty, “tirando como si nada 2.000 bombas antes del desayuno”, pero apenas si algún daño resultaba de ello(4).
(2) En una carta a su esposa, el oficial brasileño Benjamín Constant señaló que la “paz armada” entre los aliados y los paraguayos estaba diseñada para hambrear a los paraguayos, vaciarlos de todo recurso, antes de recomenzar la avanzada. Ver: Constant a su esposa, [¿Corrientes?], 1 de Noviembre de 1866, en: Renato Lemos. “Cartas da guerra: Benjamín Constant na Campanha do Paraguai” (1999), p. 56. Ed. IPHAN y Museu Casa de Benjamin Constant, Río de Janeiro. Es difícil aceptar de buenas a primeras esta evocación de una táctica de desgaste, al menos en este punto, ya que los comandantes aliados estaban todavía inseguros de sus propias acciones a principios de Noviembre y reconocían solamente que gozaban de mayores recursos que los paraguayos, si no necesariamente de mayor determinación. Un año más tarde, la observación de Constant habría parecido profética.
(3) Manuel Antonio de Mattos, reportando desde Corrientes como un corresponsal aliado, se refería a los casi once meses de inacción cuando señaló el 4 de Octubre de 1866 que “no hay nada, absolutamente nada nuevo en relación con las operaciones de guerra [...] aún entre las guardias de avanzada no se escucha ni un solo tiro, y es lo mismo desde Curuzú hasta Tuyutí, total silencio”, en: “Correspondencia de la Escuadra”, recorte no identificado, en la Biblioteca Nacional de Asunción-CJO. El “Diário” de Rio de Janeiro (3 de Noviembre de 1866) registró exactamente la misma impresión aproximadamente un mes más tarde, notando cuán perjudicial era tal monotonía para el buen orden de las tropas, un sentimiento que se repetiría de nuevo en el “Jornal do Commercio” (Río de Janeiro), del 25 de Noviembre de 1866.
(4) George Thompson. “The War in Paraguay with a Historical Sketch of the Country and Its People and Notes upon the Military Engineering of the War” (1869), p. 184. Ed. Longmans, Green, and Co., Londres.
// Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Los estudiosos tradicionalmente han considerado este período de once meses como una especie de respiro pero, esta apreciación, deja de lado algunos importantes cambios que se estaban produciendo bajo la superficie. Los intervalos en la guerra a menudo presentan oportunidades para una amplia reflexión y redefinición y, como regla, son momentos políticamente arduos. Así lo fue después de Curupayty.
- Flores se retira
Apenas las noticias del revés alcanzaron el campamento aliado en Tuyutí, el general Flores empacó sus pertenencias y se embarcó para Montevideo. Dejó en su lugar al general Enrique Castro, quien ahora comandaba una pequeña fuerza sólo nominalmente uruguaya en su composición(5).
(5) La mayoría de los uruguayos rechazaban la noción de que abandonar el frente paraguayo era equivalente a un acto deshonroso y argüían, en cambio, que representaba un claro reconocimiento de los hechos, que no permitían al país mayor indulgencia hacia una “aventura quijotesca”. Ver carta de Julio Herrera y Obes, en “El Siglo” (Montevideo), del 14 de Septiembre de 1866. De acuerdo con una fuente contemporánea, Flores trajo 350 hombres con él desde el frente, dejando a Castro con 500 ó 600 hombres, muchos de ellos paraguayos. Ver: D. Zorrilla a Ventura Torrens, Montevideo, 2 de Octubre de 1866, en el Museo Histórico Nacional, Archivo Pablo Blanco Acevedo, tomo 106, Montevideo. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
La “División Oriental” seguía manteniendo en alto el estandarte nacional en los campos del Paraguay, pero era crecientemente irrelevante (si eso era posible)(6). Flores había sido una de las personalidades sobresalientes del conflicto, habiendo probado muchas veces su bravura y tenacidad, si bien no siempre su sensatez. Su manera de pelear contra los paraguayos encajaba con la idiosincrasia gaucha, en la que el carisma y una audacia de león contaban más que la estrategia(7). En cierto sentido, su partida del frente trajo consigo un final definitivo de ese antiguo y abiertamente personalizado estilo de hacer la guerra(8).
(6) Juan Manuel Casal. “Unification and Early Professionalization in the Uruguayan Army. 1865-1904 (Militarism and the Invention of Uruguayan Nationhood)”, ensayo presentado ante la Conference of Latin American History, Seattle, Enero de 1998, passim.
(7) Algunos meses antes, Flores remarcó -en una carta a su esposa- cuán incómodo se sentía con la guerra moderna: “hacen todo con cálculos matemáticos [y] dibujando líneas [...] posponen todas las acciones importantes”. Ver: Flores a María García de Flores, Campamento de San Francisco, 3 de Mayo de 1866, en: Antonio Conte. “Gobierno provisorio del brigadier general Venancio Flores” (1897-1900), 1:4, p. 123. Imprenta Latina, Montevideo; y Juan Manuel Casal. “Uruguay and the Paraguayan War (the Military Dimension)” (2004), en Hendrik Kraay y Thomas L. Whigham. “I Die with my Country. Perspectives on the Paraguayan War. 1864-1870”, pp. 130-2. University of Nebraska Press, Lincoln y Londres.
(8) Esto era parte de un fenómeno histórico más amplio, en el cual las formas rurales de vida tradicionales cedían el paso, algunas veces lentamente y otras abruptamente, al moderno desarrollo capitalista con sus alambres de púas y rifles de repetición. Este proceso tuvo sus ramificaciones políticas a lo largo de Argentina, Uruguay y el sur del Brasil, como lo ilustró John Charles Chasteen (1995). “Heroes on Horseback. A Life and Times of the Last Gaucho Caudillos”, passim. Ed. University of New Mexico Press, Albuquerque. También inspiró una de las más grandes contribuciones de la región a la literatura mundial con “El gaucho Martín Fierro” (1872) de José Hernández, un poema épico, en el que el protagonista lamenta la extinción de una era más heroica, más virtuosa en las pampas.
// Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
No quedaba en modo alguno claro, sin embargo, con qué se lo reemplazaría. Flores había querido partir al sur dos semanas antes, pero se había demorado para participar en la batalla(9). Su papel resultó insignificante y su desempeño, opaco. Su incapacidad de elevarse a la altura de la ocasión, sin embargo, pasó desapercibida en la oscuridad de la derrota. Poco antes de partir, emitió una proclama llamando a todos los soldados aliados a continuar “por el camino honorable [...] en el que cada hombre se convierta en un héroe, destinado a vengar la pérdida de ilustres [camaradas tales como] Sampaio, Rivero, Palleja, Argüero y tantas otras nobles víctimas inmoladas por el fanatismo de nuestros enemigos”(10).
(9) Varios líderes colorados habían estado pidiendo su retorno para resolver las grandes dificultades entre ellos; en un artículo del 5 de Septiembre, titulado “El regreso del general Flores”, en “El Siglo” (Montevideo), insistía en que los hombres del partido estaban dispuestos a confiar en su desinteresada actitud y patriotismo, pero uno tiene la impresión de que sus partidarios lo querían de regreso en la capital uruguaya lo más rápido posible.
(10) Proclama de Flores [¿25 de Septiembre?] de 1866, en “La Tribuna” (Buenos Aires), 2 de Octubre de 1866.
// Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Estas palabras, por encendidas que eran, tuvieron poco efecto positivo, viniendo de un hombre que estaba dejando el campo de batalla. Sus defensores voceaban nerviosamente el eslogan “habiendo terminado su misión como guerrero, ahora se embarca en la del administrador”, pero nadie lo creía(11). De hecho, el heroico caudillo ahora parecía un derrotado General escabulléndose a casa en desgracia(12). Esta impresión, aunque injusta, tenía un peso considerable para sus oponentes, sus amigos y el público en general(13).
(11) “El arribo del general Flores”, en “El Siglo” (Montevideo), 30 de Septiembre de 1866.
(12) Las críticas a Flores elaboradas por Héctor Varela (quien había anteriormente utilizado el seudónimo de “Falstaff” y ahora utilizaba el de “Orión”) fueron respondidas airadamente por el secretario de Flores, Julio Herrera y Obes (“Sagita”) en las páginas de “La Tribuna” (Buenos Aires), el 18 de Noviembre de 1866 y ediciones siguientes; Flores -sostenía- había cumplido con éxito en Curupayty lo que se le había encargado -mantener a como dé lugar el flanco derecho del enemigo- mientras los brasileños y argentinos fallaron en el norte en cumplir sus instrucciones, con sangrientos resultados.
(13) La edición del 21 de Mayo de 1867 de “El Siglo” (Montevideo), al encontrar una explicación para el aplazamiento de las elecciones presidenciales por parte de Flores, se refirió al pasado optimismo, subrayando sucintamente que “el desastre en Curupayty fue necesario para abrir los ojos de políticos y mariscales de sillón que habían calculado que esta titánica lucha, en la cual el enemigo ha defendido su territorio palmo a palmo, sería una marcha triunfal que finalizaría en Asunción”. Seis años más tarde, el mismo periódico calificó la carrera de Flores de una forma decisivamente desfavorable, “ya que, cuando se estudian sus logros militares, se descubre que hay un acto político detrás de cada uno de ellos, el peso de una ambición que marcha tenazmente hacia su objeto” (edición del 28 de Diciembre de 1872).
// Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
En Montevideo, Flores encontró una situación política extremadamente tensa. El partido blanco, que él había echado a principios de 1865, estaba en proceso de restablecerse y volverse contra él. Peor aún, sus propios colorados, alguna vez totalmente bajo su pulgar, ahora se asemejaban más a una banda de pendencieros callejeros que a un partido unificado con una agenda común. Ciertos colorados “conservadores” se quejaban de la supuesta avaricia de los parientes de Flores y ponían sus miradas en la próxima elección de 1867, sabiendo muy bien que el caudillo no sería su candidato(14).
(14) Chismes desfavorables sobre la familia Flores habían circulado en Montevideo por muchos meses; en una carta a fines de 1865, un funcionario blanco encarcelado por los brasileños, se quejó elocuentemente no solamente del trato que le daban, sino también de la esposa de Flores, insistiendo en que su desafortunado país era “ahora cautivo de los brutales caprichos de esa mujer”. Ver: Pedro Zipitria a Darío Brito del Pino, Fortaleza de San Juan, Río de Janeiro, 6 de Diciembre de 1865, en el Archivo General de la Nación - Archivos Particulares, caja 10, carpeta 22, n. 17, Montevideo. En los meses posteriores, muchos de sus oponentes colorados comenzaron a compartir esta opinión, la cual, curiosamente, hacía eco a las actitudes de algunos paraguayos en relación con Madame Lynch. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
No obstante, los brasileños se mantenían al lado del general uruguayo. Tenían pocas alternativas si querían alcanzar sus metas políticas generales en el Estuario del Plata(15). Todavía tenían tropas estacionadas en Montevideo y a lo largo de la frontera y podían garantizar la paz interna en Uruguay de una forma u otra. Pero cualquier disenso entre los colorados, ubicaba al Brasil más obviamente en el papel de una potencia de ocupación y a su aliado, el presidente de la República Oriental, en el de un lacayo(16).
(15) El solo hecho de que los brasileños mantuvieran su apoyo a Flores, no significaba que siempre lo admirasen. En las frenéticas acusaciones mutuas que sucedieron a la derrota en Curupayty, Flores se encontró con muchos críticos en círculos gubernamentales en Río de Janeiro; el semioficial “Jornal do Commercio” (6 de Noviembre de 1866) lo censuró, con alguna justicia, como “más caudillo que soldado y más soldado que general, [un hombre] que confunde operaciones estratégicas con reconocimientos parciales”.
(16) Los enemigos de Flores podían justificadamente acusarlo de servilismo ante las demandas brasileñas a su Gobierno; durante su presidencia, por ejemplo, permitió a todo tipo de mercaderías brasileñas ingresar al mercado nacional, libres de impuestos y, aunque en perjuicio de los intereses de los estancieros uruguayos, también dejó la puerta abierta para las compras de tierras por parte de riograndenses en el norte de su país. También dio reconocimiento oficial en Montevideo a los negocios del Barón de Mauá, tal vez el mayor financista que jamás produjo el Imperio brasileño. Ver: Washington Lockhart. “Venancio Flores, un caudillo trágico” (1976), pp. 77-8. Ed. de la Banda Oriental, Montevideo. Flores favoreció a los brasileños incluso en cuestiones triviales. En una ocasión, en 1866, el periódico montevideano “La Europa” cometió el error, en su reporte de las bajas aliadas en Paraguay, de referirse a los muertos brasileños como macacos. Este insulto hizo que veinte soldados brasileños fueran al periódico armados con machetes y garrotes, rompieran su impresora y destrozaran el lugar. Flores no hizo el menor esfuerzo por castigar a los malhechores, evidentemente justificando su reacción. Ver: Eduardo Acevedo. “Anales Históricos del Uruguay” (1933-1936), tomo 3, pp. 417-8 (tres volúmenes). Ed. Barreiro y Ramos, Montevideo. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Flores reconocía los conflictos que enfrentaba en la escena doméstica y halló útil tratar a sus patrocinadores brasileños con cierta prudencia. En una comunicación personal con el general Polidoro, el 20 de Octubre, reafirmó su compromiso con la causa aliada, aunque añadió que estaría “siempre del lado del Gobierno imperial, sin que ello signifique ignorar las ventajas que podría acarrear una paz digna...”(17).
(17) Flores a Polidoro, Montevideo, 20 de Octubre de 1866, citado en Francisco Doratioto. “Maldita Guerra (Nova história da Guerra do Paraguai)” (2002), p. 249. Companhia das Letras, São Paulo. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)a” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Esto ciertamente expresaba una postura ambigua (algo lejos de ser inusual en la historia uruguaya). Flores había también perdido confianza en sus aliados argentinos. Apenas regresó a la capital uruguaya, indicó a su secretario personal, el doctor Julio Herrera y Obes, que se preparara para viajar en misión confidencial a Río de Janeiro, donde le reportaría al emperador sobre el comportamiento inepto de los generales brasileños en el campo de batalla y, más importante todavía, sobre la “incompetencia del general Mitre como Comandante en Jefe de las fuerzas aliadas”(18).
(18) Diario “New York Times”, del 1 de Diciembre de 1866; en una corta carta al general Enrique Castro, que notó su llegada a Montevideo sólo cuatro días después, Flores se refirió a la moral y la disciplina de las tropas que se habían quedado en Paraguay y, al margen, puso en duda la conveniencia de cualquier nueva negociación argentina con López: “...dicen que todo será de acuerdo con la alianza, pero yo estaré del lado del Gobierno imperial”. Ver: Flores a Castro, Montevideo, 2 de Octubre de 1866, en Archivo General de la Nación - Archivos Particulares, caja 69, carpeta 4, Montevideo. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)a” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Flores consideraba al presidente argentino su amigo de muchos años y había peleado a su lado en media docena de campañas desde las praderas bonaerenses hasta las colinas de Santa Fe, pero ahora su supervivencia política dependía de poner distancia con sus dos viejos socios.
Un día o dos antes de que el doctor Herrera partiera para su reunión con don Pedro, Flores recibió una copia de una comunicación que el gabinete argentino había enviado a Mitre el 26 de Septiembre. El contenido confirmaba sus peores sospechas. Los porteños parecían ansiosos de abandonar la guerra y autorizaban a Mitre a reabrir negociaciones con el mariscal López, esta vez separando explícitamente a la Argentina de la Triple Alianza “en todo lo que no sea ni trascendental ni comprometa el honor y los intereses permanentes de la República”(19).
(19) Efraím Cardozo. “Hace Cien Años (Crónicas de la Guerra de 1864-1870” (1968-1982), publicadas en “La Tribuna”, tomo 5, p. 16 (trece volúmenes). Ediciones EMASA, Asunción. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)a” (2011), volumen II. Santillana S. A. - Prisa Ediciones, Asunción.
Aparentemente, el Tratado de Mayo de 1865 significaba poco ahora para los argentinos. Flores encargó a Herrera a preguntar sin miramientos al emperador cómo los aliados podían continuar confiando en un hombre cuyo Gobierno quería la paz a cualquier precio.
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