La frontera Sur
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Las inmensas soledades que se extendían al Sur de Buenos Aires, apenas pobladas de indios y sin otra abundancia que los ganados cimarrones, no despertaron el interés de los pobladores del Río de la Plata. Sólo al impulso de la leyenda de los Césares -o tal vez para destruirla-, se lanzó Hernandarias hacia el Sur en el año 1604 y descubrió los ríos Colorado y Negro, pero la llanura bonaerense no fue incorporada a la empresa civilizadora por falta de brazos y de interés(1).
(1) Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), tomo I, capítulo 6: “Hacia la creación del Virreinato (1700-1776)”. Ed. Larousse Argentina, Buenos Aires, 1998.
Mientras tanto, la presión de los araucanos hacia el norte y el nordeste empujó a los indios pampas sobre las tierras pobladas por los españoles. Desde 1630 aproximadamente, comenzó a estar amenazado el camino de Buenos Aires a Córdoba y las flamantes estancias bonaerenses.
Hacia 1660 la presión se extendió hacia el Oeste y fueron atacados los pobladores del Sur de Cuyo. Estas incursiones no alcanzaron demasiado relieve en comparación con el problema que representaban los calchaquíes, tobas y guaycurúes. La actitud española fue puramente defensiva y la frontera se fijó en un amplio arco desde Mendoza al río Salado del sur.
Desde Chile hubo algunos intentos de penetrar en la Patagonia cordillerana. En el año 1621 Flores de León cruzó los Andes y descubrió el lago Nahuel Huapi, pero pasaron casi treinta años hasta que el Padre Rosales evangelizara en las márgenes de los lagos neuquinos. El P. Mascardi estableció una misión en el Nahuel Huapi años después, misión restablecida hacia fines del siglo, pero estos esfuerzos sólo condujeron al martirio de misioneros y neófitos y de ellos no quedó fruto visible.