Asimilación de Cuyo
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A la vez que se incrementaban e integraban los vínculos comerciales entre el Río de la Plata y el Tucumán, Cuyo se iba incorporando progresivamente al mismo sistema económico, en lo que influía notoriamente el aislamiento invernal entre las ciudades cuyanas y su capital política, Santiago de Chile(1).
(1) Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), tomo I, capítulo 6: “Hacia la creación del Virreinato (1700-1776)”. Ed. Larousse Argentina, Buenos Aires, 1998.
A la integración económica se agrega la social. La migración de familias desde el Norte hacia Cuyo y Buenos Aires es un hecho más o menos permanente y lo mismo ocurre desde Buenos Aires hacia el Interior del país. La vinculación familiar entre ciudades vecinas es frecuente, de modo que hacia el fin del siglo Tucumán, Buenos Aires y Cuyo formaban una unidad social y económica. La unidad política de Cuyo sólo sobrevendría tres cuartos de siglo después.
En el seno de las dos Provincias que integraron la base del territorio argentino se operaron otros cambios significativos. En 1620 se crea el Obispado de Buenos Aires, convirtiendo a la capital política en capital religiosa de la Gobernación.
A su vez el obispado de Tucumán es trasladado de sede. La castigada ciudad de Santiago, capital del Tucumán, comienza a sufrir una lenta pero persistente decadencia, en tanto que Córdoba se muestra en pleno auge. El primer síntoma del desplazamiento de Santiago de su posición capitalina lo dio en 1685 el traslado de la sede del obispo del Tucumán de Santiago a Córdoba. La declinación santiagueña se consumaría en el siglo siguiente, cuando al dividirse la provincia las capitales pasarían a ser Córdoba y Salta.
La lenta integración de las distintas regiones del país no excluía, por otra parte, la formación de localismos que constituyen los primeros gérmenes de los autonomismos federales del siglo XIX.
Pese a las vinculaciones económicas y familiares que dejamos apuntadas, cada ciudad constituía, como tónica general, una unidad semicerrada, apenas abierta hacia sus vecinas, y este espíritu de vecindad estaba contrabalanceado por rivalidades lugareñas. Cada ciudad tenía plena conciencia de su necesidad de sobrevivir y en esas circunstancias las necesidades de las otras a las que había que concurrir constituían una pesada carga, que unas veces se aceptaba con espíritu solidario y otras veces se rehusaba en base al adagio de que la caridad empieza por casa.
Así, Buenos Aires se negó, en 1640, a auxiliar a Santa Fe, en su lucha contra los indios, alegando la perspectiva de un ataque marítimo; diez años antes, Córdoba había adoptado idéntica actitud respecto de Tucumán, en circunstancias en que la guerra calchaquí no le afectaba y era sentida como problema ajeno; y, en 1643, la misma Córdoba negaba ayuda a Buenos Aires, por no sentirse obligada a ello, y no haber recibido iguales socorros de Buenos Aires. Similares rozamientos hubo entre Santa Fe y Corrientes en ocasión de la lucha contra los guaycurúes.