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Fracasa la pacificación. Insurrección cívico-militar de 1955

Las cosas no iban muy bien dentro del partido gobernante, ya que a fines de Julio de 1955 el presidente de la Junta Consultiva, contralmirante Alberto Teisaire, había presentado su renuncia, y reemplazado por el diputado nacional Alejandro Leloir.

A mediados de Agosto ya se advertía que la pacificación propuesta prácticamente había fracasado, ya que “el país estaba cubierto por una densa y heterogénea red conspiratoria”. La Policía había descubierto un vasto plan por lo cual se efectuaron numerosas detenciones de civiles, militares y marinos retirados, que aparentemente integraban diversos grupos, cuya finalidad sería alterar el orden por medio de libelos y manifestaciones callejeras, hasta llegar al atentado contra funcionarios del Gobierno.

En este complot, presuntamente estaban complicadas personas de distintas ideologías políticas, en un movimiento destinado a desorganizar la Ciudad de Buenos Aires con actividades subversivas simultáneas(1).

(1) Diario “La Nación”, (Buenos Aires), edición del 16 de Agosto de 1955. La acción estaría a cargo, especialmente, de medios estudiantiles. La información decía que los detenidos pertenecían al sector llamado “católico nacionalista”. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

Para ese tiempo, había desaparecido en la Ciudad de Rosario el médico, doctor Juan Ingalinella, comprobándose posteriormente su muerte por parte de la autoridad policial. Era otro argumento que se agitaba en esa etapa conspirativa(2).

(2) Diario “La Nación”, (Buenos Aires), ediciones del 17 de Julio y 18 de Agosto de 1955. La Sociedad Médica de Santa Fe, con motivo de su desaparición, expresó su repudio a este tipo de accionar policial. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

El 18 de Agosto de 1955, Perón dispuso ofrecer su renuncia a las tres ramas del partido y a la C. G. T., “porque notaba que se había perdido el fervor”. Pero proponía quedarse, siempre que se produjera “la reacción del movimiento y su dinámica combativa”. La Central Obrera había ofrecido apoyo, con la formación de milicias obreras.

El partido resolvió, entonces, realizar una concentración, para demostrar la adhesión popular al líder, pero el número esperado a primera hora no era el tempranamente aparecido, pero al momento de iniciación del acto llegaron los demás, aunque carentes del entusiasmo habitual.

En ese discurso, el presidente Juan Domingo Perón sostuvo que “hace poco esta Plaza de Mayo ha sido testigo de una infamia más de los enemigos del pueblo..., hemos ofrecido la paz y no la han querido. Ahora hemos de ofrecerles la lucha, y ellos saben que cuando nosotros nos decidimos a luchar, luchamos hasta el final.
Que cada uno de ustedes recuerde que ahora la palabra es la lucha, y la lucha se la vamos a hacer en todas partes y en todo lugar, y también que sepan que esta lucha que iniciamos, no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado”.

Terminaba prometiendo que iría a retirar la nota de renuncia que había pasado, pero reclamaba del pueblo una condición: que así como no se había cansado de reclamar prudencia y aconsejar calma y tranquilidad, “ahora les digo que cada uno se prepare de la mejor manera para luchar.
Este es el último llamado y la última advertencia que hacemos a los enemigos del pueblo; después de hoy, han de venir acciones y no palabras(3).

(3) María Laura Sanmartino de Dromi. “Argentina Contemporánea (de Perón a Menem)” (1996), p. 56. Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires. La autora expresa que es difícil saber si Juan Domingo Perón estaba resuelto, desde el principio, a pronunciar declaraciones tan inflamadas; “lo que está fuera de dudas -dice- es que al provenir de un Jefe de Estado que ha jurado cumplir con las leyes, sus palabras suscitaron profunda alarma entre sus opositores, a la vez que causaron una creciente preocupación en cuanto a su equilibrio mental, inclusive entre sus adictos. En las Fuerzas Armadas, sus declaraciones provocaron gran conmoción, y dieron nuevos ímpetus a las conspiraciones, que ya estaban en camino”. La información fue tomada del diario “El Mundo”, de Buenos Aires, de fecha 1 de Septiembre de 1955, y la opinión transcripta de Robert A. Potash. “El Ejército y la Política en la Argentina. 1945 - 1962 (de Perón a Frondizi)” (1980), 4ta. edición, p. 268. Ed. Sudamericana, Buenos Aires. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

El historiador Pedro Santos Martínez expresa que Perón dictó una tremenda y desorbitada norma:

Desde ya establecemos, como conducta permanente para nuestro movimiento que, aquél, que en cualquier lugar, intente alterar el orden contra las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino (...) también contra los que conspiren o inciten (...)”.

Esta alocada propuesta fue completada por esta otra, del mismo calibre:

La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de la organización, es contestar a una acción violenta contra otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos (...)”.

Tras retirar su renuncia, el presidente dejó en claro que lo hacía a condición de que, habiéndose terminado los tiempos de prudencia y calma, “cada uno se prepare de la mejor manera para luchar”. Si “nuestros adversarios y nuestros enemigos no comprenden con esa demostración, ¡pobres de ellos!(4).

(4) Pedro Santos Martínez. “La nueva Argentina” (1976), pp. 262/263 (dos tomos). Ed. La Bastilla, Buenos Aires. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

Este discurso fue la lápida de Perón; a medida que aumentaba su agresividad, iba creciendo una angustia silenciosa entre los argentinos que lo escuchaban a través de la cadena de radios. Algunos de sus allegados, dijeron después que el propio presidente fue el primero en advertir el error de este discurso.

Al conjuro del cinco por uno, todos decidieron sus opciones, dice Martínez. Hasta para los mismos peronistas fue un cataclismo, y la fuerte presión psicológica ejercida sobre los hombres de las Fuerzas Armadas terminó con las dudas.

Con este discurso, se puso punto final a la tregua política. Sus palabras fueron utilizadas por la oposición como un elemento decisivo en la aceleración de los planes golpistas, pues las interpretaron como una virtual declaración de guerra(5). Comenzó a circular un tremendo juicio sobre Perón: “Está loco(6).

(5) María Estela Spinelli. “Los vencedores vencidos” (2005), p. 48. Ed. Biblos, Buenos Aires.
(6) Pedro Santos Martínez. “La nueva Argentina” (1976), p. 263 (dos tomos). Ed. La Bastilla, Buenos Aires.
// Todo citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

- “Cristo Vence”

En las reuniones que Perón mantuvo, a partir del 31 de Agosto de 1955, se esforzó en destacar la estabilidad del Gobierno y la predisposición para reprimir toda acción violenta, y luchar hasta el final. El diario “La Prensa” anunciaba que la C. G. T. había ofrecido la totalidad de sus afiliados (6.000.000 de obreros), “para constituir una milicia civil armada, con el propósito de sostener la ley, la Constitución y las autoridades constituidas” (7 de Septiembre de 1955).

Ante esa propuesta, el Ejército se puso en guardia y manifestó su discrepancia. Por ese motivo, Perón habría desistido de la formación de aquellas milicias(7), con la posibilidad de provocar una guerra civil, "a la manera de la ocurrida en España en 1936", apunta el doctor Ricardo Harvey.

(7) Pedro Santos Martínez. “La nueva Argentina” (1976), p. 264 (dos tomos). Ed. La Bastilla, Buenos Aires. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

Intentando mantener la política de conciliación, se produjo en los primeros días de Septiembre de 1955, el anuncio del Consejo Superior del partido Peronista, de introducir modificaciones al urticante convenio con la "California". Pero el anuncio de maniobras militares fue aprovechado por los rebeldes como detonante de la revuelta. Para entonces, la ola de rumores sobre el golpe que iba a producirse de un día a otro, se instaló en una importante porción de la población(8).

(8) María Estela Spinelli. “Los vencedores vencidos” (2005), p. 48. Ed. Biblos, Buenos Aires. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

Desde el 1 de Septiembre, por ley 14.427, se había declarado el estado de sitio en la Ciudad de Buenos Aires pero, al tomar conocimiento de la insurrección en marcha, el 16 de Septiembre lo hizo extensivo a todo el país, por ley 14.433. Además, se declaró el estado de conmoción interna (Plan Conintes), y se estableció el comando de las fuerzas de represión, designándose al ministro de Ejército, general Franklin Lucero, como Comandante en Jefe de todos ellos.

Bajo el lema “Cristo Vence”, ampliamente difundido por los movimientos de jóvenes católicos y comandos civiles que se habían adherido a ellos, se inició el movimiento militar desde la Ciudad de Córdoba, bajo el mando del general Eduardo Ernesto Lonardi, con el apoyo de la Marina, desde Puerto Belgrano, extendiéndose rápidamente en otras zonas.

Este movimiento sedicioso se diferenció de las anteriores (1930 y 1943) no sólo porque se inició en guarniciones del Interior, sino también porque no tuvo una definición inmediata.

- El triunfo de la "Revolución Libertadora"

El 18 de Septiembre de 1955, el contralmirante Isaac Rojas elevó un ultimátum al Gobierno, amenazando bombardear los depósitos de petróleo. Ante esta circunstancia, el día 19, Lucero invitó a los comandos insurrectos a concurrir al Ministerio de Ejército, a fin de iniciar tratativas para solucionar el conflicto.

También le correspondió leer un mensaje de Perón, en el cual proponía, si era necesario, delegar el mando en el Ejército para evitar mayor derramamiento de sangre y alcanzar la pacificación(9).

(9) María Laura Sanmartino de Dromi. “Argentina Contemporánea (de Perón a Menem)” (1996), pp. 57/58. Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires. El mensaje de Perón decía: “Hace pocos días intenté alejarme del Gobierno, si ello era una solución para los actuales problemas políticos. Las circunstancias públicas conocidas me lo impidieron, aunque sigo pensando, e insisto, en mi actitud de ofrecer esta solución. La decisión del vicepresidente y los legisladores de seguir mi ejemplo con la suya, impide, en cierta manera, la solución constitucional (...). El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del Gobierno para buscar la pacificación de los argentinos, antes que sea demasiado tarde, empleando para ello la forma más adecuada y ecuánime (...). Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal. Ante la amenaza de bombardeo a los bienes inestimables de la nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie debe dejar de deponer otros intereses o posiciones. Creo firmemente que ésta debe ser mi conducta, y no trepido en seguir ese camino. La historia dirá si había razón de hacerlo”. Estaba fechado el 19 de Septiembre. El texto completo de la “renuncia”, puede verse en: “Perón y las Fuerzas Armadas”, pp. 332-333; y Juan Domingo Perón. “La fuerza es el derecho de las bestias”, 3ra. edición, pp. 106 - 107. // Citado por Ricardo J. G. Harvey. “Historia Política Contemporánea (1949 - 1955). Ed. Moglia Ediciones, Corrientes.

La carta “renuncia” de Perón fue hecha conocer a todo el país, por medio de Radio del Estado, el día 20 de Septiembre, y se agregaba a ella un virtual pedido de tregua. Apenas irradiada, llegó la respuesta del jefe de la insurrección, general Lonardi, diciendo que era condición para aceptar la tregua la inmediata renuncia de su cargo por el señor presidente de la nación.

Para considerar si aquella carta de Perón era una renuncia o no, Lucero formó una Junta Militar integrada por los catorce generales de la más alta graduación. El nuevo organismo militar estudió la carta, y la consideró como su renuncia, lo cual importaba la separación del propio general Lucero, ministro del Gobierno peronista, quedando en consecuencia el mando a cargo de la Junta Militar.

Según refirió Perón, la Junta Militar le comunicó que había aceptado su renuncia y que debía abandonar el país, agregando que, a su juicio “los generales se habían pasado a los rebeldes y le imponían el destierro”.

Mientras tanto, se invitaba a los jefes rebeldes a enviar una delegación a reunirse para hacerse cargo de las tratativas de entendimiento y pacificación. Perón, por su parte, citaba a la Junta Militar para conferenciar en la residencia de Olivos.

En esa reunión, el presidente intentó jugar su última carta: reiteró que no había renunciado, sino hecho una propuesta, que la Junta podría usar en sus negociaciones. Aclaró que sería “renuncia” si la hubiera presentado al Congreso; destacó que la situación era favorable al Gobierno; y que aún podía armar a los obreros.

Los miembros de la Junta volvieron para deliberar sobre la entrevista con Perón, pero la sesión concluyó bruscamente, cuando el general Francisco Antonio Imaz y otros oficiales, fuertemente armados, irrumpieron en el recinto, exigiendo se les comunicara al presidente y su ministro la aceptación de sus renuncias.

Así se hizo. Perón había quedado solo. Se quejaba de la defección que hicieron los generales y jefes leales. Estaba convencido de que había sido traicionado: “No había con quién hacer frente a cuatro locos revolucionarios”, expresaría un año después.

Al conocerse la noticia, en Buenos Aires y en todo el país comenzaron a producirse manifestaciones antiperonistas de júbilo. El desborde ya no podía ser controlado.

El resto es conocido. En la madrugada del 20 de Septiembre, tras preparar un maletín y llevar importante dinero, tomó un automóvil y, con una pequeña custodia, se dirigió a la cancillería de la embajada del Paraguay, mientras comenzaban a destruir o quemar, por multitudes eufóricas, imágenes, símbolos y propaganda del peronismo.

El 23 de Septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi asumió el mando y, luego de jurar, se asomó al balcón arengando a la muchedumbre reunida en la Plaza de Mayo. Su discurso, sereno, presentó una breve historia del movimiento y aseguró que su programa se resumía en el lema: “Imperio del Derecho”.

El lema del movimiento sedicioso era el mismo que Justo José de Urquiza proclamara después de Caseros: “Ni vencedores ni vencidos”.

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