PRESIDENCIA DE CARLOS PELLEGRINI
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El pueblo celebró ruidosamente la caída de Miguel Juárez Celman, penetrado del criterio de que el sacrificio de una sola persona importaba la variación del régimen y aclamó a Carlos Pellegrini como su salvador, en manifestaciones que en la capital se sucedieron durante tres días.
Su juicio acerca de Julio A, Roca se mostró inseguro, fluctuando entre las amenazas con que al concluir la asamblea del 6 de Agosto una turba lo obligó a escabullirse por los fondos del Congreso, y el asentimiento que todos prestaron a su inmediata entrada en el gabinete.
Pellegrini, en efecto, confió a Roca el Ministerio del Interior y mantuvo a Levalle en el de Guerra y Marina. La presencia, en los sitios más prominentes, de ambas significativas figuras -del que desde ese instante reasumía la dirección del partido autonomista nacional y del que había vencido por las armas a los rebeldes- fue atemperada por el reparto de las respectivas carteras, que correspondieron a tres miembros de la unión cívica, los doctores Vicente Fidel López, que se encargó de los negocios de Hacienda; Eduardo Costa y José María Gutiérrez.
Era un Gobierno de concordia, surgido -conforme lo expresó Pellegrini- de una insurrección realizada por los opositores y de un cambio que discurrieron los gubernistas. De ahí que se sintiera en “el deber de seguir una política inspirada por este doble origen, tratando de que las nuevas tendencias buscaran un desenvolvimiento pacífico en toda la nación, sin anarquía ni violencia y respetando la legalidad existente”(1).
(1) Pellegrini. Mensaje al Congreso (Diciembre 17 de 1890) en: “Senado”, sesión de Diciembre 17 de 1890. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XVII: “El Acuerdo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Fuera de las cuestiones económicas, sin duda arduas, pendía el problema de la futura presidencia. El 17 de Enero de 1891, una convención nacional de la unión cívica, reunida en Rosario, levantó las candidaturas de Mitre e Irigoyen para los cargos de presidente y vicepresidente. Por primera vez en nuestra historia, los candidatos emanaban de una junta representativa.
A los tres meses -recién llegado del extranjero, donde había permanecido desde antes de la insurrección-, Mitre sintetizó su programa:
“La supresión patriótica de la lucha, por el común acuerdo de todas las voluntades, bajo los auspicios de la libertad o, la lucha, aun aceptando de antemano la derrota, si se pretendiese sofocar el voto público por la coacción o la violencia”(2).
(2) Mitre. Discurso (Marzo 18 de 1891), en: Bartolomé Mitre. “Arengas” (1902), tomo III, p. 116. Ed. Biblioteca de “La Nación”, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XVII: “El Acuerdo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
A su entender, la democracia criolla rechazaba todavía el cotejo leal de los partidos y, como en 1877, elogiaba el sistema de las transacciones, que anula el comicio por innecesario. Roca adhirió a las ideas de Mitre y a los dos días de su enunciación ambos Generales rubricaron el acuerdo, confundiéndose en un abrazo. Estaba victorioso, pues, el plan que Pellegrini llevó a la presidencia.
Al mes sonó la primera campanada de alarma contra la unanimidad renaciente. El 16 de Abril, Alem y otros directores de la unión cívica publicaron una declaración que contenía estas palabras:
“No aceptamos compromisos de ningún género que importen la continuación del régimen funesto de que han sido víctimas los hombres independientes de toda la República”(3).
(3) Manifiesto, en el diario “La Prensa”, Nro. 6.620, edición de Abril 16 de 1891. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XVII: “El Acuerdo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Mitre persistió en su anterior propósito; también Roca, que el 1 de Mayo abandonó el gabinete para vigorizar los trabajos electorales. Irigoyen, un cambio, apoyó la opinión de Alem: dominaba en el Interior, a su juicio, una política intransigente y depresiva, sólo modificable por una elección libre y nunca por combinaciones de nombres(4).