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TIEMPOS FINALES DE LA PRESIDENCIA MITRE

A partir de la rebelión de Cuyo, la política provincial y nacional comenzó a girar alrededor del problema de la presidencia que debía inaugurarse en 1868.

Cuatro candidatos aparecieron en primera fila: el ex ministro de Relaciones Exteriores, Elizalde; el ministro acreditado ante Estados Unidos, Sarmiento; el gobernador de Buenos Aires, Alsina; y el ex gobernador de Entre Ríos, Urquiza.

Elizalde tenía el sufragio de los hombres más allegados al presidente y representaba la continuación total de su política interna y externa; Sarmiento era sostenido por algunos de los jefes del Ejército y significaba el equilibrio del “porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires”; Alsina contaba con el favor de los que, después de Pavón, combatieron a Mitre y personificaba al localismo porteño, vigilando la naciente opresión centralista; y Urquiza reunía a los que, desde antes de Pavón eran adversarios de Mitre y encarnábanse en él los localismos interiores, alzados contra la hegemonía porteña.

Podía triunfar el candidato a quien protegiesen las autoridades federales, pero las circunstancias especiales porque atravesaba el país, determinaron que este apoyo, que para resultar eficaz, debía ser continuo y enérgico, no lo pudiese ofrecer el presidente, absorbido por problemas más importantes en su tienda de campaña del lejano Paraguay, ni tampoco el vicepresidente, que se satisfacía con que al menos pro fórmula, su autoridad fuese respetada.

A pesar de esto, siendo Mitre el hombre de mayor influencia en la República, todos buscaron su opinión y aquél no pudo mantenerla oculta.

A fines de 1867 la expresó sin reservas, requerido por un amigo y su voz, que vino valorizada por la distancia y dignificada por la promesa de respetar las voluntades ajenas, cobró una especial resonancia, bien advertida por sus contemporáneos, que dieron el nombre de testamento político al documento que la contuvo.

Mitre deseaba que el futuro presidente fuese un liberal probado. Por consiguiente, excluyó la candidatura reaccionaria de Urquiza, declarando el propósito de combatirla con todas las armas legales, pero desechó a la par la de Alsina, “candidatura de contrabando”, sin presentar en su abono motivo valedero, pues no bastaba decir ambiguamente que era el producto de una liga inmoral de Gobiernos electores.

Dejó en pie a Elizalde y a Sarmiento como candidatos viables, y agregó de su cuenta los nombres de Guillermo Rawson, Valentín Alsina y Marcos Paz, de los cuales sólo el primero tuvo cierto auspicio en alguna ocasión.

Los expertos advirtieron que Mitre nada argüía contra Elizalde, mientras que juzgaba una carta de Sarmiento -aparecida en la prensa a modo de programa- como una coz al partido liberal y un desconocimiento injusto de los trabajos, sacrificios y conquistas del núcleo gobernante(1).

(1) Mitre. Carta al doctor José María Gutiérrez (Noviembre 28 de 1867), en: Archivo del general Mitre, I, p. 27. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo VIII: “El testamento político de Mitre”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.

En la aludida carta, Sarmiento había expresado que el hecho de que se acordaran de él, le parecía una justificación a una frase que venía repitiendo desde veinte años atrás: “vamos mal; he aquí el camino”, y había agregado que, de triunfar su nombre, el Gobierno sería -acaso, por primera vez, la representación y el agente de la voluntad pública(2).

(2) Sarmiento. Carta al teniente coronel Lucio V. Mansilla (Septiembre 20 de 1867), en: Obras de D. F. Sarmiento, XLIX (Buenos Aires, Imprenta Mariano Moreno, 1900), p. 268. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo VIII: “El testamento político de Mitre”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.

Hoy es posible explicar por qué las corrientes políticas habían de encontrar en Sarmiento el cauce de su reposo. Urquiza y Alsina significaban la regresión a luchas pretéritas, que a nadie interesaba reproducir en su forma primitiva sin aplicarlas a la solución de nuevos problemas; en el fondo y por su origen, representaban la lucha entre la Confederación mutilada y el Estado segregado.

Elizalde era, tanto como Mitre, la encarnación más viva de la guerra contra el Paraguay y la alianza con el Brasil, y aquélla gozaba de poca popularidad y ésta de ninguna. En Sarmiento resultaban virtudes lo que en los demás eran defectos: provinciano de nacimiento, no podía traicionar los derechos autonómicos, a los que defendió en polémica famosa; porteño de adopción, Buenos Aires lo había admitido como a hijo; defensor de la patria grande, no permitiría concluir la guerra sin honra; adversario de la guerra en su iniciación, procuraría terminarla cuanto antes.

Las distintas apreciaciones de todos podrían, pues, entretejerse en madejas complicadas, armonizando a veces en conjunciones momentáneas y chocando otras en conflictos varios; más, primarían al fin las ideas capitales y caerían bajo su invisible peso las maquinaciones y asechanzas.

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