Porteños y correntinos con las armas en las manos
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El 28 de Mayo de 1880 habían llegado los restos del general José Francisco de San Martín a Buenos Aires. Hubo una breve tregua, pero la memoria del prócer, que tanto odiara las guerras civiles, no fue suficiente para aquietar los ánimos. Comenzaba Junio cuando los acontecimientos se precipitaron.
“Ya que lo quieren así -había escrito Roca- sellaremos con sangre y fundaremos con el sable, de una vez para siempre, la nacionalidad argentina que tiene que formarse, como las Pirámides de Egipto y el poder de los Imperios, a costa de la sangre y sudor de muchas generaciones”.
El 2 de Junio, la tirantez entre Gobierno Provincial y autoridades nacionales alcanzó su límite máximo. Desde la última semana de Mayo se esperaba el arribo al puerto de Buenos Aires del vapor “Riachuelo”, portador de armas y municiones adquiridas por el Gobierno de Tejedor.
De acuerdo con la ley de la Legislatura, Carlos Tejedor adquirió en el extranjero tres mil quinientos fusiles máuser. Pedido el despacho para introducirlos, la Aduana lo denegó mediante argucias más o menos curialescas, que encubrían el propósito de eludir disputas con el docto y severo gobernador.
Avellaneda había impartido órdenes estrictas, a fin de evitar el desembarco del peligroso cargamento. Buques de la Armada Nacional patrullaban las costas en busca del vaporcito. Por fin se sabe que en la noche del 2 de Junio arribaría el “Riachuelo” y los porteños se aprestan a recibirlo a cualquier precio.
“El dilema era de fierro”, explicará más tarde Tejedor. Los Guardias Nacionales y la ciudad entera esperaban ansiosos los acontecimientos que, posiblemente, desembocarían en la guerra. El coronel José Inocencio Arias, retirado del Ejército a raíz de los sucesos de Febrero y uno de los paladines de la causa local, ha recibido instrucciones expresas del gobernador de efectuar el desembarco.
El presidente insiste y ordena que los buques de guerra impidiesen la entrada de las armas pero, ya en la mañana del 2 de Junio, el vaporcito que las conducía burló la vigilancia y atracó en la Boca, donde lo esperaba un batallón de línea apercibido para estorbar el desembarque.
Tropas provinciales se distribuyeron por toda la ciudad, mientras el Coronel, vistiendo el uniforme que no usa desde Febrero y montando un zaino colorado, se dirige a la Boca a paso de trote. Debe esperar al vaporcito rebelde que, apurando las máquinas para evitar la persecución del “Talita”, navega hasta el amarradero.
El traslado de las armas se realiza sin inconvenientes. Vivando a Buenos Aires, la gente se aglomera al paso de los carros que llevan a la ciudad elementos para la defensa.
Bien es cierto que frente a los soldados formaba el Cuerpo de Guardiacárceles y un piquete de policía, bajo el mando del coronel Arias. “Con más razón que el Gobierno de la Nación, el de la provincia disponía del territorio propio”.
Penetrado de este concepto, Tejedor no acertaba a comprender la actitud de Avellaneda:
“¿Era como contrabando que se perseguían las armas de ese modo? Por la ley misma de aduana, el contrabando no puede aprehenderse luego que traspasa los límites del establecimiento.
"¿Era como violación del bloqueo? Ninguno se había intimado. ¿Como transgresión de órdenes superiores? No las hubo, ni han de tenerse por tales las alusiones veladas del mensaje presidencial...”(1).
(1) Carlos Tejedor. “La Defensa de Buenos Aires. 1878-1881” (1881), p. 113. M. Biedma, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XIV: “Decapitación de Buenos Aires”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Las armas fueron desembarcadas, las fuerzas de línea se retiraron impotentes a su Cuartel y, las provinciales, atravesaron en triunfo la ciudad con su precioso cargamento. Pese a la gravedad de estos sucesos, la lucha no comienza todavía y el Gobierno Nacional deja hacer a las tropas de Arias. Avellaneda procura a toda costa evitar el derramamiento de sangre y ha mandado no oponerse al desembarco.
En realidad, da la situación de Buenos Aires por perdida y prefiere poner en ejecución un plan previamente madurado: trasladar la Capital de la República a sitio alejado de la presión de los porteños y protegido por el Ejército Nacional. Ese lugar clave es Belgrano.
A la noche, mientras Tejedor, con la seguridad del dueño de casa, asiste a la función de “Hernaní”, en el teatro Colón, el presidente marcha a los Cuarteles de la Chacarita. Viaja en coche, acompañado por sus ministros Carlos Pellegrini y Miguel Goyena.
Diputados y Senadores nacionales, pertenecientes al grupo roquista, se alejan también de la ciudad utilizando barcos de la Marina, coches de plaza y hasta tranways. Hay que ganar de mano a Tejedor antes de que se cierren las salidas de la ciudad. Avellaneda pide alojamiento al jefe de la guarnición de la Chacarita.
Al día siguiente de trasladarse a la Chacarita, el presidente Avellaneda proclamó a sus conciudadanos:
“Voy a mover los hombres y las armas de la Nación a fin de hacer cumplir y respetar sus leyes...”; “no volveré a la Ciudad de Buenos Aires mientras permanezca de pie la insurrección armada que dirige el gobernador de esta provincia”(2).
(2) Avellaneda. Proclama, en Avellaneda. “Escritos y Discursos”, tomo XI, p. 429. Ed. Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XIV: “Decapitación de Buenos Aires”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
La proclama dejaba en claro dos cosas:
1.- No volvería a Buenos Aires mientras permanezca de pie la insurrección armada; y
2.- Movería las armas de la Nación para hacer cumplir las leyes.
Explica al país que el Gobierno de Buenos Aires, al permitir el desembarco, se ha alzado abiertamente contra las leyes de la Nación y que la ciudad ha dejado de ser un pacífico centro comercial para convertirse en un verdadero Campamento militar. El Poder Ejecutivo se ha retirado de allí para evitar conflictos.
Además, el Gobierno Nacional declaró rebeldes a todos los ciudadanos que obedecieran las órdenes de movilización provincial y ordenó que varios regimientos del Interior marcharan hacia la Chacarita.
La respuesta de Tejedor resultó algo desconcertante: reducía el episodio -observa Carlos Heras- a una simple cuestión aduanera y se reconocía obediente a las autoridades legítimas de la Nacion, prometiendo no iniciar las hostilidades mientras no lo hiciera el Gobierno Nacional.
Tejedor había contestado con otro manifiesto, en el que dijo que ningún acto suyo importaba un levantamiento contra los Poderes Públicos nacionales. Creía haber planteado un simple caso policial, cuya decisión competía a la Corte Suprema: el de si las leyes aduaneras comprenden a los Gobiernos de provincia.
En la misma pieza rechazó el calificativo de rebelde que, a su juicio, no podía fundarse en texto alguno(3).
(3) Tejedor. Proclama (Junio 4 de 1880), en: “La Patria Argentina”, Nro. 522, Junio 5 de 1880. La ley número 49, segunda serie, citada por Tejedor, decía así en su artículo 14, inciso 2do.: “son reos de rebelión los que se alzan públicamente y en abierta hostilidad contra el Gobierno Nacional... para deponer al Presidente de la Nación, despojándolo de su autoridad constitucional, o... para impedir la transmisión de la misma autoridad en los términos y formas establecidas en la Constitución”. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XIV: “Decapitación de Buenos Aires”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
A la vez pasó una Circular a los jefes y empleados de su dependencia, previniéndoles que mientras no se hiciese el primer tiro por las fuerzas nacionales, el Presidente era el funcionario supremo, que sólo debía ser desobedecido cuando ordenase actos de hostilidad o aconsejase el desacato a las autoridades de la provincia(4).
(4) Tejedor. Nota Circular (Junio 4 de 1880), en: “La Patria Argentina”, Nro. 524, Junio 7 de 1880. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XIV: “Decapitación de Buenos Aires”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Los ultraporteños se indignaron. Tantos pruritos legalistas del gobernador impedían tomar medidas drásticas y hacer prisionero al presidente, según planeaban algunos jefes militares. Tejedor perdía un tiempo precioso, porque nunca se decidía a disparar cl primer tiro.
Sin embargo, a pesar de las promesas pacíficas, la ciudad se puso en pie de guerra. Nombramientos de autoridades militares; movilizacion dc la Guardia Nacional; estado de sitio; creación del Ministerio de Milicias; y habilitación de los puertos y costas de la provincia para introducir artículos de primera necesidad, demostraron que el combate se aproximaba.
Desde Rosario, el “Zorro” observa y critica a los actores del drama:
“La guerra será fecunda”, medita. Roca es General y, por lo tanto, no le repugna el derramamiento de sangre. Carece de las trabas que detiene a los doctores Avellaneda o Tejedor cuando se trata de llegar a los hechos y en esta actitud coincide con el porteñista coronel Arias, siempre disconforme con las vacilaciones de su gobernador.
Roca no puede entender por qué sus enemigos no dan el golpe de mano contra Avellaneda, tomándolo prisionero.
“Mi única esperanza -escribe- es Tejedor, que se cree tan caudillo, el apóstol del localismo porteño, que es imposible deje pasar un día sin hacer alguna barbaridad”. También teme que el presidente empiece con “sus pasteles” o comisiones pacíficas, en lugar de atender los consejos bélicos que recibe en la Chacarita.
En vista de que la guerra inminente prometía ser larga, el Poder Ejecutivo dictó un decreto, datado el 4 de Junio de 1880, en la Chacarita, destinando el pueblo de Belgrano para residencia de las autoridades nacionales. A partir de entonces y durante cuatro meses, la atención del país se centró en esa pequeña población de los alrededores de Buenos Aires.
- Corrientes también se rebela
Las jornadas de Junio sorprendieron a Corrientes, aislada y desorientada. El vicegobernador, doctor Juan Esteban Martínez, permanecía con ocho mil hombres sobre la frontera entrerriana; tres mil al mando del coronel Raymundo Fernández Reguera estaban apostados en San Roque y mil quinientos guarnecían la Capital.
El 2 de Junio, el presidente de la República había abandonado la ciudad porteña y el 4 había dado un decreto designando Capital Provisoria al pueblo de Belgrano. Las tropas nacionales y provinciales se aprestaban al choque decisivo.
Cuando el proceso de deterioro de las relaciones del Gobierno Nacional y del porteño se precipitaba, las autoridades correntinas también se aprestaron para la lucha, que se consideraba inminente: compró armas, se organizaron comisiones populares con el mismo fin, se adquirió un vapor y se arrendaron otros dos, para el transporte de tropas; se acantonó al batallón Guardia Provincial en Goya, con dos cañones; se establecieron ejercicios tres veces por semana para la Guardia Nacional y se nombró Jefe de las fuerzas movilizadas, al vicegobernador Juan Esteban Martínez.
El hermano de éste, el coronel Plácido Martínez, que hubiera sido el jefe natural de las Fuerzas provinciales por su intensa actuación en las luchas civiles e internacionales, había fallecido repentinamente el año anterior(5).
(5) Plácido Martínez falleció el 13 de Diciembre de 1879, luego de que su salud decayera sensiblemente unos días antes. Después circularon rumores de que pudo haber sido envenenado, pues la autopsia que se le practicó determinó en su estómago una dosis elevada de antimonio, que no podía proceder de los remedios que se le habían suministrado. Se hicieron conjeturas sobre los posibles culpables del presunto crimen, pero nada se pudo comprobar y todo quedó en una simple sospecha que se diluyó con el tiempo. // Citado por Antonio Emilio Castello, “Corrientes, Tejedor y la Revolución de 1880” (2002). Ed. Moglia S. R. L., Corrientes.
A principios de Junio de 1880, el Gobierno de Corrientes invistió al general Bartolomé Mitre con el carácter de comisionado, para acordar con el de Buenos Aires “un plan de defensa de las autonomías y libertades” de ambos Estados. El pacto de alianza, sobre el que Corrientes venía insistiendo desde hacía tanto tiempo, se firmó por fin el 9 de Junio y constó de siete artículos.
Por él, Corrientes reconocía como propia la resistencia iniciada y sostenida por Buenos Aires contra la candidatura del general Roca a la Presidencia de la República, que pretendía ser impuesta por el oficialismo nacional; pero, como punto de partida, se aceptaba agotar todos los medios pacíficos y, en caso de guerra, se establecía que la unidad nacional permanecería inalterable.
De acuerdo con esto, el Gobierno de Felipe José Cabral dejaba de ser prescindente en materia electoral y se aliaba ofensiva y defensivamente con el de Buenos Aires. Para sostener el compromiso contraído por Corrientes, para levantarse en armas, formando un ejército de diez mil hombres de las tres armas, se le prometían mil fusiles Remington, cien mil tiros y un subsidio de trescientos mil pesos para el transporte de armas; y, en caso de guerra, un millón de pesos y cuatro piezas de artillería Krupp, con su dotación completa.
Aún sin tenerse todavía noticias de la firma del pacto, Corrientes ya estaba en pie de guerra para la eventualidad de que la luucha estallase, y las fuerzas fueron colocadas estratégicamente en las zonas fronterizas. En la Capital se reunieron Fuerzas de los Departamentos vecinos y, en Goya, ocurrió otro tanto; a su vez, en Curuzú Cuatiá, Puntas del Mocoretá, sobre la frontera entrerriana y las costa del río Uruguay, las Divisiones ascendían a seis mil hombres.
En una carta del 7 de Abril de 1880, al comandante Antonio Llopart, de Curuzú Cuatiá, Mantilla le decía que estaban contentos del esfuerzo que se había hecho allí para prepararse y resistir, agregando más adelante:
“Yo creo que antes de un mes reventará la bomba. En el Congreso está el auxilio; y para cuando principien las sesiones preparatorias de este Cuerpo, es preciso que estén Uds. listos”(6).
(6) Archivo General de la Provincia de Corrientes - Dr. Manuel F. Mantilla, Correspondencia Copiador Nro. 3 - Folio 156. // Citado por Antonio Emilio Castello, “Corrientes, Tejedor y la Revolución de 1880” (2002). Ed. Moglia S. R. L., Corrientes.
Se refería en esto, a los acontecimientos de la provincia de Corrientes.