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El conflicto en sus inicios. Pampín y su muerte repentina

Al gobernador Juan Vicente Pampín le cupo la tarea de llevar a cabo -en el orden provincial- la política de Conciliación que, en el orden nacional, encaró el presidente Nicolás Avellaneda. Se amnistió a los rebeldes de ayer, aunque se excluyó a Plácido Martínez -por el proceso que se le seguía-, por haber dispuesto de los fondos de la Aduana Nacional de la Ciudad de Goya y la amnistía no comprendía a los delitos conexos(1).

(1) La reconstrucción de los hechos de este período histórico se basó en estudios de investigadores que focalizaron su interés en este proceso, a través de una descripción fáctica, recopilando datos de los sucesos en Corrientes, de las órdenes transmitidas por los funcionarios provinciales y nacionales y fragmentos de artículos periodísticos y relatos personales de los actores involucrados en los hechos, en particular, el gobernador Manuel Derqui y el caudillo de la insurrección liberal, Manuel F. Mantilla. A mediados de 1878, Derqui encargó la publicación de los documentos oficiales relativos al proceso electoral de 1877 y de la Intervención Nacional, como prueba de la legitimidad de su elección y el respeto y adecuación de todas las acciones posteriores a lo que determinaban las leyes y los decretos nacionales. Años más tarde, Manuel Mantilla publicó una obra que constituía una detallada defensa de las acciones del sector liberal frente al “despotismo” del Gobierno autonomista en Corrientes. En 1880 se había incorporado a la Cámara de Diputados de la Nación, pero, a causa de los acontecimientos políticos de la época, debió buscar el exilio en Paraguay. Allí ejerció la profesión jurídica y revisó documentos en el Archivo Nacional. También pergeñó dos de sus libros más apasionados: “Defensa de Corrientes” (1881) y “Resistencia Popular de Corrientes en 1878” (1891), es decir, fue editada diez años más tarde. Esta obra fue reproducida -en forma íntegra- por Luis Sommariva, en el capítulo dedicado a la Intervención Nacional de 1878 en Corrientes. Ver: “Documentos relativos a la Intervención en la Provincia de Corrientes”. Imprenta del Porvenir, Buenos Aires, 1878; Manuel Florencio Mantilla, “Resistencia Popular de Corrientes” (1878). Escuela de Artes y Oficios de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1891; y Luis Sommariva, “Historia de las Intervenciones Federales en las provincias”. El Ateneo, Buenos Aires, 1931. En estos trabajos, la recopilación de estas fuentes -muy ricas y significativas para el abordaje de este tema-, cumplía la función de justificar la legitimidad de las acciones de cada uno de los dos bandos que se disputaban el dominio de la provincia, en especial para las obras que se publicaron inmediatamente tras el conflicto.

La Administración será fértil en algunas determinaciones: le cupo regularizar la venta de la tierra en los pueblos y colonias; el fomento de la Instrucción Pública, con un régimen de becas; y el estímulo para las obras públicas, a cuyo efecto creó un fondo especial.

- El contexto político correntino en la década de 1870

A partir del derrocamiento de Agustín Pedro Justo, a principios de 1872, el poder político local quedó bajo el dominio del fusionismo, una nueva agrupación política que integró a parte de los sectores liberales y federales y que había comenzado a articularse a fines de la década de 1860. A principios de la década siguiente, esta agrupación cobró mayor vigor cuando el antiurquicismo perdió su potencia como factor aglutinador de los liberales y las divisiones internas se reforzaron, al profundizarse las diferencias con respecto a cómo eran pensadas las relaciones a nivel local y a cómo se concebían las alianzas en el nuevo contexto que se estaban desplegando a nivel nacional.

Desde principios de la década de 1860, los miembros del partido liberal habían delineado -como un objetivo común y prioritario- eliminar la influencia de Justo José de Urquiza en Corrientes, la cual concebían como una subordinación nefasta de esta provincia a Entre Ríos(2).

(2) Ver: Raquel Bressan, “Los legisladores nacionales correntinos: trayectorias, vínculos y capacidad de negociación (1869-1880)”. En: “IV Jornadas Interdisciplinarias de Investigaciones regionales. Enfoques para la Historia”, Mendoza, Octubre de 2015.

La comisión que se formó, a inicios de la insurrección de 1872, para reorganizar los poderes gubernativos, da cuenta de estas nuevas alianzas locales y marcó la tendencia que se plasmó en los siguientes años para la elección de los hombres que ocuparon los principales cargos públicos. Dicha comisión estaba conformada por José Guastavino (liberal); Emilio Díaz (liberal); Tomás Bedoya (federal); Juan Vicente Pampín (liberal) y Manuel Derqui (federal)(3).

(3) Ver: “La Fusión”, (Corrientes), edición del 10 de Enero de 1872. // Citado por Raquel Bressan, “Las repercusiones en Corrientes de la política de conciliación de partidos (1877-1880)” — Instituto de Ciencias — Universidad de General Sarmiento [UNGS] — Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas [CONICET].

Por fuera de los límites provinciales, los fusionistas se alinearon con los movimientos que se estaban conformando en otras provincias y que buscaban construir un entramado de alianzas de alcance nacional para asentar un liderazgo político protagonizado por los hombres de las provincias del Interior. De este modo, para las elecciones presidenciales de 1874, el fusionismo respaldó la candidatura del tucumano Nicolás Avellaneda.

El sector liberal dividió su apoyo entre los dos aspirantes porteños, Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina. La designación de Juan Eusebio Torrent, una de las figuras más destacadas del liberalismo correntino, para acompañar como vicepresidente a Mitre, concitó profundas expectativas de triunfo en base al reconocimiento y a los numerosos contactos que éste había establecido a partir de su desempeño como legislador nacional(4).

(4) Raquel Bressan, “Los legisladores nacionales correntinos: trayectorias, vínculos y capacidad de negociación (1869-1880)”. En: "IV Jornadas Interdisciplinarias de Investigaciones regionales. Enfoques para la Historia", Mendoza, Octubre de 2015.

Asimismo, los jefes militares alsinistas, como Raymundo Fernández Reguera, Arana y Manuel Obligado, propiciaron una base de influencia para obtener el respaldo de reconocidos vecinos de los Departamentos de la costa del Paraná, a la candidatura del líder del autonomismo porteño. Los alsinistas formaron distintos comités, el principal se hallaba en la capital y adoptó el nombre de “Comité Central de Corrientes(5).

(5) Sobre la formación de los clubes para la campaña presidencial de 1874, ver: “La Nación”, Buenos Aires, “Corrientes. Gran Pronunciamiento”, edición del 4 de Octubre de 1873 y, “Corrientes”, edición del 7 de Octubre de 1874; y Dardo Rodolfo Ramírez Braschi, “Origen de las agrupaciones electorales en la provincia de Corrientes”. Moglia Ediciones, Corrientes, 2004, pp. 135-136. Sobre el apoyo brindado por los oficiales a la candidatura de Alsina, ver: Museo Roca, Fondo Roca, Carta de Nicolás Avellaneda a Julio Roca, 14 de Marzo de 1874.

El panorama político local dio un interesante giro con el acuerdo entre Nicolás Avellaneda y Adolfo Alsina, por el cual este último renunció a su candidatura. Un sector de los alsinistas se plegó a este acuerdo, pero, otra parte, pactó con los mitristas y creó el Club del Pueblo, que proclamó la candidatura de Bartolomé Mitre para la presidencia y la de su correligionario, Juan Eusebio Torrent, para la vicepresidencia. De esta forma, a partir de 1874 quedaron delineadas dos agrupaciones políticas: los fusionistas, que acogieron a una parte de los alsinistas; y los mitristas, que habían sumado a los alsinistas de la capital correntina.

La integración del sector alsinista y el rechazo, por parte del fusionismo, a respaldar la candidatura de Torrent, formaban parte de los pasos que los dirigentes del fusionismo consideraban necesarios para procurar a Corrientes una posición ventajosa en la arena nacional y fortalecer la dinámica política local.

Se puede decir con cierta precisión -dice Bressan, a quien seguimos en esta parte- que, estrictamente hablando, asumieron la titularidad del Poder Ejecutivo de Corrientes tres gobernadores fusionistas. Ellos fueron: el 19no., José Miguel Guastavino; el 22do., Miguel Victorio Gelabert; y el 23ro., Juan Vicente Pampín, quienes buscaron cimentar cierto grado de consenso entre los distintos círculos que se disputaban el poder en Corrientes e incorporaron en sus gabinetes a miembros de distintas fracciones en que se encontraba dividida la provincia(6).

(6) Sobre la conformación de los gabinetes de los tres gobernadores ver: Hernán Félix Gómez, “Los últimos sesenta años de democracia y gobierno en la provincia de Corrientes”. Imprenta del Estado, Corrientes, 1929, pp. 42-48. De Guastavino: José Luis Cabral, Juan José Camelino y Doroteo González Videla; De Gelabert: Mariano Castellanos, Manuel Derqui, José Benjamín de la Vega, José María de Cabral y Melo y Manuel Fernández; y de Pampín: Juan Manuel Rivera, Genaro Figueroa, José Luis Cabral y Nicanor García de Cossio.

- Cambio de actitud en el liberalismo oficialista correntino

Si bien el gobernador Juan Vicente Pampín había sido “el alma” de la campaña presidencial a favor de Avellaneda y fue presidente del Comité avellanedista, ya situado en su puesto de gobernador y al frente de la Administración, dejó fuera de ella a hombres del Partido Federal.

Su Ministerio fue cubierto con hombres prominentes del liberalismo correntino: fueron sus ministros el doctor Juan M. Rivera, en Gobierno; y el doctor Genaro Figueroa, en Hacienda e Instrucción Pública, quienes permanecerán al frente de sus respectivas carteras desde el 8 de Marzo hasta el 1 de Mayo de 1875, en que ambos renunciarán y, en sus reemplazos, serán nombrados el doctor José Luis Cabral y Nicanor García de Cossio(7). No había un solo federal y, por ende, ni un destello de “fusionismo”.

(7) Citado por Manuel Florencio Mantilla, “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1928), tomo II, capítulo XXVI: “Período Constitucional”, parágrafo 259. Notas biográficas por Angel Acuña, Buenos Aires. Ed. Juan Ramón y Rafael Mantilla.

La pregunta que cabe hacerse es si, más allá de sus palabras y su “temperamento conciliador” -como lo definía Mantilla-: ¿Pampín aplicó una política conciliatoria en Corrientes?

Es evidente que la estrategia que buscaba consolidar al fusionismo y, a la vez, evitar los recurrentes movimientos armados que aumentaban la inestabilidad provincial, comenzó a mostrar sus fisuras luego de la elección presidencial de 1874.

En lo político, el gobernador buscó la reconstrucción del Partido Liberal, llamando incluso a los hombres más distinguidos del liberalismo nacionalista a colaborar en el Gobierno y entregándoles situaciones importantes, como la Jefatura Política de Goya. Cuando se recuerda que el coronel Manuel Obligado, Jefe de la Frontera del Chaco, con residencia oficial en El Rey -frente a Goya-, vivía normalmente en esta ciudad y que era un agente de la política presidencial, vése en el nombramiento de un nacionalista en la Comandancia de Goya como una bandera de combate.

Naturalmente, la colaboración en el Gobierno de liberales nacionalistas -los sediciosos del año anterior- minaba al “fusionismo” y, a su conjuro, las líneas de los grupos históricos se definían.

La política oficial era secundada por “El Argos”, reaparecido a principios de 1875 (4 de Abril) y, en cierto modo, por “La Campaña”, escrita por los doctores M. G. Morel y José Eusebio Torrent, y “La Patria”, de Goya(8).

(8) Citado por Hernán Félix Gómez. “Los últimos Sesenta Años de Democracia y Gobierno en la Provincia de Corrientes. 1870-1930” (1995), segunda edición. Ed. Sembrando Producciones, Corrientes.

Paralelamente, un núcleo conformado por los miembros más jóvenes del fusionismo, rechazó la incorporación de los alsinistas. En 1875, fundaron el periódico “La Verdad”, desde el cual manifestaron su disidencia con respecto a las medidas tomadas por el gobernador Pampín y para alertar, como rezaba el editorial inaugural, sobre “amigos postizos que a todo trance quieren conducirnos al precipicio(9).

(9) Participaron de la redacción de “La Verdad”, Severo Fernández, Manuel Derqui, Ramón Contreras, Eugenio Ramírez y el entrerriano Francisco Soler. Ver: Manuel Florencio Mantilla, “Bibliografía periodística de la provincia de Corrientes”. Amerindia, Corrientes, 2007 [1887], pp. 142-149.

Para este núcleo, liderado por Manuel Derqui y Severo Fernández, el acercamiento de los alsinistas respondía a una maniobra para socavar las bases del fusionismo, como señalaban en forma reiterada desde las páginas del diario(10).

(10) Sobre las posturas divergentes de este grupo ver: Archivo General de la Nación, Fondo Dardo Rocha, Leg. 2.707, Cartas de Miguel Morel a Dardo Rocha, Corrientes, 14 y 10 de Octubre de 1875. // Citado por Raquel Bressan, “Las repercusiones en Corrientes de la política de conciliación de partidos (1877-1880)” — Instituto de Ciencias — Universidad de General Sarmiento [UNGS] — Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas [CONICET].

La situación de los federales era tensa, grandes sus contrariedades, ya que fue poco airoso el papel desempeñado en las últimas elecciones, poniendo en peligro el prestigio de sus hombres, en particular de uno de sus dirigentes, el doctor Manuel Derqui, además de haberse paralizado la maquinaria montada por el jefe del partido, el ex gobernador Miguel Victorio Gelabert. La Administración de Pampín, literalmente los alejó del poder.

La Presidencia acudió al auxilio de su hombre en el distrito, siendo Derqui designado Encargado de Negocios de la Argentina en el Paraguay. No existiendo telégrafo entre Corrientes y Asunción, el distinguido diplomático venía con periodicidad a Corrientes para conferenciar -por la línea nacional- con el presidente de la República.

Sin embargo, hay que advertir que los federales disponían de casi una mayoría en la Legislatura, formada por las elecciones previas al de Electores para Gobernador, capital político con el cual podían sostenerse algún tiempo, pero, de ninguna manera obtener ventajas. Además, y algo también positivo para su causa, las relaciones con la Presidencia seguían intactas. Estos dos factores hicieron que la cúpula del Partido Federal se decidiera por la oposición.

Tomando la cuestión del punto de vista de la época y de las pasiones predominantes en la política nacional, la oposición basó su postura manifestando contra la pretendida “traición” del gobernador Pampín, “pasado a los mitristas”. ¿Tenía asidero esta imputación?

Si bien la fórmula respondía al acuerdo celebrado -en el orden nacional- por las fuerzas que tuvieron las candidaturas presidenciales de Nicolás Avellaneda y Adolfo Alsina, el primer término de ellas -Pampín-, “no aceptaba la política de exagerada intransigencia que entonces oprimía en la República a los vencidos en los campos de batalla(11).

(11) Citado por Manuel Florencio Mantilla, “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1928), tomo II, capítulo XXVI: “Período Constitucional. 1870-1880”, parágrafo 259. Notas biográficas por Angel Acuña, Buenos Aires. Ed. Juan Ramón y Rafael Mantilla.

Evidentemente, la derrota en el campo de batalla estaba muy próximo aún. Hacía cuatro meses que los liberales habían asistido al descalabro de Santa Rosa, en Mendoza.

No se puede establecer si la estrategia de confrontación de los federales respondía a un entender genuino de la oposición local o fue montada en consuno con los hombres del Gobierno Nacional. Lo que sí se sabe es que Avellaneda y Alsina pusieron los resortes nacionales en manos del doctor Derqui, como representante de las ideas del Gabinete y esto tuvo una consecuencia inmediata: en la Presidencia no se confiaba en el nuevo gobernador.

El programa de Gobierno del ex presidente del comité avellanedista, el gobernador Pampín, era claro y se infería de las relaciones particulares -de casi todos los liberales en situación de poder- con los nacionalistas; el tono de la prensa correntina; ciertos nombramientos de autoridades, fueron los hechos alarmantes invocados por la oposición.

Nada que lo llevara a su objeto despreciaron los hombres del Partido Federal. El oficialismo estimaba que esa política de intriga intentaba encender los ánimos de Alsina y Avellaneda contra la Administración, los estrechaba, pidiendo “el castigo de los traidores”.

La causa perdida en Corrientes se afianzó en el Poder Nacional, cual, si el presidente y el ministro de Guerra hubiesen tenido la misión de recoger el desperdicio del pueblo, cuyos votos elevaron al primero”, señalará Mantilla.

De aquí se derivan dos conceptos: que los hombres de la Presidencia no fueron refractarios a las acusaciones de “traición” imputados al gobernador Pampín; y que los liberales correntinos le pasaban factura a Avellaneda ya que -decían- gracias a sus votos, sumaron al encumbramiento del presidente.

Otras razones concurrieron también para que Avellaneda y Alsina apoyasen a Derqui contra Pampín. Según el entender del oficialismo, Avellaneda era “presidente nominal”, con un hombre como Alsina en el Ministerio de Guerra y Marina, jefe, a la vez, del Partido Autonomista, única base de opinión -en Buenos Aires- para el Gobierno. Mantilla explica el pensamiento de los hombres del Gobierno correntino:

Así lo comprendió él mismo (Avellaneda). Forzado por la necesidad, pactó con los alsinistas, dejándose poner al cuello la cadena de su caudillo. Sentíase humillado, pero, impotente para libertarse francamente, puso en ejecución -desde el primer día- un plan que debilitara el poder de su amo, frustrando, al mismo tiempo, sus futuras miras. Por esto, pretextando motivos fútiles, procuró formar émulos a su terrible ministro(12).

(12) Citado por Manuel Florencio Mantilla, “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

Hay que tener claras las fechas de los sucesos: Pampín fallecerá el 9 de Marzo de 1876 y, el presidente expondrá la fórmula de la Concordancia -con toda claridad- al inaugurar el Congreso de 1876, es decir, dos meses después de la desaparición física de aquél:

No fundaremos un régimen de Instituciones libres sino cuando las oposiciones dejen de ser sediciosas y los partidos dominantes absurdamente excluyentes(13).

(13) Avellaneda. Mensaje al Congreso (Mayo 6 de 1876), en: H. Magrabaña, “Los Mensajes (Historia del desenvolvimiento de la Nación Argentina redactada cronológicamente por sus gobernantes. 1810-1910)”, tomo III, p. 411. Buenos Aires, Comisión General del Centenario, 1910, (5 volúmenes). // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo II, capítulo XIII: “La Conciliación”. El Ateneo, Buenos Aires.

Estas palabras presidenciales fueron pronunciadas en Mayo de 1876. ¿Y en los meses anteriores, es decir, en los tiempos que gobernó Pampín? Según Mantilla, la organización del primer Gabinete de Avellaneda respondía a neutralizar a Alsina: Simón de Iriondo “fue la energía inflexible”, contrapuesta “al carácter de fierro” de Adolfo Alsina; Onésimo Leguizamón, Pedro A. Pardo, Santiago S. Cortínez, el número que apoyaría a Iriondo; y él, el moderador. “Pero la precaución fue ineficaz. Uno contra cinco; Alsina contra todos”. Desde la Administración de Pampín se consideraba que,

Alsina mandaba a su antojo; era la única fuerza motriz. Afuera del Gobierno, en las provincias del Interior, en el Ejército, también maniobró (Avellaneda) contra el ministro de Guerra.
El Ejército había quedado sin figuras descollantes; los Brigadieres y Generales más distinguidos estaban dados de baja o borrados de la lista militar; figuraban, en primera línea, jóvenes desconocidos todavía, ascendidos durante la revolución de septiembre, entidades en formación, la mayor parte sin instrucción sólida y, todos, sin condiciones ni expectabilidad política.
Un solo General había, flamante, al mando de tropas -Julio A. Roca-, pero los entorchados y el Comando en Jefe de las fronteras del Interior no realzaban sus escasísimos méritos, ni le daban talla entre sus compañeros de armas. No descollaba sobre el elemento militar una influencia debida a largos servicios o a un distinguido talento.
El Ejército en masa, depurado de adversarios políticos, era del ministro de Guerra; a él únicamente obedecía, no sólo por su autoridad oficial, sino también porque el personal de jefes y oficiales había sido elegido entre los más adictos a su persona.
Mezclado el Ejército en cuestiones políticas, perdió su carácter de guardián del orden constitucional(14).

(14) Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

De acuerdo con esta particular visión -que era la del mitrismo nacional,

el presidente veía con disgusto que su ministro -y no él- tuviera aquel poder; necesitaba minarlo; érale preciso en el Ejército uno, y/o muchos, que lo garantiera contra la omnipotencia de Alsina, o que destruyera a éste ¿Quién sería?

De las dos figuras del día, eligió al general Julio Argentino Roca. El coronel José Inocencio Arias, “caballeresco, noble e independiente” (y liberal) no lo llenó. Roca fue ungido rival oculto del doctor Alsina y “asociado a los planes íntimos del cautivo (el presidente)”.

Nació la preferencia de Avellaneda del conocimiento de las cualidades del general Roca, descubiertas al incubar su candidatura y probadas durante la misión electoral que le confiara en las provincias del Interior, durante el último año de la presidencia de Domingo F. Sarmiento, siendo aquel Jefe de Fronteras en ellas.

Si bien Roca no tenía talla para competir con Alsina, era el más aparente para ejecutar los pensamientos de Avellaneda. La experiencia había enseñado que un agente permanente en el Interior, con la mayor parte de las tropas regulares a sus órdenes, con los gajes de las proveedurías, con el pensamiento entero del presidente, no encuentra peña dura, ni es sujetable desde Buenos Aires.

Podía, el ministro Alsina, contar con el Ejército, pero, no siendo dueño del General del Interior, la obra de éste sería para otro. Cuando la adulación interrogaba la previsión presidencial sobre el futuro presidente, pues no bien sube uno ya se piensa en el que vendrá, respondía en tono significativo:

El doctor Alsina; ¡el general Roca, tal vez! Este joven vale mucho; con sorpresa de todos, se ha hecho una personalidad nacional, y aún le espera más”.

Este juicio corría como anuncio de un hecho seguro entre los aduladores; halagaba la vanidad de Roca y despertaba -en los gobernadores del Interior- creciente interés por él. “Produciendo esa atmósfera artificial, creaba el Presidente un contrapeso a Alsina, en su propia candidatura”.

Este análisis del doctor Mantilla no está lejos de la realidad. El principio constitucional de la no reelección presidencial -no se podía ser presidente por dos períodos seguidos- habría exacerbado la ambición del presidente en ejercicio por imponer a su sucesor, con la esperanza de que -en la próxima elección- éste le devolviera el favor.

Pero, para esto, era fundamental también el diseño y puesta en funcionamiento de un complejo juego de intercambios y reciprocidades entre distintas Instituciones de la República y sus miembros. Así, otros fueron tomados e instruidos en el Litoral: los gobernadores Servando Bayo, en Santa Fe; y Ramón Febré, en Entre Ríos; Manuel Derqui, en Corrientes, completaría el cuadro.

Corrientes tenía una particularidad: en esta provincia no había fronteras y, por consiguiente, no existían fuerzas de línea; el coronel Manuel Obligado, Comandante en Jefe de la línea del Chaco, residía en la Ciudad de Goya, pero, sin mando alguno en el territorio de la provincia, “aunque con pretensiones de procónsul”, según sus adversarios.

Tanto por esto, cuanto porque Obligado pertenecía en cuerpo y alma al doctor Alsina, Avellaneda carecía de elemento militar en Corrientes. También le era ajeno el Gobierno, tal como lo quería, porque el gobernador Pampín no se prestó a servirle de instrumento. Pampín era liberal de corazón (su familia entera lo era), y fue partidario de la candidatura de Avellaneda, pero no dio el paso de partidario a instrumento, de agente nato del Poder Central, no mostró preferencia del gusto presidencial. Era esencialmente mitrista.

Esa necesidad de un agente propio en la provincia, habría determinado la preferencia de Avellaneda por Manuel Derqui.

El ministro de Guerra, por su parte, vivía prevenido contra el presidente. En su amigo de última hora, aunque dominado, miraba una amenaza; de tiempo atrás, le tenía bien conocido.
En la célebre lucha de crudos y cocidos, en Buenos Aires, Alsina era el alma de los primeros, y Avellaneda el orador(15) de los segundos; vencedores los crudos, Alsina fue nombrado Gobernador de Buenos Aires, y ofreció el Ministerio de Gobierno a Avellaneda, quien dio la espalda a sus amigos por el puesto.

(15) Según Mantilla, “lenguaraz”, lo llamaba el general Manuel Hornos -ya fallecido para esta época- y que fue presidente del Club del Pueblo. El mote de “crudos”, era por no haber sido cocidos en las “calderas” del federalismo de Urquiza, como lo habían sido los mitristas. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

A pesar de su influencia y poder en el Gobierno, cuidaba Alsina de aumentar sus elementos, disminuir los de Avellaneda y suprimir, si posible fuera, la corte íntima del sospechoso, a fin de estar sin recelos y realizar sus aspiraciones.

Por esclavitud insoportable, el uno; por previsión, el otro”, dirá Mantilla, Avellaneda y Alsina hacían los mismos trabajos, con miras encontradas; y por las mismas causas que el presidente cubría con su manto a Manuel Derqui y Cossio [he ahí su nombre completo], el ministro de Guerra también lo eligió por uno de sus capitanes.

Hijo del primer presidente de la Nación, doctor Santiago Derqui y de doña Modesta Cossio y Vedoya, el futuro dos veces gobernador de la provincia nació en la ciudad de Corrientes, el 2 de Marzo de 1846(16). Tuvo cinco hermanos: Modesto, Dolores, Josefina, Santiago y Simón Derqui y Cossio.

(16) Citado por Antonio Emilio Castello. “Historia Ilustrada de la provincia de Corrientes” (1991). Ed. Plus Ultra, Buenos Aires.

Sus estudios primarios los realizó en la ciudad de Corrientes, continuándolos después en el Colegio Monserrat, en Córdoba. Con sus padres fue a Montevideo, donde se graduó de Bachiller y luego de Abogado. Contraerá matrimonio en 1871, con Mercedes de Llano y Molinas Vedoya, con la que tendrá tres hijos: Santiago (como el abuelo), Manuel (como el padre) y Alfredo, todos Derqui de Llano; este último nacerá en 1890.

Apasionado, con un gran sentido de la responsabilidad, acompañado de mesura (tenía la capacidad de dejar que la realidad actúe sobre él, sin perder el recogimiento y la tranquilidad), en los años 1870, Derqui tejerá fuertes relaciones con el Gobierno Nacional de su tiempo; primero, actuando de mediador tras el tercer levantamiento de Ricardo López Jordán (h) y, luego, como Ministro argentino ante el Gobierno del Paraguay.

Hacia 1875 era un hombre muy joven; tenía tan sólo 29 años y ya era un político de raza. Sus opositores mostrarán recelo y cuidado en su andar público. “Ladran Sancho, señal de que cabalgamos”, es, sin duda, la frase apócrifa más conocida de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha” -escrita por Cervantes-(17).

(17) En dicha obra, en ninguno de sus párrafos se encuentra la frase de referencia; de hecho, ni siquiera hay una frase parecida. La frase es de Goethe, en su poema “Kläffer”.

Y Mantilla habló, ya que dirá de Derqui lo siguiente:

Hay caracteres hechos exclusivamente para la doblez, que languidecen y decaen cuando viven sin ella, como si constituyera su aire vital; y esos son los que principalmente especulan en las situaciones anormales, de intriga y antagonismo sordo. Esta es la peculiaridad política del doctor Derqui”.

Lo que parece una crítica no lo es; ¡fatiga el hecho de estar constantemente adivinando las intenciones ocultas que hay detrás de las palabras de nuestros políticos! Pocos hechos y muchas palabras equivalen a publicidad. ¿Por qué Derqui habría de ser distinto?

Caló a los dos hombres fuertes del Gobierno Nacional, mejor que ellos a él y, sin preocuparse de las resultas de una ruptura entre ambos, negoció con ellos, dejando a dos anclas la nave de su fortuna.

En tanto, el corto espacio de tiempo corrido desde la elevación de Pampín hasta la absoluta radicación del doctor Derqui en el Gabinete, corrió feliz para los liberales correntinos.

El Partido Liberal se mostraba vigoroso, fuerte, eficaz. “Pampín llevó a cabo una política que buscó distanciarse de la aplicada por su antecesor”, dirá Mantilla, para agregar:

La sociedad respiró sin zozobras, los partidos se movían libremente, el pueblo de la campaña tenía garantida su tranquilidad, con el respeto de sus derechos; en una palabra: la Constitución regía con suave imperio para gobernantes y gobernados(18).

(18) Citado por Manuel Florencio Mantilla, “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

Quizás habría que agregar un hecho no menor: Pampín no tuvo que gobernar con estado de sitio incluido, decretado por el Gobierno Central, como sí le tocó en suerte a Gelabert.

Fue un año aventurado para Pampín. Nada interfirió en su Administración. No tuvo las dificultades de enfrentar levantamientos armados, como le sucedió a Gelabert. Pero había descontento, en particular de los federales, que se sentían traicionados por la actitud política asumida por el gobernador.

En esas condiciones, se inició la oposición parlamentaria de voto mudo, pero sistematizada, movimiento encabezado -entre otros- por Derqui, quien se volcó decididamente a participar activamente en la vida política de la provincia.

La Legislatura de 1875 abrió sus sesiones preparatorias presididas por Tomás B. Appleyard, liberal, con igual número de Diputados, en ambos lados. La Presidencia definitiva era deseada por unos y otros; para los liberales, dependía de que votasen por Appleyard y, para los opositores, de un voto que ganasen o neutralizaran.

En eso estaban, cuando el Departamento de San Luis del Palmar eligió Diputado a Miguel Victorio Gelabert, cuya incorporación inevitable cambió el aspecto de las cosas; nombrado Presidente, comenzaron las sesiones ordinarias bajo su autoridad. Quien juzgue el hecho, lo atribuirá, sin duda, a descuido o impotencia de los liberales en la elección de San Luis del Palmar; fue otra la causa, peor aún: los que podían impedir dicha elección y dar al Partido Liberal un Diputado más, se anarquizaron por enemistades personales, resultando -de tal torpeza- la pérdida de la Presidencia de la Cámara.

El primer obstáculo del Poder Ejecutivo fue cuando decidió proveer las vacantes en el Superior Tribunal de Justicia, para lo cual necesitaba el Acuerdo de la Legislatura. En Corrientes no abundaban abogados y, los pocos que había, preferían los trabajos del foro a una magistratura mal rentada y sujeta a cambios frecuentes.

El tema no era menor para el Gobierno. Sin control legislativo, se hacía necesario tener hombres de confianza en el Superior Tribunal de Justicia. La Constitución exigía condiciones especiales de competencia jurídica para los puestos judiciales, y hay que observarla. Aquella dificultad, superior a toda voluntad, es decir, la falta de abogados, tenía por delante el Poder Ejecutivo.

Pampín encontró a tres, únicamente, entre los letrados hábiles para ser propuestos y que sean de confianza del P. E.: el doctor José Miguel Guastavino; el doctor José Benjamín de la Vega; y el doctor Genaro Figueroa.

Dos de ellos eran Diputados Nacionales (Guastavino y Figueroa) y, los tres, tenían estudio abierto. El Superior Tribunal de Justicia no existía de hecho, pues sólo un Vocal -"incompetente"-(19) había sido puesto allí por Gelabert, y era notoriamente sentida aquella acefalía.

(19) Ibidem. No se puede establecer si este concepto -usado por Mantilla- hace referencia como adjetivo, es decir, como sinónimo de incompetencia o inhabilidad. Indudablemente, es falta de competencia, pero, por extensión, también puede referirse a falta de jurisdicción o facultad que a un Juez o Tribunal corresponde para conocer de una causa.

En 1874, el Superior Tribunal de Justicia estaba integrado por los doctores Mariano Castellanos y José Miguel Guastavino; luego, parece haber un vacío institucional en los 65 días de Gobierno de Antonio Cabral (legislador a cargo del Poder Ejecutivo); y, finalmente, en 1875, el máximo Tribunal de la Provincia quedará integrado por los doctores José Luis Cabral, Lisandro Segovia y José Benjamín de la Vega(20).

(20) Citado por Dardo Rodolfo Ramírez Braschi, “Judicatura, Poder y Política (la Justicia en la provincia de Corrientes durante el siglo XIX)” (2008). Moglia Ediciones.

Se presume que el “Vocal incompetente” que cita Mantilla, provenga de un vacío institucional originado en los días de Cabral. No hay que olvidar que éste se mostró distante de la Administración de Gelabert, además de ser días de expectativas por el futuro político inmediato de Corrientes.

El Gobierno pidió su consentimiento a los doctores Guastavino y Figueroa para presentarlos a la Legislatura, y ellos lo prestaron, posponiendo los intereses privados a los públicos. Los candidatos eran competentes e intachables; habían ejercido en la Provincia y en la Nación distinguidos empleos(21).

(21) El doctor Guastavino había desempeñado los puestos siguientes: Secretario de la Corte Suprema de la Nación; Juez de Sección, en Corrientes; Gobernador de la Provincia; Diputado Nacional; Presidente del Superior Tribunal de Justicia de Corrientes (nombrado por Gelabert). El doctor Figueroa, estos: Fiscal de Estado; Ministro General; Juez de primera instancia; Vocal del Superior Tribunal de Justicia; Diputado Nacional; Ministro de Hacienda.

La Legislatura, sin embargo, los rechazó; empatada la votación sobre e1 acuerdo político, el presidente Gelabert decidió por la negativa. Este fue el primer cañonazo de la oposición. El servicio público se perjudicaba; el Tribunal continuaba sin funcionar.

Una oposición muda, de peso bruto, cuya acción cae como un mazo de piedra, destruyendo; no edifica; “es como la resistencia de la mula arisca prisionera: a coces y mordiscos, pero siempre atada”, ilustrará Mantilla. Es de imaginar la reacción en el oficialismo. La grieta comenzaba a ensancharse. Fue la estrategia elegida por la oposición. Estaba convencida de la “traición” del gobernador Pampín, al alejarlos completamente de la Administración desde el primer día de gobierno.

De la boca de Mantilla sólo salieron reproches, preñados de soeces, que ya no soportaba ni siquiera el modo en que vestían sus adversarios:

Así era aquélla (oposición) y no podía ser de otro modo: colección de ignorantes supinos, incapaces de coordinar dos frases, refractarios al bien, sin noción alguna, toscos e incultos hasta en sus vestidos(22), los más compadritos, de sombrero cantor y pantalón a media pierna, ¿era posible que hicieran otra cosa que votar?

(22) Citado por Manuel Florencio Mantilla, “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor. Parece ser que, por ejemplo, Nicanor Pujol, quien será Diputado Nacional por la Intervención de 1880, asistió varias veces a la Cámara de botas y espuelas.

Más allá de los insultos, lo cierto era que los legisladores de la oposición estaban sentados en las butacas legislativas, con la gravedad de hombres de peso, y rechazaban los proyectos del Poder Ejecutivo, negaban su cooperación a las medidas gubernativas de importancia, en medio de un sepulcral silencio, sin que el Ministerio ni la Diputación liberal les arrancaran otra frase que ésta: “Que se vote, Señor Presidente”. A esta oposición parlamentaria, acompañaban amenazas de un próximo derrocamiento, cuyo principal propagandista era Gelabert.

Una noche, en que su desprecio hacia la Administración liberal llegó al límite, el ex gobernador (Gelabert) llegó a decir:

Juro que, si de algún modo no conseguimos separar a Juan Vicente (el gobernador) del mando, dentro de diez meses lo derrocaremos, porque el Gobierno Nacional nos ha prometido sostén”.

La muerte corrió en su auxilio. ¡El gobernador murió antes del plazo!

El Gobierno no se alarmó, ni los liberales se inquietaron, porque consideraban que la opinión pública mayoritaria era adversa a los opositores y confiaban que, llegada la oportunidad, serían allanadas las dificultades por el voto público. Los contratiempos eran sensibles, por la esterilidad administrativa que producían, más no llegaban a alterar la prudencia de Pampín y, menos, a crear resistencia en los gobernados. El Gobierno esperó una modificación en el personal de la Legislatura y, los liberales, emplazaron a la oposición para los comicios.

La oposición federal continuaba sin voz en la prensa, sin trabajar en la opinión. Cuatro meses de oposición intransigente dejan -en cualquier parte- rastros de oratoria, de discusión periodística o de acción, que recuerdan una victoria o una derrota honrosa; pero, aquélla del voto mudo, no produjo cosa que pudiera llamarse trabajo de hombre, salvo clasificar así la detención estéril del impulso gubernativo. La oposición dirigía de lejos, sin el adversario al frente aún.

Para dar tono a la lucha, y ensanchar su esfera, los no afectos a la obra del gobernante -tal vez inspirados por el doctor Manuel Derqui-, compraron la antigua imprenta de “La Esperanza”, con el objeto de fundar un periódico(23).

(23) El doctor Derqui no figuró entre los compradores. Los propietarios fueron: Miguel V. Gelabert, doctor Severo Fernández, Benito Villegas, Sebastián Alegre, Augusto Díaz Colodrero, Justino Solari, Gervasio Gómez y Nicanor Pujol. // Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

El 16 de Noviembre de 1875 apareció, en efecto, la nueva hoja impresa, titulándose órgano del “Partido Autonomista Nacional”, y anunciando que traía “la misión de derramar la luz, a cuyo brillo vería, el pueblo engañado, la explotación de unos cuantos ambiciosos”. El nuevo periódico fue bautizado como “La Verdad”.

La acción del diario decidió la organización del Partido Federal, que contará con el vicegobernador José Luis Madariaga, acentuándose la jefatura del doctor Derqui. Básicamente, el periódico nació no sólo para hacer conocer las propuestas federales, sino también tuvo por objetivo el defenestrar al oficialismo. Ya en su primer número, lo demostró concluyentemente, pues los epítetos dedicados a los liberales eran los siguientes: “explotadores, perros rabiosos, círculo de facciosos, atolondrados, viles, calumniadores(24).

(24) Ibidem. Véanse los artículos: “El Club Libertad”, “La Verdad”, “La luz se hará”, “Desatinos de ‘El Argos’”, “Preguntas y respuestas”, “Vil calumniador”, publicados en el núm. 1, de “La Verdad”.

Entre los conceptos más recurrentes impresos en el periódico, se pueden citar la invocación a la autonomía del Estado Provincial; el combatir la “prerrogativa feudal”; presentaba a los “mitristas y sus aliados”, como “calamidades públicas, enemigos de Dios y de los hombres”.
Cuando el doctor Mantilla rememora estos tiempos, no se queda atrás:

Eco del personalismo y con la tradición negra intacta, la verdadera misión que el nuevo periódico ‘La Verdad’ trajo a la escena del periodismo, fue predicar el régimen de los caudillos y atemorizar con el escándalo.
Era su redactor responsable, el doctor Severo Fernández, más conocido por ‘Caballito’, mozo de limitados alcances y sin carácter, cuya incompetencia suplía el Doctor en Teología, y casi clérigo, José Benjamín Romero(25), siendo principal colaborador, Miguel V. Gelabert, que tanto sabe escribir como hablar cuerdamente”.

 

(25) Los liberales consideraban “traidores” a los federales, por el apoyo que muchos de los hombres de esta facción brindaron al Paraguay, en particular cuando el vecino país invadió Corrientes. Decir “paraguayista” era sinónimo de “delincuente y criminal” en boca de un liberal. Por ejemplo, Mantilla ironiza cuando señala que, “puede apreciarse el patriotismo y los merecimientos de Romero”, por el siguiente párrafo de un discurso que éste pronunció, comedidamente, en honor del tirano del Paraguay, cuando las tropas del vecino país ocupaban Corrientes, en 1865, “discurso que el lector puede ver en extenso en el núm. 132 del ‘Independiente’, del 27 de Julio de 1865”, periódico paraguayista, publicado en la ciudad Capital. Dice así:
“Después de los elocuentes discursos, que se han pronunciado, en celebración del natalicio del Señor Mariscal, Presidente de la República del Paraguay y General en Jefe de sus Ejércitos, don Francisco Solano López, y, habiéndose recordado que, en estos momentos tan solemnes para los pueblos libres, la lucha de la democracia, en defensa de sus inalienables derechos, de donde resultará el afianzamiento del equilibrio y porvenir de las Repúblicas del Plata, permítaseme, como verdadero argentino y amante de la libertad, agregar mi humilde palabra a lo que ya se ha dicho, para expresar la fe que debemos abrigar todos en esa causa tan eminentemente americana...
“Permítaseme, al mismo tiempo, brindar por el Sr. Ministro, Dn. José Bergés, deseando que cada día se aumenten más y más las simpatías con que le rodean los correntinos” (federales).
// Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

 

La aparición de “La Verdad” fue un verdadero acontecimiento. Imprimía giros, nunca vistos, a la política de la oposición federal. Todo partido caído, lucha desde abajo, por abrirse paso, pero, esta vez, los hombres del Partido Federal intentarán disputar a sus adversarios el terreno perdido por los medios de la contienda cívica, si bien nunca dejó de atisbar el fraccionamiento de sus adversarios, y en aprovecharse de él; la letra del periódico “La Verdad” importaba una reacción contra esto último. Era un programa de guerra, que imponía la victoria o la muerte a los llamados a combatir bajo su bandera. ¿De qué provenía el cambio?

Hasta 1873, el Partido Federal -vencido en Pavón- estuvo arruinado como agrupación política; la elección presidencial de 1874 lo levantó, en apoyo de dos de los candidatos, y sus hombres llegaron a los Ministerios, Cámaras Nacionales, Ejército y Escuadra.

Esta subida alentó a esta fuerza política en toda la República, dándole formas vitales; sus elementos abandonaron la oscuridad y, sin embozo, sostuvieron su causa. De ahí que el doctor Manuel Derqui impusiera a los suyos la misma línea de conducta, quizás no tanto por esperar de ella el mismo resultado que en Santa Fe o San Luis, por ejemplo, cuanto porque necesitaba mostrar, afuera de la provincia, su lucha contra el Gobierno liberal, quizá el único existente, a fin de comprobar sus anteriores trabajos y mantener su importancia.

“La Verdad” cumplió fielmente su consigna. Rindió culto a sucesos luctuosos borrados de la vida nacional por el Partido Liberal; su apoyo era incondicional a la política del Gobierno Nacional. El ex gobernador Gelabert editorializaba sus puntos de vista -junto a los que le hacían coro- siendo los únicos alabados y glorificados -en sus columnas- Derqui, Avellaneda, Alsina, “excelsos predestinados”, como los llamaba.

Tiempo después de estos hechos, hombres ligados al autonomismo harán reproches al perfil del periódico, que ha sido juzgado incluso por federales netos, en los siguientes términos:

Nada hay respetable para ‘La Verdad’. La falsía campea en sus columnas como si fuera un principio de moral; no sólo adultera los hechos, sino que se vale de chismes.
‘La Verdad’ no encuentra nada bueno, si no pertenece a sus hombres y, el crimen no es crimen, el vicio no es vicio, cuando uno de los hombres del doctor Derqui está en ellos comprometido.
‘La Verdad’, con su conducta infame, pretende enlodar a la sociedad con sus diatribas y sus sangrientos ultrajes(26).

(26) Ibidem. Mantilla se refiere al núm. 34, del periódico “La Provincia” del año 1881, Organo del Partido Autonomista de Corrientes; y el núm. 1, de “El Látigo”, también autonomista y del mismo año. Ambos han sido redactados por los denominados “federales reconstructores”, que el interventor Miguel Goyena levantará en 1880.

Se puede pensar que, si los propios amigos encontraron después mérito suficiente para escandalizarse de “La Verdad”, para condenar su prédica en los términos copiados, puede suponerse cuál sería su lenguaje, cuál su índole, cuando procuraba herir de muerte a los liberales, tradicionales adversarios de esos hombres. Pero razonar así no es prudente ya que el entorno de los años 1877 y 1878 era muy diferente de aquél de 1880, pese a la escasez de años transcurridos.

Al poco tiempo de emprendida la campaña opositora en la prensa, el Gobierno convocó al pueblo de la provincia para elegir cuatro Diputados Nacionales, en reemplazo de los que habían terminado su período(27).

(27) Los hombres electos Diputados Nacionales años anteriores previos fueron: 1873 - Felipe José Cabral, Manuel Derqui, Emilio Díaz y Genaro Figueroa; y 1874 - Mariano Castellanos, Emilio Díaz y Juan Manuel Rivera.

La escisión en el fusionismo se profundizó durante la campaña de 1875 para la renovación de las bancas de Diputados Nacionales que tendría lugar en 1876. El gobernador, Juan Vicente Pampín, junto a Modesto Méndez, uno de los principales referentes del alsinismo, patrocinó las candidaturas de Manuel Lagraña, Tomás Appleyard y Emilio Cabral. El vicegobernador, José Luis Madariaga, secundó las aspiraciones de Manuel Derqui -de alcanzar su segundo periodo consecutivo en el Congreso- y de su hermano, Juan Madariaga, quien pugnaba por representar por primera vez a Corrientes en el recinto legislativo.

El mutismo parlamentario en la Legislatura, trocado en desahogado brío en la prensa, tenía -pues- abierto el campo anchuroso de los comicios, que es donde se prueban las fuerzas reales de los partidos, siempre que la libertad política sea una verdad, sin que la algazara ni la impudicia pesen en la balanza.

La elección popular, fuente originaria y única del poder, es el objetivo de la propaganda política de los centros de ciudadanos con aspiraciones al Gobierno, o al buen manejo de los negocios públicos, pues en ella sucumben, o de ella se levantan, de manera que los nuevos luchadores de la prensa correntina iban a tener ocasión, en los comicios convocados, de medir sus elementos con los contrarios y hacer triunfar su causa, sin temor alguno de coacción oficial.

El Gobierno mantenía -por lo menos en apariencia- la rígida imparcialidad prescrita por la Constitución. La misma “Verdad” tenía declarado (núm. 3), que los liberales no conseguían que el Gobierno se hiciera elector, juicio más que decisivo, porque nacía de la oposición.

Por ambos lados se desplegó actividad electoral, mostrándose igual empeño en ganar una batalla cuyo éxito tendría doble resultado: el envío de cuatro partidarios al Congreso y la evidencia de superioridad en el vencedor.

Los liberales, acostumbrados a ese género de luchas, estaban en su elemento, sin necesitar más que agitar el espíritu público por medio de Clubes; pero los federales se encontraban en otra situación: sus elementos no tenían el hábito de la contienda electoral; eran minoría, y pesaba sobre ellos la derrota anterior; de consiguiente, les era forzoso suplir, de algún modo, su debilidad.

De estas distintas posiciones provino la diferencia en los medios puestos en juego por los combatientes, aparte de la radical oposición de ideas. Los liberales abrieron campaña con un Manifiesto, en que pusieron de relieve los actos, tendencias y amenazas provenientes de la oposición, dando contra ellos la voz de alarma.

Eran sus candidatos: el doctor Felipe J. Cabral, Manuel I. Lagraña, doctor Manuel F. Mantilla y Tomás B. Appleyard; pero, habiendo renunciado, indeclinablemente, el doctor Mantilla, fue reemplazado con el doctor Emilio D. Cabral.

Los federales buscaron -en la repartición de las Diputaciones- el poder de que carecían; en Alsina, el concurso de la fuerza de línea, al mando del coronel Obligado; en Avellaneda, la promesa de empleos, posiciones holgadas, grados militares; y, con ese cortejo de elementos, más los lustres propios de cada uno, proclamaron la siguiente lista: doctor Manuel Derqui, general Juan Madariaga, Manuel Ignacio Lagraña y doctor Emilio D. Cabral.

La lista era una prueba de los intereses en juego: Derqui, representaba la causa; Madariaga, complacía a Alsina, e interesaba al vicegobernador, su hermano; Lagraña y Cabral, identificaban parte de las dos listas y podían apartar -de los liberales- importantes elementos comprometidos con ellos, figurando sus candidatos en los dos bandos; el simple nombre de ellos, facilitaba explotaciones.

La especulación dio su resultado. El vicegobernador, José Luis Madariaga, tomó con entusiasmo la candidatura de su hermano y la propuso con empeño a los liberales; estos la desecharon, con marcada condenación de su conducta. Las consecuencias serán graves para el oficialismo; el despecho cobrará su precio. El efecto buscado estaba producido.

Una candidatura proclamada por cálculo, sin arraigo en el corazón de sus autores, hermanó tanto a Madariaga con sus tradicionales adversarios que constituyeron, desde entonces, una misma carne.

Mantilla supone que el rechazo de la candidatura de su hermano fue el origen y la única causa de la “deserción” del vicegobernador José Luis Madariaga del partido que lo elevó.

Una Diputación pesó más en su ánimo de funcionario público, que la conciencia del deber, el respeto a la ley y su mismo decoro; y cuando, después, ejerció el Poder Ejecutivo, el recuerdo del desaire, el rencor de la vanidad no satisfecha, impulsaron sus actos, sin miramiento alguno, a la tranquilidad y felicidad públicas”, se dirá desde el oficialismo.

Es probable que quizás esto no haya sido exactamente así. El Gobierno se estaba volviendo despótico, excesivamente severo. Una élite dentro de la Administración Pampín decidía quién sí y quién no, incluso entre sus correligionarios. Aspectos negativos del liberalismo correntino, ya puestos de manifiesto en los tiempos de Baibiene, no habían desaparecido del todo.

Menos acentuados que Madariaga, hubo otros correligionarios que, sin chocar de frente con los liberales que tenían la situación en sus manos, apoyaron los trabajos de la oposición, para medrar navegando a dos aguas, actitud que provocó el rechazo y desprecio de esa élite dominante.

El mercantilismo también llegó a las filas federales; era una especie de elemento flotante, se podría decir, sin convicción ni principios, en busca siempre de un buen acomodo, verdadero artículo de venta, inservible para el oficialismo, si bien de efecto en las luchas, y mucho más útil para quien pretende llegar al Gobierno. Lo cierto es que estos, con esos elementos que consiguieron reclutar, así como con los originarios y promotores de la causa -que también eran numerosos- se hizo realidad en Corrientes el Partido Autonomista Nacional.

El día de las elecciones llegó. Madariaga había recorrido personalmente toda la provincia, buscando prosélitos para su lista, en su carácter de Vicegobernador; el coronel Obligado había hecho jugar toda su influencia militar, desde su residencia en Goya; las promesas, en nombre del presidente de la República, y del ministro de Guerra, habían llegado hasta la pobre choza del humilde gaucho de la campaña; los comisionados del partido habían cruzado el territorio, de extremo a extremo.

Pero todo fue inútil; la opinión se pronunció -de acuerdo con la versión del oficialismo- por la lista liberal. Pero la disputa no desapareció tras la votación. Los vencidos reclamaron contra el fallo de las urnas. Señalaron que hubo falsificación. Quizás como un remedo de lo sucedido en Buenos Aires en 1874, los oficialistas respondieron:

¿Por qué no harían Registros falsos? ¡El Congreso de 1874 los había autorizado!

Y agregaron:

Si falsificaron, pues, los Registros Electorales de San Luis del Palmar, con tan audaz cinismo, que cuadruplicaron los votos obtenidos allí, según los primeros boletines de ‘La Verdad’”.

Desde el Gobierno no sólo calificaron de falsos los Registros que dieron la Diputación a Miguel Gelabert, sino que hacían alusión a los hechos que originaron la revuelta armada liderada por el ex presidente Bartolomé Mitre. Nada se olvidaba y la apuesta era cada vez mayor. Ambos contendientes se acusaban de este estéril delito, si bien dejó la raíz del mal y enseñó un peligro más a la sociedad pues, entre la falsificación electoral y la de un pagaré o carta de crédito, no hay otra diferencia que la del objeto robado.

Las elecciones estuvieron tensionadas por denuncias acerca de la duplicación y falsificación de los registros electorales. La comisión legislativa realizó un nuevo recuento de votos y estableció que los candidatos que habían ganado las elecciones eran Lagraña, Emilio y Felipe Cabral y Appleyard. Los resultados de la votación a diputados fue la siguiente: Lagraña 5.073 votos; E. Cabral 4.861; F. Cabral 3.149; T. Appleyard 2.829; M. Derqui 2.447; y Madariaga 2.316(28).

(28) Ver: Congreso Nacional. Diario de Sesiones, sesión del 21 de Junio de 1876.

Con el supuesto “fraude” de los federales, el escrutinio dio mayoría a la lista vencida, y sus candidatos se presentaron a la Cámara de Diputados de la Nación. La demostración de la supuesta falsificación oficialista no convenció a los Representantes nacionales allí reunidos, por lo que rechazaron la petición, con cita de nombres propios(29), y reconocieron, como Diputados por Corrientes, a los elegidos del Partido Liberal, es decir, Tomás Appleyard y Felipe José Cabral.

(29) Diario de Sesiones de la Cámara Nacional de Diputados, Año 1876, tomo I, sesión del 19 de Junio. // Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

La decisión de la Cámara fue casi unánime: de los sesenta y tantos Diputados asistentes a la sesión, en que se discutió el asunto, sólo tres votaron por la aceptación de los Registros presentados por los federales. La Cámara era decididamente mitrista.

Los hombres que ocuparán sus bancas en la Cámara -en 1876- serán: Tomás Appleyard, Emilio D. Cabral, Felipe José Cabral y Manuel Ignacio Lagraña. Emilio D. Cabral y Lagraña(30) accedieron a sus bancas con votos federales y algunos liberales, ya que integraron ambas listas. Estos constituían indudablemente un grupo de hombres que no coincidía plenamente con el pensamiento y el obrar de la élite liberal que se alojó en el poder y que era el círculo más íntimo del gobernador Pampín.

(30) El ex gobernador Manuel Ignacio Lagraña se radicará definitivamente en Buenos Aires con su esposa, Florentina Cabral y Latorre, donde fallecerá el 20 de Febrero de 1882.

Cuando la satisfacción del triunfo en los comicios embargaba a los vencedores, cortando hasta el aliento a los vencidos, un acontecimiento fatal -nunca sentido bastante por el sector gobernante- vino a cambiar por completo la fisonomía política de la Provincia.

El gobernador Juan Vicente Pampín falleció, casi repentinamente, el 9 de Marzo de 1877. Tenía 58 años. Los rumores se esparcieron como reguero de pólvora ¿Hubo en ello intervención de la oposición, beneficiado con la muerte? Nunca existieron pruebas evidentes para una afirmación absoluta en ningún sentido. Pampín era de constitución fuerte, de salud vigorosa, de vida metódica y tranquila.

Ocurrida su muerte, tanto en la capital como en la campaña, se levantó el rumor de que había sido envenenado, detallando -algunos- los motivos de su afirmación. La sospecha general se fundaba en los síntomas y en la rapidez de la enfermedad, en ciertas coincidencias, de dudosa casualidad, en actos y conversaciones sorprendidos en los festejos privados celebrados por el fallecimiento, en la irritación desmedida con que “La Verdad” rechazó, “en nombre de su Partido”, una criminalidad que no se le atribuyó directamente.

Difícilmente suele equivocarse el juicio público y, cuando se arraiga en él alguna idea, es de pensar en ella. La autopsia hubiera, tal vez, dado alguna luz, pero dicha medida, usual en otras partes, en el caso de fallecer inesperadamente un personaje cuya desaparición puede interesar, no tuvo el asentimiento de los miembros de la familia, por ese religioso respeto que inspira el cuerpo de un ser querido, quedando así las sospechas y los rumores envueltos en la duda.

Si realmente hubo crimen, perdiéronse los rastros, en las precauciones tomadas para ocultarlo, salvo que una casualidad descorra el velo y, si no existió, es de sentir la duda, porque mantiene una sospecha cruel. La historia de las desgracias de Corrientes, en la pérdida de sus hijos, no recuerda un suceso que produjera más honda impresión que aquél, en particular en el círculo político más cercano al Poder Ejecutivo:

La Provincia que, tras las agitaciones de su azarosa vida, vio lucir en su horizonte político los albores del auspicioso, que le auguraba un porvenir feliz, experimentaba un contraste que le hacía temer se convirtiera esa halagüeña ventura, en un abismo insondable y desesperante de incertidumbre y desconfianzas(31).

(31) Discurso del doctor José Luis Cabral, en: “El Argos”, edición del 13 de Marzo de 1876. // Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Resistencia Popular de Corrientes. 1878” (1891). San Martín, Escuela de Artes y Oficios de la provincia de Buenos Aires. Editor.

Elevado al poder el señor Pampín, en momentos en que no se habían apagado aún las chispas del incendio porque tuvo que atravesar la República (1874), y en medio de nuevos episodios locales, que agitaron las pasiones políticas, destemplando el eco de los partidos, su Gobierno había sido apacible y tranquilo, siguiendo la marcha que sus deberes le imponían, produciendo el doble fenómeno de entrar al poder y gobernar sin oposición seria, por haber correspondido dignamente a las esperanzas del pueblo y hecho realidad práctica de su programa, honrado y sencillo, y moría sin cosechar Corrientes, el resultado de su prudencia y rectitud, dejándole una expectativa dolorosa(32).

(32) Ibidem. Discurso del doctor José Benjamín de la Vega, en: “El Argos”, edición del 13 de Marzo de 1876.

Sus amigos liberales tributaron -a la memoria del Magistrado- el homenaje más sentido. Al duelo se sumaron todos los liberales, incluidos los nacionalistas, adversarios amigos del grupo gobernante. Así, por ejemplo, en “La Campaña”, periódico nacionalista, redactado por el doctor Miguel G. Morel, decía, en su número del 11 de Marzo:

Un distinguido ciudadano, un soldado de la noble causa de los principios, acaba de inclinar para siempre la cabeza bajo el peso de las eternas sombras. El señor Pampín ha sido un hombre respetable en la sociedad y en la política de nuestro país, y su nombre queda ligado a sucesos importantes.
Buen ciudadano y excelente caballero, era estimado, y amigos y adversarios hacían debida justicia a su rectitud y honradez. Cuando un hombre de su expectabilidad desciende al sepulcro, hay en el corazón de todos, un sentimiento sincero, que vibra al recuerdo de las buenas acciones que practicó en vida; por eso, nosotros, que en política hemos estado en disidencia con él, no podemos menos de manifestar nuestro pesar, porque ante la tumba debemos decir la verdad, para noble estímulo de los que viven.
La vida de nuestro pueblo ha sido turbulenta y agitada, y en el torbellino de la política se olvidan, generalmente, las virtudes y los servicios del adversario. Al señor Pampín no le sucedió eso; se le ha hecho justicia en vida, y hoy, al pie de su sepulcro, el pueblo la confirma y demuestra su duelo.
Como Primer Magistrado, dirigió los destinos públicos con abnegación desinteresada y con patriotismo, sin que las Instituciones se resintieran, ni las libertades públicas fuesen violadas; en los debates ardientes de los comicios, los partidos encontraron expansión y garantías bastantes para depositar sus sufragios y elegir sus mandatarios(33).

(33) Ibidem. Discurso del doctor Juan Valenzuela, en: “El Argos”, número del 13 de Marzo de 1876.

Cabe también rescatar las palabras de Filemón Díaz de Vivar (un hombre del liberalismo que, en 1871, había quedado como legislador a cargo del Poder Ejecutivo -en Octubre de ese año-, por ausencia temporal del entonces titular, Santiago Baibiene), quien señaló, en sus sentidos pésames lo siguiente:

Yo, pobre paria de un partido noble, pero injustamente perseguido, vengo a rendir el último tributo a la memoria del más leal adversario, del hombre que supo calmar las vehementes pasiones del corazón humano, del Magistrado que, colocado por la voluntad del pueblo en un puesto distinguido, ¡ha sabido dirigir los destinos de la patria y hacer, de enemigos encarnizados, amigos apacibles de sus buenas acciones!(34).

(34) Ibidem. Corona fúnebre, a la memoria del gobernador Juan Vicente Pampín - 1876.

¿Cuál fue la reacción de los amigos más cercanos al gobernador desaparecido? Mantilla lo expresó con claridad: “¡Sobre aquella tumba, en efecto, nada había que olvidar!” Y dando rienda suelta a su pesar, manifestó:

Siempre que sucesos como aquél sorprenden la vida de un pueblo, hay tentación a pensar que la equidad moral no preside los destinos de la sociedad; tan incomprensible se presenta al espíritu, la voluntad superior que ha dado las leyes del no ser, que en un día cambian la felicidad en desgracia, por la desaparición de un hombre.
No hay, empero, que rendirse; los eclipses del bien, son contrastes pasajeros, cuya disipación da mayor brillo a la dicha y empuja el progreso; en los infortunios, hay que retemplar la energía y aprender, si son, como aquél, amargas lecciones. La compensación ventajosa es simple cuestión de tiempo.
Corrientes midió el abismo abierto a sus pies y, fija su vista en lo porvenir y, firme en su tradición de contrastes, esperó serena la situación que venía, cimentada de una tumba y una traición”.

La muerte del gobernador Pampín era una espléndida beneficiosa oportunidad para los federales. La situación, de principios de 1876, se les presentaba clara y sin obstáculos. Madariaga los alzaba al poder por la vía legal, y contaban con el patrocinio del Gobierno Nacional. El tiempo de las dificultades desaparecía para ellos; estaban hechos y tenían el Gobierno para reabrir la lucha tradicional.

¿Qué podían temer? El adversario se encontraba debilitado por pérdida tan importante, pero, además, se hicieron visibles ciertas grietas en el liberalismo, lo que se hizo patente en las últimas elecciones, sacrificando las conveniencias positivas de todos al egoísmo de sus fracciones.

Pero lo que estaba claro era que los liberales podían llegar al poder nuevamente, ya que decían sostener la opinión mayoritaria de su parte, que -según ellos- les era favorable. La falta de un acuerdo sobre los candidatos a Diputados; las denuncias cruzadas por fraude; la muerte de Juan Vicente Pampín en Marzo de 1876; el ascenso de José Luis Madariaga a la Primera Magistratura; y los crecientes rumores acerca de la organización de levantamientos armados, fueron sembrando -a lo largo de 1876- las semillas que separaron al fusionismo y que tornaron difícil despejar la maleza de disidencias internas.

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