ZORRO Y LEON. LA CANDIDATURA PRESIDENCIAL DE ROCA
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“La historia del general Roca se compone de cuatro paginas brillantes: Curupayty, que le hizo Comandante; Ñaembé, que le hizo Coronel; Santa Rosa, que le hizo General: y el Río Negro que le hará Presidente”, así se expresó, el día de la proclamación oficial de la candidatura Roca, su ex condiscípulo del Colegio de Concepción del Uruguay, Olegario V. Andrade, admirador, como buen poeta de la escuela de Víctor Hugo, de la gloria militar(1).
(1) Citado por María Sáenz Quesada, “Argentina, capital Belgrano” (1988), publicado en: “500 Años de Historia Argentina”, colección dirigida por Félix Luna. Ed. Editorial Abril S.A., Buenos Aires.
Porque era este título, el de General invicto, la principal carta de triunfo del “Zorro”. Nadie podía dudar de que se trataba de una condicion nada despreciable para aspirar a la Primera Magistratura.
Sus contemporáneos describen al vencedor de Santa Rosa, como un hombre de talla mediana y contextura fina, con rubios cabellos, algo escasos, fríos ojos azules y un aire de lasitud que contrastaba con su reconocida energía.
En 1878, a los treinta y cinco años de edad, Roca estaba decidido a llegar al poder apenas la ocasión se mostrara propicia y la muerte de Adolfo Alsina le abría repentinamente un campo hasta entonces vedado. Supo aprovechar la oportunidad.
De origen tucumano, al igual que Avellaneda, Roca estudió en el Colegio fundado por Urquiza, en Concepción del Uruguay, institución modelo, donde se graduaron los jóvenes más capaces del Interior: Eduardo Wilde, Onésimo Leguizamón y Victorino de la Plaza entre otros.
A los quince años, Julio Argentino abandonó las aulas para iniciarse en la carrera militar, luchando en los campos de Cepeda y de Pavón del lado de la Confederación Argentina. Más tarde peleó en la guerra del Paraguay, junto a su padre y varios hermanos.
Después, y siempre a las órdenes del Gobierno Nacional, participó en las contiendas civiles; contra los montoneros del “Chacho”; los jordanistas de Entre Ríos; y los mitristas del sur de Córdoba. El éxito lo acompañó en toda su carrera. Quizá por eso aspiró a más. Fue posiblemente durante su permanencia en la frontera de Río IV, en las horas muertas que le dejaban sus tareas de Comandante, cuando pensó en dedicarse de lleno a la política.
Sus lecturas lo ayudaban a soñar. Imbuido de literatura clásica, como la mayoría de sus contemporáneos, lee a Julio César y medita: “Estos mundos son las Galias de la República...”.
Pero su actividad no se limita a soñar. Roca, desde 1872, inicia una activa correspondencia política con su concuñado, Miguel Juárez Celman. Ambos están casados con dos aristocráticas hermanas cordobesas, las Funes Díaz y, pronto descubren que sus ambiciones y su concepto de la realidad argentina son idénticos: unir al Interior para someter a Buenos Aires y comenzar desde allí una etapa modernizadora.
Pero primero hace falta poseer una sólida base de apoyo. Esa base será Córdoba, donde Juárez ya se está destacando como politico joven, deseoso de terminar con los malos Gobiernos que, a partir de Pavón, vienen mandando en la provincia.
La “docta” debe convertirse en rectora de la política nacional. Una profunda desconfianza hacia Buenos Aires, a la que consideran poblada por extranjeros y dudosamente argentina, unida a viejos resentimientos ancestrales, guía el pensamiento de esta nueva generación de dirigentes del Interior.
Los concuñados Roca y Juárez Celman deciden avanzar paso a paso, en una interacción fecunda y tan lejos como sea posible, utilizando la experiencia política del uno y el prestigio militar del otro. El triunfo está a la vista: la capital, el poder, la fama...
Las cartas que ambos se envían, recogidas por Rivero Astengo en su biografia de Juárez Celman, reflejan la confianza y estima que se profesan y la habilidad eon que suelen aconsejarse en los momentos decisivos. Roca, al decir de su concuñado, sabe aparentar más modestia de la que en realidad tiene y no es ostentoso como la mayoría de los militares.
Además, trabaja en forma constante: mientras los demás duermen, el General contesta su correspondencia, resuelve meticulosamente los problemas fronterizos y de, tanto en tanto, viaja a Buenos Aires o a las capitales de provincia para hacerse ver y anudar nuevas amistades.
Cualquier distracción le parece una pérdida de tiempo, especialmente los numerosos convites que le hacen por doquier después de la victoria de Santa Rosa. Lamenta, sin embargo, no poder dedicarse a atender a la multitud de mujeres que quieren conocerlo “ahora que soy General fresquito y vencedor”.
La politica lo absorbe totalmente. Entretanto, Juárez mejora su posición en Córdoba, pasando en pocos años, de edil municipal a Diputado y Senador por Río IV y a ministro del gobernador Del Viso. Sólo le falta, en el ámbito provincial, llegar a gobernar él en Córdoba.
La desaparición fìsica de Adolfo Alsina, en Diciembre de 1877, hizo dar a Roca un salto adelante. Esa muerte fue una verdadera alegría para el tucumano, que siempre se sintió menospreciado por el orgulloso jefe del Partido Autonomista. Le tocó heredarlo y, en su designación al frente de la cartera de Guerra y Marina, muchos vieron el espaldarazo dado por Avellaneda a su ambicioso comprovinciano.
A principios de 1878 y después de una larga enfermedad que lo dejó propenso a melancolías y depresiones, Roca ocupó el Ministerio. Aumentaron entonces los rumores que corrían acerca de su posible candidatura presidencial.
“Esas cosas siempre hacen bien -comenta el Zorro-.
“Insinuaciones, pensamientos iguales, he tenido de otras personas que, ya en serio ya en broma, los repiten. El mismo Avellaneda, entre ellas...”.
Pero hasta no sentirse seguro, Roca prefirió no referirse directamente a sus expectativas. Tenía amigos que hacían el trabajo en su lugar. Hombres tan prestigiosos, como Aristóbulo del Valle, empezaban a verlo como al dirigente del futuro:
“Creo que la política del país toma nuevos rumbos y que no podrán gobernarla los mismos que la han encaminado en su origen, sino los que, como Ud., se mantienen en posiciones fuertes y encubiertas”, le escribe.
Esta situación discreta logró que a muchos porteños fanáticos se les escaparan las intenciones del ministro de Guerra. Eduardo Gutiérrez, vocero de los porteños ultras, afirma que Roca nunca soñó llegar a presidente y lo describe como un joven sencillo, sin aspiraciones, suave y jovial, estimado por sus compañeros y relaciones.
El intrigante Avellaneda, “mandón de comedia”, lo habría convencido de que podia aspirar a la Primera Magistratura, nombrándolo ministro de Guerra y Marina, aunque hubiera militares más capaces que él para el cargo. La creencia de Gutiérrez demuestra hasta qué punto Roca sabía disimular sus intenciones. No en vano decía: “Mi nombre politico debe tener de ‘zorro y de león’". La astucia y la fuerza de los dos animales, le servirían para escalar posiciones.
- Ruleta electoral
Roca dudaba mirando el juego pohtico y buscando las cartas del triunfo. Uno a uno examinaba a los presidenciables, descubriendo flaquezas y sopesando fuerzas. Desecha a Sarmiento a quien, en el fondo, admira, por viejo y belicoso. Mitre es inaceptable, porque su partido “es una especie de casta o secta, que cree tener derechos divinos a gobernar la República” (los dos ex presidentes deseaban retornar lo más pronto posible al sillón de Rivadavia).
Laspiur, otro de los aspirantes, es “demasiado bruto” y Bernardo de Irigoyen tiene “un negro pasado rosista”. Curiosamente, Tejedor le parece más potable: “es recto, honrado y no tan terco ni indócil como condenan las exterioridades”. Conversa con el gobernador, le asegura que se siente muy joven para aspirar al poder y que sólo desea que Avellaneda transmita el mando en paz a su sucesor.
En su “Defensa de Buenos Aires”, Tejedor confirma que fue Roca el primero en sugerirle su candidatura presidencial. En esa época, “el General parecía temer sólo a los nacionalistas”, acota el gobernador. Y eso fue lo que ocurrió en definitiva: los mitristas, la bête noire (bestia negra) del Interior, rodearon a Tejedor, convirtiéndolo en persona no grata en la mayoría de las provincias.
“Se va barranca abajo sin que nadie lo empuje”, comenta poco después el "Zorro", aludiendo a los tropiezos del gobernador. Este se sentía el Jefferson Davis del Río de la Plata y aludía constantemente a los derechos de los Estados sobre el Poder Central, Seguía la línea ideológica adoptada por los unitarios porteños que, en 1852, advirtieron que ya no podían gobernar solos al país y prefirieron aislarse y retacear su apoyo al Gobierno Nacional.
Los discursos del gobernador de Buenos Aires recordaban al presidente Avellaneda la incómoda situación de huésped en que vivía.
“La palabra huésped, del Mensaje inaugural -explica Tejedor en su ‘Defensa’-, determinaba con exactitud un hecho legal, reconocido por la ley de Compromiso o Residencia”. Pero las autoridades nacionales y la opinión pública del país advirtieron, en esta calificación, una actitud ofensiva y alarmante.
Muchos destacados porteños veían en Tejedor un elemento de retroceso. La historia marchaba hacia la centralización que daría a todos, pues, los “ribetes de federal” de que hacia gala Roca; se referían solamente al hecho de que los provincianos mandaran en Buenos Aires. Nadie pensaba en un auténtico federalismo. Dardo Rocha, representante de poderosos ganaderos porteños y dirigente autonomista, comienza a cartearse con Juárez Celman. Es un buen síntoma para Roca. Representa el primer paso para lograr el retaceado apoyo de Buenos Aires.
En el Interior, el panorama era diferente. Córdoba -escribe Bartolomé Galíndez, “era el campamento politico de las fuerzas de Roca”. Allí, Del Viso y Juárez Celman organizaban la “liga de gobernadores”. Esta famosa alianza, iniciada en 1878 por el gobernador de Córdoba a instancias de su ministro Juárez Celman, incluia a las provincias cuyanas, Santa Fe, Entre Rios, Catarnarca , La Rioja y Santiago del Estero. Todas ellas querían combinarse para las próximas cuestiones electorales, según explicaba Juárez Celman a su pariente.
El Interior unido podía poner un presidente a Buenos Aires. Salvo Corrientes, dominada por los mitristas, doce provincias adhieren a la Liga. La existencia de fuertes grupos nacionalistas en casi todas las Legislaturas locales, no impide el predominio de los amigos de Roca. Con razón, éste podrá decir, a mediados de 1879:
“Sobre todo en el Interior, no habrá quien me ponga el pie por delante, salvo quizás Sarmiento”.
A mediados de 1879 ya están las candidaturas. “El Nacional” del 2 de Junio, narra las alternativas de la proclamación oficial de la fórmula Tejedor-Laspiur, patrocinada por nacionalistas y grupos autonomistas. Sarmiento, autor de la nota, informa que, durante el acto realizado en el Skatting Ring, el general Mitre actuó de “speaker”.
El vencedor de Pavón aseguró que la fórmula contaba con el apoyo de cuatro provincias que le asegurarían el triunfo, pero no mencionó más que a Buenos Aires y Corrientes. Después, y según es tradicional, una columna de unas mil personas se dirige por las calles Piedad y Esmeralda hasta la casa de Tejedor.
Don Bartolo sale al balcón de la residencia y agitando enfáticamente su sombrero, dice:
“Viva el futuro presidente de la República, doctor don Carlos Tejedor, elevado por los robustos brazos del pueblo argentino, bajo los auspicios del derecho común”.
El gobernador-candidato hace las promesas habituales referidas a la libertad, orden y prácticas republicanas y los manifestantes se alejan. Recorren unas cuantas cuadras más hasta llegar a lo de Laspiur, pero el ministro, temiendo el compromiso, ha preferido ausentarse. Mitre dirige unas palabras a la concurrencia que, finalmente, se desconcentra.
Comentando esta reunión política, lo mismo que las organizadas por Roca, Sarmiento se preocupa por lo que considera falta de opinión pública: cada grupo político cuenta con un pequeño número de militantes que acuden a todos los llamados:
“Parece una especie de tropa acuartelada, en las propias casas de los vecinos y que necesita estar con el orden atento al llamado del tambor de su regimiento para ir a la parada en la Plaza de la Victoria, o en el Skating Ring, o a las Variedades, con desfiles por delante de la casa del gobernador o del General, o del ministro”.
El sanjuanino atribuye la “indiferencia popular, a los manipuleos de los comités" y concluye diciendo:
“Lo bueno sería dar por sentado que el pueblo asiente a todo lo que le proponen, porque esa es la verdad, y dar por acabadas tantas y tan aburridas paradas”.
Pero la prédica del ex presidente cayó en el vacío y los candidatos continuaron organizando espectáculos.
“Día a día -escribe Heras- el nombre de Roca se proclamaba en alguna provincia. La partida de la expedicion al desierto, en Abril de 1879, había aumentado el prestigio del ministro de Guerra.
“La noticia de la llegada del Ejército al Río Negro dio lugar a entusiastas festejos, estimulados por el flamante comité roquista instalado en los altos del teatro Variedades".
Muchos dirigentes del autonomismo provincial -Rocha, Cambaceres, Del Valle, Casares, Torcuato de Alvear- estaban convertidos “en furiosos partidarios de Roca”.
El “Zorro” no podia creer a sus ojos cuando se veía rodeado por las huestes del antipático Alsina. “¡Quien lo creyera!” , exclama un provinciano crudo y neto, sucediendo y recogiendo al disperso partido de Adolfo Alsina. Todos los días aparecían nuevos partidarios, entre ellos “muchos ricachos”, gente de dinero que olfateaba el triunfo del tucumano y hasta antiguos mitristas que renegaban de su jefe.
Además, varios diarios sirnpatizaban con él; a principios de 1879, Roca cuenta con “La Tribuna”, “La Prensa”, “El Porteño”, “La República”, “El Siglo”, “El Comercio del Plata”, “Le Courrier de la Plata”, “El Buenos Aires Herald” y “La Patria degli Italiani”.
Inesperadamente, a mediados de Junio, Roca apareció en Buenos Aires a celebrar sus éxitos en el desierto. Dos espléndidos festejos contaron con su presencia: el banquete del Politeama resultó especialmente memorable: 300 cubiertos, el teatro lleno de bote en bote y racimos de hermosas señoras ocupando los palcos y tertulias, segun lo autorizaban las severas costumbres de la época, homenajearon al conquistador.
Poco después se hizo la proclamación oficial de Roca para presidente en el Variedades. Los roquistas estaban de parabienes y el triunfo electoral parecía asegurado.
Mientras subía la estrella de Roca, se encrespaban los ánimos de sus adversarios. El “Zorro” no ocultaba ahora su desprecio por su rival, del que decía:
“Tiene hambre canina por la Presidencia; es pobre de inteligencia, espiritu mediocre, fatuo y orgulloso por añadidura; es casi seguro que saldrá mal de todos modos”.
Tejedor le respondía también con odio y ni siquiera felicitó al ministro de Guerray Marina cuando la campaña al desierto, que tan beneficiosa fue para la República y para Buenos Aires. El gobernador destituia a los roquistas que estaban en su Administracion. Cambaceres fue echado de su cargo de Director del Ferrocarril Oeste. En Agosto, las cosas pasaron a mayores y un atentado amenazó la vida del General candidato.
Al grito de ¡Viva Tejedor! ¡Abajo el ridículo presidente de la República!, varios hombres armados atacaron el carruaje en que presuntamente viajaba Roca, a la salida de la Cámara de Diputados. Pero en esos tiempos de distancias cortas y costumbres sencillas, el ministro de Guerra se había marchado a pie a su casa, charlando con un amigo.
El Jefe de Policía, comprometido con el Gobierno Provincial, ni siquiera prestó atención a la denuncia del atentado, cuya única consecuencia fue acrecentar el prestigio del General. Esa noche, su residencia estuvo llena de gente que comentaba los sucesos y despotricaba contra el presidente Avellaneda, culpable de pacifismo y de dejar asesinar a sus ministros.
Se ponderaba el valor de Roca, que había querido volver a Diputados apenas oyó el tiroteo y se rumoreaba que la policía había pasado el día acuartelada, en previsión de los sucesos.
Hasta los espíritus menos avisados comprendieron entonces que la guerra civil era inevitable. Ninguno de los dos candidatos cedería las posiciones adquiridas. Sólo algunos optimistas no podían creer que semejante desgracia se abatiera sobre el país.
Escribe el futuro vicepresidente, Eduardo Madero:
“En momentos cn que la prosperidad de nuestro país renace, en que nuestro crédito está restablecido, cuando la inmigración afluye, cuando nuestras lanas se venden a cuatro fuertes la arroba y nuestros novillos valen una onza de oro, cuando las correspondencias que nos llegan de Europa vienen plenas de órdenes para la exportación de nuestros trigos, cuando los azúcares de Tucumán llegan ya a surtir el Litoral y el aguardiente a competir aquí con el extranjero, cuando los giros sobre el exterior, verdadera representación de nuestra producción, se ofrecen en sumas colosales en nuestros Bancos, cuando todos estos elementos de prosperidad y de grandeza tienen que promover al corazón y al pensamiento de todos los argentinos, es imposible no detener el brazo fratricida”.
Y, sin embargo, pese al sonriente panorama pintado por Madero, todo el mundo se arma. Ni corto ni perezoso, Tejedor da una serie de decretos organizando las milicias provinciales (dos circunscripciones en la capital y doce en la campaña), designando jefes, entre ellos varios insurgentes mitristas del ‘74 y estableciendo lugares para concentrarse en caso de movilización. Además compra 40.000 cartuchos para su Policía, que hace ejercicios provista de flamantes Remington.
La actividad de Roca no le va en zaga al gobernador. Su cargo de ministro de Guerra y Marina le permite mil excusas para armar a sus amigos de la “liga de gobernadores”: 30.000 cartuchos y 300 fusiles parten a Córdoba, a fin de que el fiel Juárez Celman los “distribuya entre sus aliados de Catamarca y San Luis. Regimientos seguros, el 5to. y el 7mo. de línea, marchan a Buenos Aires a reforzar la guarnición local y provocan, con su llegada, las iras de la población que se siente invadida por enemigos.
Los diarios porteños critican abiertamente los manejos del ministro-candidato. El titular del Interior, Saturnino Laspiur, compañero de fórmula de Tejedor y mitrista convencido, procura detener estos envíos. El intento resultó inútil; Roca continuó mandando cargamentos y a Laspiur no le quedó otro camino que renunciar denunciando, de paso, las maniobras electoralistas del titular de Guerra y Marina.
La salida de Laspiur disminuyó las posibilidades del candidato Tejedor. Era evidente que Avellaneda se inclinaba por su comprovinciano al que brindaba su apoyo en los momentos difíciles. Para complicar aún más el ardiente panorama politico, Domingo Faustino Sarmiento ocupó la cartera vacante del Interior.