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Las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas

En el corazón de nuestra búsqueda común de vivir como seres humanos decentes, nos encontramos con el desafío de cómo tomar las decisiones correctas, cómo estar por encima de nuestros instintos más bajos, para dedicar nuestras vidas a hacer lo correcto para nosotros y para los demás.

La importancia de esta tarea parece evidente. E, incluso, en circunstancias en las que el componente ético es nebuloso, se nos cuenta en la Iglesia, en la mesa familiar, en el aula y, a veces, en las calles, que siempre debemos acostumbrarnos a hacer lo correcto. Sin embargo, a menudo se deja sin decir cómo debemos hacer esto. Después de todo, somos criaturas defectuosas que viven en entornos complejos, donde nuestras lealtades e intereses se forman y se vuelven a formar constantemente.

Y si nuestras vidas hoy nos traen muchas ocasiones en las que no hacemos lo correcto, y donde posteriormente nos sentimos culpables, o desconcertados, por haber actuado en contra de nuestros intereses comunes, ¿cuánto más difícil es juzgar figuras históricas? ¿qué acciones parecen cuestionables y cuyas vidas se ven torneadas por sentimientos similares de culpa o incertidumbre?

Quizás una de las figuras más desafiantes éticamente, que la historia nos presenta, es la del traidor. Nos referimos a aquella persona que es infiel sin motivo a su país o a su gente, o quizás por razones que venales o irracionalmente interesadas. A menudo se retrata a esa persona como malvada, y parece cumplir el propósito de hacernos sentir seguros de que, si estuviéramos en una situación similar, no habríamos tomado la mala decisión que aquella efectuó.

Es decir, su presencia en la historia con el sombrero negro, nos facilita el uso del sombrero blanco, confiando en que lo habríamos hecho de manera diferente, que nuestro personaje, si no perfecto, es claramente superior al que relata la historia.

El título del siguiente estudio lo hemos elegido por su propia ambigüedad. Se extrae de una obra de importancia pasajera, titulada None Dare Call It Treason - (“Ninguno se atreve a llamarlo traición”), escrita por John. A. Stormer, en 1964.

En aquel tiempo, Stormer (1928-2018) era un miembro derechista del partido republicano, que deseaba influir en el electorado estadounidense a favor del candidato Barry Goldwater, haciendo una afirmación extraordinaria: insistió en que los miembros de la élite intelectual de los Estados Unidos eran -objetivamente- comunistas y que estuvieron tratando de vender al país y al Occidente entero, a la Unión Soviética. Eran traidores -explicó-, pero como eran personas de influencia, nadie se había dado cuenta de la traición hasta la hora once, por lo tanto ya, en ese momento, era demasiado tarde.

Aunque del libro se vendieron miles de ejemplares, en seis meses, nadie realmente tomó en serio la acusación de Stormer, excepto quizás por un breve momento (Stormer luego pasará a una carrera sin distinciones, como pastor protestante en Missouri)(1).

(1) Incluso, hoy en día, un pequeño número de personas en los Estados Unidos, que adhirió a una política de extrema derecha, dan cierto prestigio a None Dare Call It Treason, comparable el mismo lugar en importancia que, en Argentina, los derechistas/fascistas otorgan a los “Protocolos de los Sabios de Sión”. Richard Hofstadter, en: “The Paranoid Style in American Politics” (New York: Vintage, 2008), III, ha llamado a la obra de Stormer como “una obra maestra de propaganda volkisch”. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870)". Resistencia, Contexto, 2020.

Pero el título del libro sí habrá de estimular el pensamiento y el debate sobre la naturaleza de la traición; más de unas pocas personas reflexionarán en la posibilidad de que unos cuantos “traidores secretos” podrían estar haciendo su labor dentro de una sociedad libre, con el fin de deshacer esa libertad, y en interés de una potencia extranjera.

No debemos olvidar en esta acusación, similar a la efectuada una generación anterior, originada en el movimiento de derecha “America First,” y asociada con Charles Lindbergh, quien habría favorecido una neutralidad pro-nazi en los Estados Unidos antes del ataque a Pearl Harbor.

¿Pero fueron “traidores” los intelectuales liberales de los años 60? ¿Fue Lindbergh el agente o, al menos, el instrumento, de los intereses alemanes en 1940? Es muy fácil negar hoy ambas afirmaciones, dada la retrospección y la distancia del tiempo. De hecho, ése es uno de los aspectos más curiosos de las denuncias de traición, que se las ve tan claras, tan blanco y negro, en un momento de la historia y luego parecen grises en otros, una vez pasado cierto tiempo.

Lo que parece sospechoso en un contexto histórico, puede rápidamente parecer claro, racional e incluso patriótico con el paso del tiempo, o viceversa. Además, uno puede ser leal o traidor al mismo tiempo, dependiendo de la perspectiva. ¿Es posible, por ejemplo, que un correntino sea leal a su provincia y, al mismo tiempo, traicione a la Nación argentina?

Ese es el tipo de preguntas que deseamos explorar. Si bien no buscamos ofrecer apologías a individuos acusados de traición, por lo menos deseamos considerar sus acciones desde un punto de vista más matizado de lo que generalmente se encuentra en los textos de historia. Deseamos dar, a esas desafortunadas figuras, la oportunidad de ser entendidas en términos de tiempo y lugar.

Pero también debemos tener cuidado de no involucrarnos en una ética situacional. Tenemos que ofrecer a nuestros lectores una idea clara de cómo definir lo correcto y lo incorrecto, en medio de una situación difícil y cambiante. En este sentido, somos menos que Stormer, así como de los intelectuales confusos y liberales que aquél intentó condenar.

Desde la Antigüedad, el delito de traición fue un crimen execrado, es decir, una conducta abominable, detestable, aborrecible, y la tradición sostuvo que tal delito no consentía el perdón de los tribunales de justicia. Ya en Roma estaba regulado el delito de “proditio” que era un delito que estaba dirigido contra la seguridad externa del Estado romano.

El Fuero Juzgo estableció que, para aquéllos que abandonaban las banderas de la patria, le correspondía la pena capital. También la Partida VII, título II, leyes 1ra., 2da. y 3ra., establecían que, más que un crimen contra la patria, la traición era equiparable a la deslealtad hacia el rey. Su pena era la muerte, confiscación de bienes e infamia, incluso para los descendientes varones.

Respecto a la necesidad imperiosa de que la condena debía estar sustentada en pruebas irrefutables, ya en Las Partidas se establecieron claramente las garantías jurídicas de los acusados, estableciéndose que ningún juez debía precipitarse a condenar a nadie por simples presunciones(2).

(2) García Marín, José María, “La justicia del Rey en Nueva España”. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, Córdoba, 2011, p. 116. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

En los casos dudosos, se ordenaba que los jueces debían ser más proclives a absolver que a condenar, cuando se trataba de pleitos que, “claramente no pueden ser probados o que fueren dudosos(3).

(3) Partida VII, 31, 7 y VII, 31, 9. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Palmariamente estos preceptos enunciados guiaban a los magistrados que eventualmente firmaran sentencias relacionadas a delitos de tracción a la patria, a las que hacemos referencia.

En latín, la palabra "traditio" envuelve el concepto de entregar o dar, tradición, llegando al vocablo traición como una entrega; así pasó al idioma español y ése es su significado.

La traición envuelve la idea de una deslealtad, de un quebrantamiento de fe y de confianza e implica el desconocimiento del deber de fidelidad que liga a los nacionales de su país; por ello, sólo el nacional puede incurrir en traición a la patria(4)Para que se configure el delito, se requiere -efectivamente- voluntad y conciencia de unirse al enemigo en connivencia con él.

(4) Sosa Chacin, Jorge, “Delito de traición a la patria”, pp. 73-80. http://www.ulpiano.org.ve/revistas/bases/artic/texto/RDUCV/20/rucv_1960_20_69-96.pdf. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Es conveniente diferenciar el delito de traición con el de rebelión, sedición, resistencia a la autoridad, que era muy frecuente en el siglo XIX en las provincias argentinas. La Constitución Nacional lo regulaba en el artículo 103, estableciendo que, “la traición contra la Nación consistirá únicamente en tomar las armas contra ella, o en unirse a sus enemigos prestándoles ayuda y socorro. El Congreso fijará por una ley especial la pena de este delito; pero ella no pasará de la persona del delincuente, ni la infamia del reo se transmitirá a sus parientes de cualquier grado”.

Era la norma constitucional que refería a la traición a la patria en tiempos de la guerra del Paraguay. En el año 1863, durante la presidencia de Bartolomé Mitre, el Congreso Nacional sancionó la ley Nro. 48 y, en su artículo 1ro. establecía: “Todo individuo argentino, o persona que deba obediencia a la Nación Argentina, comete el delito de traición definido por el artículo 103 de la Constitución General (...), cuando ejecuta las conductas descriptivas en dicha ley(5).

(5) “Colección de leyes y decretos sobre Justicia Nacional”, Publicación Oficial, Buenos Aires, 1863, p. 20. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

En el caso de la guerra contra el Paraguay, la condición de enemigo estaba dada, ya que Paraguay había declarado la guerra y ocupado territorio de la provincia de Corrientes, por lo tanto existía un poder que hostigó a la Nación.

Pero después de hacer estas consideraciones relativas a antecedentes normativas, cabe preguntarnos: ¿Qué es exactamente un traidor? A veces, esas personas son lo suficientemente fáciles de detectar.

El general Benedict Arnold, después de haber luchado valiente y obstinadamente por la causa patriota en Norteamérica, participó en una conspiración con agentes británicos, para entregar West Point a cambio de dinero. Su situación parece lo suficientemente clara.

Y tenemos el caso del fascista noruego Vidkun Quisling, quien ordenó a los guardias de los aeródromos de Oslo y Bergen que se retiraran, para facilitar la entrada de los invasores nazis a su país. Su caso también parece obvio (pero, a diferencia de Arnold, se enfrentó al pelotón de fusilamiento).

¿Pero qué deberíamos decir sobre el general Philippe Petain? ¿Había algo razonable en su argumento de que había actuado concienzudamente cuando asumió el poder en 1940 para salvar los restos de la independencia francesa en circunstancias en las que los alemanes habrían tomado todo de otra manera? Quizás había algo en esta defensa, aunque probablemente no mucho.

Pero, ¿qué haremos con el caso de Oleg Penkovsky, quien entregó información sobre los preparativos nucleares soviéticos a las agencias de inteligencia occidentales? No le pagaron casi nada por este servicio, que realizó porque pensó que las políticas de Moscú habrían llevado al mundo a un nuevo conflicto global del cual nadie saldría vivo. ¿Era un traidor?

Y hoy en día tenemos el caso de Edward Snowden, que abrió a la vista internacional las carpetas de la National Security Agency antes de huir a Rusia. De este modo, hizo más transparente el proceso de toma de decisiones en el Gobierno estadounidense y, de esta manera, en realidad mejoró el funcionamiento de la política exterior de su país. ¿Era traidor?

Claramente, hay muchas gradaciones y matices sobre lo que significa cometer un acto de traición y nos corresponde a nosotros, como eruditos, entender estos matices o al menos tratar de comprenderlos.

Parecería también que el contexto histórico es muy importante. Si San Martín y Bolívar hubieran sido derrotados por sus enemigos realistas, ¿los libros de historia los castigarían ahora como traidores, en lugar de tratarlos como libertadores o patriotas? Y también podríamos preguntar, ¿es posible traicionar el país de pertenencia, mientras se es fiel a la provincia, o viceversa?

Este es el tipo de preguntas que debemos hacer, al examinar a los correntinos que optaron por apoyar al mariscal Francisco Solano López cuando sus fuerzas avanzaron hacia el nordeste de Argentina, en el otoño de 1865. ¿Hicieron lo correcto o lo incorrecto? ¿O tomaron la única opción que se les ofrecía? ¿Actuaron estos paraguayistas sin tener en cuenta la ventaja personal, sin temor a la obsesión partidista y sin buscar una salida fácil, todo en aras de su propio respeto? ¿O fueron estrechos promotores interesados?

Muchas preguntas. Veamos si podemos encontrar algunas respuestas. O, por lo menos, unas formas de perfilar la pregunta.

Toda ocupación de un ejército extranjero a un territorio, genera incertidumbre y desesperación a la población civil. No hay guerra sin acto de ocupación y de padecimiento de la población civil y, en esa instancia, se insertan las conductas que pueden tener los pobladores agredidos: la de resistencia y oposición al invasor o el de padecer sus órdenes con el fin de preservar sus vidas y propiedades.

Nos detendremos brevemente en otro de los casos paradigmáticos de colaboración entre los habitantes y el ejército invasor. Nos referimos a cuando el ejército francés ocupa España en el año 1808 y siguientes, y se registraron españoles prestando colaboración a los franceses, conocidos estos como “afrancesados”(6).

(6) Jeretschke, Hans. “Los afrancesados en la guerra de la independencia. Su génesis, desarrollo y consecuencias históricas”. Ediciones Rialp S.A., Madrid, 1962. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Pero de toda aquella cuestión política de las conflictividades que generaron los afrancesados, queremos referenciar una interesante obra escrita entre 1813-1814 y publicada en 1816, donde el autor toma manifiesta defensa de aquéllos que prestaron ayuda al ejército invasor francés: “Examen de los delitos de infidelidad a la patria, imputados a los españoles sometidos bajo la dominación francesa”, que fue escrita por Félix José Reinoso, y tiene como única finalidad el demostrar la falta de responsabilidad de esos españoles que prestaron ayuda a las tropas napoleónicas(7).

(7) Félix José Reinoso. “Examen de los delitos de infidelidad a la patria, imputados a los españoles sometidos bajo la dominación francesa”. Imprenta de J. Espiral, Caracas, 1834. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Este escrito tuvo gran repercusión, como así también importantes réplicas. Entre las principales afirmaciones y argumentos, Reinoso planteó que, “supuesto el sometimiento de un pueblo al usurpador, a ningún habitante puede separadamente acusarse de infidelidad(8). Agregó, además, que los habitantes están obligados a obedecer las leyes del conquistador por la coacción de la fuerza y por la necesidad de conservar el orden público(9), teniendo los habitantes el derecho de conservar sus propiedades y sus vidas, evitando toda resistencia infructuosa(10).

(8) Idem, p. III.
(9) Idem, p. 8.
(10) Idem, pp. 202-222.
// Todo citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Agregó más adelante, que el pueblo tiene derecho de ser administrado por naturales, nombrados por el Gobierno anterior o por los que designe el poder invasor(11).

(11) Idem, p. 94. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Otro interesante argumento expuesto por Reinoso [y que luego se podrá comparar con los esgrimidos en la defensa de los correntinos Estanislao Esquivel y Víctor Silvero en los procesos judiciales por traición a la patria que se les llevó en su contra -que los analizaremos más adelante-] fue aquél en el que sostiene que las autoridades locales deben pedir al vencedor orden y disciplina de los soldados, para así proteger vidas y propiedades; por eso, las autoridades locales salieron a recibir a los franceses, para mitigar los males de la invasión(12).

(12) Idem, pp. 32-33. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Los vecinos, desarmados, no pueden resistir sin perecer: o pierden sus vidas en un choque imprudente, o pierden su libertad personal, o pierden los medios necesarios para subsistir, siendo, de todos modos, víctimas(13).

(13) Idem, p. 60. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Reinoso continuó diciendo que, cuando el enemigo acomete con armas superiores, no es cordura consumir las fuerzas, más bien es prudencia, para embestirlos de lleno en un momento de debilidad(14), para luego citar casos comparativos de la historia clásica y de España misma, en la época de la ocupación árabe.

(14) Idem, p. 61. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Indefectiblemente, el pueblo amenazado calcula las fuerzas que tiene para ejercer su defensa y, comparando los beneficios de la resistencia con los males de la sumisión que ha de traer, determina entregarse al invasor, prometiéndole obediencia y servicios como a su soberano(15).

(15) Idem, pp. 286-287. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Comentando las disposiciones de las Siete Partidas, referidas al delito de traición, el autor español sostuvo que, conquistado y traidor son términos contrarios, ya que traidor es quien entrega con perfidia, en cambio, el conquistado, nada puede hacer, nada tiene que entregar, porque su persona y sus bienes están bajo el poder del conquistador(16).

(16) Idem, p. 305. // Citado por Thomas L. Whigham y Dardo Ramírez Braschi, “Ninguno se atreve a llamarlo lealtad (las acusaciones de traición y los correntinos paraguayistas antes, durante y después del conflicto de 1864 a 1870), 2020, (Inédito) Corrientes.

Adquiere importancia aquí, para nuestro estudio, una analogía entre lo ocurrido con los denominados “afrancesados” españoles y los “paraguayistas” correntinos. Tal vez puede parecer forzada la comparación entre afrancesados y paraguayistas pero, como se observará, no lo es.

De la comparación surgen diferencias y similitudes que ayudarán a explicar y comprender la situación del grupo correntino. Entre las diferencias podemos anotar:

1.- España sufrió casi seis años de ocupación francesa; en cambio, la provincia de Corrientes tan solo casi seis meses;
2.- En Francia se instaló, como poder político, un Gobierno extraño, bajo el dominio de José Bonaparte. En Corrientes se eligió un Gobierno conformado por correntinos, elegidos por una asamblea de correntinos (más allá de los vicios de legitimidad que pudo haber tenido el acto eleccionario);
3.- El grupo de afrancesados, apoyó concretamente a José Bonaparte como rey de España, convencidos de que era el camino para conseguir reformas renovadoras; los correntinos paraguayistas gestaron una alianza con el presidente del Paraguay y, con ello, buscaron lo que consideraban una de las últimas oportunidades de enfrentar directamente a Buenos Aires;
4.- Las acusaciones de fondo imputadas a los afrancesados, se fundamentaron en las Siete Partidas, mientras que a los paraguayistas en la ley Nro. 48 del año 1863, salvo la cuestión procedimental y los argumentos de las sentencias sustentadas en las documentaciones;
5.- Luego del retiro de las tropas de ocupación, los afrancesados fueron sometidos a arrestos generalizados. Por el contrario, los paraguayistas tuvieron arrestos puntuales, siendo seleccionados aquéllos que estuvieron más comprometidos;
6.- Los afrancesados fueron considerados culpables de traición por el Gobierno restaurado de Fernando VII, mientras que en todos los procesos judiciales llevados a cabo contra los paraguayistas, la sentencia será absolutoria, argumentando la falta de pruebas suficientes.

Entre las coincidencias podemos señalar:
1.- La denominación de “afrancesado”, como la de “paraguayista”, son términos peyorativos que se usaron por los vencedores;
2.- La proximidad geográfica, la vecindad entre el país origen de las fuerzas de ocupación y los sectores aliados locales;
3.- La proximidad de los “afrancesados” con Francia, se manifiesta en las coincidencias de los planteos políticos, en los principios originados en la Revolución Francesa y la postura adoptada contra el régimen español; en tanto, los “paraguayistas” construyeron el vínculo y la alianza con Paraguay en base a la coincidencia de tener un adversario común, es decir, el de enfrentar a los intereses de Buenos Aires;
4.- Los “afrancesados”, después de la ocupación francesa, emigraron a Francia; los “paraguayistas” más comprometidos, lo hicieron a Paraguay (la diferencia numérica entre ambos fue sustancial, ya que se calcula que los españoles que fueron a Francia alcanzaron a miles, mientras que los correntinos que se trasladaron al Paraguay fueron sólo algunas pocas decenas;
5.- Ambos sectores fueron minoría, teniendo en cuenta la población general;
6.- Otra coincidencia fue la saña aplicada por sectores opositores políticos, al acusar de traición a los adversarios, cuestión que fue utilizada políticamente hasta mucho tiempo después.

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