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EL PROBLEMA ORIENTAL

El estado agónico por el que pasó la revolución durante el Gobierno porteño de Carlos María de Alvear no puede comprenderse cabalmente si no se examinan la situación de la Banda Oriental y sus relaciones con el Gobierno de Buenos Aires -por una parte- y los vaivenes de la lucha militar contra los realistas por la otra.

Hay que recordar que desde los primeros años de Montevideo existió entre esta ciudad y Buenos Aires una rivalidad en el plano económico que siguió manifestándose hasta el siglo siguiente. Las invasiones inglesas agregaron a esta emulación una rivalidad de prestigios y agravios por supuestas ingratitudes. Entre estos resentimientos más o menos velados, nació la Junta de Montevideo de 1808 que desconoció la autoridad del virrey Santiago de Liniers.

El reconocimiento del Consejo de Regencia en 1810 y la consiguiente resistencia a la Junta de Buenos Aires crearon en Montevideo el hábito de un Gobierno no dependiente del de la capital bonaerense.

Al producirse la revolución de Mayo el común espíritu de resistencia a los “mandones peninsulares” originó una corriente de simpatía hacia los revolucionarios que se manifestó con mayor libertad en la campaña.

Algunos jefes militares se adhirieron a la Junta porteña y esta buena disposición y el alzamiento espontáneo de varios distritos rurales fueron acogidos con entusiasmo por la Junta. Belgrano -de regreso del Paraguay- encomendó a los jefes orientales la responsabilidad de expulsar a los realistas de la campaña.

La luna de miel con el Gobierno de Buenos Aires se prolongó hasta que éste firmó con Francisco Javier de Elío el Armisticio de 1812. José Gervasio Artigas, el principal de los oficiales uruguayos adheridos a la revolución, consideró que había sido abandonado por Buenos Aires. El éxodo del pueblo oriental que siguió fue una expresión de repulsa al Armisticio.

Sin embargo, Artigas se mantuvo fiel al Gobierno porteño y al concluir el Armisticio volvió a su territorio investido por el Triunvirato con el cargo de Jefe militar de los orientales. El afán centralizador del Gobierno de Buenos Aires originó el nombramiento de un Comandante Supremo -Manuel de Sarratea- porteño y miembro del Triunvirato.

Sarratea no pudo cohonestar su nombramiento con una capacidad militar de que carecía. Contradiciendo las instrucciones del Gobierno se enfrentó con Artigas, y a partir de ese momento el deterioro de las relaciones con el jefe oriental -cuyo predicamento entre sus paisanos crecía día a día- fue progresivo y alcanzó su punto máximo cuando Sarratea lo declaró traidor.

Las actitudes del jefe porteño provocaron el amotinamiento de sus propios oficiales, entre ellos José Rondeau. Buenos Aires optó por quitar del medio a Sarratea y reemplazarlo por aquél, que era oriental y estaba en buenos términos con Artigas. Pese a la insistencia del Gobierno porteño en no conceder al caudillo el mando supremo, la situación prometió mejorar rápidamente.

La convocatoria a la Asamblea General Constituyente dio margen a nuevas disputas. El Gobierno de Buenos Aires determinó el modo de elección de los diputados, pero sin fijar su número. Ante esta convocatoria, Artigas reunió en Tres Cruces un Congreso (3 de Abril de 1813) para decidir si se reconocía o no la autoridad de la Asamblea General.

Este Congreso resolvió que se reconocería la Asamblea bajo ciertas condiciones:

* que se rehabilitara a Artigas;
* que se aceptara la Confederación de esa Banda con las demás Provincias Unidas; y
* que se elevara la representación de la Banda Oriental a seis diputados, que el Congreso acababa de designar.

El Gobierno porteño no hizo cuestión de la rehabilitación de Artigas ni del número de diputados, pero la Asamblea rechazó sus diplomas por cuanto la elección había sido irregular, no proviniendo de un acto electoral directo y con participación de los vecinos, como disponía la convocatoria.

Detrás de este fundamento formal -que era cierto- se levantaba la reluctancia y la imposibilidad de recibir a unos diputados que empezaban por condicionar su aceptación de la Asamblea a la determinación previa del régimen constitucional del Estado que la propia Asamblea debía establecer en sus sesiones.

Por último la facción alvearista debe haber temido la presencia de unos representantes que -unidos a los miembros sanmartinianos de la Logia- podía ofrecerle seria resistencia.

En definitiva, la Asamblea rechazó los poderes de los diputados -no a éstos- por los vicios de su elección. Los diputados pidieron nuevos poderes a Artigas, y si bien éste dio instrucciones para que la elección fuese ratificada, sospechó que se atentaba contra los derechos de su provincia.

Se dirigió entonces al Gobierno de Asunción invitándolo a una alianza contra la prepotencia porteña. Estos pasos y otros posteriores del caudillo no facilitaban un acuerdo, pero al fin Artigas convino con Rondeau en elegir nuevos diputados, a cuyo fin se reunió un nuevo Congreso oriental en Capilla Maciel (8 de Diciembre).

Los congresales se disgustaron con el caudillo por la pretensión de éste de darles instrucciones verbales previas y designaron un Triunvirato con facultades de gobernador-intendente para regir la provincia, reconociendo la Asamblea General y designando diputados a ella.

La reacción de Artigas fue violenta. Atribuyó la actitud independiente de los diputados a la influencia de Rondeau y desconoció la nueva elección declarando, por sí, nulo lo resuelto en el Congreso y “reasumió” el Gobierno de la provincia.

Después de esto la armonía con Buenos Aires parecía imposible. Al mismo tiempo la influencia de Artigas se extendía entre los hacendados y hombres de milicia de las provincias litorales.

Buenos Aires designó allí jefes enérgicos que reprendieran las actividades de los que llamaba “anarquistas”. Supo Artigas además que la Asamblea pensaba unificar el Ejecutivo Nacional porteño favoreciendo la centralización y vio en ello la tumba de su añorada confederación.

Se enteró también de que enviados del Gobierno de Buenos Aires gestionaban en Río de Janeiro un segundo armisticio con los españoles sitiados en Montevideo.

Estos dos motivos inspiraron una acción de muy graves consecuencias. El 20 de Enero de 1814, Artigas, al frente de casi 3.000 hombres, se retiró del sitio de Montevideo, dejando a Rondeau en una difícil situación.

El rompimiento fue entonces definitivo. Tal vez Artigas quiso evitar que los porteños se apoderaran de Montevideo y disputaran así su control de la provincia y prefirió esperar la situación en que estos abandonaran la Banda Oriental y entonces posesionarse él de la ciudad pues, como dijo una vez, no luchaba contra la tiranía española para verla reemplazada por la tiranía porteña.

Pero lo cierto es que su abandono del sitio a la vista del enemigo pudo haber ocasionado una catástrofe si éste hubiera sido más capaz y resuelto y fue vista con desagrado por el Gobierno de Buenos Aires.

El panorama se complicaba por las tendencias de Artigas a imponer su sistema confederado al resto del país, lo que condujo a un estado de guerra civil en Entre Ríos y Corrientes que fue contrario a las armas porteñas.

Para ser dominada la situación, se requería en el Gobierno de Buenos Aires mucho tacto o mucha fuerza. Y Gervasio Antonio de Posadas -recién llegado al poder- no tenía ni lo uno ni lo otro.

En un rapto de indignación dictó el decreto del 11 de Febrero de 1814 en el que declaró a Artigas infame, traidor a la patria, fuera de la ley y privado de sus empleos y puso precio a su cabeza. El Directorio carecía de fuerza para hacer cumplir este decreto brutal, por lo que el acto resultaba inocuo e impolítico.

El sitiado Gaspar de Vigodet quiso capitalizar la situación a su favor y abrió negociaciones con Artigas. Este no las aceptó, pero mantuvo la puerta abierta para llegar a un acuerdo que le entregara Montevideo o le diera libertad de acción para luchar con todo su poder contra Buenos Aires.

Por eso, mientras proclamaba su voluntad de luchar “contra todos”, su segundo -Otorgués- contemporizaba con las fuerzas españolas y le franqueaba auxilios a la escuadrilla realista.

La situación, aparte de su incidencia local, perturbaba seriamente el esfuerzo de guerra contra los españoles, por lo que Posadas se vio obligado a volver sobre sus pasos y buscar un arreglo con Artigas, que éste, por supuesto, rechazó contundentemente.

Sólo le quedaba al Director apresurar la conquista de Montevideo, cuya importancia ya hemos señalado para su política de acercamiento a España. Encomendó esa tarea a Alvear en momentos en que Otorgués también negociaba con Vigodet la entrega de la plaza.

Alvear neutralizó la negociación haciéndole creer a Otorgués que le entregaría la plaza y tomó la dirección de las negociaciones que condujeron a la capitulación de Montevideo el 21 de Junio de 1814.

Otorgués, mientras tanto, se acercó con sus fuerzas a Montevideo creyendo participar en su conquista pero Alvear, dueño ya de la ciudad, le atacó por sorpresa y le deshizo en Las Piedras (25 de Junio).

Inmediatamente, el Triunvirato constituido por el Congreso en Capilla Maciel -que podía haber sido la base de una aproximación del Directorio a ciertos sectores orientales menos sensibles a los prestigios de Artigas- fue disuelto y reemplazado por un gobernador designado por Posadas -Nicolás Rodríguez Peña-.

Este nuevo error político del grupo gobernante porteño le enajenó la simpatía de los elementos moderados uruguayos.

Desde entonces, la política de Artigas y Posadas consistió en un juego político recíprocamente sucio, que buscaba ganar tiempo y mejorar posiciones para destruir al adversario.

Dentro de esta línea entra el Convenio del 9 de Julio de 1814, en que el Director se comprometía a desagraviar a Artigas y éste a aceptar al Directorio y la Asamblea.

Aunque Artigas ratificó el Convenio y Posadas dictó el decreto de desagravio, ninguno pensó en cumplirlo seriamente. Fue así como el 25 de Agosto Posadas calificaba en un documento oficial a Artigas de “desnaturalizado” y en Septiembre se reanudaba la guerra civil.

Esta revistió entonces una violencia desconocida que llegó al fusilamiento de algunos de los jefes vencidos en ambos bandos. La guerra favoreció en definitiva a Artigas y condujo al año siguiente a la evacuación de Montevideo.

En lo que atañía a la Banda Oriental exclusivamente, Artigas había vencido.

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