REFORMA CONSTITUCIONAL. REELECCION DE PEDRO JUAN FERRE
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- El sentimiento nacional. Mensaje del gobernador Pedro Ferré. Su prestigio en la provincia. Reelección obligada
Toda la labor inmensa realizada por Pedro Ferré hacía que rodearan al gobernador, en 1827 -en los cargos departamentales(1)- los ciudadanos más caracterizados de sus vecindarios y, tal vez por ello, los diputados elegidos para elegir su sucesor fueron elementos selectos de la sociabilidad correntina(2).
(1) Comandante Militar de Yaguareté Corá, Manuel F. Fernández; Juez Comisionado, Fabián Aguirre; de Ombú (Curuzú Cuatiá) Jueces Comisionados, sucesivamente, Manuel Sosa y Asencio Aguirre; de Caá Catí, Juez Comisionado y Comandante Militar, Juan G. Alvarenga y Hermenegildo Alvarenga; de Itatí, Anselmo Paredes y Juan José de León; de San Cosme, Juan Bautista Frutos y Manuel Antonio Corrales; de Saladas, José Luciano Acuña y Manuel Antonio Benítez; de Empedrado, Vicente Lovera y Juan Manuel Sánchez; de Curuzú Cuatiá, Lorenzo Rolón y Manuel Antonio Ledesma; de San Roque, José Antonio Ruda y Lorenzo Lezcano; de Bella Vista, Andrés Amarilla y Juan Manuel Barrasa; de San Luis del Palmar, Eugenio Gómez y Lorenzo Lezcano; de Esquina, Félix María Gómez y Manuel Lallana; y de Goya, Claudio Veruz y Pablo Antonio Fernández.
(2) Las elecciones para el Congreso General se efectuaron entre el 30 de Octubre y el 9 de Noviembre. Fueron electos: por la Capital, Juan Paulino Cabral y Juan V. Fernández Blanco y, por muerte del último, Francisco Meabe; por Curuzú Cuatiá, José Joaquín Goitia; por Empedrado, Serapio Mantilla; por Yaguareté Corá, Tomás Sáenz Cavia; por San Roque, Cornelio Vicente Aranda; por San Luis del Palmar, José Baltazar López; por Bella Vista, Juan J. Nicolás de la Fuente; por Esquina, Juan N. de Goytía; por Goya, Gregorio Sáenz Cavia; por Caá Catí, Manuel Antonio Maciel; por Itatí, Felipe Corrales; por San Cosme, Juan Francisco Cabral; y por Saladas, José Luis Cabral. Estos comicios se efectuaron de acuerdo a la ley del 2 de Octubre de 1827 que llamó a elecciones para el Congreso General, que fue la tercera Legislatura de Corrientes. // Todo citado por Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Revolución de Mayo hasta el Tratado del Cuadrilátero)” (1929). Edición del Estado.
La habilidad con que Ferré había ejercido las facultades de su magistratura, afirmando el orden interior y el progreso, levantando y mejorando los edificios públicos, echando las bases para la ciudad moderna, rectificando calles y construcciones particulares, cuidando de la Hacienda Pública, defendiendo a Corrientes del indígena del Chaco y de Misiones, etc., pero, sobre todo, los frutos de su gestión política en relación a las demás provincias y a la nacionalidad en definición, llevaron al Congreso Provincial a reelegirlo en el cargo de gobernador con fecha 12 de Diciembre de 1827.
Ferré declinó; graves preocupaciones personales tenían su espíritu caído, pero el Congreso no hizo lugar a la renuncia.
“La Sala -le decía- no puede dejar de ser penetrada de las amarguras con que se expresa; más ella, para proceder con justicia, puso en el fiel de la balanza las lágrimas que presiente de una provincia en su ser naciente, viéndose abandonada del abrigo de los brazos de un padre, en caso de ser admitida la renuncia de su elección, en cuyo ensayo conoció naturalmente inclinado el peso en favor de la provincia y esta demanda en manera alguna puede ser desatendida ni mirada con indiferencia por la Sala”.
Ferré, con fecha 14, puso el cúmplase a la ley de su reelección(3) prometiendo ejercer el cargo -ínterin las circunstancias fuesen difíciles- y es así como después, el 29 de Noviembre de 1828, creyendo tranquilo el porvenir de Corrientes, presentará su renuncia. El período gubernativo que se iniciaba correspondía desde Diciembre de 1827 a Diciembre de 1830.
(3) A la Nota -parcialmente transcripta- Ferré contesta reiterando su renuncia. El Congreso le llamó a su seno, insistió en la imprescindible gobernación de Ferré, y éste vióse obligado a retirar su renuncia promulgando la ley. Ferré dio a luz la documentación en su Manifiesto del 7 de Febrero de 1828; anteriormente, el 3 de Enero, ya había expuesto a sus conciudadanos, en síntesis, este mismo proceso. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Revolución de Mayo hasta el Tratado del Cuadrilátero)” (1929). Edición del Estado.
“La paz se ha celebrado -decía- con el Imperio del Brasil; ya no hay un enemigo extraño; la provincia se halla tranquila en su orden doméstico; la Divina Providencia se ha declarado nuestra protectora, y debemos esperar sus dones de los impenetrables abismos del tiempo”.
El 7 de Diciembre de 1827, el Congreso correntino resuelve reelegir a Pedro Ferré para el trienio 1827-1830, atento las graves circunstancias por las cuales atravesaba el país con motivo de la sublevación de los uruguayos que desean su independencia del Imperio brasileño y de la guerra declarada entre Argentina y Brasil.
El 11 de Diciembre de 1827 es reelegido Pedro Ferré, por un nuevo trienio.
En los años 1828 y 1829 Corrientes no tomará parte en la guerra civil que estalla durante esos años entre federales y unitarios, pero promueve la formación de una Liga de las cuatro provincias federales del Litoral.
Nombrará, para ello, como su representante, a Pedro Ferré. Comprende éste que el nuevo gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, pretenderá mantener la hegemonía porteña sobre las demás provincias argentinas. Presentaba, para ello, Ferré, un proyecto muy favorable a las autonomías provinciales.
Este proyecto es rechazado por influencia de Rosas. Ferré se retira, entonces, de las sesiones realizadas en Santa Fe por los miembros de esa Liga.
- La insurrección unitaria. Operaciones militares. Lavalle se inclina por la paz. Entrevista de Los Tapiales y Pacto de Cañuelas. Pacto del 24 de Agosto
En tanto, es importante relatar los hechos que se van a suceder en la provincia de Buenos Aires, ya que ellos tendrán efecto directo en la política correntina.
La conquista del poder provincial bonaerense por los federales iba a ser de corta duración. Aunque Manuel Dorrego logró algunos aciertos parciales como gobernante, su situación era inestable. Carecía de crédito, como consecuencia de la guerra, y su posición frente a las demás provincias no era envidiable.
En el mes de Julio de 1828 se reunió en Santa Fe la Convención Constituyente, sobre la que el gobernador porteño presionó para que dictara pronto una Constitución federal que afirmara su situación, pero Juan Bautista Bustos -que se sentía competidor de Dorrego para la futura presidencia de la República- optó por hacerle una sorda oposición y trató de que el Congreso se mudara a Córdoba para asegurar su preeminencia.
Dos meses después logró la escisión de un grupo de diputados que proclamó la nulidad de lo actuado, e invitó a los demás a reunirse nuevamente en Córdoba. Esta actitud hundió la Convención.
Mientras tanto, Dorrego debió enfrentar el problema de la paz con el Brasil. Esta era la ocasión que el partido unitario aguardaba con impaciencia para recuperar las posiciones perdidas.
El Tratado de Paz fue impopular. El grueso de la opinión -incapaz de discernir las circunstancias que lo hacían necesario- sólo vio en él una claudicación. Esta sensación frustrante era más viva aún en las filas del Ejército republicano que, luego de haber obtenido victoria tras victoria, las veía anuladas por una diplomacia que no comprendía y regresaba a la patria pra ser licenciado, con muchos laureles y con los sueldos impagos.
Los políticos unitarios, que en tiempo de Las Heras habían adoptado la postura belicista, se pusieron a trabajar con premura para capitalizar ese descontento.
Mientras agitaban la opinión de la ciudad, se insinuaron ante los jefes militares que no vacilaban en hacer público su desagrado. Dos de ellos atrajeron especialmente su atención, dos veteranos de la Independencia -pese a su juventud- y que en la reciente guerra acababan de alcanzar el generalato: José María Paz y Juan Lavalle.
Ambos habían permanecido prácticamente ajenos a las luchas partidarias. El primero, cordobés, con influencias en su provincia, había definido sus convicciones políticas desde su participación en Arequito y se confesaba unitario.
El segundo, porteño y temperamental, representante del “círculo culto” de Buenos Aires, era un producto típico de la época directorial, que entremezclaba los valores ilustrados con un lirismo heroico.
La división de Lavalle sería la primera en bajar a Buenos Aires y por ser porteño su jefe estaba destinada a ser el instrumento de la revolución. Se hablaba de ésta públicamente en Buenos Aires y la prensa unitaria no ocultaba sus esperanzas en la acción de los militares.
Dorrego que, como opositor, se había caracterizado por díscolo, como gobernante decidió cortar enérgicamente las alas de la oposición, restringiendo la libertad de imprenta y destituyendo de sus cargos a quienes no le respondían plenamente.
Pero estas medidas eran ineficaces para contener un movimiento que se apoyaba en las fuerzas del Ejército. En efecto, Lavalle había aceptado la misión revolucionaria que le proponían los unitarios.
La llegada de la primera división del Ejército coincidió con la realización de elecciones de Representantes. El Gobierno hizo custodiar los atrios donde se sufragaba con las tropas de la guarnición y esto dio lugar a que los jefes de las fuerzas recién llegadas impusieran su autoridad a aquellos custodios, impidiéndoles ejercer el control o la presión que el Gobierno les había encomendado.
A partir de ese momento llegaron a Dorrego informes de que Lavalle y su segundo, Olavarría, estaban formalmente comprometidos con Agüero, Del Carril, Varela, etc. El gobernador quiso adoptar medidas de defensa, pero no tuvo tiempo.
El 1 de Diciembre de 1828 Lavalle ocupó con sus tropas la Plaza de la Victoria. Dorrego abandonó la ciudad y buscó reunirse con Juan Manuel de Rosas quien, avisado de lo que sucedía, había reunido mil milicianos.
Ese mismo día, Lavalle, siguiendo las inspiraciones de sus asesores unitarios, convocó a una Asamblea del pueblo que se reunió en San Ignacio, donde multitudinariamente lo eligió gobernador provisorio de la provincia.
Investido de este título -legalmente discutible- Lavalle delegó el Gobierno en el almirante Guillermo Brown y salió a campaña a combatir a Dorrego. Este tuvo la desgraciada idea de enfrentarle, pese a la oposición de Rosas quien tenía mejor noción de la eficacia de sus tropas inexpertas frente a los veteranos de línea.
El 9 de Noviembre de 1828 Dorrego fue totalmente batido en Navarro. Rosas percibió las consecuencias del desastre y huyó “descondido” -como él mismo escribió- hacia Santa Fe, a buscar el apoyo de Estanislao López.
Dorrego, perseguido por un sino fatal, buscó refugio en un regimiento leal, pero éste se sublevó, le apresó y le entregó al vencedor el día 10.
La captura de Dorrego dio pábulo a toda clase de versiones sobre la suerte del ex gobernador. Brown y el ministro José M. Díaz Vélez escribieron a Lavalle pidiéndole que se limitara a desterrar a Dorrego.
Pero los verdaderos promotores de la insurrección pensaban de modo distinto. Creían que ejecutando a Dorrego anonadarían al partido federal e impondrían un nuevo régimen. En este sentido, Carril, los dos Varela y Gallardo exigieron a Lavalle la muerte de Dorrego.
El jefe sedicioso se debatió entre los impulsos de su conciencia y su lealtad hacia quienes le habían entregado el mando de la revolución. Carecía de ideas políticas claras y era incapaz de medir las consecuencias de su decisión. Se dejó cegar por una fidelidad secundaria y por el resentimiento hacia el prisionero a quien llamaba desde tiempo atrás “el loco”.
El 13 de Diciembre Dorrego fue fusilado y Lavalle comunicó su decisión al Gobierno en términos que revelan la inseguridad de su convicción:
“... el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden ... la historia dirá si el coronel Dorrego ha debido o no morir ... su muerte es el mayor sacrificio que puedo hacer en obsequio del pueblo de Buenos Aires ...”.
Este paso fatal fue el prólogo de una era de violencia que ensombreció por varios lustros la política argentina.
La derrota y muerte de Dorrego no terminó con el partido federal, que encontró un nuevo y mejor jefe en la persona del coronel Rosas. Este inició una acción de guerrillas que -paulatinamente- le dio el dominio de la campaña porteña y obtuvo la alianza de Estanislao López, con quien guardaba óptimas relaciones desde el Pacto de Benegas.
Lavalle carecía a su vez de poder político propio y aún de condiciones para gobernar. Sus arrebatos podían llevarle a decisiones geniales en la batalla, pero en política sólo lo consumían en la impotencia. Adoptó un régimen dictatorial cuyas decisiones estaban en manos de los líderes unitarios más bien que en las suyas.
Restringió la libertad de prensa y aplicó un régimen de “clasificación” de los opositores -precedente nefasto que luego perfeccionaría Rosas- siendo desterrados o arrestados Anchorena, Terrero, García Zúñiga, Arana, etc.
Militarmente, Lavalle logró una victoria en Las Palmitas, mientras él invadía Santa Fe, para combinar su acción con la del general Paz que operaba ya en Córdoba bajo la bandera unitaria; su segundo, Rauch, fue vencido y muerto en Las Vizcacheras, dejando amenazada la retarguardia de Lavalle.
Este y Paz no lograron coordinar sus operaciones, distintos como eran sus temperamentos, sus criterios militares y sus intereses provinciales. Lavalle retrocedió y, mientras las guerrillas federales sitiaban Buenos Aires, enfrentó al ejército combinado de López y Rosas a sólo ocho leguas de Buenos Aires, en Puente de Márquez, donde fue vencido el 26 de Abril de 1829.
Mientras estos acontecimientos se desarrollaban, la situación económica y las finanzas fiscales entraban en un estado caótico, enajenando el apoyo de la mayoría al Gobierno unitario.
Lavalle comprendió que la situación militar estaba definida en su contra. Además, comenzaba a hartarse del dogmatismo y de la dirección de los políticos unitarios y no ignoraba el vuelco que había dado la opinión pública, cada vez menos favorable a los decembristas.
Pese a sus errores era un patriota y decidió dar el paso hacia la paz con el mismo impulso arrebatado con que había encabezado la revolución y dispuesto la muerte de su adversario.
La posibilidad de que el general José de San Martín -su antiguo jefe, que había llegado en Febrero a la rada de Buenos Aires- se hiciera cargo del Gobierno, se había disipado. El ilustre general había rechazado el ofrecimiento, hecho separadamente por ambos partidos en pugna, pues no estaba dispuesto a desenvainar su espada contra sus hermanos.
La respuesta de San Martín a Lavalle contenía una apreciación drástica de la situación: los partidos eran irreconciliables y sólo un Gobierno fuerte que exterminara al partido contrario sería capaz de dominar la situación. El no estaba dispuesto a ser instrumento de semejante acción que repugnaba a su temperamento.
Tampoco Lavalle estaba dispuesto a ello o ya había pasado el tiempo en que se había creído capaz de hacerlo. La única solución era la paz. No con López -cuya presencia en territorio porteño no toleraba- sino con Rosas, su ex compañero de la comisión de límites, su comprovinciano.
Una gestión de avenimiento realizada por Pueyrredón fracasó. Lavalle propuso que Guido se hiciera cargo del Gobierno exiliándose él por dos años. Tanto Rosas cuanto el Gobierno delegado unitario, rechazaron la propuesta.
Gran cantidad de unitarios partieron al exilio como manifestación de protesta contra las gestiones de paz. López, enterado de la victoria del general Paz contra Bustos en San Roque, dejó a Rosas a cargo de la lucha en Buenos Aires y se retiró con santafesinos a defender su provincia.
La partida de López ofreció a Lavalle la ocasión esperada. Una noche, el general parte solo de su campamento de Los Tapiales y se presenta en el de Rosas, ante el estupor de todos(4). Como diría el general unitario “en la actual lucha no hay sino porteños”, luego, la paz es posible.
(4) ¿Inesperada o de común acuerdo? La reunión de Cañuelas ha sido objetada en nuestros días. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
En aquella decisiva entrevista se establecen las bases de la pacificación. Pocos días después en Cañuelas se ratifica lo acordado en un pacto (24 de Junio). Cesaban las hostilidades, se elegirían legisladores provinciales, se nombraría un gobernador -a quien Rosas y Lavalle entregarían sus tropas- se reconocían las obligaciones contraídas por el ejército federal y los grados militares en él establecidos, nadie sería molestado por sus opiniones políticas anteriores.
En una cláusula reservada se acordaba que ambos partidos concurrirían a elecciones de Representantes con una misma lista de elementos moderados.
Lavalle, impresionado tal vez por el vaticinio sanmartiniano, proponía a Rosas la extinción de los actuales partidos por vía de la unión y con una dosis pareja de entusiasmo e ingenuidad le escribía: “Marcho firme como una roca hacia la reconciliación de los partidos”.
Su destinatario, hombre de naturaleza totalmente distinta, notablemente práctico y frío en sus especulaciones, le hacía notar las dificultades de apagar las pasiones y le recomendaba actuar con energía y decisión(5).
(5) Carlos Ibarguren. “Juan Manuel de Rosas” (1930), p. 192, Buenos Aires. Ed. La Facultad. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
Rosas no ignoraba la resistencia violenta de los unitarios más rotundos a las condiciones pactadas, especialmente a la propuesta lista conjunta. Lavalle pronto se encontró en una situación muy difícil, oprimido entre su palabra empeñada y la resistencia de sus partidarios, muchos de los cuales rompieron abiertamente con él. Rosas, que sabía presionar epistolarmente y era a la vez propenso a las elucubraciones lúgubres, le escribía:
“Horroriza mi amigo, el cuadro que presenta nuestra patria si la fe en los pactos se destruye y la confianza se pierde. Todo será desolación y muerte”(6).
(6) Carlos Ibarguren. “Juan Manuel de Rosas” (1930), p. 192, Buenos Aires. Ed. La Facultad. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
La alarma de Rosas era fundada. Los unitarios decidieron concurrir a las elecciones con listas propias y el 26 de Julio el acto eleccionario fue una seguidilla de violencia y fraudes.
Los elementos federales protestaron y se retiraron en masa al campamento de Rosas amenazando la reanudación de la guerra. Lavalle, fiel a su palabra, anuló las elecciones, con lo que rompió definitivamente con el partido que lo había llevado al poder.
Rosas aprovechó la ocasión para escribirle a un amigo común estas palabras:
“... si el general Lavalle se une conmigo ... debe esperar la felicidad de la patria y sin duda la suya acompañada de inmensa gloria. Por el contrario, de los otros, la muerte del país y la suya particular”(7).
(7) Reproducido por Adolfo Saldías. “Historia de Rosas”, luego retitulada “Historia de la Confederación Argentina” (1881/1883), tomo I, p. 260. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
La situación resultante favorecía ampliamente a Rosas. El general Lavalle insistió en la conciliación y, el 24 de Agosto, tras una nueva entrevista con el jefe federal, se firmó un segundo pacto por el que se nombraba gobernador provisorio -con facultades extraordinarias- al general Juan José Viamonte, quien debía hacer cumplir el Pacto de Cañuelas.
Viamonte asumió el Gobierno bonaerense. Lavalle se retiró a su casa hostigado por unitarios y federales y Rosas permaneció en la campaña, aparentemente alejado del Gobierno, cuidando de restablecer la confianza de Estanislao López que se había ofendido por el hecho de que el Pacto de Cañuelas se había realizado sin dársele noticia alguna, y preparando la explotación política del aniversario del fusilamiento de Dorrego.
Esta campaña estaba destinada a liquidar definitivamente -ante la opinión pública- a los unitarios y a Lavalle, a quien pocos meses antes ofreciera su alianza y amistad. Funerales, procesiones cívicas, cantos, crearon el clima que proclamaban víctimas a Dorrego y los suyos, y victimarios a sus enemigos. Ante tal presión, Lavalle pidió su pasaporte para exiliarse. Muchos de sus ex amigos lo habrían precedido. El cálculo de Rosas fue exacto.
El 1 de Diciembre, aniversario de la insurrección que derribó a Dorrego, la misma Legislatura -entonces disuelta- se reunió nuevamente. Tomás M. de Anchorena propuso que se nombrase gobernador con facultades extraordinarias. Aguirre, García Valdés y otros se opusieran a esto último, pero su resistencia fue vencida por una gran mayoría.
Llegado el momento de elegir gobernador, 32 de los 33 diputados votaron por Juan Manuel de Rosas. Una semana después se hizo la transmisión del mando en medio de una muchedumbre delirante que festejaba al nuevo mandatario. Los caballos de su carroza fueron desenganchados y un grupo de ciudadanos arrastró el coche. Un poeta calificaba a Rosas de “astro nunca visto que de repente apareció”.
La época de Rosas había comenzado.