COMIENZA LA GUERRA. PREPARACION MILITAR
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La construcción nacional en Sudamérica involucraba mucho más que la asignación de identidades específicas para distinguir unos pueblos de otros. También suponía el establecimiento de Instituciones concretas; Estados que buscaran crear características políticas independientes en línea con las necesidades y aspiraciones de la gente.
Internamente, el Estado promovía dentro de cada país el respeto por su autoridad a través de los impuestos, la educación de los jóvenes, la promulgación de edictos y otras funciones gubernamentales. Internacionalmente, probó ser incluso más difícil para estos nuevos Estados obtener el reconocimiento que exigían como herederos del poder colonial o como expresión de la soberanía “popular”.
Los conflictos de límites invariablemente frustraban los reclamos mutuos de ese estatus, ya que nadie podía decir dónde terminaba la autoridad de una “nación” y comenzaba la de la otra. Como ilustran los litigios en torno a Mato Grosso, las misiones y la Banda Oriental, tales conflictos eran frecuentes y a menudo virulentos, lo que envenenó las relaciones entre los vecinos por décadas.
Sin embargo, a la vez, impulsó el desarrollo de la más importante institución correlativa de los Estados: las Fuerzas Armadas. Así se la vea como una plaga o como una bendición para la cohesión nacional, no hay duda de que la milicia jugó un papel crucial en el siglo diecinueve en Sudamérica.
Proporcionó un instrumento a través del cual los miembros de la élite pudieron legitimar su poder, ofrecer empleo en ciertas áreas deprimidas, incorporar elementos de modernización en economías que eran en otros aspectos atrasadas y hacer que la política pública fuera algo palpable en una amplia extensión del territorio.
Es útil recordar que el Brasil, la Argentina, el Uruguay y el Paraguay compartían una situación militar similar. Los cuatro países enfrentaron largos períodos de incertidumbre durante los cuales extranjeros -o indios locales- confrontaron la autoridad estatal a discreción y con la más extrema violencia.
Aunque el Paraguay sentía estos peligros más cercanamente que sus vecinos a principios de los 1800, todos los experimentaban en un grado suficiente como para impulsar la creación de ejércitos y armadas profesionales. Más allá de esta inquietud general, sin embargo, las experiencias de los cuatro países diferían tan profundamente como sus intereses políticos.