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Las Fuerzas Armadas Aliadas se asientan en Corrientes

La confluencia de los ríos Paraná y Paraguay ofrece un panorama espectacular, con el verde-azulado Paraguay fusionándose irregularmente con el cenagoso Paraná en medio de un paisaje de exuberantes florestas y brillantes bancos de arena.

Donde sea que uno mire, las aguas predominan. Se mezclan y avanzan en dirección a Buenos Aires, dividiéndose en siete grandes corrientes antes de juntarse nuevamente, regando generosamente en todo su curso los territorios bajos en ambas márgenes.

En semejante ambiente, la obra del hombre normalmente se percibe distante, sin importancia, apenas merecedora de comentarios, pero no era éste el caso en Enero de 1866. El Paraná interponía una barrera de dos kilómetros de ancho entre las orillas argentina y paraguaya y, aún así, a los hombres armados de un lado y del otro esa distancia les habrá parecido mucho menor y mucho más inquietante.

La imaginación asume un papel poderoso en las mentes de soldados que tienen muy poco que comer y demasiado tiempo para quejarse. Los campos Aliados, esparcidos en un arco desde Corrientes hasta el pequeño puerto de Itatí, habían estado colmados de preocupaciones desde hacía ya un tiempo.

Meses antes, al enlistarse en un arresto de entusiasmo, los hombres habían supuesto que pronto enfrentarían al enemigo, pero todo lo que habían hecho era ejercitarse y ejercitarse.

Muy pocos habían visto más de uno o dos piquetes paraguayos y casi ninguno había disparado un arma en una refriega. ¿Cuándo recibirían raciones apropiadas y uniformes decentes? ¿Cuándo se aplacaría el calor del verano? Y, sobre todo, ¿cuándo los Ejércitos recibirían órdenes de marchar al Norte e internarse en el Paraguay?(1).

(1) Ver, por ejemplo, Juan M. Serrano a Martín de Gainza, Ensenaditas, 7 de Enero de 1866, en el Museo Histórico Nacional (Buenos Aires), Legajo 10.613. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los brasileños, quienes habían montado Campamentos cerca de Corrientes -en Laguna Brava y Tala Corá- estaban algo mejor. Sus buques navales dominaban el tráfico del río y tenían buenas comunicaciones con Buenos Aires y Río de Janeiro. A pesar de las imperfecciones de la línea de suministros, las tropas del general Manoel Osório se las arreglaban mejor que sus aliadas argentinas y uruguayas para obtener las necesarias provisiones.

De hecho, para principios de año, los brasileños habían almacenado tanta cantidad de galleta, harina, sal y carne seca que sus intendentes podían intercambiar una parte por novillos ofrecidos por los estancieros correntinos. Nadie en el Campamento argentino podía darse el lujo de arreglos semejantes.

Aunque sus suministros eran adecuados “y objeto de alguna envidia”, también los brasileños tenían mucho de qué quejarse. Las raciones dependían demasiado de la carne para gente cuya dieta usualmente incluía muchas frutas y granos. Las omnipresentes moscas y los insufribles mbarigui, además, hacían que comer fuera una prueba de resistencia a los insectos, a los que había que sacar con las cucharas de todas las comidas(2).

(2) Evangelista de Castro Dionísio Cerqueira. “Reminiscências da Campanha do Paraguai. 1864-70” (1948), p. 121, Río de Janeiro. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

En otros órdenes, la vida de los brasileños no era tan mala. Los hombres usaban su tiempo para construir chozas de caña y paja con techos de palma sorprendentemente frescas y confortables. El número de brasileños en el sector había crecido para fines de Enero a alrededor de 40.000, con unidades regulares mezcladas con voluntários da pátria(3).

(3) Charles Ames Washburn a William H. Seward, Corrientes, 1 de Febrero de 1866, en Washburn-Norlands Library, Libermore Falls, Maine. Otras fuentes ubican el número total de tropas brasileñas entre 30.000 y 35.000. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Con semejante cantidad, las tropas podían contar con la presencia de gente de los más diversos oficios, desde fabricantes de muebles hasta talabarteros y sastres, todos los cuales se hacían un extra satisfaciendo las necesidades de los Campamentos. Con reputación más cuestionable, también había proveedores de licor, tahúres y vendedores de folletos pornográficos(4).

(4) Las tropas brasileñas recibieron unos 100.000 soberanos de salario para mediados de Enero y por lo tanto tenían suficiente efectivo para gastar en bagatelas. Ver: periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 10 de Enero de 1866. Aún así, había ladrones entre los hombres, que sustraían más que una ocasional cabeza de ganado; en una oportunidad, al Hotel Dos Aliados le robaron varios cientos de pesos y numerosas casas de correntinos fueron asaltadas al principio de la ocupación Aliada. Ver: Jefe de Policía Juan J. Blanco a Ministro Provincial Fernando Arias, Corrientes, 26 de Enero de 1866, en el Archivo General de la Provincia de Corrientes, Correspondencia Oficial 213, folio 39 (concerniente al arresto de una pandilla de rateros argentinos y brasileños). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los soldados brasileños frecuentemente se entretenían cazando cocodrilos (yacarés), que había en abundancia en las lagunas correntinas. Estos animales podían ser una presa peligrosa. Según un relato, una noche un espécimen particularmente grande irrumpió en la choza de un soldado, lo agarró por una pierna y se lo habría llevado al agua si no hubiera sido por la intervención de sus camaradas(5).

(5) "Diário do Rio de Janeiro", 21 de Marzo de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

La proximidad entre los Campamentos brasileños y el pueblo de Corrientes ofrecía muchas tentaciones. La normalmente aletargada comunidad ahora albergaba improvisadas pulperías, burdeles, salones de baile para los soldados y pasables restaurantes para los oficiales (muchos de los cuales eran “abogados de Río” que demandaban una gastronomía más elevada)(6).

(6) Comentarios de John Le Long, en el periódico “The Standard” (Buenos Aires), 10 de Enero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

No todo era placentero, sin embargo. Altercados de palabra y riñas de cuchillo entre los brasileños y sus aliados, incluso varios homicidios, ocasionalmente perturbaban la paz de la pequeña ciudad, aunque nunca tan a menudo como para interferir con los lucrativos negocios(7).

(7) “Sindbad”, en el periódico “The Standard” (en la edición del 8 de Marzo de 1866), observó que “las peleas callejeras que invariablemente terminan en sangre no son notadas ni por la policía ni por los periódicos, hasta tal punto que se convirtieron en moneda corriente. Los homicidios y otros crímenes perpetrados justificarían segundas ediciones y dobles páginas en los diarios y ni la más mínima mención se hace de ellos, ¡en nombre del progreso y la marcha del intelecto!” Un mes más tarde las cosas no habían mejorado, a juzgar por las palabras de un observador anónimo que registró que “el más abierto robo ocurre en Corrientes (con) soldados brasileños ofreciendo a los oficiales espadas por un (peso) boliviano, revólveres por dos o tres dólares e incluso sus propios uniformes. No hay tropas argentinas en Corrientes, pero cada noche se cometen crímenes”. “The Standard” (Buenos Aires), 12 de Abril de 1866. Más de un año después, el mismo “Sindbad” reportó desde Corrientes sobre la prevalencia de las riñas callejeras, dos de las cuales habían ocurrido la noche del 9 de Noviembre de 1867 (“en ambos casos había mujeres de por medio”). Ver: “The War in the North”, en el periódico “The Standard” (Buenos Aires), 16 de Noviembre de 1867. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Habiendo expresado sentimientos ambiguos hacia la ocupación paraguaya a principios del conflicto, los locales ahora se inclinaban sin reservas a favor de la causa aliada.

Los correntinos todavía sospechaban de las intenciones brasileñas pero, con los beneficios enormes que hacían como proveedores del Ejército, los mercaderes del pueblo gustosamente pusieron sus dudas de lado para recargar hasta tres veces el precio a sus nuevos clientes, tanto brasileños como argentinos(8).

(8) Francisco M. Paz a Marcos Paz, Corrientes, 24 de Enero de 1866, en Archivo del coronel, doctor Marcos Paz (La Plata, 1964), tomo 5, p. 37; media docena de recalcitrantes oponentes de la guerra fueron silenciados en los calabozos de Corrientes acusados de “incivismo”. Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 17 de Enero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Como observó el corresponsal de “The Standard”:

“Las palabras no nos pueden dar una idea de Corrientes en este momento; cada casa o pieza habitable está ocupada por oficiales brasileños. Dos onzas y media (de oro) se pagan por el alquiler de un lugar apenas suficiente para una cama y dos sillas (...).
“No hay cocineras ni limpiadoras disponibles; mujeres pobres y muchachas que nunca tuvieron una onza ahora tienen sacos de oro (...).
“Embaucadores familiarizados con las localidades alemanas de Baden-Baden o polacos que han servido en los Estados rebeldes del Norte (se refiere a la Guerra de Secesión de Estados Unidos) se congregan en hoteles, donde viven con gran estilo. De dónde vienen, o cómo obtienen su dinero para pagar su forma de vida, nadie lo sabe”(9).

(9) Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 17 de Enero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Esta tendencia duró hasta casi el final de la guerra. Muchos mercaderes extranjeros terminaron en Corrientes para agregar sus servicios y ambiciones a la atmósfera general de especulación(10).

(10) El Censo de 1869 revela que había 415 individuos dedicados al comercio en el puerto, de los cuales 181 eran extranjeros, incluyendo tres suizos, un austríaco y un mexicano (¡!). Ver: Archivo General de la Nación (Buenos Aires) - Censo 1869, Legajos 210-212. A juzgar por las notas en los periódicos correntinos, estos mercaderes ofrecían toda clase de mercaderías a los soldados aliados, incluso espadas importadas y uniformes. Ver anuncios comerciales en “El Nacionalista”, (Corrientes), 7 de Febrero de 1866; y “El Eco de Corrientes”, (Corrientes), 31 de Diciembre de 1867. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

A diferencia de las fuerzas brasileñas, las tropas argentinas todavía sufrían la misma confusión que las caracterizó en Yatay y Uruguayana. No era sólo una cuestión de pobre logística. Aunque se habían reunido 24.522 soldados de varias provincias en Ensenaditas, todavía tenían que desarrollar alguna obvia cohesión militar(11). Pese a los constantes ejercicios, las interminables marchas y todo el aliento del presidente Mitre, mucha acritud todavía separaba a los hombres del Interior de los porteños de Buenos Aires(12).

(11) Esta cifra incluye a los 158 hombres de la Legión Paraguaya anti López, pero no las unidades entrerrianas de artillería, que llegaron en Febrero y Marzo. Ver: Juan Beverina. “La Guerra del Paraguay” (1921), tomo 3, pp. 646-648 (Anexo 52), (cuatro volúmenes). Ed. Establecimiento Gráfico Ferrari, Buenos Aires. Una reorganización de la Guardia Nacional argentina en el mismo final de Enero de 1866, registró 21 batallones de infantería, 4 regimientos de caballería (y algunos irregulares correntinos) y dos unidades de artillería. Ver: Miguel Angel De Marco. “La Guardia Nacional Argentina en la Guerra del Paraguay” (1967), en “Investigaciones y Ensayos”, Nro. 3, pp. 227-228, Buenos Aires.
(12) Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), reportó con más optimismo que hechos que las “rudas levas de Mitre, que nunca habían disparado un mosquete previamente, arribaron al Paraná como un ejército de soldados bien entrenados” (ver edición del 6 de Febrero de 1866). // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Mitre había designado al vicepresidente Marcos Paz como encargado de los suministros y ambos hombres eran lo suficientemente astutos como para reconocer que la buena moral era tan importante como el buen aprovisionamiento(13).

(13) Bartolomé Mitre a Marcos Paz, Paso de Patria, 21 de Enero de 1866, en Archivo del coronel doctor Marcos Paz (La Plata, 1996), tomo 7, pp. 132-134. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Paz, por lo tanto, se apuró a embarcar nuevas tiendas y uniformes de verano desde la capital como una forma de construir un espíritu de cuerpo. Cuando visitó el Campamento, “don Bartolo” notó el efecto positivo de estos uniformes, aunque consideró que los quepis eran completamente inadecuados para protegerse del sol abrasador. Para dar el ejemplo, él mismo se preocupó de usar la gorra reglamentaria hasta que llegaron los reemplazos de ala ancha pero, como sus soldados, nunca se sintió a gusto con ella(14).

(14) Christopher Leuchars. “To the Bitter End (Paraguay and the War of the Triple Alliance” (2002), p. 91. Greenwood Press, Westport, Connecticut. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los argentinos y uruguayos dedicaban horas y horas a los ejercicios. Esto agudizó sus reflejos y los acostumbró a los severos gritos de sus sargentos, pero seguían encontrando difícil dejar atrás una cierta laxitud típica de la sociedad gaucha.

Los hombres nunca entendieron del todo la clase de combate organizado para el que trataban de adiestrarlos. Para ellos, la guerra se reducía a escaramuzas irregulares. Aunque eran valientes, no podían enfocarse en un objetivo único y, por lo general, nunca se concibieron realmente como soldados, mucho menos como soldados argentinos o uruguayos(15).

(15) Jorge Luis Borges capturó exactamente este estado de cosas en su poema “Los Gauchos” (1969), que celebra la carrera del soldado-poeta Hilario Ascasubi: “No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro. / Su ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en Repúblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos. / Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo. / Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quiénes eran o qué eran. / Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros”. Ver: Jorge Luis Borges. “Obras Completas. 1923-1972” (1974), p. 1.001. Emecé, Buenos Aires. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los oficiales tenían que sortear con mucho tacto cuestiones que los hombres consideraban prerrogativas concedidas por Dios. Tenían que hacer la vista gorda, por ejemplo, ante las ausencias no autorizadas.

Las circunstancias ciertamente pedían flexibilidad, pero grandes desviaciones de los procedimientos militares aceptados implicaban riesgos. Como subrayó en una ocasión un corresponsal de guerra, la tentación de desertar era particularmente fuerte entre los hombres reclutados en los distritos vecinos:

“Los soldados correntinos se tomaban franco sin avisar (...). La mayoría retornaba a sus casas sin licencia y se les permitía; se quejaban, tal vez con razón, de tener mucho que hacer además de pelear, de la mala paga, de no recibir ropa, muy poco tabaco, yerba, jabón o sal.
“Desde que comenzó la campaña, habían tenido un solo pago de cinco dólares bolivianos. También protestaban airadamente por daños causados por proveedores, pagadores, macateros, por los crueles e infames mondaha (ladrones) que actuaban con impunidad”(16).

(16) Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 10 de Enero de 1866; la historia militar de Corrientes, que reflejaba la cultura tradicional del gaucho de las pampas más que la vida campesina del Paraguay, ha sido objeto de considerable atención. Ver, por ejemplo, Hernán Félix Gómez. “Historia de la provincia de Corrientes (desde la Revolución de Mayo hasta el Tratado del Cuadrilátero)” (1929), passim. Imprenta del Estado, Corrientes; y Pablo Buchbinder. “Estado, Caudillismo y Organización Miliciana en la Provincia de Corrientes en el Siglo XIX (el Caso de Nicanor Cáceres)” (2005), en “Revista de Historia de América”, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Costa Rica, Nro. 136, pp. 37-64. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los Comandantes aliados podían disculpar las ausencias sin permiso como una complicación menor. La deserción, en cambio, representaba una amenaza seria.

Los desbandes de las tropas entrerrianas en Basualdo y Toledo todavía provocaban comentarios en el Campamento y con el ejemplo de tanta tropa que simplemente abandonaba el frente. ¿Cuán difícil se les haría a individuos o pequeños grupos seguir el mismo camino? No importaba que ya hubieran partido refuerzos hacia Corrientes; ellos, también, podían dejar sus puestos(17).

(17) Un Informe de fines de Enero sostenía que los “Campamentos de Corrientes están llenos de desertores, peones que antes eran escasos y ahora son superabundantes, pero algunos piquetes de caballería (sic) están rastrillando el país en busca de desertores; justo en el momento en que este vapor partía, un oficial y diez soldados eran traídos, engrillados y atados”. Periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 1 de Febrero de 1866. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Si esto pasaba, Mitre tendría que conceder a sus socios brasileños mayor autoridad de la que habría sido conveniente para él. Podría incluso inspirar abiertas rebeliones en otras áreas de la Argentina. Por lo tanto, era imperativo abstenerse de mencionar la palabra “deserción”.

Probablemente el ejemplo más impactante del problema se produjo entre las unidades uruguayas acampadas cerca de Itatí. Estas fuerzas estaban comandadas por el general Venancio Flores, triunfador en Yatay y ahora Jefe de Estado de su país. La guerra nunca había gozado de mucho apoyo en la Banda Oriental del Uruguay, salvo por parte de los más fanáticos partidarios de Flores en el partido colorado.

Aunque era presidente, el General siempre tuvo dificultades para obtener tropas frescas de Montevideo y tenía que conformarse con los cansados y harapientos hombres que había traído con él al principio de la campaña. Para completar con los soldados bajo su comando -un número total de alrededor de 7.000- Flores llenó su Ejército de prisioneros paraguayos tomados en Yatay y Uruguayana. Si bien consumían sus raciones y recibían su paga, estos “reclutas” nunca llegaron a apreciar a sus jefes. Y ahora que se encontraban cerca del Ejército de López, muchos rompían con sus unidades y se arriesgaban a nadar hasta el Paraguay.

Podría parecer extraño que Flores esperara que sus levas paraguayas le fueran leales. Sin embargo, como jefe tradicional acostumbrado a guerras civiles en las praderas, no podía presumir otra cosa ya que, en tales conflictos, las tropas gauchas comúnmente se plegaban a cualquier facción que tuviera el líder más fuerte.

Pero los paraguayos no eran gauchos y no estaban tan dispuestos a dejarse encandilar por la fuerza de la personalidad de cualquier caudillo, ni siquiera por la de López. Para ellos, abiertas o latentes consideraciones de patriotismo neutralizaban todas las dudas sobre el régimen del Mariscal y, apenas podían, huían del campo aliado para reunirse con sus compatriotas. Nervioso y molesto por tal “ingratitud”, el general Flores hizo fusilar a un desertor frente a todo su batallón(18).

(18) Efraím Cardozo. “Hace Cien Años (Crónicas de la Guerra de 1864-1870” (1968-1982), tomo 3, p. 44. Publicadas en “La Tribuna”, (trece volúmenes). Ediciones EMASA, Asunción. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Cuando se dio cuenta de que ni siquiera estas drásticas medidas aliviaban el problema, finalmente siguió el consejo de uno de sus Comandantes veteranos, el nacido español León de Palleja, quien le recomendó desarmar a los paraguayos y enviarlos río abajo a Montevideo para servir en obras públicas(19). Un número considerable, no obstante, permaneció en las filas, ganando tiempo hasta que también ellos pudieron escapar(20).

(19) León de Palleja. “Diario de la Campaña de las Fuerzas Aliadas contra el Paraguay” (1960), tomo 2, p. 10, (dos volúmenes), Montevideo. Los prisioneros paraguayos despachados a Montevideo fueron todos apresados a principios de Marzo cuando se rumoreó que planeaban una rebelión junto con partidarios blancos. Dado el tamaño de las guarniciones tanto coloradas como brasileñas en la capital uruguaya, tal rumor podría parecer absurdo, pero los paraguayos a menudo se enfrentaron a peores destinos, por lo que no hay que descartar que la historia sea más que un simple invento. Ver: periódico “The Standard”, (Buenos Aires), 7 de Marzo de 1866.
(20) Periódico “El Nacional”, (Buenos Aires), del 25 de Enero de 1869, notó que “a primera vista de Paso de Patria, ellos olvidaron la esclavitud que habían sufrido, se olvidaron de los azotes, las crueldades y heridas de López y sus seguidores, se olvidaron de la desnudez, el hambre y todos los tipos de miseria; olvidaron igualmente la conmiseración que les habíamos ofrecido, el trato que les dimos como camaradas y hermanos. Todo eso olvidaron y se perdieron (a través del río) como en un sueño”. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los “desertores” paraguayos que se lanzaban a una corta, pero penosa huida a nado a Itapirú, se exponían a un riesgo considerable. No sólo porque las corrientes eran excepcionalmente fuertes y porque los guardias de los piquetes eran de “gatillo fácil”, sino porque las tropas del lado de López tenían órdenes de arrestar a cualquiera que cruzara.

El Mariscal consideraba a los fugados como posibles espías y dispuso una recepción letal para ellos. Los menos afortunados -aquellos encontrados en nuevos uniformes aliados- fueron sumariamente ejecutados como traidores(21). Aún así, el número siguió creciendo hasta que López abandonó su dura política y dio órdenes de darles la bienvenida(22).

(21) Periódico “El Semanario”, (Asunción), del 16 de Diciembre de 1865. La traición estaba muy metida en la mente de los paraguayos en ese tiempo debido a que dos altos oficiales durante la expedición de Corrientes -el general Wenceslao Robles y el mayor José de la Cruz Martínez- habían sido arrestados y falsamente acusados de venderse al enemigo. Si tales oficiales podían traicionar al Paraguay -razonaba López- con más razón podían hacerlo simples soldados que escapaban del lado de los Aliados. Ver: “Exercise de 5 Avril 1866” (cónsul francés Emile Laurent Cochelet), en Luc Capdevila. “Variations sur le pays des femmes. Echos d’une guerre américaine (Paraguay. 1864-1870)” / Temps présent)” (2006), pp. 373-374, Rennes.
(22) Ver declaración de Cándido Franco y Pablo Guzmán, Paso de Patria, 11 de Marzo de 1866, en el Archivo Nacional de Asunción, Sección Jurídica Criminal, Nro. 1.797. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Nunca dejó del todo sus sospechas de lado, sin embargo, ni se sintió jamás a gusto con los paraguayos que habían pasado mucho tiempo fuera de su dominio. Emocionalmente, el Mariscal reflejaba la dura e insegura historia de su país. Su pueblo usualmente reaccionaba ante las pruebas de la vida de una manera completamente pasiva, pero se volvía altamente volátil cuando se presentaban amenazas inesperadas.

López entendía bien esta inclinación, porque la compartía. Éste no era momento de ignorar sus sospechas. En esta crítica etapa de la guerra, no tenía deseos de ver su Ejército infiltrado con soplones, saboteadores o potenciales asesinos(23).

(23) El Mariscal tenía un considerable temor a los asesinos y se rodeó -desde el principio de su presidencia- con un doble, y luego triple cordón de guardias armados. Ver: George Thompson. “The War in Paraguay with a Historical Sketch of the Country and Its People and Notes upon the Military Engineering of the War” (1869), pp. 114-115. Ed. Longmans, Green, and Co., Londres. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los paraguayos en el frente no perdían tiempo en estas cuestiones. La gran mayoría eran pequeños propietarios o campesinos quienes -en su día a día- raramente daban importancia a asuntos que fueran más allá de sus aldeas; eran, al mismo tiempo, proclives a no dudar una vez que recibían una orden. Ahora que la mayor parte de las tropas disponibles se había movilizado al sur, a Paso de la Patria, necesitaban consolidar sus defensas lo más rápido posible.

Dejaron Humaitá con una pequeña guarnición -apenas unas pocas unidades de artillería- para ocuparse de las principales baterías. Los soldados arrastraron unos cuantos cañones a nuevas posiciones en Curuzú y Curupayty. En este último sitio, atravesaron tres cadenas de hierro de considerable grosor a través del río Paraguay hasta el Gran Chaco, con varias minas adheridas intermitentemente.

En el Paso mismo, los sesenta cañones que protegían el codo del río estaban ahora manejados por los experimentados cañoneros del coronel José María Bruguez, quien se había distinguido siete meses antes en la batalla del Riachuelo.

Para fortalecer la posición defensiva todavía más, el coronel despachó unidades de artillería para ocupar la pequeña Isla de Redención, adyacente a Itapirú, y mandó ubicar allí ocho cañones para fuego de cobertura de tropas de asalto.

Mientras tanto, el Mariscal transformó varios miles de sus jinetes en infantes y los envió a trabajar para construir ranchos y barracas de madera. Para López y su personal directo, los soldados construyeron un bonito cuartel, un edificio amplio de adobe con columnas y vigas de sólido lapacho. Era lo bastante alto como para permitir una buena vista del Paraná, pero estaba lo suficientemente alejado como para quedar fuera del alcance de cualquier disparo de los buques de guerra aliados.

Desde esa segura posición, López podía fácilmente observar la orilla opuesta del río y las numerosas fogatas que iluminaban los Campamentos aliados de noche. La cercanía del enemigo lo irritaba tanto como lo tentaba. Ya en los primeros días de Diciembre había decidido hacer algo al respecto.

Después de inspeccionar las obras en Itapirú, retornó a Paso para asistir a una Misa junto con Elisa Lynch. Al dejar la pequeña capilla, la pareja divisó una patrulla de piquetes aliados en la margen opuesta del Paraná y, por puro gusto, el Mariscal despachó cuatro cañones con doce hombres cada uno para tomar la orilla de enfrente y perseguir a los sorprendidos correntinos.

Uno de sus hombres murió, pero el Mariscal disfrutó con gran placer el alboroto que había causado(24). De allí en adelante, envió patrullas de asalto al otro lado del río en cada oportunidad que se le presentó e instó a sus soldados a matar a todos los enemigos que pudieran(25).

(24) “Memorias del teniente coronel Julián N. Godoy, edecán del mariscal López”, Asunción, 13 de Abril de 1888, en el Museo Histórico Militar, Colección Gill Aguinaga, Carpeta 7, Nro. 3, Asunción.
(25) Si vamos a creer a Charles Ames Washburn en este punto, los salteadores paraguayos decapitaron a cada soldado aliado que cayó en sus manos, probando al mundo lo poco que había cambiado desde “los días de Alba y Torquemada”. Ver: Washburn a Seward, Corrientes, 1 de Febrero de 1866, en Washburn-Norlands Library, Libermore Falls, Maine. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Estos asaltos, que usualmente involucraban menos de cien hombres, eran altamente populares entre los paraguayos, especialmente para el teniente coronel José Eduvigis Díaz, a quien López encargó su organización. Este oficial tenía un entendimiento intuitivo de sus hombres, que probablemente provenía de su época de Jefe de la Policía de Asunción.

Díaz tenía un carácter que los paraguayos llaman mbarete, un aire de seguridad en sí mismo y resolución que imponía respeto y obediencia a los demás. El truco ahora era enfocar su entusiasmo. Asimismo, con tantos hombres llegando desde Humaitá y otros sitios del Norte, el coronel se aseguró de incluir a los nuevos reclutas en estas operaciones relámpago para probar su temple y darles alguna experiencia en combate(26).

(26) Periódico “El Semanario”, del 9 de Diciembre de 1865. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Aunque cortos, los enfrentamientos ilustraban muy bien el despiadado fervor de los paraguayos. En una ocasión, a mediados de Enero, los hombres de Díaz mataron a doce hombres desarmados que habían ido a la orilla del río a lavar sus ropas. Dos de los muertos fueron decapitados y sus cabezas llevadas como trofeos al Mariscal. Este censuró severamente el “acto como bárbaro, sólo esperable de salvajes”(27), pero no castigó a nadie.

(27) Esta fue una de las pocas veces en las que Francisco Solano López desautorizó una atrocidad. Ver: “Memorias de Julián N. Godoy”. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Los líderes veteranos de los Aliados entendían la limitada naturaleza de estos asaltos y los presentaban en sus Informes oficiales como intrascendentes. Por más que lo intentaran, sin embargo, no podían remover la impresión de que su resistencia estaba desmoralizada. Los periodistas que habían llegado desde el sur se sentían igual de alterados con la imagen, aunque ellos mismos se habían encargado de propagarla.

Entretanto, el ciudadano medio en Brasil y Argentina se sentía indignado. Cuanto más fracasaban los Aliados en poner fin a las incursiones, más parecía que los paraguayos estaban ganando victorias significativas. Parte del problema radicaba en la flota fluvial Aliada. La Armada Imperial tenía dieciséis vapores de guerra (tres de ellos acorazados) en Corrientes. Esto era más que suficiente para contener las irrupciones, pero los barcos se rehusaban a enfrentar a los paraguayos.

Esta aparente timidez de la Armada molestaba a Mitre, a Flores e incluso al general Osório y a otros oficiales brasileños, que se preguntaban por qué el Comandante de la flota, el almirante Francisco Manuel Barroso, no movía al menos un barco río arriba(28). Su mera presencia forzaría a Díaz a abandonar sus audaces asaltos diurnos.

(28) Mitre, de mala manera, señaló que los paraguayos “se han hecho dueños del río con su flotilla de sesenta canoas debido a que el escuadrón brasileño no tiene Instrucciones siquiera de avanzar a la boca del Paraguay”. Ver Mitre a Marcos Paz, Ensenadita, 1 de Febrero de 1866, en el Archivo del coronel doctor Marcos Paz, tomo 7, p. 141; y periódico “El Pueblo”, (Buenos Aires), del 25 de Enero de 1866. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Pero la flota brasileña no se movió. De hecho, no lo hizo por cuatro meses. Como “Sindbad”, el corresponsal del periódico en inglés “The Standard”, señaló:

“En ese intervalo ninguna lancha, ningún bote (había) sido enviado a hacer un reconocimiento o a observar los movimientos del enemigo; ningún esfuerzo se había hecho en absoluto para contrarrestar la insolencia a cara descubierta de los paraguayos.
“Nada parecido al bombardeo a un blanco, a una persecución fluvial o al ejercicio con grandes cañones o pequeñas armas, habían sido practicados a bordo (más allá del tamborileo) durante su permanencia aquí.
“No tienen boyas adheridas a sus anclas o cabos en sus cables. La pomposa recordación del aniversario de la toma (...) de Paysandú fue la única novedad para interrumpir la monotonía de la campaña”(29).

(29) Periódico “The Standard”, del 27 de Febrero de 1866. “Sindbad” era, de hecho, John Hayes, un estanciero nacido en Estados Unidos y descrito por la esposa de Charles A. Washburn como “un caballero en sus setentas con mucho tiempo en Corrientes”. Ver: Diario de Sallie C. Washburn, anotación del 16 de Marzo de 1866, en Washburn-Norlands Library, Libermore Falls, Maine. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

Hay varias posibles explicaciones de esta inacción. Por un lado, muchos de los barcos habían sido diseñados para transporte en el océano y tenían un calado de más de 12 pies. Las dificultades de maniobra en las áreas menos profundas del Paraná habían sido obvias desde la pérdida del vapor “Jequitinhonha”, en la batalla del Riachuelo. Este barco encalló en un desapercibido banco de arena y los cañoneros de Bruguez lo destrozaron sin compasión. Ningún Comandante naval quería enfrentar una situación similar en un ambiente fluvial incierto(30).

(30) En sus anotaciones en Louis Schneider. “A Guerra da Tríplice Aliança contra o governo da República do Paraguai” (1945), tomo 2, p. 43, (dos volúmenes), São Paulo, José María da Silva Paranhos, el barón de Rio Branco, aseguró que el propósito de López al lanzar tantos asaltos era precisamente atraer a los brasileños a las aguas bajas, donde podían encallar y ser blanco de su artillería móvil. El historiador militar argentino Juan Beverina, correctamente, descarta esta improbable defensa, notando que la “criminal inactividad” del escuadrón ya se había vuelto de rigor y que aquella interpretación no podría “resistir ni la crítica más superficial”. Ver: Juan Beverina. “La Guerra del Paraguay” (1921), tomo 3, p. 391, (cuatro volúmenes). Ed. Establecimiento Gráfico Ferrari, Buenos Aires. Quizás la explicación más simple de la inacción, sin embargo, es que el Comandante naval brasileño que encallara su buque casi con seguridad tendría que enfrentar una corte marcial; duros castigos por haber perdido un barco habrían sido raros bajo las regulaciones navales, pero la carrera de un oficial se truncaría en caso de no ser absuelto y de no ser sus acciones aprobadas por la Corte. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (el Triunfo de la Violencia; el Fracaso de la Paz)” (2011), volumen II. Santillana S. A.-Prisa Ediciones, Asunción.

En el Riachuelo, el almirante Barroso había dependido de pilotos locales correntinos y, aunque habían hecho un buen trabajo, ni aún ellos podían predecir los efectos de las corrientes del río. También existía la remota posibilidad de que los hombres del Mariscal hubieran esparcido minas en el agua.

Una debilidad en la estructura de Comando también ayuda a explicar la inacción brasileña. El artículo 3 del Tratado de la Triple Alianza había asignado a la Armada una autoridad completamente independiente de la de las fuerzas terrestres. El Comandante naval aliado, almirante Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré, tomó esto como una licencia para establecer sus propios términos para la participación de la flota.

Oficial arrogante y con reputación de irascibilidad, Tamandaré, de hecho, todavía ni siquiera se había unido a su flota, ya que prefirió permanecer en Buenos Aires donde podía involucrarse en la intrincada política de construcción de la Alianza, seducir porteñas y presentarse como la mano derecha de su Alteza Imperial.

Esto dejó a su amigo almirante Barroso como el Comandante operativo de las fuerzas navales en Corrientes. Desde luego, Tamandaré había compartido la adulación pública que recibió la victoria de Barroso en el Riachuelo, pero no quería ver a la Armada desviarse de su misión mayor. Quería pelear la guerra a su modo, lo que significaba no hacer nunca nada que sugiriera una sumisión brasileña.

En la Alianza entre su país y la Argentina, él insistía en que los políticos y los hombres de armas de todos los sectores vieran al Brasil como el jinete y a la Argentina como el caballo, en preparación del escenario para una futura hegemonía.

Como resultado, el almirante ordenó a Barroso permanecer inmóvil en Corrientes; y aunque el oficial obedeció, ello hizo parecer que estaba eludiendo su obvia responsabilidad. La reputación de Barroso, por lo tanto, sufrió tanto o más que la de Tamandaré. Esto abrió la puerta a los paraguayos y López entró por ella de gran manera.

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