JUAN BENJAMIN VIRASORO Y LOS PROBLEMAS DE LA EPOCA
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I.- A modo de Introducción
En el desarrollo de los acontecimientos históricos, los sucesos no siempre se describen con un ritmo acompasado. A veces los hechos de mayor importancia que son esperados y anhelados e incluso provocados por los pueblos, tardan mucho tiempo en concretarse; en otros momentos se precipitan con tal fuerza y vigor que las etapas que naturalmente suelen ocurrir en secuencias más o menos dilatadas, se agotan en breves instantes(1).
(1) Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852". Vargas Gómez es Abogado y Profesor Titular por concurso de Derecho Constitucional Argentino e Historia Constitucional Argentina, ambas cátedras en la Facultad de Derecho de la U.N.NE.. Ex Presidente del Superior Tribunal de Justicia de la provincia del Chaco y ex ministro del Superior Tribunal de Justicia de la provincia de Corrientes. Miembro de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional; de la Asociación Iberoamericana de Derecho Constitucional; de la Asociación Argentina de Ciencia Política; de la Asociación Argentina de Sociología; de la Junta de Historia de Corrientes; de la Junta de Historia Ramiriana de Concepción del Uruguay (Entre Ríos). Actualmente Profesor Extraordinario de la U.N.N.E. // Citado por Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. Este material es el Prólogo de la obra “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Esta dinámica alocada y sin posibilidades de respeto a ley alguna de la naturaleza social, provoca -en el observador desapasionado- múltiples interpretaciones en las cuales, el subjetivismo no está ausente. En el caso de nuestra historia correntina habría que agregar su juventud y los intereses personales y de grupo que constantemente están en juego.
Además, el frenesí de la lucha y la intervención de fuerzas extrañas a lo esencialmente nuestro generaron un conjunto de reacciones y de apreciaciones en la historiografía nacional y americana que hizo y hace más complejo el debate.
Trataremos de centrar nuestra observación en los episodios políticos, militares, sociales y económicos que determinaron en Corrientes -a mi juicio- un comportamiento totalmente diferente de lo que venía aconteciendo.
Nos parece que los signos visibles de este cambio comienzan a aparecer en 1842 y además de este tipo de análisis trataremos de vincular los mencionados hechos en tanto y en cuanto tuvieron repercusión en el escenario de las relaciones de las provincias de Corrientes y Entre Ríos y en lo que más tarde sería la gesta de Caseros.
Es de obligada referencia en el escenario nacional fincar nuestra atención en la instalación del Gobierno de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires, en la consolidación, buena o mala de su sistema político y económico y, por supuesto, en el entorno de legitimidad que en el suceso podía alegar para convalidar su acción de gobierno.
Tal vez lo más trascendente haya sido la construcción del Estado Argentino conforme las ideas de quien asume de inmediato la conducción nacional. El ingenioso sistema político ideado por el gobernador porteño para cimentar su poder nacional deviene de la delegación de facultades para el manejo de las Relaciones Exteriores que anualmente le otorgaban las provincias argentinas en su conjunto.
De esta manera, y sin Constitución y valiéndose de Pactos y Tratados interprovinciales se fue tejiendo, pausada y lentamente, un sistema jurídico-institucional que permitió que la Argentina fuera reconocida por las potencias europeas y por casi todos los Gobiernos extranjeros como una República constituida con base de legitimidad y de consenso.
Con la adhesión de todas las provincias argentinas a esta ingeniería institucional se completa de manera muy visible el carácter de órgano nacional del gobernador porteño toda vez que él ostenta de manera concreta y por medio de leyes provinciales que le delegan anualmente, la función de Encargado de las Relaciones Exteriores, lo que significa simultáneamente el manejo y las atribuciones necesarias de ejercer la potestad suprema de la defensa nacional del país.
Ello implica -paralelamente- contar y disponer de los recursos económicos pertinentes para cumplir tan elevada función, máxime en ciertas circunstancias en que el Estado Argentino así armado se vio envuelto en serios conflictos diplomáticos y militares con algunos países vecinos.
Son las provincias quienes delegan ambas facultades, lo cual equivale a afirmar que ellas ejercen suficiente poder soberano para asumir tal atribución y que, además, tienen idéntico imperium para disponer de todos los poderes no delegados y a tal punto es así que durante este período ellas dispusieron de sus rentas, de su Administración interna y actuaban con suprema soberanía en sus relaciones interprovinciales.
El sistema así creado describe en la realidad de los hechos un orden político férreamente elaborado y un poder de decisión dominante con suficiente capacidad de disuasión a efectos de controlar cualquier tipo de desviación en los objetivos trazados. La paz interna será, en consecuencia, el resultado de la aceptación que las provincias manifiesten en las políticas que el Encargado de las Relaciones Exteriores exprese.
Esta formulación, sus métodos y objetivos son el producto del pensamiento y la acción del conductor nacional. No existe en la estructura de este edificio institucional un gabinete o un órgano ministerial con representación nacional ni órgano similar alguno que identifique el pensamiento del Interior; menos aún mecanismos institucionalizados en la práctica o en la costumbre que sirvan de vehículo legitimado para hacer oír algún tipo de disenso.
Aquella delegación que sustenta al poder nacional y que se renueva anualmente, actúa como dato totalizador: o se da en plenitud o se niega. El único desencuentro dramático y cierto es la guerra; su lenguaje final queda traducido en que la derrota es el silencio del vencido y, por ende, la legitimidad del sistema deviene de las decisiones del victorioso.
El sistema político e institucional así ideado y puesto en marcha llega a su eclosión más formidable con el Tratado Federal de 1831 de donde surge la Confederación Argentina.
Aquellas delegaciones anuales se ven ahora respaldadas por este importante Tratado que une a todas las provincias y que describe un órgano de naturaleza nacional tal cual es la Comisión Representativa. No viene a propósito de este trabajo señalar las vicisitudes políticas de este órgano en su imposibilidad constante de funcionamiento. Lo cierto es que su cometido no fue cumplido y que a este respecto recién se lo invocará con fuerza histórica e institucional en los prolegómenos del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos.
De este Tratado de máxima importancia en la historia constitucional argentina surgen principios jurídicos y pautas políticas constitucionales que sirven de antecedentes directos a nuestra actual Constitución Nacional y a tal punto esta Confederación Argentina se proyectó con signos vitales en nuestra organización nacional que hasta el artículo 35 de la actual Constitución la designa como nombre oficial del territorio de las provincias argentinas.
La Confederación Argentina de 1831 legitimó en los hechos y en los Pactos políticos no solamente ese Estado sino también el sistema político imperante y que actuó en la escena nacional hasta la sanción de la Constitución de 1853.
II.- Reflexiones históricas
Este cuadro descrito nos va a permitir señalar algunas reflexiones. Durante el funcionamiento del sistema el país se hizo, bien o mal, se sucedieron acontecimientos que no pueden ser borrados ni olvidados ni tomados como episodios intrascendentes y esto es así, por la sencillísima razón de que ellos marcaron de manera indeleble ciertos hechos o acontecimientos que dejaron en el alma y el espíritu del pueblo argentino lecciones imperecederas.
Lo ocurrido fue el producto de la propia sociedad argentina. La lucha política por el predominio era sumamente intensa y despiadada, los hombres públicos discutían y debatían confrontando entre sí y acudiendo a infinitos subterfugios para vencer.
Se aliaron con vecinos o extranjeros, hicieron gala de una increíble valentía para afrontar todas las formas imaginables de peligro. Todos los medios de lucha estaban permitidos, desde la delación y la intriga hasta la mentira y falsedad de los hechos más íntimos y sagrados.
Se usó con fuerza el filo de la espada y el talento de la pluma; el territorio patrio se tiñó de sangre, la intolerancia reinó en los espíritus y la incomprensión entre los ciudadanos fue un dato cotidiano. Por cierto, el comercio y la industria, la cultura y la salud, la vida de los hijos del país no tenían valor alguno; el caos era total.
Hubo en estos años muchos argentinos que defendían el sistema implantado. Se valieron de varios argumentos, pero casi todos ellos estaban enderezados a culpar a los otros; y éstos, a su vez, asumieron parecidas actitudes. El reproche era común.
Los más inteligentes esbozaron teorías sociológicas cuya fórmula más sencilla era la lucha entre la ciudad y la campaña, o la confusión de roles entre la parte culta y civilizada y la ígnara y bárbara, aquellos metidos en las clases altas y éstos en el bandidaje cuya expresión más certera era el gaucho bruto y vago.
Otros, intelectualizaron un poco la cuestión y hablaron del espíritu particularista de la raza que se heredó del conquistador español, referencias a su espíritu indomable y rebelde por naturaleza, a su proverbial señorío; luego vinieron algunos que visualizaron un conflicto en torno de los problemas económicos; esto es, el antagonismo del puerto de Buenos Aires y el Interior; la pugna entre comerciantes e industriales, o ganaderos y agricultores; más tarde imaginaron a quienes manejaban el dinero o la banca y otros solamente su trabajo; en fin, muchos enfoques teóricos, muchísimas tesis enjundiosas pero que en su momento no sirvieron para frenar el desencuentro y canalizar las energías hacia un destino de trabajo y de paz.
Los hombres públicos -políticos, militares, funcionarios- y el común -productores, comerciantes, gente de trabajo- comenzaron a cansarse de tanta insensatez. Ver muerte por doquier y campos improductivos, ¿a dónde nos llevaba? Y las familias exiliadas y devastadas, ¿hasta cuándo seguir así? ¿Cuál era la solución? Otra y otra vez la guerra, se preguntarían. ¿No sería mejor pensar en una guerra final y definitiva? Una, que gane quien gane, signifique la paz por un tiempo bastante largo; lo suficientemente largo para ver los campos con pasturas y ganado, con sembrados y mieses que recoger.
Lo suficientemente largo para ver que los hijos y los nietos están ahí, cosechando, apartando la hacienda; y las mujeres de entonces cuidando la prole o elaborando los manjares de la cocina criolla. Lo suficientemente largo como para tener tiempo de ir a la Iglesia todos los domingos y días de Difuntos, y rezar y bautizar a los párvulos y agradecer a Dios por todos los beneficios recibidos de esta tierra que con tan poco trabajo tanto nos da.
III.- Razones de la necesidad de cambio
Conforme lo enunciado, más que un Estado de Confederación, se había estructurado un poder político vigorosamente cohesionado y nítidamente dominante y que a su vez disponía de un notable aparato burocrático con evidente prestigio en la opinión popular que le permitió subsistir por más de 20 años.
Durante ese largo período no todo fue muerte y destrucción. También hubo vida y se echaron las bases jurídicas de muchas instituciones que -como ya lo señaláramos anteriormente- más tarde serán consagradas en la Constitución Nacional.
Señalo dos a mi juicio de suma trascendencia y que identifican a nuestro país: por un lado, el Ejecutivo fuerte, institucionalizado en nuestra Carta Magna; y, por el otro, un federalismo centralizado en la realidad de los hechos; ambos, herencia del sistema a que nos estamos refiriendo.
Pero también se dieron elementos muy importantes que hacen a la conciencia nacional y que para algunos sociólogos políticos actúan como datos permanentes en nuestro país. Me refiero a la cuestión de la soberanía nacional y a su defensa que se hiciera esencialmente respecto de los derechos territoriales de Argentina y fundamentalmente por la altiva actitud asumida en ocasión de los bloqueos que las fuerzas conjuntas de Inglaterra y Francia impusieron al país lesionando su orgullo nacional.
Por encima de las razones invocadas por los espíritus liberales o los intereses en juego, lo cierto es que la sensibilidad argentina se sintió muy herida ante esas invasiones de fuerzas extranjeras que, so pretexto de defender la libertad de los mares y del comercio, intervenían en cuestiones exclusivamente internas de la Confederación.
La llamada defensa de la soberanía argentina y la crítica hacia los grupos políticos que se aliaron al extranjero fue en aquel momento inteligentemente aprovechado por la dirigencia rosista y por su diplomacia para aumentar su poder interno y sobresalir en su prestigio exterior.
Ambos efectos provocaron en los hechos concretos una intensa e inusitada virulencia política, sobre todo en las zonas limítrofes, donde los emigrados argentinos -unitarios unos, antirrosistas otros y románticos liberales los demás- desataban una colosal propaganda de descrédito a través de la prensa principalmente y de una prolija red de servicios de espionaje que minaban lentamente las relaciones de poder del adversario.
Las provincias del Litoral, particularmente Corrientes, que ya había asumido gestos notoriamente visibles adversos al gobernador de Buenos Aires, actúan de consuno con la dirigencia opositora al Gobierno Central, instalada a veces en Montevideo, otras en Paraguay y a veces en Brasil. Este cuadro de situación planteó una difícil cuestión entre los líderes en pugna que se observa en los siguientes planos de la confrontación:
Primeramente, el diálogo no existió entre las partes en una razonable búsqueda de mínimas coincidencias de entendimiento. Ciertamente, la única fórmula aceptable fue la eliminación total de unos u otros. Esta dramática y fatal animosidad desfiguró la cuota de verdad que cada bando podía expresar, sea entre sus adherentes o entre el propio adversario.
Insistir en razones absolutas dentro de un complejo escenario en que los agudos problemas existentes no estaban ni tan siquiera en vías de solución, era en verdad un método inapropiado ante las circunstancias.
Ninguno de ambos bandos en pugna veía más allá de sus íntimos e inconmovibles intereses políticos o dogmáticas pretensiones y además con semejante actitud se generó el fenómeno político de que ninguno dentro de la sociedad podía ser un indiferente o, cuanto menos, intentar con éxito otra visión global del problema.
Se era o no unitario. Se era o no rosista. Y poco a poco se fue generando otro ingrediente perturbador generador de mayor confusión en el campo de las ideas y sobre todo de los principios que portaban los antiguos federales. Fue cuando el rosismo se apropió precisamente de la idea federal con lo cual llegó un momento en que fue dable vislumbrar con absoluta claridad la existencia de cierto desdibujamiento en los dos partidos en pugna: rosistas y federales no eran lo mismo, como tampoco lo eran unitarios y liberales románticos.
Estos matices ideológicos se advirtieron con bastante nitidez en Corrientes, donde la idea federal se había desarrollado con notable naturalidad conforme a la idiosincrasia de su gente y a su tradición histórico-política, fundamentalmente en la génesis del federalismo rioplatense personificada en Gervasio Artigas y posteriormente puesta de manifiesto con los intentos de organización interna de la provincia y concretados con su primera Constitución de 1821 y su posterior reforma de 1824.
Era pues una tradición de los líderes políticos correntinos organizar su Gobierno propio con los vitales elementos republicanos manejados en ese entonces por sus hombres más representativos y con el acatamiento sincero de un pueblo habituado a un paisaje sereno y a un entorno que lo sentía como propio.
Esta idea federal, no rosista, engendró líderes de la talla de Pedro Ferré y Juan G. Pujol años más tarde, para no citar a más de dos ejemplares de aquella pléyade de correntinos que en distintas épocas participaron y trabajaron dentro de un esquema esencialmente federal. El primero, en su participación en las deliberaciones previas al Pacto Federal de 1831; el segundo, en su contribución al Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos.
La contradicción rosista-federal que para algunos epígonos de la dialéctica historicista encierra un falso contenido en pro de una indefinición, no era, por supuesto, una postura carente de autenticidad. No tan sólo por el hábito socio-político de identificar las ideologías con el personalismo sino también porque ambas expresiones -en la realidad de los hechos- mostraban posturas políticas distintas.
Sin embargo, en el afán de encontrar soluciones conciliadoras hubo etapas históricas en que rosistas y federales se entendieron -lamentablemente no de manera durable- y en otras, diálogos de federales y unitarios que tramaron ciertas ideas para constituir la República sobre principios federalistas reales y cuya expresión más acabada seguramente es la acuñada por Alberdi de institucionalizar un Estado federo-unitario.
Era evidente que el rosismo, contrariamente a los federales, había construido un Estado federal sumamente centralizado, anteponiendo ese modelo al federalismo descentralizado, que era el sustentado por los segundos. En los hechos, la primera fórmula tendía al sometimiento provincial, en cambio, el segundo cimentaba la autonomía de las provincias.
La dialéctica rosismo-federalismo se expresó en Corrientes con cierta dramática tonalidad en los períodos en que su Gobierno estuvo a cargo de federales (Ferré) o de rosistas (Pedro Dionisio Cabral) o por unitarios (Berón de Astrada) o por liberales románticos (Madariaga). En cada uno de esos procesos la intensidad de la lucha fue de diversa profundidad y, por ende, generó situaciones políticas de consecuencias trascendentales, en algunos casos, para la paz interna de la provincia y, en otros, para las idea de conciliación.
No obstante ello, tanto unos como otros en Corrientes desde muchos años atrás deseaban la organización general del país a través de un Congreso, método éste que sistemáticamente fue rechazado por el gobernador porteño, alegando que las provincias aún no estaban en condiciones de asumir esa responsabilidad nacional.
Así las cosas, no es aventurado en este análisis descubrir una subcategoría ideológica entre el rosismo correntino y el rosismo de los hombres de Buenos Aires y de algunas otras provincias donde este perfil estaba muy enraizado.
IV.- En busca de una solución definitiva
Estos matices van a provocar un punto de coincidencia por encima de las categorías ideológicas. El inicio de esta etapa la ubico después del desastre de las fuerzas antirrosistas en la batalla de Arroyo Grande, librada el 6 de Diciembre de 1842.
Los horrores que sufrió Corrientes después de la batalla de Pago Largo en 1839 solamente fueron comparados con ésta. Nuestros historiadores clásicos -especialmente Mantilla y Bonastre- destacan que el terror se adueñó de la ciudad.
Familias enteras emigraron de la provincia, el Gobierno Provincial, entonces a cargo de Pedro Ferré, ante el desbande de todas las tropas correntinas tuvo que abandonarlo; la mayor parte de los correntinos fueron a Río Grande del Sur, en Brasil; otros al Paraguay; y los demás a la República Oriental del Uruguay, hasta el propio general Fructuoso Rivera, según relata Bonastre gráficamente:
“...desprendiéndose de su uniforme fue uno de los primeros en huir hacia la costa del Uruguay... -y agrega-: enemigo caído era de inmediato degollado o lanceado ... jamás la barbarie se ensañó tan altamente dando licencia a sus bajos instintos como en Arroyo Grande.
“Un reguero de sangre cubrió el suelo hasta las propias aguas del Uruguay que se tiñeron de rojo por el ensañamiento de los vencedores, dando muerte a los fugitivos que se lanzaban a sus aguas en esperanza de salvación”(2).
(2) Valerio Bonastre. “Corrientes en la Cruzada de Caseros” (1930), p. 182. Imprenta del Estado, Corrientes. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Por su parte, Mantilla dice:
“... los soldados derrotados se ocultaron en los bosques ... los habitantes de los pueblos del sur abandonaron sus hogares para guarecerse en la espesura de la selva. El pavor se apoderó de la provincia ... era espantosamente lúgubre el recuerdo de Pago Largo”(3).
(3) Manuel Florencio Mantilla. “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1929), tomo II, p. 84. Ed. Espiasse y Cía., Florida 16, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Asimismo, el general César Díaz dice: “Todo se perdió, hasta el honor”(4) y, finalmente, Pedro Ferré en sus “Memorias...” expresa, refiriéndose a esta nefasta batalla:
“... sus consecuencias fueron más fatales que las de Pago Largo, porque entonces no fue tan escandalosa la desmoralización del Ejército...”(5).
(4) Antonio Emilio Castello. “Historia de Corrientes” (1984), p. 332. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires. // Citado por Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
(5) Pedro Ferré. “Memoria para los Anales de la Provincia de Corrientes” (1990), p. 129. Imprenta Cicero Impresiones, Corrientes. // Todo citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
A consecuencia del desastre de Arroyo Grande muchos jefes y oficiales se exiliaron en los países limítrofes. Los Virasoro -Benjamín y José Antonio y posiblemente Miguel- se instalan en Brasil; y luego de la renuncia al cargo de gobernador de la provincia por parte de Pedro Ferré, asume el Gobierno Pedro Dionisio Cabral, hombre identificado con el rosismo y que, al decir de Mantilla, se trataba de un hombre estimado y respetado “... por sus cualidades personales, su distinguida posición social y su fortuna...”(6), y agrega más adelante: “En rigor, no eran partidarios de Rosas los que subían al poder”.
(6) Manuel Florencio Mantilla. “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1929), tomo II, pp. 85-86. Ed. Espiasse y Cía., Florida 16, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Conviene señalar que el distinguido historiador, conocedor profundo de la historia de Corrientes y vinculado familiarmente con la más rancia prosapia de la dirigencia social por lazos familiares y políticos, expresa que:
“El grupo principal de ellos, pequeño, se alejó de los negocios públicos cuando la provincia declaró la guerra a Rosas; la consideraba temeridad inútil de sacrificio cruento y estéril; pero no abrazó la causa del tirano, ni estrechó relaciones con él.
“La paz mantenida a toda costa era la bandera de ellos. A este fin subordinaban todo. Preferían tolerar las imposiciones de Rosas antes que exponer la provincia a las consecuencias de la guerra.
“No temían crueldades a la distancia; sobre todo confiaban librarse de ellas por medio de la sumisión, asegurando a la vez un Gobierno local regular que no esperaban alcanzar con las armas”(7).
(7) Manuel Florencio Mantilla. “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1929), tomo II, pp. 85-86. Ed. Espiasse y Cía., Florida 16, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Lo transcrito pone de relieve la existencia de un grupo político no identificado con la política agresiva llevada a cabo en otras épocas por el gobernador Berón de Astrada, por el propio Ferré y más tarde por Madariaga y que estaba basada en presupuestos prácticos y estratégicos que hacían prácticamente inexistente la posibilidad de que Corrientes venciera y derrocara el sistema institucional imperante.
Este grupo, que algunos llamaban federal y otros rosista, era indiscutiblemente no unitario ni comulgaba con la política que muchos gobernantes correntinos habían asumido respecto a la política del gobernador de Buenos Aires.
Corrientes no estaba en condiciones ni estuvo anteriormente de llevar a cabo una guerra contra Rosas. No tenía recursos, ni bases logísticas suficientes, ni podía montar por sí sola un poderoso Ejército capaz de coronar con éxito una campaña militar. De allí que siempre necesitó generales y jefes que no eran de su tierra, caso de Lavalle y de Paz, y que ambos se alejaron de la provincia con serias desavenencias políticas con los gobernadores de turno, pese a sus victorias militares.
El desastre de Pago Largo es otro ejemplo de la incapacidad de los militares correntinos para por sí solos lograr una victoria o, por lo menos, un algo concreto que en el terreno de la política pudiera ser jugado en demanda de mejores situaciones.
El martirologio de Berón de Astrada y su pueblo en aquellas circunstancias, o años más tarde el de Madariaga en Vences, se inscriben en el amplio campo del coraje, la valentía y el orgullo, el romanticismo militar más que en el pensamiento político maduro con que se cimenta un liderazgo y un resultado de valores permanentes en la política global y en la acción del estadista.
Ningún correntino deja de sufrir ante el recuerdo de aquellos sucesos pero tampoco ninguno, ciertamente, pensará que eficazmente sirvieron para algo. Se trataba -a mi entender- de escenas de martirio por el martirio mismo.
La frase de Mantilla transcrita, con la cual coincidimos, fue el comienzo de un nuevo pensamiento de acción política que progresivamente irá adquiriendo fuerza, alimentándose a consecuencia de diversos factores, algunos producto de la propia elaboración política de los hombres que conducen este proceso y otros como resultado de factores circunstanciales que felizmente acontecieron para dar cohesión y vigor a esta tarea.
En este segundo grupo de factores, posiblemente el beneficio para la acción política haya surgido del desastre de la batalla de Arroyo Grande. En efecto, a poco del exilio de los correntinos, el gobernador Cabral comienza a reclamar el retorno de éstos a la provincia. “Virasoro, en su ostracismo, empieza a recibir reiterados llamamientos del gobernador Cabral”, expresa Nicolás Amuchástegui(8).
(8) Nicolás Amuchástegui. “El Brigadier General D. Benjamín Virasoro (su Misión Histórica)”, en Conferencias pronunciadas en la Ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, los días 25 de Julio y 14 de Agosto de 1931, edición de 1932, p. 40. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Suponemos que el valiente comportamiento de Benjamín Virasoro en Arroyo Grande(9) habrá provocado la admiración y el respeto militar del general Urquiza y a su vez surgido la gran amistad que el gobernador Cabral sentía hacia su ex administrador en los tiempos en que atendió sus inmensas propiedades en la estancia “Aguaceros”.
(9) Valerio Bonastre. “Corrientes en la Cruzada de Caseros” (1930), p. 182. Imprenta del Estado, Corrientes, donde expresa: “Virasoro, que se destacó singularmente por su denuedo, se batió en retirada por espacio de siete leguas, pero después que todos los ‘grandes’ habían huido”. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Buscado y admirado por Urquiza, insistentemente requerido por el gobernador correntino, Benjamín Virasoro y los suyos dan el paso histórico más importante de su vida: el regreso a Corrientes.
Esta actitud de Virasoro ha sido valorada de diversa manera por los historiadores correntinos, tal vez, con cierta ligereza y sin profundizar en el momento especialísimo que se vivía en la Confederación Argentina y particularmente en Corrientes. El poder de Rosas a principios de 1843 era realmente sorprendente; su prestigio político trasponía las fronteras del país y sus adversarios cada vez más fracasaban en sus intentos de derrotarlo.
Corrientes desangrada y destrozada en su economía interna por los continuos levantamientos que de manera desordenada no conseguían ningún beneficio político de importancia sino tan sólo la destrucción de su pueblo, la desolación de su gente y el disloque caótico de su economía.
Los sucesos que van a acontecer en esta zona del país irán madurando la idea central. Aquella expresión de Bonastre “fue el error más grave que cometió en su vida pública”(10), estimo debe ser nuevamente interpretada.
(10) Valerio Bonastre. “Corrientes en la Cruzada de Caseros” (1930), p. 183. Imprenta del Estado, Corrientes. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Marzo de 1843; nuevamente las tropas antirrosistas son destruidas en la batalla de India Muerta y el poder político y militar del general Justo José de Urquiza se acrecienta. No hay dudas de que es el hombre indicado para cambiar la situación y que colaborar con él es un modo inteligente y eficaz de lograr el gran objetivo.
Benjamín Virasoro, mientras tanto, madura la idea. Continúa en ascenso su carrera militar y sus galones, obtenidos todos en el campo de batalla, le dan prestigio como militar, como hombre de acción y como leal intérprete de la nueva situación. El proceso político es lento y pausado; requiere suma prudencia, un accionar sostenido y el prestigio suficiente que da el talento y la convicción.
Además, el inmenso poder militar de Urquiza en su provincia y las relaciones que ha trabado con hombres de Corrientes y Santa Fe le permiten efectuar ciertas maniobras sin despertar las sospechas del gobernador de Buenos Aires y de su entorno.
A esta altura del análisis y cuando se trata de decisiones de tanta trascendencia como las que se están armando, es evidente que debemos cuidar las palabras que se usan, el concepto exacto del sentido de las mismas y, sobre todo, entrelazarlas en función de los objetivos supremos que se persiguen y no de una idea emocional del suceso o de pequeñas anécdotas.
La observación viene bien hacerla para ubicar en sus justos términos la ligereza con que se usó en nuestra historia calificativos tan graves como “traidor”, “salvaje unitario” y otros epítetos semejantes.
En el caso particular que nos ocupa, muchas veces el general Urquiza fue tildado de traidor y en los conflictos políticos acaecidos entre el gobernador Ferré y Lavalle también surgieron calificativos soeces; lo mismo ocurrió en los encontronazos políticos entre Virasoro y Madariaga y así podríamos citar muchos otros ejemplos.
El tiempo, que calma los espíritus y apacigua la pasión, se encarga de explicar estas cuestiones y atendiendo a la razón y los objetivos de la lucha política busca el equilibrio y el por qué de los sucesos, interpretándolos en su justa medida.
Nadie puede dudar -en el análisis histórico- de la pureza de los principios que inspiraron el accionar de Benjamín Virasoro y sí en cambio se extraen de su comportamiento posterior a Arroyo Grande un conjunto de datos y actitudes que estaban enderezados inequívocamente al logro del derrocamiento del sistema rosista.
Amuchástegui, concretamente, lo entiende como actitud coherente “... consecuente con su adhesión hacia Cabral ... como el punto de partida de acontecimientos trascendentales y que habrían de dar, en el porvenir, la unión estrecha de Corrientes con Entre Ríos y de Virasoro con Urquiza, gestación magnífica de la cruzada de Caseros”(11).
(11) Nicolás Amuchástegui. “El Brigadier General D. Benjamín Virasoro (su Misión Histórica)”, en Conferencias pronunciadas en la Ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, los días 25 de Julio y 14 de Agosto de 1931, edición de 1932, pp. 40-41. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Esta acción sincronizada tomará nuevos bríos después de la batalla de Laguna Limpia, en Febrero de 1846, donde Juan Madariaga cae prisionero en manos de Urquiza a consecuencia de lo cual comienza a elaborarse el frustrado Tratado de Alcaraz, firmado el 15 de Febrero del mencionado año.
También en esta oportunidad algunos criticaron la actitud de los hermanos Madariaga; incluso se llegó a decir que Joaquín Madariaga, el gobernador, tenía las
“... intenciones de pactar y sacrificar a la provincia para salvar la vida de su hermano prisionero.
“Estas imputaciones a Joaquín Madariaga hicieron que la clase alta de la provincia dividiera sus simpatías entre él y el general Paz y llevaran -a su vez- a ahondar las diferencias entre ambos”(12).
(12) Antonio Emilio Castello. “Historia de Corrientes” (1984), p. 357. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
A esta altura de los acontecimientos no hay duda de la intención del general Urquiza de proseguir más concretamente con su plan y para lo cual Benjamín Virasoro y sus hermanos son pieza clave. No solamente por su lealtad personal, su pundonor y su valor militar, sino también porque serán ellos en un futuro no lejano los que manejarán la provincia de Corrientes sin cuyo aporte la campaña que se avecina para derrotar al rosismo es verdaderamente imposible.
La larga tradición en las relaciones de correntinos y paraguayos por una parte, las excelentes muestras de amistad entre la provincia y el Brasil, los contactos políticos y militares con la Banda Oriental y, por supuesto, la privilegiada situación geográfica de la provincia, la convertían en una pieza clave para la futura campaña militar. Futuras alianzas del Ejército Grande, apoyo logístico, comunicación fluvial y abastecimientos para una empresa de esta magnitud, convertían a esta provincia -insisto- en pieza clave e insustituible del eje Entre Ríos-Corrientes.
Si a este cuadro agregamos el estado espiritual de su pueblo que había dado muestras en más de dos oportunidades de formar de la nada Ejércitos con una alta moral de guerra y una vocación de cambio de la situación política imperante, se tiene un marco perfecto de todos los componentes que son necesarios para una última alianza de este tipo.
Por último, Benjamín Virasoro principalmente y luego sus hermanos José Antonio, Miguel y Pedro, representaban para el general Urquiza la confianza imprescindible para depositar en él y en ellos la responsabilidad adecuada en la empresa que se avecinaba. Los hechos posteriores así lo confirman, como lo demostraremos más adelante.
El fracaso del Tratado de Alcaraz no fue debidamente asimilado por el gobernador Madariaga. En cambio, la política urquicista supo sacar provecho suficiente de tal suceso; en primer lugar, recomponiendo adecuada e inteligentemente sus relaciones con el Poder Central y, por otra parte, ajustando las piezas políticas que iban a ser usadas en Corrientes para lograr un cambio fundamental en el Gobierno de la provincia, o sea, el derrocamiento de Madariaga y el entronizamiento de su amigo y leal intérprete político, Benjamín Virasoro.
Nuevamente en Corrientes actúan los factores emocionales y las actitudes románticas y los sucesos se precipitan absurdamente hacia la guerra. Joaquín Madariaga no advierte el desastre que se avecina e, indiferente a la hecatombe que va a producir su falta de madurez política, se dispone a la confrontación, una confrontación tan inútil como absurda pues, aun en el hipotético caso de un triunfo militar, ello nada significaba en el plano político global y, en cambio, una derrota militar se traducía en infinitos sufrimientos para un pueblo heroico y lleno de coraje que se merecía otra actitud más inteligente.
“La miopía política de Joaquín Madariaga le había hecho perder su oportunidad de continuar en el Gobierno de Corrientes y contribuir a la caída de Rosas”, afirma con absoluta verdad Castello(13), tarea ésta que la historia encomendará al general Benjamín Virasoro que la cumplirá con total eficacia, lealtad y patriotismo.
(13) Antonio Emilio Castello. “Historia de Corrientes” (1984), p. 361. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
O -como dice Contreras- “la guerra estaba de nuevo declarada. Urquiza vio que con Madariaga no podía realizar el nuevo ideal para la patria. Resolvió sacarlo del medio para entrar resueltamente con Virasoro a la grande obra”(14).
(14) Ramón Contreras. “El Teniente General Don Benjamín Virasoro (Apuntes Biográficos)” (1897), p. 113. Imprenta El Orden, Rosario (Santa Fe). // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Estas afirmaciones y conceptos de cómo venía armándose la acción política para el derrocamiento de Rosas, coincide con las cartas y mensajes que mutuamente se dirigen los hermanos Juan y Joaquín durante la prisión del primero en manos de Urquiza.
En una de ellas, Juan le dice a su hermano, refiriéndose a sus conversaciones con el jefe entrerriano: “hemos hablado largo y piensa precisamente como nosotros . Ve de buscar los medios para entenderte con él, que a todo está dispuesto menos a entenderse con Paz”(15).
(15) Jorge Mewton. “Urquiza, el Vencedor de la Tiranía” (1947), p. 116. Editorial Claridad, Buenos Aires, donde cita la correspondencia entre los hermanos Madariaga en algunas de sus partes esenciales. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
A los pocos días, su hermano Joaquín le responde diciéndole, entre otras cosas, que “... el gobernador Urquiza tiene los mismos sentimientos que nosotros y tú sabes bien que siempre hemos deseado tener ocasión de entendernos con él”.
Estas claras referencias al futuro de la organización del país y que por fuerza y gravitación de los acontecimientos implicaba la separación del mando del general Paz, que en estas circunstancias coyunturales era un aspecto secundario toda vez que la mirada de Urquiza se dirigía hacia metas más elevadas, lamentablemente no fueron comprendidas por el gobernador Madariaga.
El plan es sencillo: Paz será anulado por los Madariaga, Urquiza se entenderá con éstos y, unidos Entre Ríos y Corrientes ajustarán cuentas con Rosas para proceder a la Organización Nacional. Lo primero y lo segundo ha de realizarse sin inconvenientes, pero no lo tercero. Para vencer a Rosas, Urquiza tendrá que esperar otros cinco años(16).
(16) Jorge Mewton. “Urquiza, el Vencedor de la Tiranía” (1947), p. 116. Editorial Claridad, Buenos Aires, donde cita la correspondencia entre los hermanos Madariaga en algunas de sus partes esenciales. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Esta afirmación condensa toda la acción política de Urquiza y para la cual necesitaba -reiteramos- dos ponderables condiciones: uno, contar con un Gobierno leal y amigo en Corrientes; y dos, obviamente, con el apoyo de esta provincia.
Esta misión estará cumplida acabadamente por Benjamín Virasoro que no solamente condensará en su persona la lealtad hacia el plan trazado y su absoluto convencimiento que es la única vía para una solución final y que bajo su Gobierno -después de Vences y hasta el Pronunciamiento- permitirá la brillante actuación de esta provincia en la gesta de Caseros.
El éxito del plan va a ser depositado en la acción política y en la conducción militar de este notable ciudadano correntino. Su responsabilidad histórica consistirá en la comprensión total del plan en su profunda convicción de su necesidad y conveniencia; él será el ejecutor inteligente de la elaboración militar que tendrá a Corrientes como pivote fundamental en los acontecimientos que se avecinan.
Desde que asume el Gobierno de la provincia de Corrientes, hasta el triunfo de Caseros, es decir entre 1847 hasta la sanción de la ley correntina del 3 de Julio de 1852, en que fue depuesto como gobernador y plenipotenciario, el general Benjamín Virasoro demostró la convicción de su accionar político y la tranquilidad espiritual del deber cumplido en las difíciles circunstancias que le tocó actuar para terminar definitivamente con el sistema del Estado rosista. Y acentuando más su lealtad a Urquiza y el convencimiento del deber cumplido, nada mejor que transcribir las palabras de Julio Victorica:
“¡Virasoro había sido el segundo Jefe del Ejército vencedor en Caseros! Leal compañero y amigo del general Urquiza en la obra de la Organización, lo acompañó en las campañas de Cepeda y Pavón(17).
(17) Antonio Emilio Castello. “Historia de Corrientes” (1984), p. 379. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Ningún hombre público en la historia nacional y provincial está exento de haber cometido errores en la vida pública o militar. En el balance final de la existencia humana lo que cuenta para alcanzar los máximos escalones del reconocimiento y de los valores es la forma del proceder, la convicción desinteresada de la acción y los resultados de los grandes objetivos propuestos.
No interesa contar en el haber los años de permanencia en la función pública, toda vez que un hombre puede llenarse de gloria y del respeto de sus conciudadanos con un breve pasar por ella y llenarla con grandeza de alma e inteligencia en el proceder, en vez, otras pueden perpetuarse en cargos espectables sin dejar nada tras de sí, tal vez de un vago recuerdo de actos mediocres o meras banalidades.
Benjamín Virasoro llegó al más alto grado del escalafón militar por hechos concretos en los campos de batalla; no obtuvo ningún grado por acomodo político o por especulación personal. Amigos y adversarios coincidieron en exaltar sus honorables condiciones castrenses, valentía y coraje en el campo de la guerra, excepcionales condiciones de estratega y conductor y un señorío de mando que lo ubicaba entre los verdaderos jefes que armonizan la condición de ser humano y de jefe militar.
Cuando llega a la gobernación de Corrientes va acompañado de un preciso plan político de vastísimos alcances nacionales y no como aquél que viene a cumplir un período más de gobierno, a sostener o impedir una revuelta interna o a cumplir órdenes de pequeña e intrascendente importancia.
Urquiza y Virasoro han elaborado y pensado un plan político para toda la República y con efectos para el futuro; no se trata de un anecdotario tejido en la trama del egoísmo y dentro de limitadas fronteras provinciales. En sus mentes no está la comarca sino el gran país organizado del futuro y en cuyo cumplimiento de tan excelsa misión depositan vida, honor y fama si esto fuere necesario.
No es verdad como dicen algunos historiadores apresurados en sus juicios que Virasoro haya sido un mero instrumento de Urquiza y menos aún un dócil y obediente ejecutor de sus órdenes. Lo que sí parece realmente cierto es el reconocimiento que Virasoro demostró en el general entrerriano por sus altas cualidades políticas y militares y de ser el único jefe con suficiente prestigio y valentía para armar, ejecutar, pensar un plan y llevar a cabo con éxito tarea de tanta magnitud e importancia como fue la que se propusieron.
Además, la creencia profunda de que el conflicto interno argentino debía tener necesaria y fatalmente un final y que una Alianza política y militar de Corrientes y Entre Ríos -o viceversa- era de ineludible necesidad, de hacerlo con audacia, tiempo y prudencia.
Se ha visto cómo Madariaga no comprendió esta situación y dejó que el momento culminante de la historia pasara sobre él que ni tan siquiera captó los elementos que componen este plan político, deteniéndose en luchas estériles e intrascendentes, soslayando la mirada puesta en el objetivo vital.
Cualquier error que en el paso estelar que diera Virasoro cuando regresa a Corrientes, llamado por su amigo el gobernador Cabral, a instancias del general Urquiza, es justificado atento a su accionar prolijo y coherente de ahí en adelante.
No conocemos ningún gesto de especulación en la vida del general Benjamín Virasoro -en éstas o en otras circunstancias- y sí, en cambio, desprendimientos de todo orden a lo largo de su dilatada existencia, no solamente la pérdida de su fortuna personal sino que, además, el ejemplo de su vida pública y privada que estuvo siempre rodeada de amigos y adversarios en esta provincia y en otras por donde anduvo en cumplimiento de importantes funciones e incluso en la Ciudad de Rosario donde vivió muchos años y finalmente falleció a los 85 años de edad.
Los pasos que Virasoro y Urquiza van a dar en cumplimiento del proyecto político trazado, es decir, trabajar de manera sostenida y prudente para lograr el derrocamiento del sistema rosista y entrar de lleno en la tarea de la Organización Nacional, implicará una serie de actos y medidas que abarcarán todo el período de su Gobierno en Corrientes de 1847 hasta la ley del 2 de Julio de 1852, en que es depuesto como gobernador.
El plan político seguirá cumpliendo prolijamente con medidas internas y externas, con acuerdos y alianzas, con misiones políticas. preparativos militares y medidas logísticas entre ambas provincias.
La misión cumplida por su Ministro General, doctor Juan Pujol, ante el Gobierno del general Urquiza, como así también el valioso aporte de este distinguido correntino en los tratados de alianza con los demás Estados que contribuyeron al triunfo de Caseros, ponen de manifiesto no solamente las coincidencias políticas de ambos gobernadores sino también lo que realmente es más importante: la permanente comunicación y entendimiento que cada paso a seguir produce en este exacto engranaje de acción y dinámica que por su propia naturaleza y en beneficio del éxito del mismo era necesario realizar con la mayor prudencia posible.
En un ambiente político generalizado por la conspiración y la intriga, por el permanente cuidado de los servicios de espionaje del rosismo, la seguridad y la confianza de los principales actores era de fundamental cuidado. Un desliz en la ejecución del proyecto, un error en el curso de acción a tomar o la mala elección en el confidente o el agente de enlace podía echar por tierra toda esperanza de cambio.
Por eso es que creemos que el Pronunciamiento del 1 de Mayo de 1851 producido en Entre Ríos y en la misma fecha en Corrientes, es un dato elocuente y concreto que demuestra la exacta sincronización de todos y cada uno de los pasos que se siguieron para el éxito definitivo.
Ya un día antes, el 30 de Abril de 1851, el gobernador Virasoro acepta la renuncia del general Rosas, “quedando desde esta fecha sin valor ni efecto la autorización que le fue conferida por esta provincia para tal objeto” según la cita de Amuchástegui(18).
(18) Nicolás Amuchástegui. “El Brigadier General D. Benjamín Virasoro (su Misión Histórica)”, en Conferencias pronunciadas en la Ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, los días 25 de Julio y 14 de Agosto de 1931, edición de 1932, p. 87. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Pero la más rotunda expresión política de Virasoro es la Proclama del 1 de Mayo de 1851 dirigida a los pueblos de la Confederación Argentina reclamando la inmediata reunión de un Congreso General Federativo conforme lo dispone la atribución 5 del artículo 16 del Tratado del 4 de Enero de 1831. En esta Proclama, el gobernador Virasoro expresa que:
“... temeroso de que el Excmo. Gobierno de Buenos Aires se oponga con la firmeza de su carácter inflexible a mi solicitud, resistiéndose y hostilizándome hasta el caso de obligarme aunque con dolor, al último recurso de las armas...”(19).
(19) Ramón Contreras. “El Teniente General Don Benjamín Virasoro (Apuntes Biográficos)” (1897), pp. 136-137. Imprenta El Orden, Rosario (Santa Fe). Texto de la Proclama titulada “¡Viva la Confederación Argentina!”, de fecha 1 de Mayo de 1851. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Era evidente que esta Proclama significaba la guerra y que Corrientes no tomaría tal decisión si previamente no hubieren existido tantas coincidencias y comunicaciones íntimas y leales entre ambos gobernantes, Urquiza y Virasoro.
Los hermanos del gobernador, Miguel, José Antonio y Cayetano fueron también piezas claves pero, indudablemente, menores en estas cuestiones. Así como también hubo otros de gran inteligencia y de sobrados méritos intelectuales que jugaron un importante papel en estos trámites tan delicados -como lo fuera indudablemente, el doctor Juan Gregorio Pujol- más tarde talentoso y eficiente gobernador de Corrientes y que tuvo destacada actuación como Ministro General de Virasoro en la campaña de Caseros y brillante actuación en las deliberaciones que efectuaron los gobernadores en San Nicolás de los Arroyos.
La historia nos tiene acostumbrados a graves desinteligencias acaecidas entre los hombres públicos a costa aun de que las mismas sean consecuencia no siempre de coherentes líneas políticas. Con más razón en épocas de tantos desajustes emocionales, de caóticas coyunturas institucionales y de difíciles cambios políticos.
Pujol, que había sido ministro de Madariaga, lo era ahora de Virasoro. Aquél y éste fueron enemigos políticos durante mucho tiempo y las huellas de sus enfrentamientos perviven aún en vastos sectores de la opinión histórica y social de Corrientes.
Pujol, hombre de gran prestigio, cuya opinión es altamente calificada, puede destruir tanto como construir al referirse a las personas que él conociera tan de cerca y en tal sentido posiblemente hayan gravitado mucho las durísimas palabras estampadas en la carta que le escribiera al doctor Santiago Derqui, el 24 de Febrero de 1856, refiriéndose a Benjamín Virasoro y a Pedro Ferré, carta transcrita por el doctor Valerio Bonastre(20).
(20) Valerio Bonastre. “Corrientes en la Cruzada de Caseros” (1930), p. 34. Imprenta del Estado, Corrientes. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Estos conceptos suenan algo exagerados y son datos elocuentes del grado de pasión política de nuestros hombres públicos, de la ligereza en el uso de los calificativos más altisonantes y a veces en el exceso que la diatriba lleva en la confrontación de la lucha política.
De allí pues que en el análisis que el observador efectúa de los hombres públicos conviene detenerse en los hechos concretos y en los resultados objetivos más que en las calificaciones que otros hombres, por más virtuosos que sean, manifiesten a consecuencia de la enemistad o del subjetivismo ilimitado(21).
(21) Archivo de Pujol que fue publicado a principios de la década de 1910 bajo el título de: “Corrientes en la Organización Nacional” (1911), tomo VI, pp. 42-47. Editorial Kraft, Buenos Aires. Se encuentra transcripta la carta de Pujol a Derqui, fechada en Corrientes, el 24 de Febrero de 1856. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Esta carta es una elocuente demostración de la manera de cómo se comportaban los hombres públicos y del cambio de opinión que asumían según las coyunturas políticas que se presentaban.
El doctor Pujol, cuyo talento y excelente Gobierno en Corrientes nadie pone en duda, no tuvo inconvenientes de ninguna especie en formar parte del Gobierno de Joaquín Madariaga y luego en el del general Benjamín Virasoro, dos gobernantes que estuvieron enfrentados vigorosamente y que, además, expresaban dos criterios políticos e ideológicos abiertamente contrapuestos.
El doctor Pujol es designado -el 2 de Julio de 1851- Ministro General en Campaña, lo cual significaba un dato elocuente y notorio de confianza por parte del gobernador, general Virasoro, y, paralelamente, una identidad de pensamiento y acción en quien aceptaba tan delicada misión.
Así expuesta la cuestión parece correcto deducir y preguntarse qué pudo acontecer en Febrero de 1856 para que aquel Ministro General cambiara tan radicalmente de concepto respecto de quien lo había designado.
Se me ocurren dos alternativas o respuestas al mencionado interrogante: o Pujol ya tenía una mala opinión de “los Virasoro” -y particularmente del general Benjamín-, en cuyo caso no me explico cómo pudo ser su ministro, consejero y hombre de confianza; o el general gobernador cometió tantos desdorosos y malvados actos para que en pocos años adelante pudiera decir de él tantos improperios como los que transcribo de la mencionada carta
“... casi todo el Departamento de Curuzú Cuatiá que odian de muerte a los Virasoro ... Si algún círculo hay desprestigiado y odiado en esta provincia es el de los Virasoro, en primer lugar; y, en segundo, el de don Pedro Ferré.
“Los Virasoro están tan convencidos de esta verdad, que don Benjamín, el de más vergüenza de ellos, desde que ha venido del Rosario no ha salido cuatro veces a la calle y todos mis esfuerzos no han sido bastantes para evitarle más de un insulto por parte de estos miles de agraviados.
“Conociendo como yo conozco, la impopularidad de estos hombres y lo odiados que son en toda la provincia, puedo asegurarle que hasta es materia imposible las miras que se le suponen, pues que ni el tiempo -que es una poderosa esponja- será capaz de borrar las huellas profundas de sangre y de iniquidades que estos hombres han dejado en la provincia y esté usted cierto que nadie ni nada será capaz de rehabilitarlos.
“Desgraciada de la Administración que los ocupe en los destinos más subalternos de ella, pues esto sólo sería bastante para sublevar a todo el país”.
Finaliza esta durísima carta afirmando el doctor Pujol que en Curuzú Cuatiá no pueden provocar ningún movimiento “... donde no pueden ser más odiados, en donde quizá no tienen cuatro personas que le sean afectas”.
Los conceptos transcritos son de por sí suficientemente claros para expresar el pésimo concepto que Pujol tiene de los Virasoro y en especial de quien fuera su gobernador y amigo.
Pero históricamente son conceptos y opiniones que corren por su exclusiva cuenta, esto es, el odio hacia esa familia y particularmente en el ex gobernador no se encuentra avalado por documentación alguna; tampoco la afirmación vehemente de no tener ni tan siquiera cuatro amigos y, menos aún, que todo el país se sublevaría si fueran designados en el más modesto cargo.
Ignoro, y me atrevería a afirmar que ningún investigador podría desentrañar científicamente la motivación de tan duras expresiones, pero yo intento una explicación a tan insólita actitud.
Los hombres públicos de entonces ostentaban una gama de valores y lazos estimativos muy diferentes a los que unen generalmente a las personas comunes y que no había en aquellos tiempos demasiados escrúpulos en servir a unos intereses contrapuestos a los propios en ciertas circunstancias.
Esta aseveración no equivale a afirmar que se vivía en un ambiente de inmoralidad política o desenfreno público, sino simplemente que la dirección principal de los objetivos básicos perseguidos prescindía de ciertas lealtades globales.
En la medida que se podía avanzar hacia aquellos objetivos que se estimaban valiosos era aceptable y, hasta si se quiere, parte del juego político, transitar en compañía de potenciales adversarios los sinuosos caminos que conducirían a la victoria de los principios que se enarbolaban.
Abandonar la posibilidad de dar un paso al frente so pretexto de no coincidir plenamente en las estrategias desenvueltas por quien en ese momento actuaba como portador de ciertos programas no era, precisamente, una actitud inteligente ni menos aún positiva.
En el caso de Pujol, que fuera ministro de Madariaga y luego de Virasoro, que más tarde formó parte del círculo áulico de Urquiza y que siendo gobernador de Corrientes más tarde se manejó con bastante independencia de aquél, nos parece advertir con notable claridad que en los procedimientos políticos de aquella época no era óbice para la carrera del ascenso público o político actuar de la manera que estamos esbozando.
Si no, qué hubiera sido de tantos hombres públicos, locales y nacionales, si tuvieran que haber esperado la presencia de quien representara única y exclusivamente todas y cada una de las cualidades requeridas para acompañarlos. De ahí entonces que los calificativos que hemos transcrito de la mencionada carta, o el juicio que les merecieran esas personas en otras oportunidades, no hayan actuado de la manera como aparecen en otras ocasiones.
En Febrero de 1856 Pujol emite un juicio lapidario de Virasoro: ¿Lo tiene precisamente en ese momento o ya lo tenía cuando fue Ministro General en Campaña?
En cualquier supuesto, ¿obró mal en acompañar en tal alta jerarquía a una persona por quien sentía tan deplorable aprecio? ¿O al pasar tan pocos años y cambiar su simpatía no debió callar o disimular en aras de aquella anterior amistad por un elemental principio de respeto? ¿Eran éstas las reglas del trato político de los hombres públicos de entonces?
Tal vez por esta vía se puede entender la presencia de algunos personajes sobresalientes en ciertos tramos de la historia. Cambios a veces bruscos, pase de un bando a otro, militancia en un sector y luego en el adverso, deserciones completas de batallones a poco de iniciarse una confrontación bélica. ¿Se estaba en un ámbito de traidores e irreflexivos o eran caminos coyunturales que se tomaban sobre la proyección concreta de los acontecimientos?
Los conflictos políticos de la época no se circunscribían exclusivamente a la lucha política en sí. En su torno también influían apreciaciones personales y de grupos; intereses sociales y económicos; vinculaciones de familia; y una lucha constante por el ascenso de prestigio.
El estado en general en que se desarrollaban estos sucesos no estaban limitados por un rígido código de lealtades, obediencias o lazos de amistad tradicional. La lucha por el prestigio o el reconocimiento, que es una constante de la actividad humana, empujaban todos los resortes adecuados del poder, incluso, con la dramaticidad que la hora imponía.
Nadie se engañe que tanto ayer como hoy el hombre político usa todas las artimañas más deleznables para asegurar su dominación. Como en toda regla hubo excepciones. Virasoro fue una de ellas.
De todas maneras, me parece advertir que la idea del progreso social no ha sido muy nítida en la lucha. Tanto a unos como a otros, en las categorías diversas de la confrontación, poco o nada le interesó el devenir social de su pueblo. Tal vez la indiferencia a la vida o al valor de la existencia humana como plenitud creadora haya estado ausente de su mundo anímico y espiritual.
El paternalismo político que operó de manera tajante entre gobernantes y gobernados y que lamentablemente fue una herencia de la cultura política que aún se percibe con absoluta vitalidad en nuestro medio, sirvió para comprender el sufrimiento y el dolor de un pueblo sin esperanzas.
¿En qué consistió ese mundo mágico de creencias en el cual el correntino estaba inmerso y que, ciertamente, también lo sentían los demás pueblos del Litoral? ¿Por qué peleaban? ¿Qué los impulsó durante tanto tiempo a esta locura de lucha sin final? Para algunos fue la estructura cultural del ancestro, desprecio por la vida, culto al coraje o un simple medio de subsistencia.
Acá rozamos un dato de estructura económica, del difuso sistema feudatario provincial donde las complejas relaciones del trabajo rural y de los poseedores de la tierra se confunden con un mecanismo de poder social transformador en dominación política. La escasa agricultura en gran escala y la abundancia de pasturas y ganado fue creando un mítico panorama de patrón y peón que ató de manera formidable dos vertientes socio-económicas de insospechadas consecuencias.
En los primeros tiempos del Corrientes colonial, el campo y sus tareas derivadas, la instalación de las grandes estancias y la explotación de sus incipientes industrias adicionales diseñó una sociedad con todos los componentes predominantes de un crudo paternalismo, lo cual será proyectado, ciertamente, en las prácticas y costumbres políticas.
V.- Balance de la historia
El general Benjamín Virasoro puede ser estudiado desde distintas perspectivas. El militar, el gobernante, el brazo derecho de Urquiza en Caseros, en el Proyecto Nacional por la Organización del país y, finalmente, como miembro de una familia que influyó y gravitó en un tramo importante de la historia de Corrientes. A tal punto, esta última observación es común encontrarla en la literatura correntina cuando se habla de “los Virasoro” con el mismo sentido con que se refieren también a los “Madariaga”.
Desde este enfoque nadie duda que los Virasoro fueron un grupo de hermanos que tuvo activismo político y militar y algunos dramáticos finales. José Antonio y Pedro, fusilados en San Juan como consecuencia de los terribles acontecimientos que provocaran el derrocamiento y muerte del gobernador Benavídez; Cayetano, que muriera fusilado en tierras paraguayas bajo el Gobierno autoritario de Carlos Antonio López; y Valentín, muerto entre tantos correntinos en la luctuosa jornada de Pago Largo; Miguel, que según algunos rumores históricos muriera envenenado antes del triunfo de Caseros; y Benjamín, que frecuentando la muerte en tantas batallas pudo no obstante alcanzar una larga existencia que se extendió hasta los 85 años de edad.
Todos ellos fueron seres humanos; seres de su tiempo, con errores y virtudes, producto del medio ambiente que les trasmitió todos los vicios y virtudes de la tierra ensangrentada en luchas civiles y de una existencia plena de inseguridades. Caminaron la tierra de sus amores, haciéndola como a ellos los habían hecho, es decir, mezclándose en guerras fratricidas, en plenitud de coraje y civismo, construyendo la patria con su propia sangre, esperanzas e ilusiones.
En su obra de gobierno en la provincia de Corrientes fue muy meritoria su tarea en los aspectos económicos a través del impulso y aliento traducido en varias leyes de este carácter, alentando medidas administrativas que tendían al mejoramiento de las finanzas públicas, a decisiones protectoras de la industria local y a un prolijo sistema impositivo, fomentando las actividades agrícolo-ganaderas y sus industrias derivadas y finalmente a la organización civilizada de la provincia en el Departamento Judicial en el establecimiento de varios Organos judiciales de máxima importancia y en el establecimiento de nuevas disposiciones procesales y de aplicación a casos puntuales en los litigios que afectaban a las clases sociales más activas.
También se ha señalado que la obra importante del Gobierno del general Benjamín Virasoro se orientó de manera muy especial a la problemática social que vivía la provincia en ese momento, fundamentalmente en la atención de los problemas suscitados al proletariado rural en función del desamparo a que estaban sujetos quienes se dedicaban a este tipo de labor.
Todas las vertientes de la política interna y externa de Corrientes nos demuestran el activismo de su gestión puesto de manifiesto y documentalmente señalado por el doctor Hernán Félix Gómez -historiador profundo de nuestro pasado provincial- calificando de muy importante la tarea que cumplió en su primer Gobierno -de 1848 a 1850- este esclarecido correntino(22).
(22) Hernán Félix Gómez. “Vida Pública del Dr. Juan Pujol” (1920), p. 121 y sigtes. Ed. J. Lajouane Editores, Buenos Aires. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Los sociólogos señalan básicamente la existencia de tres elementos en la estructura social de sus pueblos: el factor genético o de la raza; el ambiente o geográfico; el ocupacional o económico; y, ellos combinados de tal modo y de contornos íntimos, se ensamblaron armoniosamente para que en Corrientes se elaborara un producto de nítidos caracteres con perfiles definitorios, donde el gen guaraní-español, unido a una geografía de llanuras y espléndidos ríos, lagunas, arroyos y esteros, en un clima apacible y benigno y dentro de la prodigalidad de su naturaleza, abundante en recursos para la subsistencia y una ocupación harto contemplativa en las actividades rurales, dieron como resultado final un ser humano que encontró en la guerra su mejor tarea, en el campo de batalla su hábitat y ello en su conjunto explotaron en su mundo anímico una grandeza de libertad e indomable altivez.
El cuarto dato o elemento que los científicos agregan es el pensamiento, que obró a través de una dirigencia paternalista que hizo del conflicto armado un sistema de dominación global de mayor alcance y delicadísimas proyecciones. Los hombres que idearon el sistema no pudieron del todo controlar puntualmente su desarrollo, ni menos aún prevenir el futuro de sus diversas manifestaciones.
Por ello estimo que el progreso social no estuvo debidamente diseñado en las miras de los hombres de uno y otro bando; sólo advirtieron la idea de la confrontación, de cuyo resultado debía surgir la eliminación de uno y otro de los grupos en pugna. Esta idea que esencialmente prevalece incluso en nuestras actuales circunstancias políticas es, lamentablemente, una herencia no del todo saludable.
La idea de la conciliación no estuvo presente en los programas políticos de entonces, como tampoco la tolerancia y el respeto mutuo del disenso fue una norma del comportamiento político. Pareciera que únicamente el principio político más absoluto de la idea de la dominación -hija de una sociedad paternalista- fue la vertiente por la cual transitaron los líderes de entonces.
En la medida en que nadie intentó el diálogo conciliador y constructivo, en que nadie sintió la necesidad de la asistencia mutua ni de la solidaridad de los propios hermanos, el paternalismo dominante erradicó toda posibilidad de convivencia civilizada y la desunión inútil y suicida reinó entre los hombres.
En la dinámica y en la evolución cultural de los pueblos, Christopher Dawson describe cinco tipologías básicas de evolución cultural y la idea del progreso social se encuentra imbricada en los “pueblos que desarrollan sus modos de vida en su propio medio ambiente sin intervención de factores humanos ajenos a él”(23), lo cual nos lleva a comprender que en nuestro caso los pueblos del Litoral acaso hubieran tenido otro destino y, por ende, un tejido social más solidario y consolidado si no hubiera sido por los factores extranjerizantes que bajo el pretexto de la idea liberal del comercio y de la libertad de los ríos degeneró nuestra tradición hispánica-guaranítica.
(23) Christopher Dawson. “Dinámica de la Historia Universal” (1961),p. 332. Ediciones Rialp S.A., Madrid. // Citado por Carlos María R. Vargas Gómez. "Presencia del teniente general Benjamín Virasoro. 1842-1852", en la obra de Roberto Gustavo Pisarello Virasoro y Emilia Edda Menotti. “Los Virasoro en la Organización Nacional” (Septiembre de 1997). Ed. Talleres Gráficos Gráfica Integral, Buenos Aires.
Se necesitó un largo tiempo para que algunos pocos observaran en profundidad este problema y cuando ello aconteció -por obra y gracia de algunos visionarios- éstos fueron tildados de “traidores” y otros calificativos semejantes y, en forma más suave, sus conductas fueron descritas como equivocadas o interesadas.
Otros grupos los vieron con sospecha a veces maliciosa y en los más de los casos de manera tendenciosa. Estos pocos visionarios se vieron en la necesidad de actuar con excesivo trabajo para demostrar sus buenas intenciones y aún hoy, a través de la investigación desapasionada de los historiadores tienen que continuar su implacable lucha contra los fantasmas del prejuicio, de la incredulidad, de las vinculaciones familiares y, por supuesto, de una incorrecta interpretación histórica.
En Corrientes, el general Benjamín Virasoro fue uno de esos visionarios, uno de los pocos en advertir dónde estaba el problema crucial de nuestra crisis social y política y como era precisamente un hombre se puso denodadamente a trabajar de continuo sosteniendo con otro hombre -el general Urquiza- la gran obra en la que estaban empeñados.
La tarea que comenzara en 1842 lenta y prudentemente, con un objetivo claro y elevado, no se detuvo ante la infamia y las calumnias hasta no ver coronado el gran proyecto nacional con la sanción de la Constitución de 1853.
La caída de Juan Manuel de Rosas no significaba nada en cuanto a la caída misma; lo que sí era trascendente fue la sustitución del sistema rosista por otro propósito del general Benjamín Virasoro y a él brindó su entusiasmo y su patriotismo, su comportamiento y honor de soldado, su fe ciudadana en los destinos argentinos.
Por ello no se inmutó ante la injusta y grosera interrupción de su mandato constitucional cuando fue depuesto de su cargo de gobernador, ni le importó las ruines actividades de sus circunstanciales enemigos a los cuales despreció por su notoria vileza. Su destino histórico estaba cumplido.
El había hecho realidad en muy pocos años de Gobierno el sueño de muchos argentinos que en vano se pasaron la vida luchando y conmocionando el país porque no vieron los beneficios sociales, políticos y culturales de la idea de la conciliación y la tolerancia; de los que no vieron ni tan siquiera se dieron cuenta que la Historia les pasaba por encima, de aquéllos que vivieron detenidos en las minucias de los acontecimientos diarios o en las anécdotas vulgares.
En el general Benjamín Virasoro posiblemente se dio la síntesis de un gran correntino que sirvió noblemente a su provincia y al país y que, como epílogo de su vida ejemplar, falleció en la dignidad de un hogar austero, con la tranquilidad de un ciudadano al servicio de su causa.
Hasta hoy su recuerdo y presencia histórica no reclama nada, solamente espera, paciente y confiado, la voz inapelable de la Historia.