Captura y cautiverio de mujeres correntinas
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La Guerra de la Triple Alianza, así llamada por la razón de que en la misma intervinieron tres países, como lo fueron Argentina, Brasil y Uruguay, que se aliaron para la lucha con el Paraguay, tuvo antecedentes que es preciso conocer(1).
(1) Material escrito por Juan Carlos Díaz Ocanto. “Captura, Cautiverio y Repatriación”. // Citado por Eduardo Rial Seijo y Miguel Fernando González Azcoaga. “Las Cautivas Correntinas de la Guerra del Paraguay (1865-1869)” (2007). Instituto de Investigaciones Históricas y Culturales de Corrientes. Ed. por Amerindia Ediciones Correntinas, Corrientes.
La dictadura en la República del Paraguay, ejercida por el doctor José Gaspar de Francia, duró 26 años, o sea, de 1814 a 1840, y su preocupación dominante fue la del mantenimiento de la independencia y el aislamiento. De ese modo, se suprimió el peso de la tradición, que hacía de esa región una parte del virreinato del Río de la Plata.
Carlos Antonio López fue designado para sucederlo -con atribuciones dictatoriales- en 1844, pero Rosas se negó a ello y entonces, el presidente del Paraguay firmó con la provincia de Corrientes, sublevada contra el gobernador de Buenos Aires, un Tratado de Navegación y Comercio al que éste se opuso, no dando paso ni entrada a embarcaciones que se dirigieran o procedieran de puertos paraguayos o correntinos.
Esa estrangulación comercial, llevó al Paraguay a entenderse con Montevideo -en guerra con Rosas- y alentó la formación de un estado independiente de las provincias de Corrientes y Entre Ríos.
En 1849, López hizo ocupar Misiones con tropas paraguayas, lo que motivó la autorización de la Legislatura de Buenos Aíres a Rosas para que emplease todos los recursos y fuerzas necesarios, hasta que la provincia del Paraguay fuese incorporada a la Confederación Argentina.
López no entró en la Alianza formada por el Brasil, Montevideo y el general Urquiza en 1851 para derrocar a Rosas, fiel a su principio de que una potencia extranjera no debía inferir en la organización política de otra, aunque él mismo se había unido en 1845 con Corrientes para lograr los mismos objetivos.
El Estado de la Confederación Argentina -con asiento en la capital entrerriana- reconoció el día 17 de Julio de 1852, la independencia del Paraguay y el 20 de Noviembre de 1857, el Gobierno confederal y el de Asunción firmaron una Convención que declaraba los ríos Paraná y Uruguay libres para la navegación de todas las banderas.
Un Tratado similar firmó López en el año 1858 con el Brasil, sobre la libre navegación del río Paraguay.
En 1859, los representantes del Estado Confederal argentino, del Gobierno de Montevideo y del Imperio brasileño, firmaron un Convenio en que las partes contratantes declaraban que la República del Uruguay no podía incorporarse, refundirse o confederarse con el Brasil, no con la Argentina, y que no contraería alianza alguna contra las potencias signatarias.
Ese mismo año, el presidente López firmó un Convenio reservado con Urquíza según el cual el Paraguay ponía a disposición del mandatario de la Confederación naves para el paso y transporte de tropas y armamentos.
Esa buena disposición se debió a la intervención de Urquiza en el conflicto entre el Paraguay y los Estados Unidos. La ayuda del Paraguay no pudo concretarse en la lucha entre la Confederación y Buenos Aíres, pero se hizo tangible después de la batalla de Cepeda, librada el día 23 de Octubre de 1859.
Fallecido Carlos Antonio López el día 10 de Septiembre de 1862, le sucedió en el mando de la presidencia de la República del Paraguay, su hijo, Francisco Solano, quien en ese momento desempeñaba el cargo de ministro de Guerra y Marina del Gobíerno del progenitor, el que lo designara en el testamento para sucesor y que en aquella época ostentaba el grado de Brigadier General del Ejército paraguayo.
En 1853, nueve años antes de asumir la Primera Magistratura de la República del Paraguay por el fallecimiento del padre, Francisco Solano López fue enviado por el Gobierno de su país, en misión diplomática a Francia, en donde -durante el transcurso del tiempo de permanencia en cumplimiento de esa función en la Ciudad de París, capital de aquella nación europea- conoció a una bella mujer irlandesa divorciada del esposo, en la que tuvo varios hijos, la señora Elisa Lynch de Quatrefages y a quien el diplomático paraguayo la tomó como amante.
Madame Lynch, nombre con el que más popularmente era conocida en el Paraguay, en donde asombró no sólo por su belleza y talento, sino también dado altas dotes de cultura e instrucción y que tal vez, su ambición influyó sobre el ánimo y los proyectos del joven militar y diplomático paraguayo, de quien -aparte de ser la amante- fue además la asesora de Francisco Solano López en cuestiones de Estado.
Asumida la Primera Magistratura del Paraguay, Francisco Solano López se distanció del Brasil y de la Argentina y sostuvo a los “blancos” de Oribe, que eran los antiguos aliados de Rosas.
Hubo en 1864 un entredicho argentino-uruguayo a raíz de la invasión de la República del Uruguay por el general Venancio Flores, el jefe del partido de los “colorados”, incursión perpetrada en la Argentina con ayuda o cuando menos con la tolerancia de Mitre.
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CARMEN FERRE ATIENZA de ALSINA |
El Gobierno argentino fue acusado por la diplomacia uruguaya de querer reconstruir el antiguo virreinato del Plata, insistiendo el Paraguay en pedir explicaciones al respecto, y como interviniesen varios países europeos, el Gobierno argentino no realizó declaración alguna referente a la cuestión, considerando esos episodios como un agravio nacional.
Ese mismo año de 1864 se agudizó una divergencia entre el Brasil y el Uruguay por causas de las satisfacciones exigidas por el Gobierno de Río de Janeiro al de Montevideo, para que hiciera cesar los perjuicios sufridos por los brasileños en la campaña uruguaya.
El Brasil procedió a concentrar fuerzas militares en la frontera con el Uruguay. El Gobierno de Asunción protestó el día 30 de Agosto de 1864, declarando que consideraría cualquier ocupación del territorio oriental por fuerzas extrañas, como atentatorio contra el equilibrio de los Estados del Plata.
El Gobierno uruguayo se dispuso a defenderse contra el ataque del Brasil y Francisco Solano López hizo apresar el buque de guerra brasileño “Marqués de Olinda” e invadió el territorio de Mato Grosso.
Los brasileños, unidos a las tropas uruguayas del general Venancio Flores, triunfaron fácilmente en el territorio oriental. En esas circunstancias, Francisco Solano López solicitó permiso al Gobierno argentino para cruzar el territorio de Misiones con fuerzas paraguayas y acudir al encuentro de los brasileños, autorización que le fue rechazada por parte del general Bartolomé Mitre, entonces presidente de la República Argentina.
No obstante el rechazo por parte del Gobierno de la Argentina, Francisco Solano López no respetó esa decisión e igualmente se dispuso enseguida de llevar adelante el plan y otra parte, inducido en las Instrucciones de madame Lynch, su amante y asesora en cuestiones de Estado, la que le había sugerido e instigado de que antes de invadir Misiones se apoderara de Corrientes en donde, allí, a más de tener material bélico, monetario y humano, también tendría ganado y víveres, manifestándole a la vez que en conclusión es como si se cometiera el mismo delito y entonces, el citado gobernante y dictador paraguayo, precedió a consumar el hecho.
El 15 de Marzo de 1865 Francisco Solano López declaró la guerra a la Argentina y cincuenta y siete días después -o sea el 1 de Mayo- se firmó el Tratado de la Triple Alianza entre nuestro país, Brasil y Uruguay, acuerdo tripartito defensivo para llevar la lucha contra el Paraguay. En uno de los artículos del Tratado de la Triple Alianza se declaraba expresamente que se llevaba la guerra contra el tirano López y no contra el pueblo paraguayo.
El general Bartolomé Mitre procuró impedir la guerra, pero Francisco Solano López se creyó con fuerzas suficientes para seguir sus impulsos.
En la fecha de iniciación, el conflicto bélico con la República del Paraguay, en Abril de 1865, en el extremo Nordeste del puerto de la Ciudad de Corrientes, se encontraba en desarme el buque de guerra argentino “Gualeguay”; otro, el “25 de Mayo”, estaba anclado en la desembocadura del arroyo Arazá o La Batería.
El día 13 de ese mismo mes y año de 1865, en plena paz, la flota paraguaya cruzó frente al puerto de la capital correntina y, volviendo luego sobre su ruta desde la punta San Sebastián, atacó dividida en dos grupos a ambos buques.
La lucha en defensa del buque argentino “Gualeguay”, se generalizó en toda la muralla del puerto, luego de la cual, los agresores procedieron a emprender el repliegue al Fuerte de Itapirú, no conformes de apoderarse de aquel navío que hizo una heroica resistencia y hundir el “25 de Mayo” el que, con anterioridad, se dijo encontrarse anclado en la desembocadura del arroyo Arazá o La Batería.
Allí, hasta el presente, permanece sumergido en el lecho del río y sin que con el correr de los años, ningún Gobierno haya tomado interés en rescatarlo.
Simultáneamente, en el transcurso del desarrollo de los acontecimientos antes mencionados, dos poderosos Ejércitos paraguayos invadían el territorio provincial correntino. Uno, marchaba por la costa del río Uruguay y el otro, compuesto de tres mil hombres al mando del general paraguayo Wenceslao Robles, tomó la Ciudad de Corrientes y sus inmediaciones, permaneciendo ocupada por el agresor durante 41 días, en que fue reconquistada.
El día 25 de Mayo de ese mismo mes y año de 1865, fuerzas argentinas -comandadas por el general Wenceslao Paunero- procedieron a reconquistar la Ciudad de Corrientes, desembarcando en el paraje La Batería, al amparo de un monte de naranjos que circundaba las construcciones. Los efectivos militares paraguayos se apoyaron en el arroyo y puente homónimo, pero fueron vencidos, como así también obligados a evacuar la capital correntina.
Cuando aquel 14 de Abril de 1865, el Ejército invasor del Paraguay -comandado por el general Wenceslao Robles- tomó la planta urbana de Corrientes y sus inmediaciones, el citado jefe militar paraguayo instaló la sede de su Comandancia en la antigua finca situada en la actual calle Buenos Aires 410 de dicha ciudad, propiedad perteneciente en la actualidad, a los herederos de doña María Mantilla de Pampín, mientras que el Cuartel General lo estableció en la mansión del entonces gobernador de esa provincia, don Manuel Ignacio Lagraña, vetusto caserón existente hasta la fecha, ubicado en la esquina sudoeste de las actuales calles Salta y Carlos Pellegríni de la capital correntina, siendo actualmente el inmueble, patrimonio fiscal.
El gobernador de Corrientes, don Manuel Ignacio Lagraña, junto con sus hombres de confianza, se trasladó a la Villa de San Roque, en donde estableció la capital de la provincia por el término de 48 horas. También, en la citada localidad correntina, el mencionado mandatario provincial organizó la reconquista de la capital y la defensa de la provincia.
Allí acudieron los varones más denodados de esta tierra prodigiosa. El enemigo interceptó algunos mensajes de cariño y estímulo que les enviaban sus esposas. Entonces, como represalia, en las primeras horas de la madrugada, comisiones armadas con órdenes severas, detuvieron en sus domicilios a cinco damas distinguidas, a quienes las concentraron en las oscuras salas del edificio del antiguo Cabildo, con la advertencia de que debían revelar el lugar donde estaban sus esposos o, en su defecto, serían desterradas al Paraguay.
Prefirieron ser fieles a su patria y a sus cónyuges, aceptando con espartana altivez el martirio que les esperaba. En la tétrica penumbra de la noche fueron embarcadas con destino al fortín paraguayo de Humaitá, Victoria Bart de Ceballos (esposa de don Alejo Ceballos, rico estanciero que generosamente puso sus ganados para proveer al Ejército del general Mitre); Carmen Ferré de Alsina; y Toribia de los Santos de Sosa (esposas de los coroneles Fermín Alsina y Desiderio Sosa, jefe de las milicias correntinas armadas y director del último, de la resistencia opuesta en el asalto de los buques de guerra argentinos en el puerto de la Ciudad de Corrientes); Jacoba Plaza de Cabral; y Encarnación Atienza de Osuna, cuyos esposos actuaban en las fuerzas del gobernador Lagraña.
Como única gracia se permitió que dos de ellas llevaran a sus hijos más pequeños: Carmen Ferré de Alsina a una niña de escasa edad; y Jacoba Plaza de Cabral a su hijo, Manuelito, que apenas tenía 2 años de vida.
Junto con las cinco damas citadas anteriormente, fueron embarcados también algunos vecinos, entre quienes se encontraban Federico Garrido, Ulpiano Lotero, Cayetano Virasoro y el anciano Alejo Ceballos (padre político de Victoria Bart de Ceballos), dándose la impresión de terror que el Triunvirato paraguayo necesitaba para obligar a la obediencia.
La señora Victoria Bart de Ceballos, una de las prisioneras -que falleció en la Ciudad de Comentes el día 26 de Julio de 1926 a la edad de 87 años- en 1909 formuló interesantes declaraciones al presidente de la Sociedad Pro Cincuentenario, don Juan Vicente Medina, sobre aquel triste peregrinaje en tierra extranjera y que la historia recuerda con el título de “las Cautivas”.
Por ese medio se conoce el sinnúmero de penurias soportadas por esas mujeres de sangre guaraní quienes -a igual que sus varones- defendieron con hidalguía el honor de su provincia natal. Y a ellos, sus comprovincianos en posesión de tan honroso legado, las recuerdan en el bronce junto al jefe de la Triple Alianza.
El importante documento que revela el prolongado cautiverio dispuesto por el tirano López, es del siguiente tenor:
“Casada muy joven con don Alejo Ceballos, tenía apenas dos hijos: una mujer y un varón, cuando en una preciosa noche de luna sentí que golpeaban, no como para llamar, sino para romper las puertas de mi casa situada en la calle Julio.
“Me levanté sobresaltada, abrí los postigos de una ventana y con asombro vi más de quinientos soldados paraguayos estacionados en la calle.
“Sobrecogida de espanto, corrí hasta el dormitorio de mi suegro, don Alejo Ceballos padre, anciano de más de 75 años, sin haber tenido tiempo de vestirme.
“En el dormitorio y en las otras habitaciones interiores habían ingresados más de sesenta paraguayos.
“Cuando llegué al umbral de una de las habitaciones ya estaban maniatando al viejito. Llevaba conmigo a mis hijos pequeños en brazos. Mi esposo no se encontraba; se había trasladado al Campamento situado en San Lorenzo, lugar de nuestro establecimiento ganadero.
“El que comandaba las tropas paraguayas al verme me dijo: ‘De orden suprema las llevaremos a ustedes presas’. Así se hizo, dándome sólo lugar para vestirme en presencia de ellos, porque no me permitieron que fuera a mi habitación al hacerlo.
“De inmediato nos trasladaron al edificio del antiguo Cabildo, en donde nos sumergieron en un horrendo calabozo. Allí ya se encontraban encerradas -en repugnantes calabozos- las esposas de los coroneles Fermín Alsina y Desiderio Sosa, como así también las señoras Jacoba Plaza de Cabral y Encarnación Atienza de Osuna.
“Toda la noche pasamos en la mayor desesperación, sentadas sobre el duro y frío pavimento, cada una con centinela de vista.
“Se me olvidaba decir de que todas estábamos separadas.
“Muy temprano, al día siguiente, nos condujeron entre guardias armadas, como se hace con los grandes criminales, al punto de embarque.
“En Humaítá nos hizo decir el tirano López que la medida tomada -reduciéndonos a cautiverio- tenía por objeto servirnos, porque con la guerra, en Corrientes íbamos a pasar muy mal. De allí nos llevaron a un punto que se denominaba Guardia Tacuara. De este punto, en carreta nos llevaron al pueblo de San Juan, caminando día y noche.
“En San Juan estuvimos dos años. A los quince días de estar allí, nos comunicó el mariscal López que no podía mantenernos ni vestirnos y que nos alimentáramos como nosotros pudiéramos hacerlo.
“Debo hacer presente que jamás se nos retiraron las guardias que nos custodiaban.
“A los dos años nos trasladaron a Caá Pucú y nos estacionaron durante un año. De este lugar nos llevaron hasta las cordilleras, en un punto denominado Paso Ezcurra, siempre marchando sobre carretas. De Paso Ezcurra a Caá Cupé, ya no tuvimos más carretas y nuestras marchas a pie, a razón de cuatro leguas por día, y nuestra única alimentación la constituía las naranjas agrias.
“Ya sin calzados (descalzas), marchábamos de la manera más penosísima sobre pedregullo. Los arroyos lo pasábamos lo mismo a pie. Algunas veces con el agua hasta el cuello, a pesar de mi gran estatura.
“Algún tiempo después nos trasladaron a Piribebuy. En este pueblo estuvimos un tanto mejor, pues a la alimentación de las naranjas agrias agregamos raíces y cogollos de bananas.
“No se qué fin perseguía López al hacernos marchar siempre adelante en muchas jornadas al de su Ejército. Cuando nos cambiaba de residencia, era porque el Ejército también avanzaba en retirada.
“De Piribebuy a Itacurubí y de San José a Ajos(2), fueron marchas penosísimas, porque ya comenzaba el desbande del Ejército de López y en todos los montes no se veían más que desertores cuando íbamos en marcha. Cuando estábamos en Ajos, recibimos la orden de marchar a Villarrica.
(2) La antigua Ajos, hoy denominada Coronel Oviedo, fue cuna a la vez que acogió a prestigiosas personalidades del vecino país. Son destacables: el célebre médico Vicente Estigarribia -algunos de sus famosos pacientes fueron el doctor Gaspar Rodríguez de Francia y el mariscal López; la primera jurista y feminista nacional paraguaya -además de primera Doctora en Leyes- Serafina Dávalos y los artistas como Remberto Giménez (creador de la música del Himno Nacional paraguayo), el creador de cuentos y narrativas Mario Halley Mora, Juan Angel Benítez, Ramón Mendoza, Cayo Sila Godoy, Manuel Romero Villasanti, los primeros maestros paraguayos, los Escalada como Valerio y sus hijas Wenceslada y Emiliana Escalada.
“Como el Ejército de López había sido ya derrotado y nuestros guardianes desaparecidos, teniendo nosotros por escolta sólo quince chicos paraguayos y un viejo inútil, nos resistimos a obedecer la orden por instigación de don Pedro Rolón y nos volvimos hacia Asunción, hasta llegar a Paraguarí”.
“De vuelta y después de haber hecho muchas jornadas, en una noche oscurísima y entre montes espesísimos, íbamos escoltando la carreta del correntino Pedro Rolón, cuando se nos presentaron unos paraguayos desertores que se encontraban amontados, diciéndonos que habíamos extraviado el camino y ofreciéndonos su conducción. Lejos de hacerlo como lo habían prometido, nos condujeron a unos pantanos imposibles de esos montes y malezas; los que nos habían ofrecido conducirnos por buen camino, subieron sobre las carretas a robarnos las naranjas agrias que llevábamos para nuestra alimentación.
“Como nosotros marchábamos siempre a pie, porque los bueyes no tenían fuerzas para arrastrar las carretas cargadas, no vimos a los ladrones, pero sí fueron vistos por el señor Rolón, quien descerrajó algunos tiros al aire.
“Al ruido de las detonaciones, se presentó un coronel brasileño escoltado por más de doscientos hombres, que iban en busca de las cautivas. Nos narró que acababa de encontrarse con una comisión paraguaya portadora de la Nota que nos entregó, en que el tirano había ordenado que tanto el señor Pedro Rolón, su familia y todos los cautivos fueran degollados.
“Para evitar algún crimen que pudiera cometerse por desertores o amontados, nos dejó una comisión compuesta de quince soldados, con orden de conducirnos a Paraguarí, en donde había estación de ferrocarril, que debía traernos a Asunción.
“Se me olvidaba decir que, de venida de Piribebuy, a una distancia aproximada de una legua, en un trayecto de más de treinta kilómetros sembrados de cadáveres en descomposición, desde nuestras carretas vimos a un muchachito como de doce años de edad vestido con el uniforme de soldado del Ejército paraguayo recostado sobre el tronco de un árbol, en un estado lamentable de fractura y herido de bala en una pierna.
“Muere de hambre, démosle algo -dijimos- y de nuestras escasas provistas de comestibles le tiramos una torta de maíz. El pequeño soldado, porque ya López enrolaba niños de once años, no concluyó el ademán de llevar el alimento a la boca. Corrimos a auxiliarlo.
“Con nosotros marchaban también varias señoras de la aristocracia paraguaya, quienes habían sido obligadas por López a abandonar sus domicilios y comodidades. Una de éstas, señora doña Mónica María de Acebal, observó al pequeño herido y cual no sería su sorpresa, al reconocer en él a un hijo suyo.
“Con los cuidados consiguientes y ayudándolas entre todas, conducimos relevándonos por jornadas sobre nuestros hombros al que más tarde rigiera los destinos del pueblo paraguayo. El niño moribundo que encontramos escuálido, recostado sobre el tronco de un árbol rodeado de cadáveres, era el señor Emilio Acebal, presidente de la República del Paraguay de 1898 a 1902, en que fue destituido por un movimiento militar encabezado por el coronel Juan Antonio Escurra.
“Después de una penosa peregrinación, contemplando todos los crímenes imaginables y todos los excesos, fuimos trasladadas a Caacupé, Quindi, Itacurubí y Ajos. De allí, por montes terribles hasta Villarrica y recién al finalizar el cuarto año de cautiverio, fuimos entregadas en Asunción, ante el júbilo de encontrarnos con gente amiga y después de soportar todos los vejámenes”.
Cuatro largos años habían transcurrido desde esta página dolorosa de la sociabilidad correntina y ninguna palabra podía dejar más exactamente su concepto que la elegida por el pueblo: “Las Cautivas”.
La intuición popular es notable; lindando con las marañas difíciles del Chaco bravío y aún, cuando los malones del aborigen incivilizado hacía años no estallaban sobre la paz de los campos, la memoria colectiva conservaban las prácticas de horror del salvaje; sabía que en su retirada, sin utilidad notoria, llevábanse a seres que caían en la servidumbre, tomada al azar de las cosas, cautividad fatal y como tributo del grupo humano castigado.
Los desgraciados eran para el vecindario, como un diezmo pagado al destino y junto al dolor de los hogares de las víctimas estaba el pesar de la colectividad, que fue incapaz de una defensa completa. El “cautivo” pertenecía al pueblo todo y por su repatriación, los votos y los esfuerzos colectivos.
El caso de las damas de 1865 era, para el pueblo correntino, una página análoga. Víctimas de la fuerza, como pudieron serlo todos, no tenían en su haber saldo superior al de las demás mujeres de Corrientes, desde que todas alentaron la defensa de la patria y oficiaron con sus votos por la justicia en el destino.
La mano del invasor que las restó del hogar urbano quiso con ello causar la sensación de terror que facilitaría su imperio y, por eso, eran víctimas expiatorias de la comunidad, respetadas en el recuerdo y objeto de un culto de fervorosa adhesión.
En 1869, victoriosos los Aliados en el Paraguay, las cautivas -a excepción de una, doña Toríbia de los Santos de Sosa- quien, víctima del colera morbus, flagelo que también castigó a las caravanas en las selvas, falleciera en el transcurso de los cuatro años de cautiverio en tierra paraguaya y en donde allí mismo sus compañeras en el destierro cavaron una fosa en donde procedieron a sepultar el cuerpo sin vida de la extinta.
Fueron rescatadas y devueltas a su patria, que las recibió en masa en medio de una enorme emoción. Clamaban las campanas. El desembarcadero oficial del cabotaje menor, sobre la actual calle La Rioja, se vio inundada de público. Como allí atracaban los botes en que se transbordaban desde los barcos anclados en el canal, el pueblo concurrió en masa, ocupando la pequeña plaza y las calles adyacentes.
Era un enorme gentío.
Cuando los botes, con las cautivas, se desprendieron de la cañonera brasileña que las trajera desde Asunción, el silencio de la masa del pueblo fue como un homenaje. A medida de que los botes se iban acercando lentamente a la playa, la impaciencia de los familiares, parientes, amigos, como así también de los más ancianos, produjo la tensión de una loca ansiedad.
La gente se corrió al agua sin descalzarse, anhelosos de estrechar a las repatriadas, procediendo damas y caballeros a penetrar en el río. Se avanzaba y los brazos implorantes de afecto, tendíase a los suyos.
Un pesado silencio en los botes. Con las oscuras mantas sobre las cabezas inclinadas, cuatro mujeres idénticas en la extenuación de sus cuerpos, sin individualidad por el sello que el pesar en los espíritus y el dolor físico pone en el ser humano, destacábanse el culto respetuoso de todo un pueblo.
Junto a una de esas figuras, con la mano afectuosa sobre el hombro, como afirmando el derecho que dábale el cariño, un vecino estimado miraba a sus amigos: era don Manuel Cabral, quien fuera reconocido por aquéllos.
Inmediatamente de haber llegado a la Ciudad de Corrientes, la información de la toma de Asunción por parte de las fuerzas aliadas, don Manuel Cabral se había trasladado a la capital paraguaya con la misión de hallar a su esposa e hijo.
Sus cartas a Corrientes habían informado de las buscas empeñosas, de la internación de las familias por López, de cómo sobre los hombros de las mujeres se arrojó el fardo de la proveeduría del Ejército paraguayo, porque eran ellas las que preparaban refugios y sembrados, de las que fueron alejadas para establecer el combatiente, mientras en una nueva etapa -también las mismas- nuevamente quebraban la tierra y rozaban el bosque.
Las primeras familias rescatadas de la selva habían generalizado este martirio inaudito y dantesco, en que el hambre -como un fantasma- segaba vidas numerosas.
Al avance de la masa del pueblo, hacía imposible el desembarco. Las damas repatriadas habían hecho la promesa de que a su arribo no iban a hablar con nadie, ni esposo, hijo, hermano, pariente y amigo, mientras que -postradas a los pies de la Virgen de las Mercedes- en su templo, no hubiesen rezado una Salve de gratitud a su Divina protección.
Débiles y vencidas, querían llegar al templo a pie, última peregrinación en esos años cuatro largos años de martirio. Se dieron órdenes y los botes retornaron. Incierta la muchedumbre, buscó la causa. Bajarán en otra playa. Es allá donde está el "breack"(3). Pero los botes continuaron.
(3) Significa, en inglés, "romper"; se refiere a un lugar de descanso...
Al fin, en la Casillita, un puerto que se encontraba situado en el nacimiento de la actual calle Mendoza, sobre la playa del río, hoy comprendido en la amplia zona portuaria de nuestros días y era -por sus condiciones- el lugar de amarre de la navegación en canoas y balandras procedentes de las islas vecinas o de las costas del Chaco y Paraguay.
La Casillita, cuyo nombre prevenía de una pequeña Guardia de marinería, que controlaba ese tráfico y vigilancia el Paraná río arriba, está vinculada a una de las páginas más emocionantes de la sociabilidad correntina.
En ese lugar, las cautivas procedieron a desembarcar y cuando la masa de pueblo, corriéndose por la del puerto quiso llevar su homenaje, le llegaron las súplicas. No hablemos, señores, a las cautivas. Deben primero cumplir una promesa.
El voto circuló como una orden. Tras las cuatro damas, sombra de una juventud brillante en que con exquisito señorío fueron lujo de los salones correntinos, la columna silenciosa musitaba sus oraciones.
Había en el ambiente como una sensación de generosidad; el sol dorado como nunca en el cielo claro, sin ninguna nube, ponía en la ciudad una aureola de júbilo: entre el polvo de la marcha lentísima de los semblantes, unían el gesto de la compasión, el de la tranquilidad satisfecha y sobre el pueblo congregado en las calles, el repicar de campanas.
Los bronces no estaban solamente en lo alto, también se encontraban en los pechos de los varones que resonaban en el himno interior de la emoción, las lágrimas benditas esta vez, caían como un tributo sin gesto de dolor y nadie buscaba ocultar aquélla que traducía el jardín de su sensibilidad.
Cuando las damas repatriadas subían la escalinata del templo de La Merced, sus puertas se abrieron destacando en la amplitud de su extensión el Altar Mayor, donde la luz y el incienso ponían el homenaje de su triunfo.
Sobre el tabernáculo, en el nicho central, que guardaba la Imagen del milagro, las flores de los votos diarios hacían cascadas y cuando el órgano del padre Antonio rompió en la armonía de su himno, la cortina de la bóveda de María de las Mercedes ascendió con lentitud majestuosa.
Se inclinaron las frentes. La ola del pueblo llegó reverente hasta las galerías del coro y todos de pie, en silencio profundo, vieron orar a las cautivas correntinas.
La salud de la señora Victoria Bart de Ceballos era delicadísima, aún cuando el doctor Cunha, ilustrado médico brasileño, radicado en la Ciudad de Corrientes y casado con una correntina, compañero de viaje en la cañonera desde Asunción, le había prodigado los mejores cuidados, siendo el estado de aguda debilidad de su organismo todo el problema.
Víctima de una ataque, casi había perecido a bordo de la cañonera brasileña, en el transcurso del viaje de retorno a la patria. Doña Sofia Iglesias de Cunha, esposa del facultativo antes mencionado, que fue también de la partida, pudo prestarle esa atención femenina insustituible.
Por otra parte, dado el cercano parentesco que tenían las familias Ceballos e Iglesias, la asistencia fue aún más afectuosa. Si el deseo de ver a los suyos y la proximidad del hogar, habían sacado a la señora de Ceballos del sopor en que cayera durante el viaje de retorno, ya en su tierra, el cariño de sus pequeños hijos y de su esposo, la revivieron como una flor.
Durante esa tarde del retorno y las siguientes, el domicilio de doña Victoria Bart de Ceballos, como los de Alsina, Cabral y Osuna, fueron lugares de visitas de homenaje. En las tertulias, no sólo era el comentario sobre el lamentable fallecimiento de doña Toribia de los Santos de Sosa, acaecido como ya anteriormente se dijo, en el transcurso de los cuatro largos años de destierro en tierra paraguaya, víctima de colera morbus, sino también de las penurias y ultrajes soportados en ese lapso de la guerra y que, finalizada la conflagración, a Dios gracias las cuatro damas correntinas sobrevivieron del dramático episodio, fueron rescatadas y devueltas con vida a la patria y a sus hogares, en donde les aguardaba la felicidad de encontrarse nuevamente en compañía de sus seres más queridos.
Es de significar que la guerra con el Paraguay se caracterizó por los actos de heroismo de los combatientes, especialmente de los paraguayos. La guarnición de Humaitá resistió dos años el asedio enemigo, sufriendo penurias inenarrables. López llegó hasta hacer abordar los acorazados brasileños, en esfuerzos inútiles y extraordinarios, para vencer en una lucha que desde el primer instante, estaba perdida.
El día 15 de Agosto de 1869, el general Bernardino Caballero libró una de las últimas batallas contra los Aliados, con un Ejército compuesto de 3.000 jóvenes, de diez a catorce años.
Seis meses y dieciséis días después, el 1 de Marzo del siguiente año, o sea de 1870, tuvo lugar la batalla de Aquidabán, librada a orillas del río homónimo, en territorio paraguayo, en donde el mariscal Francisco Solano López, quien comandó las tropas de su país, fue muerto trágicamente, siendo sus últimas palabras: “¡Muero por mi Patria!”, con lo que se dio por total y definitivamente finalizada la Guerra de la Triple Alianza.
Con ese motivo, madame Lynch, quien fuera la amante y asesora en cuestiones de Estado, el anteriormente citado mandatario y dictador paraguayo en su gestión de gobierno, huyó y pudo refugiarse en Buenos Aíres, en donde fue vendiendo sus joyas, como así también, los títulos de inmensas posesiones de tierra.
Los compradores pleitearon durante largos años para obtener la reivindicación de las enormes extensiones de bosques, pero el Gobierno paraguayo, considerando los años transcurridos, los derechos adquiridos por los nuevos pobladores y los vicios de los títulos, pues se trataban en realidad de simples donaciones, no aceptó las reclamaciones de personas que adquirieron ciudades a precios irrisorios.