La disolución nacional
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El 17 de Septiembre de 1861, más de treinta mil hombres empeñaban la batalla de Pavón, en la cual las fuerzas de Buenos Aires, a las órdenes de Bartolomé Mitre, derrotaron al Ejército Nacional que mandaba Justo José de Urquiza, compuesto por algunas tropas de línea y por las milicias de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y San Luis.
Concluida la batalla, el general Urquiza cruzó el Paraná con las milicias entrerrianas sin pensar en la resistencia y abandonando el resto del Ejército. En cambio, el presidente desplegó febril actividad: obtuvo permiso del Congreso para decretar el estado de sitio en toda la República, hizo efectiva la autorización, dejó nuevamente el Ejecutivo a cargo del general Pedernera y se trasladó al centro del Ejército, donde designó Comandante en Jefe al general Juan Benjamín Virasoro, al par que ascendió a General de División -por méritos de guerra- a Francia y a Saa -este último era General desde hacía un mes- y concedió entorchados del Generalato al coronel Ricardo López Jordán.
El texto de la ley Nro. 282 es el que sigue:
Ministerio de Guerra y Marina
Paraná, Septiembre 19 de 1861
El Presidente de la República Argentina,
Por cuanto:
El Soberano Congreso Legislativo ha sancionado la siguiente Ley:
El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, etcétera, sancionan con fuerza de
Ley:
Art. 1.- Autorízase al Poder Ejecutivo para declarar en estado de sitio la Capital provisoria de la República y todos los puntos del territorio argentino donde sea necesario defender las Leyes y reprimir la rebelión.
Art. 2.- Autorízasele igualmente para tomar todas las medidas necesarias para restablecer el orden donde fuese alterado por la sedición y hacer todos los gastos necesarios a estos fines.
Art. 3.- La presente Ley no altera en manera alguna las funciones del Soberano Congreso Federal, ni afecta a las inmunidades y prerrogativas de sus miembros.
Art. 4.- Comuníquese al Poder Ejecutivo.
Dada en la Sala de Sesiones del Congreso, en el Paraná, Capital provisoria de la Nación Argentina, a los dieciocho días del mes de Septiembre del año del Señor de mil ochocientos sesenta y uno.
ANGEL ELIAS GARCIA ISASA
Carlos M. Saravia Benjamín de Igarzábal
Secretario del Senado Secretario de la Cámara de Diputados
Por tanto:
Ha acordado y decreta:
Téngase por ley, publíquese y dése al Registro Nacional.
DERQUI
Pascual Echagüe
En tanto, el texto del decreto de Septiembre 19 de 1861 es el siguiente:
Ministerio de Guerra y Marina
Paraná, Septiembre 19 de 1861
El Presidente de la República Argentina,
En uso de la autorización conferida por la Ley de esta fecha,
Ha acordado y decreta:
Art. 1.- Declárase en estado de sitio todo el territorio de la República, por todo el tiempo que dure la presente guerra.
Art. 2.- El Presidente de la República podrá delegar en las Autoridades que juzgue conveniente las facultades que en dicho estado de sitio le competen, según el artículo 23 de la Constitución Federal.
Art. 3.- Comuníqeese, publíquese y dése al Registro Nacional.
DERQUI
Pascual Echagüe
El general Mitre reorganizaba mientras tanto las fuerzas de Buenos Aires y a fines de Octubre ocupaba Rosario. Sólo entonces Derqui se declaró vencido: permitió que parte del Ejército se alejase -con Saá- hacia el oeste, dejó el resto a orillas del Carcarañá -con Virasoro a la cabeza- y se retiró él a Santa Fe, desde donde hizo saber al vicepresidente su resolución de separarse del Gobierno, convencido de que su presencia se tomaba como un obstáculo para el arreglo de la situación(1).
(1) Derqui. Nota al vicepresidente Pedernera, en: Martín Ruiz Moreno. “La Presidencia del doctor Santiago Derqui y la batalla de Pavón” (1913), tomo I, p. 413, Ed. J. Roldán, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Esto ocurría el 5 de Noviembre de 1861. A día siguiente, se embarcó para Montevideo, a bordo de un buque de guerra inglés, dando término definitivo a su actuación política. Cuando la paz volvió al país, se refugió en una moderna casa de campo que poseía en la provincia de Corrientes, donde sus últimos años transcurrieron oscuramente. Falleció el 5 de Septiembre de 1867.
Mitre instaló el Cuartel General en Rosario y, en esa ciudad trazó el programa militar y político de la campaña. La República presentaba un aspecto original. Antes de romperse las hostilidades, el partido liberal contaba con seis provincias -Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy- que se sucedían sin interrupción desde el Plata hasta Bolivia, formando una cadena de pueblos que dividían a las demás provincias en dos grupos separados.
Después de Pavón, a principios de Noviembre, Buenos Aires quedó sola y triunfante y las otras provincias sometidas al partido federal, con excepción de Jujuy -como disimulada en su pequeñez- pues hasta el mismo Santiago del Estero tenía su capital en poder de las fuerzas nacionales.
¿Qué actitud debía asumir la provincia vencedora frente a la Nación vencida? El gobernador -conforme se ha explicado- estaba autorizado para remover los obstáculos que retardaban la definitiva incorporación de Buenos Aires al resto de la República, o sea, los que impedían a los diputados porteños integrar el Congreso.
El programa anterior a la guerra no podía mantenerse al terminar ésta. De ahí el intenso movimiento político que se produjo en Buenos Aires después de la batalla. Tres opiniones aparecieron, y el flujo y reflujo de las ideas divagaba entre ellas sin detenerse en ninguna.
Había quienes abogaban por la reorganización constitucional de la República, quienes pedían la independencia absoluta de Buenos Aires y quienes se contentaban con un simple cambio de personas en el Gobierno Federal.
El Poder Ejecutivo Provincial -compuesto entonces por el gobernador delegado, don Manuel Ocampo, y los ministros Juan Andrés Gelly y Obes, Pastor Obligado y Norberto de la Riestra que, del Ministerio de Hacienda de la Nación había pasado al de la provincia, establecía el principio de que el General victorioso debía pronunciar la caducidad del Gobierno Federal, fundándose en los actos atentatorios contra los derechos federales cometidos por aquél respecto de diversos pueblos y, especialmente, de Buenos Aires.
Al formular esta manifestación, se invitaría a los pueblos a enviar sus representantes a una Convención Nacional que decidiría de la suerte de la República, quedando entre tanto las provincias en estado constituyente. Pero Buenos Aires no podía invitar ni reconocer a los Gobiernos que habían secundado la acción federal en los sucesos producidos en torno de Pavón y de la Rinconada del Pocito.
Excluiríase, pues, a los de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza y San Juan... Confiábase en que los pueblos de esas provincias cambiasen espontáneamente de gobernantes, alentados por el triunfo de Buenos Aires, la que podría ofrecerles un apoyo eficaz, si fuese preciso y posible(2).
(2) Ocampo - Obligado - Riestra. Carta al gobernador Mitre (Octubre 13 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 13. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Tal la opinión de los hombres sobre quienes gravitaba la responsabilidad ineludible del Gobierno y la implacable de la historia: opinión serena, mesurada, tímida, si se la compara con la de los políticos en disponibilidad, que quisieran arriesgarlo todo de un solo golpe. De entre esta turba habrá que hacer una excepción con Sarmiento, porque el genial sanjuanino se sabía responsable ante las generaciones futuras.
En aquellos instantes, Sarmiento rugía de impaciencia, y dirigió a Mitre una carta desvariante pero magnífica. La inacción lo mataba; y quería un regimiento, que manejaría mejor que cualquiera de los torpes comandantes que estaban a su cabeza, o bien, el Gobierno de Cuyo, o bien, cualquier otra cosa que no fuese maestro de escuela, empleado o periodista, pues se debía a sí mismo algo más.
Hacía su pedido en un arranque de arrogancia conmovedora:
“Estoy ya viejo y necesito hacer algo...; contando con su apoyo, espero lo que usted ordene; si me falta, me faltará mucho, pero no todo; quedárame aquella voluntad que viene hace treinta años tropezando con las dificultades y regando con su sudor el pequeño surco que abre en los sucesos”.
De este alegato personal, saltaba a recomendaciones temerarias:
“No trate de economizar sangre de gauchos; éste es un abono que es preciso hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
Urquiza debía desaparecer de la escena, costara lo que costase: “Southampton o la horca”.
Enseguida poníase a reformar la geografía política: suprimida Santa Fe, el norte, con la capital, pasaría a poder de Córdoba y, el sur, con Rosario, sería para Buenos Aires; destruida Mendoza -por el reciente terremoto- San Juan pasaría a ser capital del antiguo Cuyo. Lo demás era fácilmente realizable: unos cuantos batallones y una sublevación en Corrientes impedirían la posible segregación entrerriana; los Taboada se mostrarían en Córdoba, San Luis y donde fuese preciso asegurar el orden.
Habíase operado solamente con Buenos Aires, y era necesario volver al plan de Sarmiento de poner en actividad las provincias, “pobres satélites que esperan saber quién ha triunfado para aplaudir”. Terminaba con una visión alucinante:
“¡Qué golpe de teatro embarcarse e ir a Paraná!; ¿quién pudiera sugerirle la idea de quemar ordenadamente los establecimientos públicos, esos templos polutos!”(3).
(3) Carta de Septiembre 20 de 1861, en: Archivo del general Mitre, tomo IX, p. 360. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Frente a la opinión de los que deseaban la reorganización constitucional de la República, se alzaba, más débil, la de quienes pedían la independencia de Buenos Aires, juzgando a las provincias incapaces de ponerse a su mismo tono, Mármol, que pertenecía a este grupo, dejaba a los soñadores la esperanza de que las provincias respondieran cordialmente: en pos del triunfo porteño, el partido bárbaro se uniría más por el peligro común y, el diminuto partido liberal que había en aquéllas sería su primera víctima o alimentaría una guerra civil infructífera(4).
(4) Mármol. Carta al gobernador Mitre (Agosto 27 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo VIII. Ed. Biblioteca de “La Nación”, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Del mismo modo opinaba De la Riestra que, únicamente por solidaridad, había adherido al juicio del Gobierno delegado. Para De la Riestra, la idea de formar la Nación sobre base de una amalgama con los caudillos era incompatible con los principios, los intereses y la seguridad de Buenos Aires.
El sistema apetecible era el unitario, pero prefería la segregación, porque el unitarismo tendría que implantarse tras una larga guerra que postraría a la Nación y especialmente a Buenos Aires(5).
(5) Riestra. Carta al gobernador Mitre (Octubre 25 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo VIII, p. 176. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
La tercera opinión fue enunciada por Mitre, quien la sustentó con aquella impasible energía y aquella clara serenidad que nunca lo abandonaron. El ruido de las armas y el olor de la pólvora no embriagaron al joven pero prudente General y, su espíritu de estadista, vislumbró la línea de la solución única.
Había que razonar tranquilamente, disipar las fantasías acaloradas y atenerse a la realidad de las cosas. Lo cierto era que Buenos Aires había iniciado la lucha con un programa definido, al cual la lucha misma había impuesto un agregado que nadie objetaba: la disolución del Gobierno Federal.
Pero nada más; nunca se dijo que se combatía contra la Constitución reformada y jurada por Buenos Aires. Lo procedente, por tanto, era invitar a las provincias a que reconstruyesen las autoridades federales y, la provincia vencedora sólo podía reservarse el derecho de diferir la invitación para cuando la República estuviese pacificada.
Claro está que, si algunas provincias la hostilizaran, Buenos Aires respondería declarándoles la guerra, pero ésta no las atacaría sin causa ni aunque contase con fuerza suficiente, “siendo mi opinión -declaraba Mitre- ahora y siempre, que debemos huir del abuso de intervenir, que ha desacreditado al partido opuesto, pues no sería justificada ninguna agresión que no tuviese por bandera la legítima defensa y por causa inmediata la voluntad de los mismos pueblos, manifestada esa voluntad por hechos que prometieran apoyo eficaz a nuestra acción”(6).
(6) Mitre. Carta al gobernador Ocampo (Octubre 22 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 21. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Estas palabras adelantaban un trascendental programa político: entonces y siempre, Mitre huiría del abuso de Intervenir.
Conocidas estas ideas, fácil resulta deducir sobre cuáles provincias caería Buenos Aires. Había que dominar militarmente a Santa Fe, en cuyo territorio permanecía en armas la división que mandaba el general Virasoro y cuyo gobernador, don Pascual Rosas, actuaba activamente en las operaciones bélicas: era imprescindible organizar en esa provincia un Gobierno que ofreciese positivas seguridades de paz y, Buenos Aires, se podía encargar de ello, pero sin influir en las elecciones.
Había también que regularizar la situación de Córdoba, reintegrando sus autoridades constitucionales para lo cual, si fuese preciso, se empeñaría una firme acción militar(7).
(7) Mitre. Carta al gobernador Urquiza (Noviembre 2 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 45. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Aquí concluían las intervenciones armadas. Pero existían Gobiernos que era necesario desconocer: el de San Luis, donde permanecía en armas la División de Saa, a la cual acaso desalojasen las milicias de Córdoba y Santiago del Estero(8); el de Mendoza, adonde sin embargo no se iba a llevar la guerra, por respeto a los azotes recientemente impuestos por la mano de Dios; y el de San Juan, salvo que prometiera respetar la libertad de sufragio en los comicios de gobernador propietario, que debía realizar próximamente.
(8) Mitre. Carta al gobernador Ocampo (Octubre 22 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 26. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Nada se iba a hacer contra los Gobiernos de La Rioja, Catamarca y Salta, “pues bajo los auspicios de la ley común -razonaba Mitre- pueden coexistir hechos, hombres y cosas a que se debe respeto y tolerancia, si no queremos continuar exterminándonos los unos a los otros, sin alcanzar -por ese medio bárbaro- la uniformidad que sólo puede alcanzarse bajo la presión de un Gobierno bárbaro como el de Rosas”(9).
(9) Mitre. Carta al gobernador Urquiza (Noviembre 2 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 47. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
Así, pues, Mitre respetaría al adversario, no obstante pertenecer a un partido que se había propuesto gobernar con los hombres ilustrados de las ciudades, excluyendo a los caudillos gauchescos. Tal la opinión respecto de los Gobiernos que los liberales llamaban bárbaros.
Naturalmente, más favorable era el juicio sobre los Gobiernos amigos, pero también bárbaros: la simpatía de Santiago del Estero hacia Buenos Aires comprobaba -en concepto de Mitre- que aun los elementos incultos podían estar al servicio de las buenas ideas(10).
(10) Mitre. Carta a Riestra (Julio 24 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo VIII, p. 160. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
En cuanto a las otras provincias, el jefe victorioso se propuso respetar al Gobierno amigo de Jujuy; se abstuvo de opinar acerca del de Tucumán -cuya situación exacta desconocía- y olvidó citar a Corrientes.
Por último -y aquí se pasaba el Rubicón- declaró respetaría al Gobierno de Entre Ríos si éste aceptase el programa de la provincia triunfante y comprobase con hechos su adhesión al nuevo orden(11).
(11) Mitre. Carta al gobernador Ocampo (Octubre 22 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo X, p. 24. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
El gobernador trazó su programa por inspiración propia, alejado de consejeros y contra el juicio de sus amigos y lo sostuvo con firmeza en sus grandes lineamientos, afrontando las críticas y arriesgando su prestigio.
Ante el fracaso del consejo amistoso, los políticos porteños encauzaron sus quejas por las vías legales. El diputado Juan Agustín García expresó -en el recinto de las sesiones- que la Legislatura asumiría una grave responsabilidad si cerrase su período ordinario sin siquiera intentar un acuerdo con el gobernador acerca de la política a seguir.
Había que resolver puntos de vital importancia. ¿Iba Buenos Aires a abolir la Constitución Nacional, a proclamar su independencia o a reafirmar la unión, reconstituyendo el Congreso?
García afirmaba que la Constitución había servido de espantajo y bandera para que, a su sombra, se cometiese toda clase de iniquidades; pero no interesaba la opinión individual sino la de la provincia. Era prudente, pues, que el gobernador convocara la Legislatura a sesiones extraordinarias a fin de fijar el programa definitivo; y García pidió que se votara una minuta en la que se expresase ese deseo(12).
(12) Cámara de Diputados de Buenos Aires, sesión de Octubre 30 de 1862. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
La Cámara aprobó la minuta y también la sancionó el Senado, aunque introduciéndole modificaciones de detalle. Vuelta a la Cámara de origen, faltó tiempo para tratarla de nuevo. El gobernador quedó con la dirección única y con la responsabilidad íntegra de la política oficial.
Aunque fracasada la minuta, subsistía el sentimiento que le dio vida y, este sentimiento, iba por momentos afianzándose en una dirección inconfundible. Los dirigentes se manifestaban contrarios al programa del gobernador, sobre todo en lo relativo al general Urquiza. Según Sarmiento, Buenos Aires era indiferente a la unidad nacional y alentaba como única pasión su odio al caudillo entrerriano.
La presión popular fue tan grande, que hubo instante en que el gobernador delegado y los ministros estuvieron a punto de dimitir. Como última tentativa para persuadir al gobernador, los amigos enviaron cerca de él al ministro Obligado y a Sarmiento; a aquél a fin de que manifestara el pensamiento del Gobierno y, a éste para que empleara el ascendiente que a los íntimos se concede; pero, en lugar de escucharlos, Mitre expuso sus ideas con un tono tal de seguridad y decisión, que Obligado ni valor tuvo para expresarse y el incontenible Sarmiento debió también enmudecer frente a convicción tan firme(13).
(13) Sarmiento. Carta al gobernador Mitre (Diciembre 3 de 1861), en: Archivo del general Mitre, tomo XII, p. 85. Ed. Biblioteca, de “La Nación”, Buenos Aires. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo IV: “Pavón”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
En esa entrevista se perdió para siempre la cordialidad fraterna que había unido a Mitre y Sarmiento. Por su parte, el ministro regresó a Buenos Aires, aplastado bajo la pesadumbre de un hecho catastrófico e inevitable, y volvió a pensar en su renuncia como solución liberadora(14).