Mitre en el frente. La impopularidad en las provincias
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Iniciadas las hostilidades con el Paraguay, el presidente salió a campaña, investido con el carácter de General en Jefe de los Ejércitos de la Argentina, Brasil y Uruguay, aliados para la guerra. El vicepresidente, Marcos Paz, asumió la dirección del Ejecutivo, conservando el Gabinete de Mitre y atento en todo instante a satisfacer las necesidades de la guerra externa y a procurar el mantenimiento de la paz interior.
El primer año de guerra transcurrió sin mayores novedades políticas, por más que el país empezase a creer interminable la campaña, cuya duración el presidente había fijado en tres meses, en momentos de patriótico optimismo. Urquiza figuraba entre los adversarios de la guerra aunque, cuando se produjo, la aceptó como un hecho irremediable y prometió apoyarla en una medida mayor de la que se le pedía.
La deserción de las milicias entrerrianas en Basualdo y Toledo probó que su sentir íntimo coincidía con la opinión de su provincia. En las otras provincias de la antigua Confederación tampoco hubo ambiente popular favorable y los escasos contingentes formados en ellas marchaban al teatro de las operaciones entre filas de veteranos, semejantes más a cadenas de presos que a núcleos cívicos dispuestos a defender el hogar común.
La misma Buenos Aires, nervio y corazón de la guerra, mostraba síntomas de desaliento, cansada de contribuir con hombres y dinero a una empresa cuya voracidad parecía insaciable. El entusiasmo amenguaba, y el Gobierno comenzó a sentirse abandonado por la opinión general(1).
(1) Paz. Carta al presidente Mitre (Julio 18 de 1866), en: Archivo del general Mitre, VI, 109. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo VII: “La rebelión de Cuyo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
El 22 de Septiembre de 1866, los Ejércitos de la Triple Alianza se estrellaron contra las trincheras de Curupayty, sufriendo enormes pérdidas.
El desastre impresionó a los pueblos; y el estado del ánimo colectivo ofreció una inmejorable oportunidad de rehabilitación a los primates del partido federal que, después de Pavón, se habían visto obligados a huir del país, abandonando posiciones, intereses y afectos.
Quién más y quién menos, todos forjaron planes restauradores, preparándose para acciones futuras. Redes sugestivas mostraron su trabazón bajo el manto de las organizaciones oficiales; nombres conocidos se mezclaban en los comentarios y daban pie a conjeturas y discusiones.
En San Juan, el coronel Juan de Dios Videla ofrecía dinero a algunos oficiales para que encabezasen una revuelta contra el Gobierno local(2).
(2) Marcelino Quiroga. Nota al Inspector General de Policía (Octubre 20 de 1866), en: “El Eco de Córdoba”, (Córdoba), Nro. 1.155, Noviembre 9 de 1866. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo VII: “La rebelión de Cuyo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
En Mendoza, el gobernador hablaba de un plan en el que figuraban exclusivamente hombres del antiguo partido federal, cuyos hilos principales manejaba el presbítero Emilio Castro Boedo y cuyo propósito inmediato era derrocar las autoridades de la provincia(3).
(3) Camilo Rojo. Nota al gobernador Alsina (Octubre 23 de 1866), Ms. en: Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Ministerio de Gobierno, 1866, expediente número 681. // Citado por Luis H. Sommariva. “Historia de las Intervenciones Federales en las Provincias” (1931), tomo I, capítulo VII: “La rebelión de Cuyo”. Ed. El Ateneo, Buenos Aires.
En Córdoba, el gobernador Ferreyra protegía a los adversarios de Buenos Aires y de la guerra; derrocado por un motín el 14 de Julio de 1866, lo sucedió en el Gobierno el doctor Mateo J. Luque, electo por asamblea de vecinos; y mientras los porteños celebraban la desaparición de los elementos hostiles, el nuevo mandatario designaba Jefe de Policía al ex gobernador peñalozista, José Pío Achával, e Inspector General de Armas al ex sargento promotor de la rebelión de 1863, Simón Luengo.
A pesar de todo, la guerra iba a proseguir hasta alcanzar los fines que la República se proponía. La decisión del presidente era firme, producto de maduras reflexiones y, por mantenerla, afrontaría cuantas dificultades se le opusiesen.
Mitre reconocía que la guerra resultaba larga, pero por culpa del apoyo que la mitad de Corrientes había prestado al Paraguay, del pertinaz retraimiento de Entre Ríos y de la mala voluntad de las provincias mediterráneas, cuyos reducidos contingentes se sublevaban a cada paso(4).