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Artigas: héroe argentino

El 24 de Junio de 2013 la presidenta de la Nación, Cristina Elizabet Fernández, destacó la figura de José Artigas en un discurso en Entre Ríos y, de acuerdo a las versiones periodísticas del momento, “los deseos de que el prócer uruguayo sea argentino” le habrían jugado una mala pasada.

Fernández, bonaerense y por lo tanto infiltrada por las enseñanzas de la historiografía porteña recibidas en su instrucción primaria y secundaria, señaló en aquella oportunidad -al mirar la bandera de la provincia de Entre Ríos- que “esta bandera (de Entre Ríos), cruzada por la franja roja -que es el símbolo de Artigas vivo en la tierra entrerriana- de ese Artigas que quería ser argentino y no lo dejamos, carajo. ¿Cómo pudo haber sido posible?”.

Políticos y dirigentes uruguayos apuntaron contra la jefa de Estado -según destacó el diario “El País”- y desde twitter los principales líderes de la oposición al presidente José Mujica cuestionaron la afirmación de la presidenta y hasta la mandaron a “estudiar historia”.

Desde Artigas hasta nuestros tiempos todos los uruguayos no queremos ser argentinos”, lanzó Luis Alberto Heber, del Partido Nacional. “Los argentinos nunca admitieron nuestra independencia desde Artigas hasta nuestros días. Esa actitud es la que genera problemas hoy en día”, destacó.

Del mismo espacio, Luis Lacalle Pou -el hijo del ex presidente- le habló directamente a la mandataria: “No señora, con todo respeto pero firme: Artigas es el Jefe de los Orientales, pensó una Patria Grande no en ser argentino”.

El Partido Colorado uruguayo también fue plataforma de dardos hacia Cristina Fernández. “Artigas no quería ser argentino; quería Provincias Unidas del Río de la Plata, que es algo muy distinto. La señora tendría que leer las Instrucciones del 13. En especial la señora tendría que leer la 11 y la 19; no más Sarratea”, pidió el dirigente Pedro Bordaberry, haciendo referencia al mandato que llevaron los diputados de la Provincia Oriental -actual Uruguay- a la Asamblea General Constituyente de 1813.

Los diarios porteños pusieron el acento en una supuesta falta de conocimiento de la presidenta y en otras consideraciones que nada tenían que ver con lo sucedido.

Es verdad que ella no tenía idea de lo que estaba hablando, ya que su misma gestión era la muestra de la permanencia del centralismo impuesto desde Buenos Aires a estas regiones desde 1810 y que hizo que desde aquellas Provincias Unidas el proceso degrade a lo que es hoy sólo un residuo: la Argentina(1).

(1) Baste señalar -como ilustración- que en el período 2003-2015 el Gobierno Central -encarnado por el matrimonio Kichner- absorbía el 71 % de los recursos nacionales, mientras que los Estados provinciales sólo recibían el 29 %. El federalismo en Argentina fue siempre virtual. Todos los ismos argentinos fueron unitarios: mitrismo, roquismo, yrigoyenismo, peronismo, kichnerismo...).

La noticia del hecho la dieron los uruguayos y no Cristina Fernández, ya que aquéllos, con sus declaraciones, actualizaron la fatalidad de la geografía rioplatense y dejaron en claro que el problema suscitado en épocas de la revolución de Mayo es más actual que nunca.

Ellos dieron la nota al poner la atención en aquéllo que fue y es el drama de los Estados rioplatenses: “Artigas no quería ser argentino (ni uruguayo); quería Provincias Unidas del Río de la Plata, que es algo muy distinto”. Ese es el drama histórico y no otro.

Por este suceso ocurrido en 2013, es que se transcribe el siguiente material que echa luz sobre la personalidad de uno de los hombres claves en la historia argentina.

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Cuenta en una de sus páginas sobre el revisionismo histórico y la unidad latinoamericana el gran escritor uru­guayo Alberto Methol Ferré los pintorescos apuros en que se vieron los hombres de gobierno en su país cuando se trató de levantar la estatua de Artigas y determinar la leyenda que debía llevar en su pedestal(2).

(2) Luis C. Alen Lascano. "Artigas: héroe argentino" - Trabajo divulgado en la colección "500 años de historia argentina" dirigida por Félix Luna.

En 1883 el Senado había dispuesto la erección del monumento en Montevideo, proyectándose inscribir en la base: "La patria agradecida al fundador de la nacionalidad Oriental del Uruguay".

La Comisión senatorial al vetar este texto recordó oportunamente algo que aún estaba vivo en el recuerdo de las viejas tradiciones rioplatenses, y dijo:

"El general Artigas está reputado como la personalidad política más levantada de nuestro país. Pero la inscripción no armoniza con la tendencia del prócer a propósito de la Confederación, a favor de la cual luchó hasta que abandonó el suelo de la patria".

La creencia en un Artigas que pertenecía unívocamente a la comunidad rioplatense y, por el contrario, poco tenía que ver con el nacimiento del Uruguay como República soberana de una nacionalidad distinta, no era ajena aún al espíritu patriótico de los mismos legisladores uruguayos.

Baste para afirmar esta concepción generalizada sobre el rol histórico de Artigas, que su más grande reivindicador intelectual, el poeta Juan Zorrilla de San Martín, creía por aquellos mismos tiempos que el Uruguay había nacido "con la hazaña de los Treinta y Tres Orientales y la cruzada libertadora que culminó en la organización institucional", según lo recuerda el historiador Pivel Devoto.

El propio Zorrilla de San Martín -máxima expresión de la cultura nacional uruguaya- al leer los versos inspirados de "La Leyenda Patria", en el descubrimiento del monumento erigido en Florida para honrar al Congreso del 25 de Agosto, en 1879, así ubica el génesis de la independencia uruguaya concretada recién con la firma del Tratado de Paz argentino-brasileño de 1828.

Como el tema era espinoso y polémico, los gobernantes uruguayos eludieron siempre una definición oficial sobre la figura de Artigas. Considerarlo héroe rioplatense -común a orientales y argentinos- como verdaderamente había sido, no iba con las normas impuestas entonces en la historia y la política de ambas naciones.

El ensueño de una gran Patria liberada y organizada mediante una Confederación igualita­ria e integradora de sus pueblos, provincias y regiones, según lo postulara Artigas, era un mal recuerdo para Gobiernos mediatizados que vivían rendidos a los deslumbramientos e intereses de las potencias extranjeras de turno, haciendo ilusorias las independencias formales en que se hallaba fragmentada la Patria continental.

Tanto en Buenos Aires como en Montevideo, a la Confederación soñada le sucedía la dispersión de la nacionalidad común. A la libertad de los pueblos, el unicato centralizador y fraudulento. Y para colmo, una versión histórica deformada y parcial seguía conside­rando -a través de la dictadura académica de Mitre y sus discípulos- a José Artigas con los dicterios de bárbaro y salvaje que le hicieran reprobable a la conciencia pública.

El caudillo y "protector de los pueblos libres" fundador de la nacionalidad argentina en su sentido más lato, estaba excluido del panteón de las glorias nacionales y una tendencia, cada vez difundida en mayor grado por esa mezcla de localismo orgulloso y miopía excluyente que caracteriza a las entidades inconsistentes, iba arrinconando su figura al es­trecho margen de los límites uruguayos.

La moderna República Oriental del Uruguay carecía de héroes indiscutidos. El culto a los próceres se mezclaba con la pasión política del siglo y cada bandería agrandaba o dis­minuía al caudillo histórico de sus preferencias.

Un prócer lo era en razón de ser el antecedente inmediato de blancos o colorados y se convertía en la banderola de lucha de cada partido.

Lavalleja y Oribe pasaban así a ser precursor el uno, fundador el otro de los blancos nacionalistas. A Fructuoso Rivera lo encasillaban los colorados dentro de sus lemas comiteriles. Hacía falta la gran figura unitiva e indiscutida que diera justificación histórica al surgimiento del Uruguay como Estado independiente.

Y Artigas vino a cubrir ese vacío. El 10 de Mayo de 1907 un decreto del presidente Williman concreta la erección del retardado monumento al general Artigas como "precursor de la nacionalidad oriental, prócer insigne de la emancipación americana". He ahí dos términos que debieron ser contra­puestos si los funcionarios oficiales hubieran conocido la verídica historia de su propia tierra.

Pues al precursor de la nacionalidad podía oponérsele -con mayor fundamento- el de prócer de la emancipación americana, y lo fue Artigas en el más alto grado, entendiendo por ella a la liberación total de la patria común y no de una limitada extensión geográfica.

Pero el monumento se hizo. La hermosa estatua fue erigida en la Plaza Independencia, obra magnifica del escultor Zanelli e inaugurada por Batlle y Ordóñez en 1912. Al frente del monumento, en forma sugestiva y elocuente, una sola palabra sintetizaba más que ninguna frase el valor del monumento y la significación del héroe. Allí puede leerse: "Artigas".

No se había encontrado ninguna definición adecuada ni mejor concepto o pensamiento inspirado sobre lo que Artigas representaba para el Uruguay. El hecho es altamente reve­lador, pues si bien descubre la imposibilidad de encasillar al prócer, también muestra la ineptitud de una generación por conocer el sentido de su propia historia y desentrañar desde los orígenes el sentido de su destino nacional.

Y si entonces los uruguayos no se animaron a llamarle Padre de la Patria, hagámoslo ahora nosotros los argentinos todos. Pues argen­tinos somos, por el argentum bautismal de la nacionalidad, tanto los de ambas márgenes del argentino río como los pueblos y regiones que se extienden más allá de sus aguas hasta los confines andinos donde La Plata signó también en denominación común, al solar de la raza.

- Artigas, héroe nacional de los argentinos

José Gervasio Artigas es auténticamente un héroe de la nacionalidad argentina, fundador del federalismo y altivo defensor de las fronteras patrias. Amputar su figura de las páginas de nuestra historia -como lo pretendieron los escribas liberales- significaría amputar la primera década de vida propia durante la cual Artigas diseñó los principios federa­listas y republicanos de la organización institucional e integró el trípode guerrero de más sacrificada acción en la guerra emancipadora.

Junto a San Martín, en Cuyo, y a Güemes, en el Norte, Artigas, en el Litoral y la Mesopotamia completó la actividad ofensiva-defensiva con una clara visión de la In­dependencia Nacional. Queremos por eso ubicar al héroe en su verdadero contexto histórico de tiempo y medio geopolítico para de­mostrar su indiscutido procerato argentino.

Hombre de la revolución de Mayo, él la encarna, vivifica y populariza en más de la mitad del territorio argentino, entendiéndose por tal no la raya que limita y separa, tampoco la fatalidad espiritual de una diferenciación racial, sino la fuerza moral de un destino soberano. Artigas lo interpreta y conduce en toda una década, y lo que más interesa señalar: el gran escenario de sus luchas es el suelo argentino, donde transcurre -en indiferenciada ciudadanía- la mayor parte de su vida combatiente y de sus hazañas legendarias.

Será preciso, entonces, reconstruir ese itinerario aluci­nante para redescubrirlo en esta verdadera ubicación y repatriarlo del exilio centenario, que si por un lado se apropia de su figura del otro la empequeñece y localiza. Todo ello como consecuencia de esa facciosa visión histórica que ha terminado por despojarnos de nuestras más caras persona­lidades realmente nacionales.

"Una elemental cortesía rioplatense -dice Félix Luna- ha evitado que la historiografía liberal de este lado del estuario haya proseguido lanzando contra Artigas las invectivas que inauguraron Mitre y López. Los uruguayos han inferido a Artigas la condición de héroe nacional y eso reviste al caudillo oriental de una suerte de inmunidad póstuma".

Pero esa cortés inmunidad está a contrapelo de la verdad histórica, de los sueños de grandeza de ambos pueblos fundidos en uno solo dentro del pensamiento primigenio de Artigas...

Como que el héroe ya se insinúa antes de 1810, en las gloriosas jornadas contra los ingleses que Buenos Aires y Montevideo enmarcan en un mismo sentimiento patriótico. La dignidad nacional y la repulsa al invasor británico es una sola en ambas bandas del río argentino. Y allí estará Artigas.

Producida la caída de la metrópoli virreinal, en 1806, el joven guerrero del cuerpo de blandengues se hace presente al gobernador Ruiz Huidobro solicitando permiso para concu­rrir a la defensa de la capital en la expedición de Liniers. El gobernador montevideano accede a su pedido y le manda con un pliego para que oficie de mensajero sobre la victoria o la derrota ante los ingleses.

Buenos Aires le espera para su primer gran encontronazo bélico: Artigas llega a tiempo de participar en las acciones de los corrales de Miserere, el Retiro y la Plaza de la Victoria, hasta la rendición de Beresford, cuya noticia se apresuró a llevar de vuelta ante Ruiz Huidobro en el cumplimiento cabal de su misión.

"Rendidos los enemigos a discreción; regresé de aquélla a esta plaza con la noticia" dirá en su Informe. Después siguió la larga lucha durante seis meses, hostilizando al invasor en las costas de Maldonado, soliviantando al gauchaje de los campos, hasta ver el suelo libre de extranjeros.

Artigas, en esa primera campaña de 1806-7, se ha revelado como un conductor natural de sus paisanos, y el indomable valor de sus blan­dengues ejercita exitosamente los iniciales escarceos de la guerra de guerrillas -anticipo de la montonera federal- para batir y desorientar al enemigo.

"Los enemigos -reconocerá el comandante inglés de la plaza de Montevideo, Samuel Auchmuty- montan, desmon­tan, disparan por encima del lomo de sus caballos; todos los habitantes de este país están acostumbrados a esta forma de combate...".

Así asume Artigas un liderazgo irrebatible y concreta, con su dúplice participación en la Reconquista -desde ambas márgenes del Plata- lo que sería después constante escenario de su vida heroica y, también, constante estrategia de su conducción popular.

Sin embargo las invasiones inglesas dejaron la siembra de sus intereses y conexiones económicas. La lucha de Artigas -muchas veces para él mismo incomprensible en ciertos episodios determinantes de su intervención armada- iba a recomenzar después de 1810 en procura de la definitiva liberación nacional.

Pues si bien Beresford, Auchmuty, Whitelocke habían sido vencidos, quedaron por doquier los restos del verdadero y temible ejército conquistador inglés: el de los dos mil mercaderes y traficantes llegados después de la invasión.

Manufactureros de Glasgow, tejedores de Paisley, exportadores de Manchester, comerciantes de Londres, des­parramados por doquier en tierra bonaerense y oriental, serán los encargados de proseguir la empresa colonizadora y abrir nuevos rumbos a la explotación inglesa en América del Sur.

Contra ellos y sus aliados nativos habrá de dirigirse la nueva ofensiva de los pueblos, que Artigas interpreta en plenitud a partir del año X y quiere hacerlo sin "romper unas cadenas para forjarse otras, o destruir una tiranía para establecer una nueva".

Este es ya el caudillo en la plenitud de sus decisiones cuando se presenta a principios de 1811 ante la Junta de Buenos Aires y su presidente, Cornelio Saavedra, luego de venirse desde Colonia y atravesar el río burlando los barcos españoles de vigilia.

Artigas le ofrece "llevar el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo, siempre que se les conceda a sus comprovincianos auxilios". De ida y de vuelta, la figura de Artigas al cruzar los campos argentinos empieza a dinamizar el Litoral. Tierras bonaerenses, de Rosario, Santa Fe, Nogoyá, donde establece un campamento provisorio antes de vadear el Uruguay, todas ellas comienzan a brindarle escena­rio de sus hazañas y cuenta con los despachos de Teniente Coronel para proceder en nombre de la Junta Gubernativa.

El movimiento revolucionario se ha extendido ahora a las dos bandas. Colla, Paso del Rey, San José, son nombres que se incorporan a la historia de la libertad oriental, mientras los lugartenientes del caudillo llevan la buena nueva a todos los rincones.

"Por entre los cerros y asperezas del Lunarejo, el mulato santiagueño Blas Basualdo -avecindado en esa región- junta los paisanos en número de casi doscientos para vigilar hasta las extensas zonas del Ibicuy", refiere Jesualdo en su detallada biografía de Artigas.

"Sólo aspiro al bien de la Patria en la justa causa que sigo", les retrucará el caudillo a sus detractores. Y así, con su prestigio en alza y la adhesión entusiasta de sus gentes, llegará victorioso al combate de Las Piedras el 18 de Mayo de 1811. Es la primera gran batalla del Interior oriental donde el valor del paisanaje -sin más instrucción que su fervoroso patriotismo- brinda a la revolución de Mayo el segundo triunfo de sus armas bisoñas.

Las Piedras es, aquí en el Sur, el digno comple­mento de Suipacha en el Norte. Y por eso aquellos nombres iniciales que enmarcan la rebeldía popular en los dos extre­mos virreinales se incorporaron después a las estrofas del Himno Nacional como auténticos triunfos argentinos.

Era entonces llegado el caso de hacer efectiva la promesa de "llevar el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo", y Artigas podía hacerla realidad de no mediar la defección del Triunvirato porteño empeñado en pactar con los realistas y reconocer al virrey Elío no sólo su autoridad en territorio uruguayo, sino también sobre los pueblos costeros de Entre Ríos: Arroyo de la China, Gualeguay, Gualeguaychú eran sacrificados a los renuncios de Buenos Aires.

El poder creciente de Bernardino Rivadavia y su constante subestima­ción de la voluntad de los pueblos, las intrigas portuguesas, la influencia de Lord Strangford y del comercio inglés en Monte­video actuaban en conjunción de intereses contra la decisión emancipadora encabezada por Artigas.

El caudillo preside entonces tumultuosas asambleas populares donde se impone la voluntad de resistir y continuar la guerra y a fines de Octubre se moviliza la ciudadanía entera tras los episodios colectivos conocidos como del Exodo Oriental. "Una enorme peregrinación popular empezó a caminar lentamente al lado de Artigas por la costa del río Uruguay", recuerda Félix Luna.

Y toda esa gesta unánime, convertida en una ciudadela móvil, emigra durante largas jornadas hasta alcanzar el Salto Chico donde puede ejercer control sobre las dos orillas ribereñas, y por fin acampa una vez llegados a la margen occidental, junto al arroyo Ayuí, a pocas horas de marcha de Concordia, hacia el Norte, en la actual provincia de Entre Ríos.

En ese pedazo de tierra argentina que acoge como refugio y hogar a las huestes orientales, Artigas vive y legisla hasta exclamar entusiasta: "Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes...". Se siente caudillo y jefe a todo lo largo del Litoral hasta las misiones y en su ensueño americano hace partícipe de sus ideas al Gobierno del Paraguay llamán­dole a colaborar en el arreglo de nuestro sistema continental, con la solicitud del 7 de Diciembre de 1811 para evitar la penetración portuguesa ansiosa de conseguir el dominio sobre la llave del Río de la Plata.

- Las Instrucciones del año XIII

En vísperas de reunirse la famosa Asamblea y cuando las huestes artiguistas vuelven a aproximarse a Montevideo para sitiarla nuevamente, el jefe oriental intenta una aproximación con Buenos Aires.

A despecho de las ofensas recibidas, tratará de hacerle entender al circulo del Triunvirato el verdadero carácter de su lucha, recordándole: "La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada como objeto único de nuestra revolución".

Por eso, no obstante haber sido declarado traidor por un Bando de Sarratea, se sobrepone a todo en aras de participar del esperado Congreso, en cuyo patriotismo se fincan las mejores ilusiones por la organización definitiva de la patria liberada.

En consecuencia, los representantes de la Banda Oriental reunidos en Peñarol, extienden el 13 de Abril sus Instrucciones a los diputados elegidos para integrar la Asam­blea General Constituyente.

El genio organizador de Artigas, sus ideas políticas, su indeclinable vocación independiente y el deseo de constituir la Nación bajo la forma federal de gobierno están presentes en todo el texto de las Instrucciones desde la exigencia previa de pedir "la declaración de la Independencia absoluta de estas colonias", hasta el ordenamiento institucional bajo el "sistema de confederación para el pacto recíproco con las provincias que forman nuestro Estado".

"La Constitución garantizará a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía", concluye el histórico documento.

Artigas, con sus Instrucciones a los diputados participantes de la Asamblea de 1813, se anticipa a planear la organización del Estado nacional, independiente y federal, que después será bandera de lucha de todas las provincias argentinas a lo largo de 40 años de postergaciones fratricidas.

Plantea sus exigencias dentro del más avanzado doctrinarismo y con­cuerda, además, con el mismo reclamo concurrentemente expresado desde diversos puntos del país Interior.

Recordemos las Instrucciones dadas por el Cabildo de Jujuy a su diputado Pedro Pablo Vidal en Noviembre de 1812, víspera de la Asamblea, donde se reclamaba: "Precaver que los pueblos de las Provincias Unidas vayan a quedar consti­tuidos en un feudalismo vergonzoso y degradante, o en una dependencia colonial de la capital de Buenos Aires", para que "se asegure la libertad y demás derechos de los pueblos unidos y queden afianzados y garantidos los individuales de cada ciudadano".

En el mismo lenguaje se expedirá Tucumán, cuyo Cabildo instruye en Diciembre de 1812 a su diputado Nicolás Laguna: "Que para formar la Constitución provisional se tenga presente la de Norteamérica, para ver si con algunas modificaciones es adaptable a nuestra situación local y política".

Y lo reiterarán en Septiembre de 1813 las Instruc­ciones de Potosí, al completar la comunidad de pensamiento de los territorios arribeños, al sostener: "Que la Constitución debía ser precisamente federativa, a cuyo solo objeto dirigirá sus conatos, reservándose a cada provincia el reformar el esta­blecimiento adaptable a su localidad".

Hay un parentesco evidente entre todas estas postulaciones, que vienen en forma unánime de los atrasados y bárbaros pueblos del Interior, las cuales hablan al mismo tiempo de su férreo patriotismo y de su avanzada cultura política, mientras la culta y europeizante Buenos Aires pactaba vacilante con el enemigo y ofrecía pedazos del territorio nacional en conce­siones denigrantes.

Todos los documentos artificiosamente ocultados por la historia oficial dicen de los mismos anhelos, pero ninguno los reitera en forma tan concluyente como Artigas.

Las Instrucciones de 1813, las Instrucciones de Soriano, el Proyecto de Constitución liberal federativo para las Provincias Unidas de la América del Sur, la Constitución territorial de la Provincia Oriental, los acuerdos firmados con Rondeau, general del ejército sitiador de Montevideo, y cuanto Artigas suscribe ese año XIII se orientan en la misma dirección: Independencia y Federalismo, entendiéndose esta forma como una adaptación modernizada del municipalismo foral hispánico, y los antecedentes del constitucionalismo norteamericano adaptados a las realidades sociales, políticas y económicas del orden local.

Artigas no es un mimético y libresco ilusionado con los reflejos de una civilización postiza, ni tampoco un apasionado del poder absoluto en los marcos aldeanos. Con sus proyectos constitucionales no hace más que tomar los elementos de la moderna ciencia política y de la experiencia práctica de los Estados Unidos y los adapta al pais real.

Y ése es su acierto, pues los unitarios sólo miran a Europa donde pronto la Restauración monárquica instaurará un orden antipopular, mientras los federales consideran de mayor eficacia el sis­tema norteamericano, de vigencia republicana, enriquecido en pocos años de gobierno propio surgido también de una revolución anticolonial.

Artigas tiene, además, la visión argentina de quien legisla para la Nación entera. Así, mientras la Asamblea del Año XIII en Buenos Aires posterga la declaración de Independencia, frustra los anhelos constituyentes y centraliza la autoridad al crear el Gobierno dictatorial porteño, el caudillo propone, a pesar del rechazo inconsulto de sus diputados, un "Plan de una Constitución Liberal Federativa para las Provincias de América del Sud".

Engloba el mismo "los artículos de Confe­deración y perpetua unión entre las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Paraguay, Banda Oriental del Uruguay, Córdoba y Tucumán".

Volvía el héroe a transparentar su visión integradora del país organizado en su totalidad pues la mención de pro­vincias no era excluyente ni negadora de Estados en vías de concretar sus autonomías.

Y pone de manifiesto, una vez más, su aguda comprensión de la geopolítica rioplatense en el interés de montar sobre Montevideo, Buenos Aires y Asunción del Paraguay el trípode homogéneo y sólido de un Estado Nacional capaz de resistir a los poderes hegemónicos de España, Portugal e Inglaterra.

Los triunviros y directoriales porteños responderán a esas inquietudes declarándolo traidor o benemérito según sus intereses. Pondrán a precio su cabeza o lo rehabilitarán después. Sarratea o Alvear, ambos al servicio de Lord Strangford, le harán ofrecimientos y acusaciones.

Todo se estrellará ante el carácter nacional de la lucha artiguista, cuya expansión popular vuelca a su lado, en incontenible fervor, a las provin­cias del Litoral argentino.

En Entre Ríos, los federales derrotan en El Espinillo al ejército de Eduardo Holmberg e imponen en el cargo de Comandante de Armas en Paraná a Eusebio Hereñú, luego de lo cual, el 1 de Marzo de 1814, es elegido el general Artigas como Protector.

En Misiones, el santiagueño Blas Basualdo inicia las campañas que después culminan exitosamente bajo la dirección de Andrés Guacurarí y Artigas, el fiel Andresito a quien se expiden los títulos de "Ciudadano Capitán de Blandengues y Comandante General de la Provincia de Misio­nes por el Supremo Gobierno de la Libertad".

El Cabildo de Corrientes elegía, asimismo, a Artigas por Protector el 20 de Abril de 1814, consagrando después en el cargo de gobernador a José de Silva para integrarse de ese modo en la Liga Federal y extender su rebeldía a los siete pueblos misioneros y los guaraníes.

Santa Fe se suma e identifica a la gesta popular al recibir al Protector en su primer cruce del Paraná en Abril de 1815, y enarbola en la plaza de la ciudad su bandera tricolor. Como consecuencia de la convocatoria electoral, el 26 de Abril se consagra primer gobernador autónomo a don Francisco Antonio Candioti, antecesor de sus posteriores caudillos provinciales Mariano Vera y Estanislao López.

En el centro mediterráneo argentino, Córdoba marca nuevos rumbos al elegir en cabildo abierto, el 29 de Marzo de 1815, al coronel José Javier Díaz, quien declara a la provincia bajo la protección de Artigas. Su gobierno ha de mandar fundir en la fábrica de armas de Caroyá una espada para regalar al caudillo, en cuya hoja dice la dedicatoria de homenaje: "Córdoba independiente a su Protector".

Así se integra una armónica geografía política en reclamo por la Independencia y la Autonomía, que hace de Artigas, en el primer lustro de la revolución y la guerra emancipadora, el caudillo más popular del territorio argentino.

- Artigas y la Independencia argentina

El fracaso de la Asamblea General Constituyente como Cuerpo representativo nacional, y alguna promisoria esperan­za despertada a consecuencia de la insubordinación de Fontezuelas producida por la siembra de las ideas federales en los militares del Ejército directorial, hicieron ver la necesidad de reunir un nuevo Congreso para la organización definitiva del país.

La idea aparece expresada desde direcciones concurren­tes hacia una misma finalidad organizativa federal, y será en este período, al menos, influencia directa o indirecta de Artigas, reflujo de sus principios y proclamas cuanto reclamo, mención e inquietudes federales se agiten a lo largo del país.

"En 1815, el coronel José Javier Díaz será quien lance la idea de la reunión de un Congreso General -dice el historia­dor cordobés Efraín U. Bischoff- pero al propio tiempo trasunta el fervor de los pueblos por las consignas federales". El proclamará a Córdoba "enteramente separada del Gobierno de Buenos Aires y cortada toda relación, bajo los auspicios y protección del General de los Orientales, que se constituye en garante de su libertad".

En parecidas palabras llegarán desde Santiago del Estero los ecos de esos conceptos, al reclamarse al Director Supremo Alvarez Thomas por la disolución del régimen de Intendencia y la concreción de autonomías provinciales, en varios petito­rios y cabildos abiertos que a lo largo del año 1815 sacuden a la población en preanuncio de las posteriores revoluciones federales de Juan Francisco Borges.

A todo lo cual Alvarez Thomas pide en sus respuestas: "Valor y resignación para esperar que el Congreso General transe todas nuestras dife­rencias, dando a todos los pueblos el sistema que más convenga a sus intereses".

De ahí la razón de ser del nuevo Congreso exigido por los pueblos para decidir su organiza­ción, y también la explicación de su sede en San Miguel de Tucumán. Era lo más que podían conseguir los hombres de la revuelta de Fontezuelas: alejarlo del círculo centralista porteño para que deliberara en una ciudad mediterránea sin repetir los errores de la Asamblea anterior.

Pero Artigas les ha ganado de mano. El 17 de Junio de 1815 se entrevista con los emisarios del Directorio para proponer­les un Tratado de Confederación en las Provincias Unidas, hasta tanto se sancionara la Constitución en un "Congreso General del Estado legalmente reunido".

Por toda respuesta le ofrecieron, en cambio: "Buenos Aires reconoce la indepen­dencia de la Banda Oriental del Uruguay, renunciando los derechos que por el antiguo régimen le pertenecían".

Artigas le dirá a Alvarez Thomas que había "visto reprodu­cidos en V. E. los principios detestables que caracterizaron la conducta del Gobierno anterior". Es que Buenos Aires no vacilaba en ofrecer al caudillo toda su provincia con tal que se fuera a construir un país distinto y dejaran de perturbar sus principios federales.

"Esta contrapropuesta -afirman los autores de "El Ciclo Artiguista"- contradecía frontalmente dos principios esenciales del artiguismo: en primer lugar, el significado provincia, pero no nacional de la independencia oriental, implicando una segregación que el caudillo nunca había propuesto y jamás aceptó; y en segundo término desconocía el verdadero carácter y significado de la revolu­ción que había devuelto a cada uno de los pueblos del ex Virreinato el ejercicio de su propia y particular soberanía".

Artigas rechazó sistemáticamente todos esos ofrecimien­tos, demostrando que el sentido de su lucha no era un localismo estrecho, fácil de conformarse con la independencia de un pedazo de tierra librada a su autoridad absoluta, sino la unión en libertad de toda la patria y la defensa del territorio nacional sin amputaciones. Convocó entonces, en réplica a las tentaciones e insidias porteñas, a la reunión del Congreso Federal.

El 23 de Junio de 1815 diputados representantes de Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y la Banda Oriental inician las deliberaciones de la gran Asamblea. Este es el llamado Congreso de Oriente, o Congreso Federal del Arroyo de la China, como indistintamente se le conoce, siendo en verdad, su sede, Concepción del Uruguay en la provincia de Entre Ríos.

Y asi de nuevo, en tierra argentina, celebra Artigas el Congreso tantas veces postergado de los pueblos libres, donde se trata de echar las bases definitivas de la unión nacional.

De tal modo, como escribe Alberto Demichelli, "en 1815 y 1816 se instalarán en la Argentina dos Congresos distintos, uno republicano y federalista -el de Oriente, en Concepción del Uruguay bajo la presidencia de Artigas; otro unitario y monárquico -en Tucumán- integrado por Buenos Aires y algunas provincias. Ambos declaran la Independencia, pero mientras el primero desaparece pronto, absorbido por graves acontecimientos militares, el otro funciona durante cuatro años y sanciona en Buenos Aires la Constitución de 1819 de corte netamente unitario".

Vuelve a ser Artigas el certero inspirador de la emancipa­ción argentina que sabe anticipar con su genio y su acción. Por eso, bien apunta el mismo Demichelli al recapitular la obra del Congreso de Concepción del Uruguay y su importancia en nuestra formación histórica, "cuando el Director Pueyrredón notifica a las Provincias la trascendente decisión del Congreso de Tucumán del 9 de Julio de 1816, Artigas le contesta: Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia...".

- Las luchas por la integridad nacional

Mientras duró el régimen directorial y el Congreso Na­cional, la política imperante estuvo signada por una decli­nación total en la defensa de la integridad argentina.

Las tratativas monárquicas en las Cortes europeas durante las sucesivas misiones diplomáticas, la sumisión ante Lord Strangford y el Imperio inglés, y la complaciente aquiescencia para que el Brasil avance sobre la frontera oriental del país dan la pauta de una orientación mendicante en todo cuanto significara preservar la libertad y el territorio patrio.

La permanencia del enviado oficial Manuel José García en Río de Janeiro pone de manifiesto, a través de toda su correspondencia con las autoridades de Buenos Aires, el odio al caudillo de los anarquistas, al abominable Artigas, cuya obcecación impide unir los destinos del país al cetro imperial de los Braganza.

Es esa reciedumbre de Artigas la que durante los años críticos entre 1816-19 mantiene la nacionalidad argentina en todo el Litoral rioplatense, mientras es atacado en su propia tierra por la invasión portuguesa y a la retaguardia por las tropas directoriales. "¿Hasta cuándo pretende V. E. apurar nuestros sufrimientos?", terminará recriminando a Pueyrredón, cansado ya de esa complicidad infame.

Y sin embargo, a despecho de esa lucha en doble frente, no cejan sus afanes por la organización federal del país. Con intransigente pertinacia se obstina en ser el defensor de las fronteras y al mismo tiempo el político avizor de una organi­zación constitucional basada en el federalismo.

Hasta las puertas mismas del Noroeste argentino llegan esos ideales: en Santiago del Estero, el teniente coronel Juan Francisco Borges acaudilla los primeros movimientos autonomistas. Reclama contra la organización de los gobierno-intendencias que supe­ditan su terruño a Tucumán, y postula contra el monarquismo un Estatuto republicano en el Pronunciamiento del 4 de Septiembre de 1815.

El día 7, Bernabé Aráoz, gobernador de Tucumán, informa al Director Supremo los hechos protagonizados por este "díscolo que a costa de la disolución del pueblo de Santiago pretende sobre sus ruinas levantar el edificio de su grandeza, combinado con el jefe de los orientales y sus partidarios".

Mal puede afirmarse para condenar a Borges y Artigas que esos acontecimientos impedían organizar el país y finiquitar la guerra contra los españoles. Al contrario, todos los caudillos provenían de los ejércitos emancipadores, y la organización federal era una consecuencia de la vida independiente.

Sobre Artigas, bueno es recordar las referencias y contactos prodi­gados por San Martín, al punto que, como recuerda Ricardo Levene, "a poco de haber llegado a Buenos Aires prodújese un acuerdo tácito entre el recién venido y el caudillo oriental, pues este último era autor de un plan de independencia contra el poder español y su aliado el portugués, propósito muy definido y abrazado por el creador del Regimiento de Granaderos a Caballo".

En 1816 los temores sobre las decisiones del Congreso de Tucumán y sus tratativas monárquicas alborotan nuevamente el Interior argentino. En Santa Fe a la muerte de Candioti había sucedido las invasiones armadas de Viamonte y Díaz Vélez, superadas por una decisión autonómica inquebrantable, hasta imponer en cabildo abierto el 9 de Mayo, a Mariano Vera como gobernador federal.

Córdoba misma volvía a conmover­se con la sublevación del 4 de Agosto dirigida por Juan Pablo Bulnes, nuevo caudillo artiguista cuyas puebladas se levanta­ban solidarias con los santafesinos de Vera.

El contagio llegó pronto otra vez a Santiago del Estero. Y el 10 de Diciembre de 1816 Borges inicia su segundo Pronun­ciamiento popular, del cual dirá el teniente gobernador Gabino Ibáñez el día 20, al denunciar al de Córdoba los reclutamientos de gente en la campaña, que se hacen "echan­do voces que va de acuerdo con Artigas y Güemes, que no han de obedecer las autoridades del Congreso ni al General, que no pagarán las contribuciones impuestas y que formarán la montonera".

Aparece así, una tónica propia en el federalismo norteño, al enlazar con los ideales autonomistas pero no artiguistas de Güemes, y hacer de Santiago el vínculo trans­misor de ambas políticas entre el Norte y el Litoral, interpuesta su extensa jurisdicción como un muro para el Congreso de Tucumán y el Directorio de Buenos Aires.

Al fin, Borges será fusilado por la represión del Ejército oficial, el 1ro. de Enero de 1817. Cayó como un precursor del federalismo santiagueño y dejó el surco abierto de tan honda magnitud que dos años más tarde Artigas escribe a Estanislao López para pedirle:

"Dirija V. S. a Santiago mis insinuaciones con mi proclamación. El caso es imposibilitar los esfuerzos de Buenos Aires y Tucumán en caso de querer repetirlos contra esa heroica provincia cuya energía y entusiasmo servirán de modelo a las demás".

Una misma visión geopolítica de indudable penetración y conocimiento de las características del Interior argentino anima siempre los actos de Artigas. Por eso insistirá el 27 de Diciembre de 1818 al mismo Estanislao López:

"Lo recomiendo a V. S. de nuevo, y la mayor actividad en promover una alarma general en Córdoba y Santiago del Estero. V. S. no debe perder un momento en anunciarme esos resultados, y otras cualesquiera, prósperos o adversos a nuestros intereses, para reglar por ellos el orden de mis providencias".

En la misma orientación actúan ahora dos nuevas figuras del federalismo litoral: Francisco Ramírez, Comandante Gene­ral de Concepción del Uruguay desde 1816, y en virtud de sucesivas derrotas a los directoriales, a partir de su última victoria del 25 de Marzo de 1818 sobre el ejército de Balcarce en Saucesito, gobernante indiscutido de Entre Ríos; y Esta­nislao López, que sucede a Mariano Vera, elegido gobernador de Santa Fe el 23 de Julio de 1818 iniciando entonces su largo patriarcado político de 20 años en la provincia.

Pero no es sólo el Litoral sino también Cuyo, que recibe las ideas artiguistas con gran aceptación. Un hombre culto y austero se hace eco de ellas hasta ser acusado de difundirlas, en actitud peligrosamente subversiva. Es nada menos que fray Justo Santa María de Oro, el ilustre dominico cuya palabra nos salvará en el Congreso de Tucumán de la entrega monárquica.

En 1818 es expulsado a Chile por el gobernador Toribio de Luzuriaga, quien lo ordena el 8 de Mayo bajo protesta de fray Justo por el inconsulto procedimiento, únicamente fundado en sus ideas artiguistas, según lo tiene estudiado el distin­guido historiador dominico fray Rubén González.

¿Puede esgrimirse entonces, so capa de una metodología científica y de un abstraccionismo incoloro aferrado a la letra fría de los archivos, que el ideal federalista era de imposible concreción o de funestas consecuencias para la emancipación nacional?

Por el contrario, ese ideal era una lógica consecuencia de dicha emancipación, y si no ella carecía de sentido liberador para las masas argentinas. Pues mientras tras los anhelos de independencia y federalismo se dinamitaban los pueblos, en Buenos Aires el Director Rondeau escribía a su enviado en el Janeiro, el inefable y perpetuo servidor inglés Manuel José García, el 31 de Octubre de 1819:

"Ya está apurado el sufri­miento de este Gobierno con respecto a los anarquistas. No hay medio de conciliación con unas fieras a quienes no animan otras ideas que las del horror, sangre y desolación. He propuesto de palabra, por medio del Cnel. Pintos Albarón de la Laguna, que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Ríos y Paraná en combinación con no­sotros...".

Es decir, la misma complicidad con el enemigo exterior, cediendo territorio nacional al precio de aniquilar al adversario interno motejado siempre de anarquista o salvaje.

Artigas, al contrario, en un último esfuerzo responderá indirectamente al dirigirse al Congreso el 27 de Diciembre de 1819 y reclamarle:

"Merezca o no Vuestra Soberanía la confianza de los pueblos que representa, es menos indudable que V. S. debe celar los intereses de la Nación. Esta representa contra la pérfida coalición de la corte del Brasil y la admi­nistración directorial. Los pueblos revestidos de dignidad están alarmados por la seguridad de sus intereses y los de América. V. S. decide con presteza.

"Yo por mi parte, estoy resuelto a proteger la justicia de aquellos esfuerzos. La sangre americana en 4 años ha corrido sin la menor consideración. Al presente V. S. debe economizarla si no quiere ser responsable de sus consecuencia ante la soberanía de los pueblos".

Con este sentido llamado a "celar los intereses de la Nación", volverá Artigas al filo de sus largas epopeyas patrias, a reafirmar el sentido argentino y americano de esa lucha.

No hay en ningún momento de su vida separatismo disolvente sino oposición al centralismo porteño que en todo momento lo empuja a independizarse de las Provincias Unidas con tal de no sentir más su molesta influencia en los pueblos. Y siempre por respuesta Artigas mantiene una celosa defensa de la integridad argentina sintiéndose intérprete de la autén­tica causa nacional.

- Los últimos tiempos de Artigas

Su causa desafiaba la geografía, ha podido afirmar con certeza uno de los panegiristas argentinos de Artigas. Quien lo visitara en el campamento de Villa Purificación, Cuartel General situado a pocas leguas de la entrerriana Ciudad de Concordia, John Parish Robertson -conocido agente comercial inglés- llama al caudillo "el Protector de la mitad del Nuevo Mundo".

Ese prestigio se mantuvo incólume hasta los últimos tiempos de su acción política y debe rescartarse ahora como un patrimonio común de la gran hermandad rioplatense.

Los sucesos del año XX fueron la culminación de esa lucha artiguista pero, como siempre ocurre, su visión precursora no fue estimada en el momento y la euforia del triunfo de quienes habían sido sus lugartenientes y discípulos obnubiló la real magnitud de los hechos hasta volverlos en contra de su mismo inspirador.

El camino abierto por Artigas aún tardaría en apagarse, no obstante las vicisitudes del caudillo.

"Conocidas la victoria de Cepeda y la caída del sistema directorial -historia Carlos A. Segretti en su vida de Juan Bautista Bustos- éste se dirige a Artigas mediante tres Oficios. En uno pone testigo al cielo, a los ángeles y a los hombres; en otro habla de demostrar a los enemigos de las provincias que éstas son capaces de superar la anarquía; y, en el tercero, se complace en augurarle que estas provincias y el mundo entero le reconocerá -a Artigas- por el Washington de ellas y de Sud América".

El elogio no era exagerado, habida cuenta de que la derrota directorial era consecuencia de la prédica artiguista, y que aún no se había suscripto el Tratado del Pilar, donde López y Ramírez asumen actitudes independientes respecto de las miras más amplias planeadas por el Protector.

El 18 de Febrero de 1820 Artigas se dispuso a hacer un último llamado a los pueblos para evitar que el feliz acontecimiento fuera escamoteado por la habilidad porteña. Pedia como un último esfuerzo no "entrar en ningún ajuste razonable con Buenos Aires, sin que los pueblos sean armados o garantidos en sus esfuerzos de cualquier otra invasión exterior o interior".

Y aseguraba: "No adelantaré ningún paso sin conocimiento de las provincias y sin que se crean garantidas en lo sagrado de su confianza; por ello es de necesidad estrechar nuestras rela­ciones".

A más de los términos de esta Circular, Artigas escribió con la misma fecha desde la costa del Uruguay al Cabildo de San Juan para decirle:

"Al presente todo debe contraerse a este principio fundamental. Los pueblos están libres y son árbitros de decidir su suerte. Por más que en varias épocas se les haya convocado a llenar tan sagrado deber, los pueblos han visto siempre desmentidas sus mejores esperanzas por la arrogan­cia de un pueblo que se creyó llamado a presidir la suerte de los otros.

"Los más sagrados derechos se han confundido y los mejores deseos han sido contrastados en la preponderancia de un partido exclusivo. Caído el Directorio, ahora los pueblos están revestidos de dignidad, se hallan en oportunidad de representarlos francamente, expresar sus votos, fijar sus pactos y decidir los intereses de la Nación".

Es su lenguaje argentino de siempre, el mismo que con mayor rotundidad dirá en otra comunicación de ese día de largas misivas a todo el país, al gobernador de La Rioja:

"Se preparan los más favorables instantes para que los pueblos puedan asegurarse y resolver de los intereses de la Nación. Yo al frente de los provincianos estoy resuelto a llenar el objeto de nuestros afanes, si ellos son igualmente empeñados en adop­tar las providencias que deben contribuir a sellarlo".

Con parecidos términos manda a Ventura Martínez hasta Santiago del Estero para celebrar los horizontes abiertos a la organización federal. El cabildo abierto de la ciudadanía santiagueña ha elegido para entonces a Juan Felipe Ibarra, el 31 de Marzo, como nuevo gobernador.

La Asamblea Provincial declara la autonomía el 27 de Abril, como "uno de los territorios unidos de la Confederación del Río de la Plata", y ordena el nombramiento de "una Junta constitucional para formar la constitución provisoria y organizar la economía interior de nuestro territorio, según el sistema provincial de los Estados Unidos de la América del Norte, en tanto como lo permitan nuestras localidades".

A esta declaratoria conceptuosa y realista no escapa la indudable influencia de Artigas y sus principios. Son las mismas palabras de otras provincias, que a lo largo de los años se reiteran en obsesivo afán organizador de la nacionalidad.

El producto de la siembra ideológica artiguista mezclada al avanzado doctrinarismo constitucional norteamericano "en tanto como lo permitan nuestras localidades", es decir, sin mimética copia meteca.

Luego de estos actos el Cabildo autonomista santiagueño responderá al caudillo el 7 de Abril agradeciéndole sus heroicos esfuerzos por haber "conseguido al fin redimir estas provincias de un sistema liberticida, cuyo objeto era entregar estas provincias a un ramo de la familia de Borbón y de establecer en estos países una monarquía todavía más tiránica que la de los españoles".

Se explicará la autonomía local como consecuencia de "los progresos que han hecho entre nosotros las ideas federales cuya base es la libertad y la igualdad del sistema representativo".

Y terminará asegurando: "Siempre nos encontrará dispuestos a contribuir en cuanto esté en nuestro alcance para asegurar la integridad del territorio de la Confederación contra las combinaciones de la ambición extranjera".

Esa respuesta compendia todos los términos del ideal artiguista: federación en base a la libertad e igualdad del régimen representativo-republicano; antimonarquismo y anticentralismo interno; defensa de la integridad territorial.

Al inspirarse en ellas, Santiago del Estero se integra en ese gran movimiento del federalismo nacional cuyo indiscutido men­tor en la primera década del gobierno propio es José Gervasio Artigas.

Paradojalmente, en esos momentos el caudillo sufre los efectos de su derrota en Tacuarembó, allí por los límites de la Banda donde los portugueses han diezmado las huestes de su lugarteniente Latorre a fines de Enero.

Sufre por las reticen­cias de Bernabé Aráoz y por los silencios de Martín Güemes a quienes ha escrito "para que influyan en el sostenimiento de las provincias de la Liga".

Y sobre todo lastima su corazón y orgullo la defección de Francisco Ramírez, uno de sus mejores lugartenientes, ante quien Sarratea y el partido porteño despliegan sus artes de seducción valiéndose de un infiltrado, el coronel Lucio Mansilla, el cual se traslada a Entre Ríos a trabajar por la separación de Ramírez y Artigas (Mansilla lo ha contado en sus Memorias), así como la licencia otorgada por Sarratea "con el goce de medio sueldo" para trasladarse a Entre Ríos a servir en el ejército de Ramírez y evitar nuevos ataques contra Buenos Aires.

Este mismo Mansilla al año siguiente traicionó a Ramírez al ser comisionado para tomar Santa Fe, y permitió la derrota del jefe entrerriano al ser atacado sin los refuerzos esperados desde su provincia en su vanguardia por tropas porteñas y en la retaguardia por santafesinas. Luego de ello, muerto Ramírez se hizo procla­mar gobernador de Entre Ríos.

Pero Artigas intenta una vez más llevar a la práctica su ideal federativo, a pesar de ver minado su frente interno del Litoral. El 24 de Abril de 1820 hace firmar en la costa de Avalos, Departamento correntino de Curuzú Cuatiá, un nuevo Tratado de alianza entre Corrientes, Misiones y la Banda Oriental para concretar la reunión del Congreso General de las Provincias Unidas e invitar a federarse a todas las demás de la República.

Es su última obra orgánica, su último esfuerzo de tipo constitucional y uno de nuestros olvidados Pactos preexistentes, no por azar suscriptos bajo la mediación de Artigas en tierra argentina.

Vino después su largo peregrinaje de perseguido y derro­tado atravesando los campos entrerrianos, correntinos y misioneros. Y así, sin volver los ojos al solar oriental establece su último campamento en La Candelaria, sobre las barrancas del Paraná.

"A pesar de sus continuas derrotas -cuenta en sus Memorias el coronel Cáceres- en su tránsito por Corrientes y Misiones salían los indios a pedirle la bendición y seguían con sus familias e hijos en procesión detrás de él abandonando sus hogares".

Desdeña los tentadores ofrecimientos portugueses, la mediación del cónsul norteamericano, el apoyo incondicional de esas huestes desharrapadas dispuestas a dar la vida por su caudillo.

Y escribe al dictador paraguayo Francia, "desenga­ñado de las defecciones, traiciones e ingratitudes de que había sido víctima" para solicitar asilo en la tierra hermana, "en obsequio a los principios republicanos que la América entera proclamaba y de los que él había sido sostenedor desde el principio, pugnando por la libertad que debía asegurarle la independencia".

No renuncia a sus ideales ni al gran sentido americano de su lucha; no cruzan por su mente los desvaríos de un Uruguay independiente de la Confederación rioplatense así como nada le hace alentar afanes segregatistas para con Misiones y Corrientes, las últimas provincias fieles a su Protectorado.

Acaso si piensa en algún momento la perspectiva futura de recuperarse en el Paraguay, abrir desde allí una contra­ofensiva sobre el Litoral, o convencer al doctor Francia de hacer realidad la Patria común en una América libre y unida...

Artigas, Padre de los pobres, de los negros, indios y mulatos, reúne entonces a esa última gleba mestiza que le sigue, cuenta sus escasos patacones, los entrega a uno de los suyos enco­mendándole aliviar la situación de sus lugartenientes cautivos en Brasil y así, desposeído de bienes materiales, cruza el 5 de Septiembre de 1820 el Paraná y se entrega a la guardia mandada por Francia para recibirlo en el ostracismo.

Concluye su vida pública en el Paraguay. Ni Argentina ni Uruguay tendrán el privilegio de guardarle en el retiro y la ancianidad. Pues a ninguna de las dos puede considerarlas patrias distintas o separadas, en ninguna de ellas se queda.

Y así, en ese viaje sin retorno, no volverá a salir de la selva paraguaya aún cuando Montevideo se constituya en capital de una nación independiente y sus gobernantes le reclamen por medio de emisarios, mensajes y delegaciones.

Fragmentada y perdida la Patria Grande, disuelta la unidad común rioplatense, Artigas se quedó sin patria y no aceptó ser instrumento de ninguna parcialidad regional.

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