El embrollo uruguayo
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Aún más que el Paraguay, la Banda Oriental del Uruguay padeció muchísimo por su posición de Estado colchón entre el Brasil y la Argentina. Tanto los españoles como los portugueses la habían considerado como la puerta a las riquezas del Estuario del Plata y durante el período colonial ambas partes lucharon encarnizadamente por el control de esta gran pradera vacía, desprovista de cualquier rasgo geográfico que pudiera indicar su límite norteño.
Esta “tierra púrpura” de amplias extensiones (y pocos habitantes) terminó siendo el catalizador de la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. Fue una desgracia para la Banda Oriental el que todos sus vecinos desearan su territorio por tanto tiempo.
Muchos orientales respondieron a este interés externo involucrándose ellos mismos en un bando o en otro. Muchos más buscaron aprovecharse de la incertidumbre balanceándose entre los postores, apareciendo primero a favor de los argentinos y luego de los brasileños y viceversa. Ni los uruguayos lograban captar las ambigüedades de este legado, mucho menos los de afuera.
El proceso de forjar una nación en el Uruguay involucró muchas idas y venidas. La invasión portuguesa que echó a José Gervasio Artigas en 1817 resultó en una ocupación militar permanente que derivó en la Guerra Cisplatina, hasta que las armas de la Royal Navy finalmente forzaron a los brasileños y argentinos a aceptar la existencia de un Estado independiente en 1828.
La República Oriental del Uruguay era una “nación”, pero una muy diferente a la pacífica y ordenada federación de provincias imaginada por Artigas. El nuevo régimen siguió siendo inestable y vulnerable a la intervención extranjera por muchas décadas.
- El costo del faccionalismo partidario
La presidencia de la nueva República se le delegó a José Fructuoso Rivera, un oficial del ejército de Artigas. En 1835 renunció a favor de su sucesor electo, Manuel Oribe, uno de los originales “treinta y tres” patriotas de 1825. Rivera, sin embargo, solo renuentemente dejó la banda presidencial y en pocos meses lideró una revuelta contra Oribe. Esta guerra civil dio lugar a los dos partidos políticos que dominaron la política uruguaya hasta entrado el siglo veintiuno.
Los “colorados” de Rivera, así llamados por los banderines rojos que portaban, ganaron la iniciativa por un tiempo. Con la ayuda de fuerzas unitarias argentinas, expulsaron a los “blancos” de Oribe, quienes llevaban banderines albos, al otro lado del río.
Los blancos buscaron refugio en Buenos Aires, donde Rosas los acogió por todo el tiempo que pudiera utilizarlos. Oribe, apoyado por tropas argentinas enviadas por el gobernador bonaerense, montó entonces una ofensiva contra los colorados a principios de la nueva década y para 1843 inició un sitio de Montevideo que duraría nueve años.
Los oponentes argentinos de Rosas, entre ellos el joven periodista porteño Bartolomé Mitre, arribaron a la ciudad para colaborar con su defensa. Negligente al vestir y reservado en sus maneras, la característica más saliente de Mitre era su aplicación a los libros, pero este atributo nunca le impidió al joven coronel desempeñarse bien en la batalla(1).
(1) Dada la reputación académica de Mitre, podría parecer extraño que su primer libro publicado fuera un manual técnico de artillería moderna, pero la guía era actualizada, completa y escrita de forma atractiva. Fue tan bien recibida como sus trabajos literarios e históricos. Ver: Bartolomé Mitre. “Instrucción Práctica de Artillería” (1844), Montevideo. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Aventureros europeos también se deslizaron dentro de la “Nueva Troya” para ofrecer sus servicios. Lo mismo hicieron ciertos colorados del campo quienes, tras ser sobrepasados en sus territorios, se unieron a las fuerzas de apoyo de la capital.
Entre los defensores estaba Venancio Flores, un estanciero de Trinidad y un hombre de considerable experiencia militar. Nacido en 1808, ya había visto acción en la guerra contra el Brasil y en los conflictos civiles uruguayos. Sus instintos políticos reflejaban una tradición rural más antigua, en la cual la política estaba determinada por jerarquías sociales y las infracciones por parte de los subordinados eran castigadas con rebenque y cuchillo.
Flores cultivó una imagen pública de caudillo montado a caballo, de hablar pausado, pero de semblante poderoso. Como Rosas, cuya comprensión de la construcción nacional se basaba en principios similares, sentía un profundo desdén por sus seguidores gauchos. Eran herramientas útiles -pensaba- pero indignos de permanente confianza o apoyo. En consecuencia, Flores toleraba su ferocidad como un demonio necesario, permitiéndoles -incluso incitándolos- a “tocar el violín” con sus afilados facones sobre los cuellos de sus rivales(2).
(2) El poeta y periodista uruguayo Juan Carlos Gómez recalcó que aquéllos que estudien a Flores “encontrarán detrás de cada acto suyo de guerra algún movimiento político claro, el precio de una ambición dirigida tenazmente hacia su objetivo”, en el periódico “El Siglo” (Montevideo), 28 de Diciembre de 1872. Biografías de Flores incluyen Alfredo Lepro. “Años de forja: Venancio Flores” (1962), Montevideo. Ed. Alfa; y Washington Lockhart. “Venancio Flores, un caudillo trágico” (1976), Montevideo. Ed. de la Banda Oriental. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Flores brevemente ocupó el puesto de Comandante Militar de Montevideo, aun cuando el liderazgo colorado nunca confió en él del todo. Lo tomaron más en serio después de 1845, sin embargo, cuando fue herido en batalla y se refugió al otro lado de la frontera, en el Brasil. Sus anfitriones imperiales en Rio Grande do Sul estaban para entonces concluyendo negociaciones para poner fin a la Rebelión de los Farrapos y tenían de nuevo las manos libres después de una década para proyectar su influencia en el Uruguay.
Flores parecía el aliado perfecto para ellos, por más que controlara sólo una pequeña facción dentro del partido colorado, ni siquiera la dominante. Como sus rivales blancos, los colorados procedían de muchos elementos de la sociedad uruguaya, tanto urbanos como rurales, lo que hacía difícil forjar un consenso político dentro del partido y frustraba las relaciones con los extranjeros.
Fue entonces que ocurrió algo inesperado. Luego de haber estado cerca de aniquilar a sus oponentes colorados, en 1851, Justo José de Urquiza, el poderoso teniente entrerriano de Rosas, sorprendió a Oribe y a otros al volverse contra su jefe y hacer causa común con los “salvajes unitarios”.
La defección de Urquiza dejó perplejos a muchos en la región. Siempre había sido considerado el perfecto rosista -riguroso, incluso brutal en la guerra- claramente capaz, pero siempre conforme de permanecer a la sombra de su líder. Urquiza era extremadamente bien leído, con un fuerte interés en la música, la danza, la ingeniería y la educación pública.
Tras convertirse en gobernador de Entre Ríos -a principios de los 1840- condujo un exitoso programa de distribución de tierras y, aunque muchos porteños lo menospreciaban como un rudo provinciano, la verdad era que su idea de la nacionalidad argentina era más moderna y más incluyente que todo lo que Rosas había jamás vislumbrado.
El 29 de Mayo de 1851, agentes del Brasil, Entre Ríos, Corrientes y Montevideo se reunieron en la capital uruguaya para firmar un Acuerdo en el que se comprometían en la causa común de destruir a Rosas y a Oribe. En poco tiempo reunieron un Ejército de 28.189 hombres, mayormente montados, conformados por 10.670 entrerrianos, 5.260 correntinos, 4.249 bonaerenses, 1.907 orientales y 4.040 brasileños(3).
(3) Ricardo Levene. “A History of Argentina” (1937), p. 437, University of North Carolina. Ed. Chapel Hill. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Si bien las tropas brasileñas representaban solamente un séptimo del total, la participación del Brasil en sí misma era significativa y, además, había un compromiso de un apoyo todavía mayor en el futuro. El Gobierno del emperador hacía rato veía las divisiones en la Argentina como las mejores garantes de los intereses del Brasil en la región; ahora esas mismas divisiones ofrecían una ruta directa para saldar cuentas con Rosas.
El 14 de Octubre los paraguayos recibieron una invitación de Urquiza -secundada por los brasileños- pero Carlos Antonio López rechazó cualquier involucramiento mayor que un compromiso militar nominal(4).
(4) Periódico “El Paraguayo Independiente”, Asunción, 29 de Noviembre de 1851. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Con el Ejército Aliado ahora completo, Urquiza rápidamente levantó el sitio de Montevideo, destrozó a Oribe y volvió a Paraná. Poco después aplastó a los conscriptos no entrenados de Rosas en Caseros e hizo que el gobernador tuviera que huir a una vida en el exilio bajo la protección de un barco de guerra británico.
- Brasil y la nueva política del Plata
La derrota de Rosas le trajo muchos beneficios al Imperio. Desde la independencia, los brasileños habían buscado siempre un acuerdo que les asegurara el acceso al sistema fluvial del Plata. Al mismo tiempo, hicieron todo lo que pudieron para prevenir la consolidación de la Argentina bajo un fuerte Gobierno unitario en Buenos Aires. Alcanzaron estos objetivos con la victoria de Urquiza.
En su alianza con el caudillo entrerriano, el Gobierno imperial se comprometió con la autonomía provincial en Argentina, la misma que los brasileños rechazaban en su propio país. A Urquiza le habría gustado imponer su propio régimen sobre Buenos Aires, de la misma forma como la ex capital virreinal había alguna vez ejercido su voluntad sobre el resto. Ese objetivo no era practicable y el entrerriano tuvo que conformarse con una Confederación Argentina formada con todas las provincias, excepto una.
Dos meses después de Caseros, Urquiza mantuvo una reunión con los gobernadores en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde propuso una Convención constituyente en Santa Fe. Mientras tanto, reafirmó el viejo Pacto Federal de 1831 y cortó las tarifas aduaneras interprovinciales.
La Convención asignó fuerzas de tierra y navales a disposición de la nueva Confederación y Urquiza asumió el puesto de ministro de Relaciones Exteriores que, en la práctica, equivalía a un presidente provisional, en el nuevo Gobierno argentino.
El Acuerdo de San Nicolás recibió apoyo en el Interior y en el Litoral, pero fue rechazado por Buenos Aires, que siguió su propio rumbo luego de un golpe sin derramamiento de sangre en Septiembre de 1852.
Los bonaerenses, aunque seguros de no querer formar parte del nuevo régimen, fracasaron en definir el carácter de su Estado secesionista. Una guerra interna enfrentaba a aquéllos que deseaban ver a su provincia y ciudad obtener completa separación, por un lado, y a aquéllos que buscaban transformar toda la Argentina en un Estado liberal bajo liderazgo bonaerense, por el otro.
Urquiza impugnaba ambas posiciones, no tanto por ideología como por economía. Buenos Aires obtenía la parte del león de los impuestos anuales de la Argentina a través de su control de la Aduana, y la Nación no podía florecer sin esos ingresos. Una próspera, independiente Buenos Aires y una empobrecida Argentina era para Urquiza el peor de los prospectos y, a lo largo de los 1850, por lo tanto, se encargó de buscar la forma de forzar a los bonaerenses a cooperar con la Confederación(5).
(5) El mejor estudio de este período sigue siendo James R. Scobie. “La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852-1862” (1979), Buenos Aires. Ed. Librería Hachette. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Autorizó una nueva Constitución federal, diseñada por Juan Bautista Alberdi siguiendo el modelo norteamericano. También procuró federalizar la Ciudad de Buenos Aires y reorganizar la estructura financiera del país.
La Constitución de 1853 asumía que el desarrollo material acompañaría necesariamente la integración política de la Argentina. El Estado tenía el rol de promover “la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores”(6).
(6) Artículo 64, inciso 16, de la Constitución de la Confederación Argentina (1 de Mayo de 1853). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La modernización era vista como una prioridad clave y el progreso y la nacionalidad se definían casi como sinónimos. Pero, para construir este sentido incluyente de nacionalidad, la ambición, el talento y la visión de Alberdi no eran suficientes: había que forjar alianzas políticas a pesar de la intransigencia de los porteños, quienes se negaban a aceptar la federalización y la nueva Constitución.
Los brasileños decidieron tomar partido por el nuevo Gobierno confederal. Presionaron para que reconociera la independencia paraguaya (en 1852) y continuaron entrometiéndose clandestinamente en la política partidaria en toda la región, ocasionalmente canalizando dinero a selectos argentinos y uruguayos.
Esta política era reflexiva. Los diplomáticos brasileños buscaban perpetuar una Argentina dividida sobre la cual el Imperio pudiera ejercer máxima influencia, lo cual a su vez abría la puerta a la renovada penetración del Brasil en el Plata.
Mucho de esto tenía un sentido comercial y financiero. El barón de Mauá, por ejemplo, activamente suscribió participaciones en emprendimientos en el Plata durante todo este período; de hecho, las finanzas de Montevideo se volvieron dependientes del Banco del barón(7).
(7) Richard Graham. “Mauá and Anglo-Brazilian Diplomacy. 1862-1863” (Mayo de 1962), “Hispanic America Historical Review”, 42:2, pp. 199-211. Ed. Durham. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Una campaña diplomática brasileña también era parte de la historia. Los representantes del Imperio querían que tanto Argentina como Paraguay les concedieran libre acceso a través de los ríos a la provincia de Mato Grosso y buscaban también controlar el Uruguay hasta casi la anexión.
La Banda Oriental tomó un curso similar al de la Argentina. Después de la derrota de Oribe, una facción de los blancos con los victoriosos colorados crearon un Gobierno de coalición.
Este régimen se desintegró pronto, principalmente debido a intrigas de Flores, el ministro de Guerra colorado, quien tomó la presidencia en 1855 gracias a la ayuda de una fuerza militar brasileña de cuatro mil hombres. A su vez, Flores fue derrocado por una nueva coalición de blancos y colorados disidentes. Los intervencionistas brasileños, todavía presentes en suelo uruguayo, abandonaron a Flores y se unieron a esta nueva alianza problanca(8).
(8) Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), pp. 77-78, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Flores halló asilo en Buenos Aires, donde su viejo camarada de armas, Bartolomé Mitre, ostentaba ahora un puesto clave en el Gobierno liberal de la provincia. Mitre, un sofisticado citadino, encontraba muchas cosas admirables y útiles en Flores, el caudillo rural, trece años mayor que él. Ambos eran masones, ambos revolucionarios y ambos querían controlar territorios más amplios de los que en el presente podían aspirar.
Los exiliados colorados de Flores se convirtieron en aliados cercanos de los liberales bonaerenses, en oposición a una alianza más débil entre el movimiento federal de Urquiza y los blancos uruguayos. Los brasileños, quienes habían abandonado temporalmente la Banda Oriental, vieron también buenas oportunidades de influenciar en los acontecimientos, aunque ya no estaban tan seguros de qué lado.
- Una crisis se aproxima
Los años 1856-1859 fueron más caóticos que lo usual en la Banda Oriental y en todo el Plata. Cada grupo exiliado organizaba asaltos regulares desde Montevideo o Buenos Aires contra sus oponentes al otro lado del río. Los brasileños continuaron interfiriendo en todo lo que les era posible. Y más al norte, en el Paraguay, se formaba una maquinaria militar de gran potencial.
Un incidente importante ocurrió en Villamayor, en Enero de 1856, cuando una caballería porteña se enfrentó con una expedición inspirada por los blancos contra Buenos Aires. Mitre, actuando como ministro de Guerra, ordenó la ejecución de los invasores. De los 160 hombres que habían desembarcado desde el Uruguay, sólo 27 sobrevivieron(9).
(9) Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), p. 78, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Dos años más tarde, una expedición similar contra los blancos fue montada desde territorio bonaerense, con resultados similares. Los radicales en el Gobierno de Montevideo decidieron que solamente el castigo más severo desalentaría próximos ataques; dispararon, lancearon y despanzurraron a 152 exiliados colorados en Quinteros.
La comunidad extranjera en el Plata recibió las noticias de esta masacre con horror, guiada por relatos tales como el del encargado británico:
“Durante seis días sucesivos, de diez a veinte prisioneros fueron liquidados de la misma forma (degollados) allí donde el ejército acampaba para pasar la noche (...). Estas ejecuciones eran en algunas instancias pasmosas por su excesiva crueldad; por ejemplo, desnudaban a los hombres jóvenes entre los prisioneros, se les decía que corrieran por sus vidas y luego los perseguían a caballo, los enlazaban y, tras jugar con ellos, los decapitaban”(10).
(10) Edward Thornton a Lord Clarendon, Montevideo, 16 de Febrero de 1858, citado en Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), p. 79, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El resultado de estos acontecimientos fue que el Gobierno de Montevideo fuera cayendo más y más en manos de los blancos extremistas, que ya habían decidido expulsar a todos los colorados de la Banda Oriental.
A principios de Julio, el ministro de Estados Unidos, Benjamin C. Yancey, ofreció su mediación en la disputa entre Buenos Aires y la Confederación. Luego de un mes de moderación, sin embargo, los porteños levantaron demandas que enterraban cualquier esperanza de una conciliación(11).
(11) El relato de Yancey puede ser hallado entre sus papeles, que están en la Duke University Special Collections Library (MSS 63-152); y en la Southern Historical Collection, Library of the University of North Carolina at Chapel Hill (MSS 59-195). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Posteriormente el gobernador Valentín Alsina, de Buenos Aires, quien antes había mostrado disposición a reconciliarse con la Confederación, lanzó una guerra de aranceles aduaneros contra el Gobierno de Urquiza que amenazaba con hacerlo colapsar en el corto plazo. Esto instaló el escenario para un conflicto a gran escala.
- Cepeda y la mediación paraguaya
Los bonaerenses inmediatamente se prepararon para la guerra. El Gobierno nombró a Mitre como el comandante de un Ejército de nueve mil hombres en el norte de la provincia y él, a su vez, nombró a Flores comandante del flanco izquierdo. Más de la mitad de los hombres de Mitre eran infantes, la mayoría inexpertos guardias porteños. También comandaba veinticuatro piezas de artillería.
Ordinariamente, una fuerza de este tamaño habría sido suficiente para repeler un asalto ocasional, pero el ejército que bajaba de Entre Ríos no era un mero rejunte de asaltantes. Tenía catorce mil hombres, diez mil de ellos montados, con treinta y cinco piezas de artillería, bajo el comando de Urquiza. Dadas las circunstancias, Mitre podía solamente depender de algunas ventajas que le pudiera proporcionar el terreno, las cuales, en las pampas abiertas, eran pocas.
Mitre eligió el arroyo de Cepeda como el lugar que le daba más oportunidades de éxito. Este riachuelo, localizado a corta distancia de San Nicolás, era suficientemente profundo y lleno de obstáculos como para constituirse en una defensa razonable. Urquiza atacó las posiciones de Mitre el 23 de Octubre de 1859. El plácido aire pronto se llenó de humo, disparos y gritos de los heridos a medida que los hombres de Urquiza incrementaban la ofensiva.
La artillería de Mitre y la infantería aguantaron firmemente, pero la caballería, salvo la de Flores, se quebró y huyó en retirada perseguida por la violenta embestida del entrerriano. El comandante uruguayo se mantuvo en combate, mostrando mucho de coraje personal, pero la mayoría de sus hombres pronto se fue debilitando al punto del agotamiento. Esperando salvar lo que pudiera, Mitre se retiró a San Nicolás bajo la cobertura de la noche con lo que restaba de su ejército; desde allí embarcó a dos mil sobrevivientes (y seis piezas de artillería) y partió para Buenos Aires(12).
(12) William H. Jeffrey. “Mitre and Argentina” (1952), pp. 127-140, Nueva York. Ed. Library Publishers. También publicado por el “Jornal do Commercio” (Rio de Janeiro). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El Ejército confederado tomó posición en el campo y parecía preparado para marchar a la capital porteña. Pero Urquiza, aunque claramente complacido por su triunfo en Cepeda, se daba cuenta de que una victoria total estaba fuera de su alcance, dado que no podía cubrir los costos de una ocupación prolongada de la ciudad. Habiendo ganado por la fuerza de las armas, ahora buscaba una solución política. Esta nueva batalla no sería ganada tan fácilmente.
En Mitre y otros líderes porteños, Urquiza enfrentaba a maestros del arte político, hombres cuya erudición era sólo comparable con su astucia. Aquí entra en escena Francisco Solano López.
El joven paraguayo era tan desconocido como su muy aludido, pero raramente visitado país. Tenía veinticuatro años, típicamente vestido de brillante uniforme. Una gira por las capitales europeas cinco años antes le había dado la oportunidad de familiarizarse con las delicias de la diplomacia; estaba ansioso por jactarse de lo que había aprendido. También estaba ávido de demostrar que el Paraguay se presentaba como una parte indispensable en la ecuación del Plata.
Urquiza y los porteños, preocupados de que sus propios esfuerzos negociadores terminaran en la nada, aceptaron su oferta de mediación(13).
(13) Solano López al canciller Baldomero García, Asunción, 6 de Octubre de 1859, citado en Juan I. Livieres Argaña. “Con la Rúbrica del Mariscal” (1970), tomo 6, p. 15, Asunción (seis volúmenes), Ed. Escuela Técnica Salesiana. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Las conversaciones comenzaron en Noviembre. La decisión de Solano López de mediar en la disputa entre Buenos Aires y la Confederación constituía una variación radical en las prácticas diplomáticas del Paraguay, que siempre habían puesto el acento en la no interferencia. El doctor Rodríguez de Francia, en su tiempo, había llevado ese principio al extremo; Carlos Antonio López había relajado un poco esa línea dura, pero hasta antes de 1852 el cambio era relativo.
El viejo López se había rehusado a hacer concesiones en los desacuerdos limítrofes con Brasil y Argentina y varias veces envió tropas de asalto a los territorios reclamados, pero siempre había evitado confrontaciones de gran magnitud con los vecinos.
El joven López, tras su regreso de Europa, era renuente a aceptar cualquier imposición en la política exterior paraguaya. Los extranjeros habían respetado el accionar agresivo de su padre cuando estuvo apuntalado por fuerza suficiente. El joven general se ocupó de asegurarse de estar siempre bien respaldado de allí en adelante.
Sus esfuerzos de mediación después de Cepeda tenían el mismo objetivo: promover respeto por el Paraguay y su Gobierno entre los círculos dirigentes de los países del Plata y del Brasil. El joven líder paraguayo de hecho realizó un trabajo muy convincente en la mesa de negociación. Le resultó claro desde el principio que la Confederación solamente hablaría de paz si Valentín Alsina, el fanático gobernador antiurquicista de Buenos Aires, era removido de su puesto.
Desde luego, Alsina rechazó esta demanda y rompió las negociaciones, pero su posición distaba de ser sólida. Le debía su posición a Mitre, quien había maquinado su acceso al poder como un gesto simbólico, una expresión de desafío a Urquiza y a los federales. Alsina no era indispensable; todos lo sabían.
Solano López manejó la situación con considerable tacto. Sin ofender a Alsina, negoció al margen del intransigente gobernador. Les recordó a los bonaerenses que los ejércitos de Urquiza estaban a distancia de ataque de la capital y que él no podría evitar su avance si la tregua expiraba. Les sugirió hacer lo correcto. Y lo hicieron. La Legislatura provincial demandó la renuncia del gobernador y Alsina capituló.
El 11 de Noviembre de 1959, la Confederación, por un lado, y la ciudad y la provincia de Buenos Aires, por el otro, firmaron el Pacto de Unión que, paradójicamente, otorgaba a los bonaerenses todo lo que pretendían salvo la independencia legal. Buenos Aires reingresó a la Confederación con su propia Constitución y, a su vez, recibió un Ingreso específico de las Aduanas nacionales; ninguna otra provincia gozaba de tal concesión.
Solano López anunció que la República del Paraguay garantizaría todos los detalles del Acuerdo. El general paraguayo se sentía satisfecho con las negociaciones. Su habilidad y tenacidad habían prevalecido por sobre animosidades profundamente arraigadas y ahora podía felizmente aceptar los tributos del público argentino. El representante porteño Carlos Tejedor le escribió el 13 de Noviembre y remarcó que la
“acción diplomática del Paraguay, acercando los miembros de una misma familia y allanando las dificultades que hasta ahora habían parecido insuperables, ha contribuido poderosamente a la resolución, por la paz, de las cuestiones que jamás habrían podido ser resueltas honorablemente para todos por el empleo de las armas (...).
“Me es grato significar a V. E. que el Gobierno de Buenos Aires conservará impresiones agradables que la distinguida persona del representante del Paraguay ha sabido inspirarle como complemento de la noble y feliz misión que ha desempeñado”(14).
(14) Citado en Arturo Bray. “Solano López, soldado de la gloria y el infortunio” (1945), p. 132, Buenos Aires. Ed. Guillermo Kraft. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Estos sentimientos tenían eco en la prensa porteña y en testimonios de oficiales de todas las partes en conflicto. Urquiza llegó incluso a regalarle a López la espada que había usado en Cepeda(15).
(15) Citado en Arturo Bray. “Solano López, soldado de la gloria y el infortunio” (1945), p. 136, Buenos Aires. Ed. Guillermo Kraft. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Pero más allá de toda la aclamación dirigida al general paraguayo, el verdadero ganador en la mesa de negociaciones fue Mitre. Con Alsina fuera, se convirtió en la figura dominante de la política porteña e inmediatamente se puso a trabajar para reestructurar su Gobierno y convertirlo en una fuerza motriz. El Pacto de Unión le daba espacio de maniobra. La próxima vez que se encontrara con Urquiza en el campo de batalla, sus fuerzas serían equivalentes para el desafío.
- Pavón: un preludio de guerra
Los líderes del Gobierno de Buenos Aires aceptaron la reincorporación a la Confederación Argentina como algo transitorio. No tenían intención de permitir que las provincias del Interior y el Litoral establecieran las políticas nacionales y, por tanto, se dispusieron pronto a sabotear los Acuerdos de 1859. Urquiza pudo evitar el regreso de Alsina al poder, pero esto significaba poco. Mitre dominaba el Gobierno porteño antes y lo siguió haciendo después de las negociaciones.
Urquiza decidió no ocupar la Ciudad de Buenos Aires, aunque tuvo varias oportunidades de hacerlo; en cambio, confió en que las facciones pro Confederación dentro de la ciudad ganarían alguna vez. Mitre estaba a favor de la unidad, pero su idea de nacionalidad argentina era radicalmente diferente a la de Urquiza.
Como los unitarios del pasado, estaba convencido de que la Ciudad de Buenos Aires debía liderar al resto del país. Los intelectuales urbanos podrían moldear la cultura política para hacer que la hegemonía porteña pareciera natural, al tiempo que un moderno ejército podría neutralizar a Urquiza y a otros caudillos provinciales.
En cuanto a lo primero, Mitre ya había de hecho comenzado la tarea de modelar una nueva cultura política. Sus escritos, que celebraban la causa patriótica de 1810 como un presagio de su propio nacionalismo, eran populares en las provincias. Ahora era tiempo de construir sus fuerzas armadas. Los acontecimientos de principios de los 1860 lo favorecieron.
La economía exportadora, que por muchos años había demandado principalmente picadillo de carne, recibió de repente un impulso sin precedentes gracias al crecimiento del mercado de la lana, que necesitaban en cantidad las fábricas de alfombras francesas y belgas(16). Para aprovechar esta demanda, las provincias del Litoral necesitaban un entendimiento con Buenos Aires para mantener un flujo de créditos para los criadores de ovejas y para mantener abierta la navegación del río Paraná. Sólo Mitre podía asegurar la cooperación porteña en este punto y Urquiza no podía darse el lujo de oponerse a sus propios terratenientes provincianos(17).
(16) Haydée Gorostegui de Torres. “Argentina: la Organización Nacional” (1972), pp. 40-60, Buenos Aires.
(17) David Rock. “Argentina. 1516-1982” (1987), p. 123, University of California. Ed. Berkeley. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
En Febrero de 1860, Santiago Derqui fue elegido presidente de la Confederación. Un ex ministro de Justicia de Córdoba, Derqui, había polemizado con Urquiza, a quien consideraba tan salvaje y poco confiable como los gauchos de su provincia. No del todo sorprendido por la elección, Urquiza partió a sus tierras de Entre Ríos, aunque retuvo la gobernación de su provincia y el control sobre las unidades militares allí situadas.
Mitre, que ascendió a gobernador de Buenos Aires en Mayo, estaba feliz con el cambio. La Confederación había removido a su más obstinado oponente y había dejado a alguien con quien podía negociar y persuadir. Ahora acentuaba las ventajas de la unidad nacional, “una alta y gran causa” que traería paz y prosperidad a la tan sufrida Argentina(18).
(18) Urbano de la Vega. “El general Mitre (historia): contribución al estudio de la Organización Nacional y la historia militar del país” (1960), p. 89, Buenos Aires. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Invitó tanto a Derqui como a Urquiza a viajar a Buenos Aires en Julio para celebrar los feriados de la independencia. Durante dos semanas los agasajó, les mostró escuelas, teatros y el primer ferrocarril de la Argentina (que los porteños juzgaban como una maravilla, aun cuando no iba más allá de los límites de la ciudad).
Buenos Aires era la líder de la Nación, enfatizaba; su progreso material no dejaba dudas de que la ciudad tenía el derecho de asumir ese rol. Si otras provincias reconocían su superioridad, entonces la Nación en su conjunto podría tomar el mismo camino radiante hacia el futuro. Derqui y Urquiza se quedaron intensamente impresionados, pero no convencidos(19).
(19) Urquiza a Mitre, Buenos Aires, 20 de Julio de 1860, en Bartolomé Mitre. “Archivo del General Mitre” (1911), tomo 7, pp. 117-118, Buenos Aires (28 volúmenes). Archivo del diario “La Nación” (Buenos Aires). // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Mitre era consciente de ello y sabía que, para hacer funcionar su propaganda, debía agregarle un plan para subvertir la autoridad de la Confederación en las provincias. En 1860 y 1861, alentó a sus seguidores a elevar sus propias apuestas por el poder. Revueltas mitristas estallaron en San Juan, Córdoba y por todos lados.
Intuyendo correctamente la mano de los agentes porteños en estos disturbios, Urquiza lanzó una aguda protesta. Lejos de volverse atrás, en una calculada afrenta a la recientemente ratificada Constitución, Mitre reclamó las bancas de Buenos Aires para diputados elegidos de acuerdo con leyes provinciales, antes que nacionales.
Si los porteños pretendían poner a prueba la reacción de Urquiza, no iban a esperar mucho. El caudillo entrerriano una vez más empuñó la espada. La subsecuente batalla de Pavón fue el acta de defunción del viejo orden en el Plata.
En términos militares, era más difícil que la de Cepeda, porque en esta ocasión las fuerzas estaban más equilibradas que dos años atrás. La fortaleza de Mitre estaba en su infantería y artillería. Sus tropas montadas, aunque lideradas por oficiales corajudos como el uruguayo Venancio Flores, no tenía real experiencia en combate, excepto contra los indios en el sur.
Pero Mitre había aprendido algunas lecciones en Cepeda y ahora sus fuerzas incluían algunas piezas de artillería moderna y una muy necesaria unidad médica. En conjunto, el ejército bonaerense sumaba 15.500 hombres. En los papeles, las fuerzas confederadas superaban levemente a las de sus contrincantes con un total de 17.000 hombres, la mejor parte de ellos experimentados soldados de caballería. Esta ventaja se diluía, sin embargo, por la disposición de las tropas.
De hecho, la Confederación tenía dos ejércitos en el campo: uno avanzaba desde Entre Ríos bajo el comando de Urquiza y el otro desde Córdoba bajo el comando de Derqui; dado que ambos apenas se hablaban, no resulta sorprendente que encontraran difícil cooperar en la batalla. Adicionalmente, las fuerzas confederadas estaban desesperadamente escasas de armas y equipamiento, mientras sus oponentes, pese a su inexperiencia, poseían cañones y rifles recién importados de Europa.
La batalla misma fue aletargada. Convencido de que Mitre necesitaba una postura defensiva para aprovechar sus fortalezas, Urquiza acampó en el bajo valle de Pavón, justo al sur de la línea que separaba las provincias de Buenos Aires y Santa Fe.
El 17 de Septiembre de 1861, la infantería de Mitre atacó el centro de la posición confederada y destrozó sus líneas en el frente. Como se esperaba, la caballería de Urquiza rechazó a sus oponentes montados precipitosamente hacia los flancos.
Mitre entonces rápidamente dispuso su infantería y su artillería en formación cerrada para evitar una envoltura. Los coroneles Wenceslao Paunero y Emilio Mitre (hermano del gobernador), cada uno comandando una división de infantería del lado porteño, se distinguieron por su tenaz pelea en este punto.
Luego de una breve, pero feroz carga colinas arriba, los porteños comenzaron su propia envoltura. La mayor parte de la artillería de la Confederación, unas treinta y dos piezas, cayeron en manos de Mitre. Urquiza consideró esta pérdida crucial. Ordenó a su caballería entrerriana retirarse hacia el norte, dejando al resto de las tropas sin comando efectivo(20).
(20) El relato de Mitre de la batalla puede ser hallado en Mitre a Juan A. Gelly y Obes, ¿Carioga?, 22 de Septiembre de 1861, en Bartolomé Mitre. “Archivo del General Mitre” (1911), tomo 9, pp. 9-13, Buenos Aires (28 volúmenes). Archivo del diario “La Nación” (Buenos Aires). El reporte de Urquiza de acción a su ministro de Guerra (Diamante, 20 de Septiembre de 1861) puede hallarse en William Dusenberry. “Urquiza’s Account of the Battle of Pavón”, en el “Journal of Inter-American Studies and World Affairs”, 4:2 (1962): 249-55. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El retroceso de Urquiza pareció curioso al principio. El entrevero, después de todo, le había causado más bajas a Mitre, especialmente entre sus montados, que a él. Al mismo tiempo, las tropas confederadas no habían sido todavía derrotadas cuando Urquiza abandonó el campo.
La explicación más simple de la acción del entrerriano es que perdió fe en su capacidad de tomar Buenos Aires, aun si lograba superar por poco margen a Mitre. La propia fortuna personal de Urquiza estaba en juego, su provincia amenazada y él estaba cansado; en el campo de batalla, una indisposición estomacal exacerbó su malestar. Lo cierto es que se deslizó de regreso a Entre Ríos para aguardar el momento oportuno. Continuó como gobernador de la provincia y cabeza de la facción mayoritaria del partido federal, pero nunca volvió a asemejarse al hombre que fue alguna vez.
La victoria de Mitre en Pavón selló la suerte de la Confederación Argentina. El Ejército porteño avanzó sin oposición hasta Rosario y menos de dos meses después el Gobierno Nacional capituló y Derqui se marchó al exilio en Montevideo. La mayoría de los funcionarios del anterior régimen renunció o se ofreció a servir en cualquiera que fuera el Gobierno que Mitre formara.
El gobernador porteño ahora tenía más poder del que había tenido cualquier otro político argentino desde Rosas. Al celebrar su triunfo sobre Urquiza, correctamente lo juzgó como un punto de inflexión en la historia argentina. En una carta a uno de sus generales, atribuyó la victoria a la modernización militar y a un nuevo rumbo político:
“Pavón no es solamente una victoria militar. Es un triunfo de la civilización sobre las armas de la barbarie. La historia mostrará que Pavón fue la tumba de la caballería indisciplinada (...) con las bandas de montados de ambas partes dispersadas, la batalla demostró que las victorias decisivas se logran solamente con infantería y artillería entrenadas”(21).
(21) Citado en Rodolfo Rivarola. “Ensayos Históricos” (1941), p. 391, Buenos Aires. Impr. de Pablo E. Coni. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
La civilización a la que Mitre se refería había adquirido un carácter icónico en la Argentina. Le asignó a la Ciudad de Buenos Aires un lugar especial en la transformación y regeneración de la Nación argentina, llevándola a un nivel comparable con la de los países europeos. Tal interpretación era tan astuta como interesada, en el sentido de que proporcionaba justificación para cualquier curso que la dirigencia porteña pudiera seguir.
- Nuevos problemas en el Uruguay
La dominación de la Argentina por parte de Bartolomé Mitre seguía siendo incompleta. En Entre Ríos, todavía bajo Justo José de Urquiza, y en las provincias del Oeste, el poder del Gobierno orientado a los porteños era apenas percibido.
En La Rioja y Catamarca, el caudillo analfabeto Angel Vicente Peñaloza todavía estaba en abierta rebelión. Incluso provincias como Corrientes y Santa Fe, localizadas mucho más cerca de Buenos Aires, concebían su lealtad al nuevo régimen como condicional en el mejor de los casos.
Y esta desunión no pasaba desapercibida en el Brasil y el Uruguay. El lapso entre Cepeda y Pavón encontró al Uruguay bajo una Administración del partido blanco crecientemente amenazada. Los blancos identificaban sus intereses con los de Urquiza pero, a medida que fue declinando la fortuna del caudillo entrerriano, también la adhesión a su causa.
Un año completo después de Pavón, el Gobierno de Montevideo comenzó a perder sus lazos con la Confederación y buscaba -disimuladamente al principio- una reaproximación con Mitre.
El presidente uruguayo Bernardo Berro, un hombre de considerable visión, se dio cuenta de que el desarrollo de su país estaría por siempre constreñido si su Gobierno continuaba ligándose abiertamente con cualquiera de los bandos en la Argentina.
Entendió que una amenaza más palpable para la soberanía uruguaya provenía del Norte, del Brasil. Los diplomáticos imperiales también veían el declive de la Confederación con cierta trepidación. Por un lado, sentían que el ascenso de Mitre podría consolidar la hegemonía porteña en los Estados del Plata. Por el otro, muchos consideraban la conexión con Urquiza como nada más que circunstancial; tal vez había llegado el momento de un mejor entendimiento con Buenos Aires(22).
(22) Efraím Cardozo. “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata” (1961), pp. 66-68, Buenos Aires. Librería del Plata. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El Imperio, después de todo, había alcanzado muchos de sus objetivos de corto plazo. Todos los bandos en el Plata -incluyendo el Paraguay- reconocían ahora el derecho del Brasil de navegar por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay. Esto aseguraba la comunicación por agua con el Mato Grosso y estimulaba el crecimiento del comercio brasileño con comunidades del Interior del estuario.
Los intercambios comerciales se habían también expandido con la Banda Oriental aunque, dado que buena parte de ese comercio tenía que ver con transferencias de ganado a través de una frontera confusa, eso también abría la posibilidad de conflictos con Montevideo.
Berro declaró la neutralidad en los tiempos de Pavón. Mitre, que valoró esta postura, accedió a evitar cualquier ataque contra Uruguay por parte de emigrados colorados que vivieran en territorio porteño. Pero también tenía favores que pagar a Venancio Flores.
El admirable hombre de caballería había servido valientemente a Buenos Aires en muchas ocasiones y esperaba respaldo en recompensa. Mitre habría preferido esperar; subió a la presidencia de la República Argentina el 12 de Octubre de 1862 y tenía otras cuestiones en mente.
Flores, en cambio, presionaba por ser atendido inmediatamente. Y cuando Mitre le dio razones para suponer que la ayuda estaba en camino, comenzó a preparar clandestinamente una invasión a la Banda Oriental.
El Gobierno de Berro había infiltrado espías en las filas de los exiliados colorados y pronto fue consciente de estas actividades. A medida que pasaron los meses, la ansiedad crecía en Montevideo, al punto de que Berro se sintió desesperado. En Noviembre, envió a Buenos Aires un agente de confianza, el doctor Octavio Lapido, con la misión de entregar una protesta a Mitre.
El presidente argentino prometió encarcelar a todos los colorados que fueran encontrados conspirando, pero no logró dar otras seguridades más concretas a Lapido y al Gobierno de Montevideo(23). A fines de Noviembre, los blancos interceptaron una carta incriminatoria de Flores a un simpatizante uruguayo que era entonces el Jefe Político del Departamento de Minas(24).
(23) Elizalde a Lapido, Buenos Aires, 12 de Noviembre de 1862, citado en Efraím Cardozo. “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata” (1961), p. 85, Buenos Aires. Librería del Plata.
(24) Lapido a Elizalde, 24 de Noviembre de 1862, citado en Efraím Cardozo. “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata” (1961), p. 86, Buenos Aires. Librería del Plata. // Todo citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Enfrentado a esta evidencia de las maquinaciones de Flores, el canciller argentino, Rufino Elizalde, trató de minimizar el asunto, recordándole a Lapido que Flores no tenía estadía legal en la República Argentina(25).
(25) Elizalde a Lapido, 25 de Noviembre de 1862, citado en Efraím Cardozo. “El Imperio del Brasil y el Río de la Plata” (1961), p. 86, Buenos Aires. Librería del Plata. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Elizalde era conocido no solamente por su compostura, su tacto y su apariencia agradable, sino también por su devoción a la línea de Mitre; por lo tanto, su respuesta estaba lejos de ser satisfactoria. Mitre mismo optó por mantenerse callado. Esto dio por terminada la especial relación que había existido entre Montevideo y Buenos Aires desde 1860. El presidente Berro se preparó para el ataque que él sabía llegaría en cualquier momento.
- La invasión de Flores
La noche del 19 de Abril de 1863, Flores desembarcó en Rincón de las Gallinas, una pequeña aldea en la boca del río Negro, en Uruguay. Rápidamente reunió unos quinientos gauchos con quienes, bajo la consigna de “Venganza por Quinteros”, se parapetaron en territorio más seguro a lo largo de la frontera con Brasil. Los blancos no persiguieron su pequeño ejército. En cambio, se concentraron en un desafío mayor que estaban seguros vendría desde Buenos Aires.
La opinión pública en esta ciudad estaba ampliamente a favor de Flores. La prensa porteña, incluyendo el cuasioficial “La Nación Argentina”, lo aclamaba como el “libertador” que buscaba redimir su país. Los oponentes locales de Mitre -de la facción autonomista liderada por Alsina- apoyaban también la opinión mayoritaria(26).
(26) “La Tribuna” (Buenos Aires), el 25 de Abril de 1863 reveló el sentimiento intervencionista tan común en la capital argentina notando que los partidos oriental y argentino son idénticos en sus metas y principios al punto que el partido colorado es el partido liberal de Argentina, así como el partido blanco es el que (aquí favorece) a la tiranía. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El tráfico de armas por el río Uruguay comenzó casi inmediatamente. También las concentraciones públicas dirigidas a reclutar voluntarios para la intervención colorada.
No obstante, el Gobierno Nacional continuaba negando su participación. Mitre se encontraba en Rosario cuando la invasión comenzó y, aunque estaba perfectamente enterado de antemano, fingió sorpresa por la noticia.
Berro decidió intentar con la democracia por última vez. Despachó a Buenos Aires a una figura famosa en los círculos políticos uruguayos, el doctor Andrés Lamas, periodista, bibliógrafo y diplomático, tal vez el único estadista respetado tanto por los blancos como por los colorados. Un viejo y gris caballero de digna apariencia, Lamas había servido por muchos años como ministro en Rio de Janeiro, donde desarrolló una amistad personal con Don Pedro.
También conocía a Mitre, con quien había trabajado en varias publicaciones de exiliados en Montevideo durante los 1830, y a Solano López, con quien había compartido veladas en Río cuando el joven general retornaba de Europa en 1855(27).
(27) Lamas quedó favorablemente impresionado -si bien hasta cierto punto perturbado- con la interpretación paraguaya de la política del Plata y cuidadosamente tomó nota de las alusiones del joven López al expansionismo de Argentina: “No se ría, doctor Lamas, la idea de reconstruir (el viejo Virreinato) está en el alma de los argentinos; y, como resultado, no es sólo el Paraguay el que necesita estar en guardia; su país, la República Oriental, debe unirse al mío para prepararse frente a cualquier eventualidad”. Ver: Pedro S. Lamas. “Contribución Histórica (Etapas de una Gran Política)” (1908), pp. 251-256, Sceaux. Imp. Charaire. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Pero Lamas tampoco recibió satisfacción en la Argentina. Se reunió con Elizalde a principios de Mayo, intercambió información y tomó con indignación que el canciller negara cualquier complicidad por parte del Gobierno. El 13 del mismo mes le envió una Nota formal a Elizalde, recordándole que la verdadera neutralidad requería algo más que simples palabras.
La respuesta escrita del ministro fue un modelo de argucia y falacia:
“El general Flores había prestado á la República los servicios más distinguidos que lo colocan en la altura de los más notables de sus conciudadanos y, saliendo como ha salido del país, ha revelado que ha llevado su delicadeza al extremo de no echar sobre la República la más mínima responsabilidad de sus actos (...).
“El general Flores no necesitaba salir del país ocultamente, él más que nadie podía salir, no sólo libremente, sino rodeado de las consideraciones que la República le debía y que el Gobierno se habría honrado en tributarle.
“Si el general Flores -al salir de este país- tenía la intención de ir á la República Oriental, no le tocaba en ese caso al Gobierno, indagarlo, ni impedirlo”(28).
(28) Elizalde a Lamas, Buenos Aires, 13 de Mayo de 1863, citado en Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), p. 89, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Tres días después Elizalde continuó con una Nota sugiriendo que la Argentina sabía cómo definir la verdadera neutralidad y había resuelto defender esa interpretación de allí en adelante(29).
(29) Elizalde a Lamas, Buenos Aires, 16 de Mayo de 1863, citado en Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), pp. 89-90, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
En este punto, los representantes diplomáticos europeos en Montevideo y Buenos Aires intentaron forzar una reconciliación. Ambas partes rechazaron el esfuerzo, aun cuando el encargado británico se unió a sus colegas europeos en argumentar que una nueva guerra civil dañaría grandemente los intereses de todos.
Elizalde insistió en que su Gobierno había observado neutralidad y que las peticiones de las potencias extranjeras eran tanto innecesarias como ofensivas(30).
(30) Encargado británico William Doria a Lord Russell, Buenos Aires, 14 de Mayo de 1863, Public Records Office, London-Foreign Office 6/245. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El ministro norteamericano, quien observaba estos intercambios desde una cercana distancia, más tarde señaló que tales protestas habían tenido poca chance de éxito, ya que cuando Flores se marchó de Buenos Aires “tenía muchos amigos para asistirlo y (estaba) respaldado por casi toda la prensa nativa de la ciudad (...). Es el Jeff Davis de Uruguay”(31).
(31) Robert C. Kirk a William Seward, Buenos Aires, 10 de Diciembre de 1864, National Archives and Records Administration, Washington, D.C., M14, Nro. 89. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Luego de desairar a los europeos, el Gobierno Nacional siguió un curso confrontacional con los blancos. A principios de Junio de 1863, oficiales de la Policía uruguaya en el puerto de Fray Bentos inspeccionaron la carga de un paquete a vapor argentino, el “Salto”. Al encontrar material de guerra a bordo, detuvieron el barco. Las autoridades lo liberaron poco después, pero las armas y municiones de contrabando permanecieron en un depósito en Montevideo.
El capitán del “Salto”, quien inicialmente había negado que su barco transportara contrabando, dijo luego a las autoridades uruguayas que el material pertenecía al Gobierno argentino.
Tras recibir estas noticias, el ministro uruguayo de Relaciones Exteriores, Juan José de Herrera, despachó una Nota a Elizalde ofreciéndole restituir la carga si el Gobierno de Mitre corroboraba la afirmación del capitán. Rehusándose a confirmar la historia, Elizalde denunció la confiscación del barco y exigió “al Gobierno uruguayo una inmediata y solemne reparación para resarcir la afrenta, castigar la ofensa y acordar la debida indemnización”(32).
(32) Elizalde a Herrera, Buenos Aires, 8 de Junio de 1863, en “Documentos diplomáticos relativos a la detención del paquete argentino ‘Salto’ en las aguas de la República Oriental del Uruguay por el vapor de guerra nacional ‘Villa del Salto’” (1863) , Montevideo, n. 3. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El estridente tono de Elizalde implicaba una innovación en la diplomacia del Plata: no respondía como el vocero de un movimiento liberal revolucionario, sino como ministro de un Estado soberano que claramente definía los intereses nacionales.
El nacionalismo argentino, tal como fue formulado en los escritos de Mitre, Alberdi y los hombres de la generación de 1837, había comenzado a tomar forma en pronunciamientos de política exterior, así como en los diarios y en la retórica de los políticos.
Incluso ahora, tal nacionalismo no era compartido por los argentinos del Interior o por los autonomistas porteños; ninguno de estos grupos estaba dispuesto a hacer más concesiones al Gobierno que a su provincia y ninguno tenía demasiada simpatía por los hombres de 1837.
Después de lograr el poder en los 1850, estos últimos ofrecían una Argentina aparentemente moderna, con un orden representativo pero, como desconfiaban del sentimiento popular -que había sido tan fuertemente respaldado por Rosas- limitaban el debate a su propia élite de clase.
Los problemas en Uruguay les dieron una oportunidad. Herrera se tragó su orgullo y trasladó a la Argentina una cortés respuesta. Si el Uruguay había hecho algo que requiriera reparación -escribió- entonces ella llegaría pronto, pero mientras tanto ambas partes podrían beneficiarse de una investigación. Sugirió que Elizalde discutiera el asunto con Lamas, quien todavía estaba en Buenos Aires y tenía instrucciones de entrar en conversaciones con los argentinos(33).
(33) Herrera a Elizalde, Montevideo, 9 de Junio de 1863, citado en Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), p. 93, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Elizalde no haría nada de eso. Emitió un ultimátum, que incluía demandas de compensación, la destitución del Comandante Naval uruguayo que había por primera vez inspeccionado el “Salto”, un saludo de veintiún salvas a la bandera argentina y el retorno de la carga de armamentos.
Lamas trató de esquivar la demanda y formalmente propuso un arbitraje por parte de cualquier Estado soberano que los argentinos quisieran nombrar de una lista que incluía a la Reina Victoria, Napoleón III, Víctor Manuel II y Don Pedro.
Elizalde rechazó la sugerencia, remarcando cuán desafortunado era que el Gobierno de Montevideo hubiera puesto a la Argentina en la posición de tener que tomar “medidas coercitivas para reparar la ofensa”(34).
(34) Citado en Pelham Horton Box. “The Origins of the Paraguayan War” (1930), p. 94, New York. Ed. Russel & Russel. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El 22 de Junio de 1863 los argentinos confiscaron el vapor uruguayo “General Artigas” y bloquearon la boca del río Uruguay. Al día siguiente, el Gobierno blanco rompió relaciones con Buenos Aires. El asunto habría pasado a mayores si no fuera porque, a medida que los acontecimientos iban in crescendo, se desarrollaban detrás de escena varios esfuerzos por prevenir un estallido de las hostilidades.
Los uruguayos liberaron el “Salto” y devolvieron las armas y las municiones. El 24 de Junio, Elizalde le escribió a Lamas para sugerirle que podían resolver el problema con un saludo simultáneo de veintiún cañonazos de los dos barcos involucrados.
El encargado italiano en Montevideo ofreció al mismo tiempo su mediación y ambas partes aceptaron. Habiendo precipitado una grave crisis, Elizalde ahora le ponía fin, replegándose en el último instante antes de ir a la guerra a la par de seguir insistiendo en que su Gobierno nunca se había apartado de la neutralidad en los asuntos uruguayos(35).
(35) “Protocolo del 29 de Junio de 1863”, en “Documentos diplomáticos relativos a la detención del paquete argentino ‘Salto’ en las aguas de la República Oriental del Uruguay por el vapor de guerra nacional ‘Villa del Salto’” (1863) , Montevideo, n. 37. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
Una exposición más precisa de la naturaleza de la neutralidad argentina provino de William Doria, el encargado británico en Buenos Aires, quien observó que “todas las personas desapasionadas coinciden en la creencia de que este Gobierno ha proporcionado asistencia clandestina a Venancio Flores”(36).
(36) Doria a Lord Russel, Buenos Aires, 28 de Julio de 1863 (despacho Nro. 72), Public Records Office, London-Foreign Office 6/245. // Citado por Thomas L. Whigham. “La Guerra de la Triple Alianza (Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur)” (2010), volumen I, Asunción. Ed. Taurus.
El Gobierno de Mitre -por su parte- había ahora reconocido a Flores como beligerante. Esto significaba que el jefe colorado podía obtener legalmente en Buenos Aires la misma ayuda que el internacionalmente reconocido régimen de Montevideo.
Tomar activas medidas contra el tráfico de armas, combatir los asaltos de Flores y sus campañas de reclutamiento y censurar a los diarios rebeldes habría constituido una violación de la neutralidad, tal como Elizalde y Mitre la definían.
Una interpretación más común de neutralidad, acorde con la que era generalmente aceptada en el siglo diecinueve, habría demandado que se tomaran esas acciones. ¿Por qué, después de agravar deliberadamente las relaciones con el Uruguay, Elizalde se volvió tan prontamente atrás? Este cambio de actitud puede ser explicado en tres niveles:
* Primero, el episodio del “Salto” había cumplido el cometido de demostrar al Gobierno de Berro que no podía prohibir el tráfico de armas, especialmente cerca de la boca del río Uruguay, donde Flores deseaba establecer líneas de aprovisionamiento con la Argentina;
* Segundo, el deterioro de la situación había llamado la atención de Urquiza, cuya provincia es contigua a la República Oriental. Mitre no quería el surgimiento de una nueva alianza entre los blancos de Montevideo y sus viejos amigos de Entre Ríos. El caudillo pudo haber sufrido una derrota en Pavón, pero todavía era una fuerza a tener en cuenta;
* Tercero, y tal vez más importante, el Gobierno Nacional sospechaba de las intenciones del Brasil en el Uruguay. Una guerra con los blancos habría exprimido los recursos argentinos más allá de lo que Mitre se atrevía. Ya estaba envuelto en la supresión de revueltas en la provincia occidental de La Rioja y su Presupuesto estaba seriamente encogido. Si le iba mal en el Oeste, nadie podía saber lo que los brasileños harían en la Banda Oriental.
Es verdad que tenían buenos contactos con Flores (quien estaba en ese momento organizando su caballería en la frontera con Rio Grande do Sul), pero también tenían antiguas y arraigadas relaciones con Lamas, quien actuaba en nombre del Gobierno de Montevideo.
Una cosa era segura: el Imperio seguiría una política congruente con sus propios intereses y estos tradicionalmente habían estado en oposición a los intereses de Buenos Aires. Este no era momento de arriesgarse a una intervención brasileña.