Relato de la cautiva, doña Victoria Bart de Ceballos
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“Sr. Redactor de “El Liberal”, Dn. Eudoro D. de Vivar.
“Muy Señor mío y amigo:
“Voy a relatar a usted, con la mayor fidelidad posible, la larga cuanto interesante narración que he tenido el gusto de oír a una de nuestras cautivas, vueltas ya providencialmente al seno de la familia.
“A invitación de sus parientes y amigos que en ese momento la rodeábamos, nos hizo en sustancia la relación que le adjunto. Si ella merece ver la luz pública, espero lo haga por medio del periódico que usted redacta S. S. S. / Firmado / C”.
El 11 de Julio de 1865, como a la una de la mañana, llamaron a la puerta de mi habitación con fuertes y repetidos golpes y, temblando, me levanté y fui a observar por la hendija de un postigo y vi un crecido número de soldados paraguayos en el corredor. En el acto presentí lo que iba a suceder y, aterrada con la idea, corrí por el corredor del patio a darles tan triste nueva a mis padres políticos.
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VICTORIA BART DE CEBALLOS |
Llamé con insistencia la puerta y me fue abierta, pero, ¿por quién? Por el capitán López, que estaba en posesión de la casa e intimando prisión a mi suegro de la manera más torpe que imaginarse pueda. Otro tanto hizo conmigo.
Forzoso fue que él y yo nos resignásemos a nuestro fatal destino. Marchamos con dirección al Cabildo. A pocos pasos se incorporó a nosotros doña Toribia Santos de Sosa, que corría igual suerte y, llegados a la Cárcel Pública, nos encontramos con doña Carmen J. de Alsina, doña Jacoba P. de Cabral y doña Encarnación Vargas de Osuna, que debían ser también compañeras en nuestro cautiverio.
Al siguiente día nos condujeron bajo custodia a la batería, donde tuve que desprenderme de los dos seres queridos que conmigo llevaba, por consejo de mi suegro, quien se esforzaba en persuadirme para así hacerlo, mostrándome lo dudoso de nuestro destino y que esas criaturas inocentes no debían participar de trabajo que acaso nosotras mismas no pudiéramos soportar y, dos horas después, nos embarcaron en el vapor de guerra “Ygurey” llegando a las 8 de la noche a Humaitá donde desembarcaron a mi suegro.
Como a las 9 de la mañana del día subsiguiente nos trasbordaron al vapor “Tacuarí” y nos llevaron a la Guardia llamada “Tacuara”.
Desembarcadas allí y como a las tres horas continuamos viaje, pero ya por tierra, en dos carretillas toldadas, quedando a permanecer esa noche en la posta denominada “Yacaré”.
Al otro día, continuando el camino, llegamos a una Estancia del Estado donde fuimos recibidos con un almuerzo decente, después del cual, prosiguiendo nuestra marcha, llegamos al pueblo de San Juan, como a las 7 de la noche, alojándonos en este punto más de dos años.
Hasta fines de Diciembre de 1866 tuvimos que dedicarnos a costuras para poder alcanzar nuestra subsistencia pero, felizmente, habiendo arribado el ministro norteamericano Dn. Carlos Ubasbur, hasta el Paso Pucú, nos mandó recursos pecuniarios de parte de nuestros esposos y amigos, cuyo servicio le habían encarecido.
Un día fuimos llamadas por el Juez de Paz y se nos preguntó en el Juzgado si éramos bien atendidos por la autoridad, por el cura y por las familias, a lo que contestamos afirmativamente,
Esta declaración fue remitida al tirano y no llenando seguramente su objeto, nos volvió el Juez a llamar y nos exigió que jurásemos y suscribiésemos. Así se lo hizo.
Sensible es decirlo, en este pueblo estaban las familias decentes destinadas a conducir haciendas a los diferentes puntos que ocupaba el Ejército, sin consideracíón de ningún género, es decir de sexo ni edad.
A primero de Agosto del año de 1867 salimos de San Juan en dos carretas escoltadas por mujeres, inermes, al mando de un anciano, cuyas mujeres se relevaban de posta en posta, y más hacían de peones y sirvientes que el de soldados, hasta llegar a Caapucú después de 8 días de marcha.
En este pueblo fuimos perfectamente recibidos por la autoridad e inmediatamente alojadas en la mejor casa. Las familias tuvieron orden de visitarnos y ofrecernos sus servicios.
Muchas de ellas nos dispensaron atenciones pero, con especialidad, la señora Mongelós, a quien eternamente recordará con gratitud nuestra memoria; nos ha hecho servicios importantes de todo género, atendiéndonos con notable generosidad y hasta consagrarnos afecto fraternal.
En este punto permanecimos más de un año.
Algunas familias distinguidas fueron reducidas a prisión y más tarde llevadas a Luque ante la presencia del vicepresidente, ignorando la suerte de ellas.
Continuamos nuestro caprichoso derrotero con destino a Quendy, permaneciendo allí dos o tres días y fuimos muy atendidas. De ahí pasamos a Tabapú donde estuvimos cuatro días y fuimos alojadas bajo un galpón.
De aquí pasamos a Caapeguá donde estuvimos una sola noche y seguimos a Paraguarí en cuyo punto permanecimos quince días. Aquí suplicamos al Jefe Militar del pueblo que por su intermedio le solicitase del vicepresidente que allí quisiéramos fijar nuestra residencia, sí fuera posible, con cuyo motivo dirigió una Nota la que dio por resultado el llamamiento del jefe a Luque, y le dijo que era preciso que esas familias pasasen luego las cordilleras, que así, siendo las primeras, podían proporcionarse mejores comodidades.
De este pueblo pasamos a Pirayú y estuvimos once días, después de los cuales salimos a mediodía en el mes de Enero y a pie porque las pequeñas carretillas que nos proporcionaban apenas bastaban para nuestro equipaje, haciendo noche en una posta al pie de la cordillera, subiendo ésta al otro día por el camino de Ascura y pasando esa noche bajo una quinta.
Al siguiente día llegamos a Peribebuy.
No pudo proporcionarnos en el momento, el jefe de allí, alojamiento, porque esa noche se desencadenaba una fuerte tempestad; nos dijo que nos acomodásemos en la recoba (un galpón que hacía de mercado).
Al dirigirnos allí, una respetable y digna señora, doña Petrona Medina de Santos, oyendo nuestra conversación al pasar por su casa, comprendió que éramos correntinas y en el acto abrió la puerta y nos llenó de las más obligantes atenciones y generosos ofrecimientos, que trajo por consecuencia el pasar allí la noche y el siguiente día. Era hija de correntina y tenía simpatía por nuestro país.
Luego la autoridad local nos proporcionó casa y nos trasladamos a ella, permaneciendo dos meses.
De este punto salimos en compañía de la familia Rolón y ya de cuenta propia con dirección a San José de los Arroyos pasando por la Capilla Itacurubí y llegando a los 5 días de nuestro destino.
En este pueblo residimos 7 u 8 meses completamente independientes de toda autoridad e identificadas con las emigradas paraguayas, es decir, sirviéndonos por nosotras mismas en toda clase de necesidades, aún aquéllas que se conseguían a largas distancias del hogar, a pie y descalzas.
De aquí pasamos a Ajos (Aldea) alimentándonos todo el camino con naranjas agrias, pues no había otra cosa. A los tres días regresamos de Ajos a San José con la noticia de que terminaba la guerra y el tirano abandonado el país.
En esta desandada nos encontramos con un coronel brasileño con doscientos hombres que, conociendo el peligro en que nos hallábamos, por estar los montes y caminos cubiertos de derrotados y extraviados, tuvo la deferencia de dejar para nuestra custodia un oficial con 12 hombres por esa noche, pues tenía su consigna que llenar y, al siguiente día, llegamos a San José.
Aquí, con el desconcierto que ya reinaba con la fuga del tirano, subió de pronto la miseria hasta el extremo de ver por mis propios ojos a varias mujeres comiendo pasto, aparte de lo que me contaban de infinitas criaturas.
A los dos días de nuestro regreso aquí, que pasamos excogitando el medio de adelantar nuestro camino, tuvimos la inolvidable sorpresa que nos dio Dn. Manuel Cabral con su feliz llegada. Desde ese momento vimos más lejanos horizontes y concebimos esperanzas positivas de volver al suelo siempre querido de la patria.
Una hora después ya nos pusimos en marcha para Peribebuy pasando varios lagos con más de media vara de profundidad, pues debe tenerse entendido que desde Pirayú nuestras jornadas todas las hacíamos a pie hasta aquí.
Llegadas a Peribebuy, el señor Cabral nos proporcionó cinco carros de la proveduría del señor Molina y, en ellos, nos transportamos hasta el tren en la Estación de Pirayú, pero, debo confesar en obsequio a la verdad que, esta última jornada ha sido la más horrible y penosa de todas, pues en todo el trayecto -que era de 5 a 6 leguas- vinimos por inmenso cementerio de ancianos, mujeres y niños, muertos unos y por morir otros, completamente exánimes y víctimas todos del hambre.
Una vez más tuvimos la grata satisfacción de ver en nuestra compañía a la señora Mongelós, pues hizo el viaje con nosotras hasta la Trinidad donde tenía su residencia, impulsada por instancias del señor Cabral, que quiso traerla hasta la casa, para corresponderle un tanto lo mucho que había hecho por nosotros.
Nosotras pasamos a la Asunción y de allí nos embarcamos el 4 en el vapor “Guaraní” llegando aquí el 5 a las 9 de la mañana, donde fuimos recibidas en los brazos del pueblo”(1).