El hombre español
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Como dirigente o como parte del pueblo, el hombre español fue protagonista.
Escritores de todos los tiempos añadieron segmentos a su fisonomía: espíritu áspero y seco, sin términos medios; desinteresado y a veces apático, pero con energía inagotable para lo más complicado; humanitarista y fraterno -llano en la altura, digno en la pobreza-, tradicionalista -la adhesión a lo antiguo le ha parecido lo más seguro y el estilo de vida más sobrio-, pero también idealista y religioso:
"Por la honra / por la vida / y por los dos, / honra y vida, / por tu Dios".
Sin embargo, pocas notas características de los españoles han conseguido tan general coincidencia como su individualismo y la proyección política y social de éste: el particularismo.
En la España una y diversa, el individualismo no es filosófico. Claudio Sánchez-Albornoz señaló bien que los españoles no hubieran escrito nunca los derechos del hombre frente a la sociedad, sino concretos derechos de la sociedad sobre los individuos. “No se reglamentan los riegos sino donde escasea el agua”.
La Carta Magna define libertades; la de León fija normas de Justicia. Afirmado en el orgullo y en la pasión ibérica, el español se ha unido con frecuencia a la libertad, se ha multiplicado con el coraje y exasperado con la pasión.
A su vez, la patente diversidad de España, como la califica Pedro Laín, se realiza a través de cinco motivos principales:
* el regional;
* el cronológico -pues como pueblo viejo contiene modos de vivir pertenecientes a distintos niveles históricos-;
* el ideológico -porque la disparidad en ocasiones se exaspera y politiza-;
* el temático -porque la actividad creadora de los españoles se orienta hacia temas siempre plurales-; y
* el social -que según veremos se manifiesta desde los siglos XVI y XVII en diferencias económicas y culturales acentuadas entre los niveles más altos y más bajos de la vida española(1).